Introducción
¿Por dónde comenzar cuando se trata de relatar una experiencia migratoria? ¿Cómo contar una historia de desarraigo cuando se solicita una regularización migratoria al Tribunal Federal de Inmigración de los Estados Unidos? Estas dos preguntas ilustran dos términos centrales en Los niños perdidos. Un ensayo en cuarenta preguntas1de la escritora mexicana Valeria Luiselli: la migración y el desarraigo. De manera específica, la autora emprende un proceso de escritura pautado por el ritmo de una ola migratoria de Centroamérica a los Estados Unidos en 2014, una situación que provocó una declaración de crisis en el país del norte durante el verano del mismo año. Ese momento, coyuntural en la historia reciente de los Estados Unidos, marcó un nuevo paradigma en la forma de pensar en la figura del migrante y en la manera de comprender su situación. Y es que la ola migratoria antedicha fue inédita para los Estados Unidos pues se constituía, en su mayor parte, de niños y jóvenes provenientes de países como El Salvador, Guatemala y Honduras.
En Los niños perdidos, Luiselli plantea una aproximación a ese fenómeno migratorio a partir de una triple perspectiva: primero, desde su experiencia como profesora migrante que vive en los Estados Unidos; segundo, desde su participación como intérprete de los niños durante la preparación de sus expedientes emitidos al Tribunal Federal de Inmigración de los Estados Unidos; tercero, desde una implicación que se posicionó en el registro de una dura crítica contra el sistema judicial migratorio, así como contra la lucha aislada y desvinculada de los países implicados para resolver la crisis migratoria.
El presente trabajo propone una aproximación a Los niños perdidos llevando a la luz el sentimiento de desarraigo en los niños migrantes a través de una perspectiva que confluye entre migración y psiquiatría, es decir, lo que psiquiatras como Thierry Baubet y Marie Rose Moro denominan «psicopatología transcultural». Por medio de una aproximación no exhaustiva, el objetivo de este estudio es subrayar ciertas experiencias de niños migrantes para destacar la aporía manifiesta en Los niños perdidos, la cual expone que el ser migrante y desarraigado se constituye fundamentalmente de movimiento, pero que su identidad, condicionada por el movimiento, se determina en función de su inmovilidad en un espacio que no le pertenece.
Por último, veremos cómo lo anterior tiene eco en un concepto que permitirá elucidar las principales inquietudes de Los niños perdidos. Se trata del término del «niño expuesto», que Dalila Rezzoug, Thierry Baubet y Marie Rose Moro definen como
aquel que da cuenta del paso de un mundo a otro y de experiencias a las cuales tal paso renvía: el tránsito, la transición, la separación, la pérdida, la adaptación [vinculados] a la ruptura sobre la cual el niño se construye: la fractura entre el mundo interno (familia, lengua materna, cultura del país de origen) y el de afuera (instituciones, cultura y lengua extranjeras)2.
Así, pues, veremos la efracción de esta ruptura en algunos casos de niños y jóvenes migrantes cuyas vidas oscilan entre su país de origen, las dificultades del trayecto y los Estados Unidos.
Crisis migratoria en los Estados Unidos y muro administrativo
De acuerdo con estimaciones de la periodista Liz Robbins3 del periódico The New York Times, así como de la policía fronteriza de los Estados Unidos, entre 2014 y la primera mitad del 2015, fueron aprehendidos cerca de 84 000 niños en la frontera con México. Esto suscitó una gran preocupación en la entonces administración de Barack Obama, declarando así un estado de crisis migratoria en su territorio. Este motivo fue el detonante que llevó al gobierno de Obama a poner en marcha un nuevo mecanismo para dirigir la situación migratoria de los niños: la creación de un dispositivo judicial llamado priority juvenile docket (expediente juvenil prioritario) cuyos objetivos eran el control y la deportación a gran escala de niños de Honduras, El Salvador, Guatemala y México.
El expediente juvenil prioritario fue refrendado a través del «Programa Frontera Sur», el cual fue establecido en julio de 2014 entre la administración del expresidente Barack Obama y la del expresidente de México, Enrique Peña Nieto. El objetivo de este programa no era solamente reforzar la complicidad de ambos gobiernos en el tema del control migratorio sino, sobre todo, tratar de desplazar la crisis migratoria a México dando mayor peso a la deportación de niños migrantes hacia ese país. En el contexto de ese nuevo marco legal migratorio, la frontera entre México y los Estados Unidos dejó de ser la inquietud principal para las familias y sus hijos. Esta vez, las amenazas se encontraban dentro del territorio mexicano, a través de la violencia y la extorsión que sufrían los migrantes frente a grupos narcotraficantes. Del lado de los Estados Unidos, el expediente juvenil prioritario representó el mayor peligro para los migrantes más jóvenes, particularmente expuestos a la falta de protección jurídica y, por lo tanto, a una rápida deportación.
El dispositivo del expediente juvenil prioritario es la última etapa administrativa que deben pasar los niños y los jóvenes migrantes para solicitar una visa de regularización. Sin embargo, la verdadera naturaleza de este dispositivo se descubre en su doble función: por un lado, priorizar y acelerar el examen de los casos de niños y jóvenes sin papeles ante el Tribunal Federal de Inmigración; por otro lado, reducir el tiempo para elaborar un expediente de defensa sólido con la ayuda de un abogado. Antes de la crisis migratoria declarada en verano de 2014, los menores llegados a la frontera tenían por lo general 365 días para pedir asilo político o algún otro tipo de estatus legal. Sin embargo, desde el establecimiento de la nueva medida, el proceso se redujo a 21 días únicamente, un periodo de tiempo que además sirvió para esgrimir una advertencia para los países de origen de los niños migrantes.
Pese a ello, quienes tienen más oportunidades para presentar una defensa ante el Tribunal Federal de Inmigración son los niños migrantes que cuentan con familias instaladas en los Estados Unidos, familias que por lo general tienen los recursos para encontrar y contratar a un abogado. No obstante, el carácter oneroso y diferido de este proceso lleva a algunas familias a solicitar apoyo en asociaciones, a la espera de encontrar la disponibilidad de algún abogado voluntario. En este sentido, uno de los mayores problemas para los niños migrantes es la falta de ayuda para organizar su expediente. El Tribunal Federal de Inmigración recibe muchos expedientes incompletos o mal estructurados, por lo que su decisión deriva en una orden de expulsión. Esto no es sino una pequeña parte de un panorama de tensiones y tragedias en la vida de los niños migrantes que llegan a los Estados Unidos. Dicho panorama es el punto de arranque para Valeria Luiselli, quien observa el engranaje migratorio que trasciende los dictámenes del tribunal y las fronteras entre los países implicados.
Discontinuidad del espacio vital en los niños migrantes
Los niños perdidos (Un ensayo en cuarenta preguntas)4 es un ensayo que resuena en tres aspectos: en la propia experiencia migratoria de Luiselli en los Estados Unidos, en el sistema de justicia migratoria que imparte dicho país, y en el proceso de desarraigo en el cual oscilan las vidas de los niños migrantes. Para hilvanar los aspectos enumerados, Luiselli articula una secuencia narrativa que se intercala con su voz ensayística y con los testimonios de los migrantes involucrados, permitiendo abordar su participación como intérprete de los niños migrantes desde diferentes ópticas.
Uno de los ángulos principales de Los niños perdidos es aquel en donde se anteponen los testimonios de los niños y jóvenes migrantes, permitiendo a Luiselli establecer el tema del desarraigo como correlato de su postura crítica durante su labor como intérprete al servicio del Tribunal Federal de Inmigración de los Estados Unidos. En su actividad como intérprete voluntaria, Luiselli tenía la tarea de traducir a niños migrantes un formulario de 40 preguntas en inglés. De manera general, este formulario elaborado por abogados defensores de los derechos migrantes buscaba conocer más sobre la vida de los niños en su país de origen y de su trayecto hacia los Estados Unidos.
La manera en la que dicho cuestionario da forma a la figura de los niños migrantes es decisiva, pues no sólo está condicionada por la interpretación del Tribunal Federal de Inmigración, sino que además pone de relieve distintas historias de migración y de desarraigo. En este sentido, el principio general del formulario parece compartir una de las definiciones propuestas por Thierry Baubet y Marie Rose Moro, la cual dice: «Migrar constituye un acto complejo que corresponde con toda una serie de motivaciones conscientes e inconscientes intrincadas, en proporciones variables en cada individuo, haciendo cada historia única»5. Sin embargo, considerando el concepto del «niño expuesto» referido anteriormente, el formulario tiende a generalizar el conjunto de historias y pierde de vista cuestiones clave dentro del marco migratorio: la identidad y la ruptura. A este respecto, Baubet y Moro se preguntan: «¿cómo continuar siendo uno mismo mientras hay modificaciones?, ¿Cómo mantener el sentimiento de continuidad de sí mismo, de la propia historia, de la relación con los otros (visibles o invisibles) mientras la realidad no está hecha sino de rupturas?»6.
A la luz de lo que precede, las primeras preguntas del formulario nos llevan a constatar un fuerte pragmatismo en detrimento de los principios de identidad y de ruptura. Así, la pregunta uno dice: «1) ¿Por qué viniste a los Estados Unidos?». Enseguida, de la pregunta dos a la seis, el cuestionario se enfoca en las condiciones del trayecto hasta la frontera: «2) ¿Cuándo entraste a los Estados Unidos?; 3) ¿Con quién viajaste?; 4) ¿Viajaste con algún desconocido?; 5) ¿Qué países cruzaste?; 6) ¿Cómo llegaste hasta aquí?». Posteriormente, Luiselli señala que las preguntas siete y ocho pretenden explorar las experiencias dolorosas que los niños sufrieron durante su trayecto: «7) ¿Te ocurrió algo durante el viaje a los Estados Unidos que te asustara o lastimara?; 8) ¿Alguien te ha lastimado, amenazado o asustado desde que llegaste a los Estados Unidos?». Frente a estas preguntas, observa Luiselli, las respuestas de los niños no son más que silencios, movimientos de cabeza, algunas palabras y frases sin terminar.
La edad del niño y la dificultad de las preguntas son dos obstáculos que contribuyen a la inconsistencia de los expedientes llevados ante el tribunal. Aquí, hacemos notar que los niños no cuentan con acompañamiento clínico que les permita mitigar su pasado traumático y expresarlo de la manera más clara posible. Un ejemplo de ello es el caso de dos hermanas guatemaltecas de siete y cinco años de edad que se entrevistaron con Luiselli. Mientras traducía las preguntas, la escritora observó que la niña más pequeña se entretenía realizando dibujos en un cuaderno y que la mayor trataba de responder tímidamente a una serie de preguntas: «–¿Por qué viniste a los Estados Unidos? –Eso no sé. –¿Cómo viajaste hasta aquí? –Nos trajo un señor. –¿Un coyote? –No, un señor. –Ok, ¿y el señor se portó bien con ustedes? –Sí se portaba bien, yo creo. –¿Y por dónde cruzaron la frontera? –Eso no sé. –¿Texas? ¿Arizona? –Sí, Texas Arizona»7. A medida que el cuestionario avanzaba, las respuestas aproximativas de la pequeña se transformaban en respuestas monosilábicas, dando una forma incierta a una historia que, desafortunadamente por su brevedad, no tendría la solidez necesaria para afrontar la decisión del juez.
Desde un punto de vista psiquiátrico, las especialistas Cécile Rousseau y Lucie Nadeau comentan que la migración «[…] se inscribe con frecuencia en la ruptura de la experiencia de vida. La migración se sitúa afuera de lo habitual por la importancia que tiene en la discontinuidad del espacio de vida que ella engendra, perteneciendo así a lo anormal»8. Las respuestas de los niños se encuentran ocultas en los pliegues de esa discontinuidad del espacio de vida. Para hacer que tal discontinuidad llegue a la superficie en forma de frases que puedan dar cuenta de la experiencia de desarraigo, Luiselli comprende que no basta con traducir las preguntas del inglés al español, ni tampoco es suficiente la traducción de un registro formal-administrativo al registro lingüístico de un niño.
Para reducir esas distancias, Luiselli trata de diluir la rigidez de las preguntas llevando su papel de intérprete al dominio de la terapia. En este sentido, la autora intenta deconstruir las preguntas y dosificarlas con el objetivo de acceder a un plano más horizontal con los niños durante las entrevistas. Esto puede ilustrarse en el caso de la misma niña guatemalteca de siete años cuando se le hace la pregunta número 22 del cuestionario: «–¿Mantuviste contacto con tu padre y/o madre? Silencio. –Cuando estaban allá, ¿cómo contactaban a su mamá? –¿Cómo? –¿Tenían contacto con su mamá cuando ella estaba aquí y ustedes allá? –¿Allá? –¿Su mamá les llamaba antes por teléfono? Por fin la niña asintió […]»9. Para Luiselli, es necesario que los niños puedan encontrar imágenes en su memoria y las palabras necesarias para responder de la manera más clara posible pues de ello depende la constitución de un expediente sólido en el momento de presentarlo ante el Tribunal Federal de Inmigración:
Las palabras que escucho en la corte salen de bocas de niños, bocas chimuelas, labios partidos, palabras hiladas en narrativas confusas y complejas. Los niños que entrevisto pronuncian palabras reticentes, palabras llenas de desconfianza, palabras fruto del miedo soterrado y la humillación constante. Hay que traducir esas palabras a otro idioma, trasladarlas a frases sucintas, transformarlas en un relato coherente, y reescribir todo eso buscando términos legales claros. El problema es que las historias de los niños siempre llegan como revueltas, llenas de interferencias [historias] de vidas tan devastadas y rotas, que a veces resulta imposible ponerles un orden narrativo10.
Al final de las entrevistas con los niños, el resultado que encuentra Luiselli es el de un conjunto de fragmentos inconexos, una multiplicidad de historias en espera de tener lugar, en espera de tener voz. El objetivo último es hacer que un relato no sólo sea válido para enfrentar una decisión administrativa sino, sobre todo, hacer que un relato dé cuenta de los procesos migratorios y de desarraigo que viven los niños. Ante esto, la escritora comenta que el cuestionario de los niños «produce el negativo de una vida, un negativo que va a esperar en la oscuridad hasta que alguien lo pesque del fondo de un archivo y lo exponga a la luz […]. Contar las historias no sirve de nada, no arregla vidas rotas. Pero es una forma de entender lo impensable»11. Si bien las respuestas de los niños evocan por lo general el rencuentro con los padres o con algún otro miembro de la familia, el cuestionario está diseñado para que las respuestas se enfoquen en causas que los obligaron a dejar su país. Así, por lo general, las respuestas de los niños se muestran unánimes ante el relato que se les pide contar: se escapa porque la presencia de la violencia invade la vida personal, porque la persecución y la amenaza por parte de los grupos Barrio 18 o el MS-13 (la Mara Salvatrucha) es constante y porque en muchas ocasiones se impone el trabajo forzado.
Durante la construcción del relato, los niños y jóvenes migrantes se ven obligados a mirar de nuevo la ruptura y la discontinuidad de su espacio para poder adaptarse a un marco legal y a un lenguaje jurídico. En este sentido, los niños viven dos veces su experiencia migratoria: una, de manera física por medio de su desplazamiento, la otra, mediante la experiencia emocional de estados post-traumáticos que se mantienen entre lo irresoluble y entre la resiliencia. Para los niños migrantes, responder al cuestionario representa un desafío en el que es necesario diseccionar los recuerdos etapa por etapa. Dentro del cuestionario empleado por el Tribunal Federal de Inmigración, algunas preguntas remiten a la realidad que vivieron los niños antes de dejar su país de origen, otras evocan el trayecto migratorio y muy pocas (seis de las 40 preguntas) se concentran en la vida de los niños en los Estados Unidos.
Lo anterior es lo que el campo de la psicopatología transcultural distingue como factores pre-migratorios, migratorios en su devenir y post-migratorios12. Dentro de este campo se alzan opiniones distintas respecto a los aspectos psicosociales y temporales que determinan el estado de la salud mental del migrante: para unos, el factor pre-migratorio tiene un efecto prolongado, para otros, sin embargo, el factor post-migratorio es el que tiene preponderancia en la reconstrucción de las experiencias migratorias13. No obstante, a esto se añade la complejidad del fenómeno migratorio cuando se le sitúa en la cuestión de la identidad y sus diferentes dimensiones: la continuidad histórica, el sentimiento de sí mismo, el vínculo con los otros14. Si bien dentro del cuestionario hay atisbos que permiten una mejor comprensión de la experiencia migratoria de los niños, lo cierto es que la ausencia de un acompañamiento psicoterapéutico dificulta la cabal reconstrucción de sus historias migratorias.
Luiselli observa que el cuestionario no es sino el inicio de un intrincado proceso que deja poco margen para entender la complejidad de cada caso, dejando inconclusa la posibilidad de identificar distintas psicopatologías generadas por la discontinuidad del espacio vital. En cuanto que intérprete de los niños, Luiselli forma parte de lo que Thierry Baubet y Marie Rose Moro denominan, en el marco de la psicopatología transcultural, un «[…] discurso mediatizado por el traductor, lo que implica integrarlo en el dispositivo terapéutico»15. En este sentido, el papel de Luiselli como traductora-intermediaria permite la transmisión de la experiencia de los niños migrantes. Sin embargo, su rol como intérprete va más allá pues, al decodificar y simplificar las preguntas, la autora busca estrategias para ayudar a los niños a completar su historia migratoria. De esta manera, el papel desempeñado por Luiselli corresponde con una de las premisas de la psicopatología transcultural: «La traducción no es simplemente un medio de expresión, sino que participa en el proceso interactivo de la psicoterapia en situación transcultural»16. Así, pues, la participación de Luiselli como traductora adquiere otra dimensión durante la construcción de los relatos migratorios y se convierte en una pieza clave dentro de un proceso psicoterapéutico que, inexistente en el formalismo del cuestionario, viene a remediar las dificultades que tienen los niños migrantes para poder atribuir palabras a su experiencia migratoria.
El migrante como categoría abstracta: migrar hacia el mismo lugar
Uno de los puntos culminantes hacia donde Luiselli dirige su crítica tiene relación con lo que el sociólogo Abdelmalek Sayad denuncia en La double absence. Des illusions de l’émigré aux souffrances de l’immigré (1999): «Al mutilar el fenómeno migratorio de una parte de sí mismo, como se tiene la costumbre de hacerlo, nos exponemos a crear una población de inmigrantes como una simple categoría abstracta, y al inmigrante como un mero artefacto»17. El cuestionario del Tribunal Federal de Inmigración, al pretender dar una forma concreta a las experiencias de los niños migrantes, convierte los testimonios de los niños en generalizaciones homogéneas de un mismo fenómeno.
Otra parte del problema es que, si bien el cuestionario se enfoca someramente en las distintas fases migratorias, este termina por hacer una abstracción tanto de la figura del emigrante como de la figura del inmigrante. Thierry Baubet y Marie Rose Moro indican que tal omisión tiene una doble consecuencia: «[…] eso lleva a ignorar la experiencia pre-migratoria […] tanto en el plano colectivo (contexto social y político) como en el individual, así como el contexto variable del fenómeno migratorio según el tiempo y el país de origen»18. A este respecto, el cuestionario no considera un punto importante: la variabilidad del fenómeno migratorio dentro del territorio de acogida, es decir, dentro de los Estados Unidos. Dicho de otra forma, las preguntas del cuestionario ignoran las diferentes maneras en las que los niños migrantes pueden adaptarse (o no) a su nuevo entorno, omiten el hecho de que el migrante y la sociedad anfitriona entran en un proceso de cambios:
Después de la migración, el universo de los migrantes y el de la sociedad de acogida se encuentran y se transforman mutuamente. Los determinantes de la salud mental de los migrantes pertenecen entonces, de manera simultánea, a la sociedad anfitriona, a las comunidades y a las personas inmigrantes19.
Un ejemplo de esto se encuentra en el caso de Manu, un adolescente hondureño domiciliado en Hempstead, Estados Unidos, en espera de continuar con el proceso de su expediente en busca de su regularización. Luiselli explica que Manu huyó de su país para escapar de las pandillas MS-13 y Barrio 18. Sin embargo, en Hempstead, Manu se ha encontrado de nuevo con miembros de las dos pandillas. Dicho de otra manera, su propio movimiento migratorio ha llevado a Manu hacia el desplazamiento de muchos otros jóvenes migrantes que se encuentran en los Estados Unidos y que, en muchas ocasiones, recrean los patrones sociales que vivieron en su país de origen. Desde esta óptica, Manu ha migrado hacia una «Tegucigalpa B» situada esta vez en el hemisferio norte. Luiselli recupera el testimonio de Manu, quien dice que «[…] Hempstead es un hoyo de mierda lleno de pandilleros, igual que Tegucigalpa»20. Ante ello, Luiselli explica que entre «Hempstead y Tegucigalpa hay una larga cadena de causas y efectos. Ambas son ciudades en el mapa de la violencia relacionada con las guerras del narcotráfico [desde Washington] casi siempre ubican la línea divisoria entre la “civilización” y la “barbarie” abajo del río Bravo»21.
Sin embargo, la realidad social de los Estados Unidos no es el único factor que desatiende el formulario de preguntas. Esta omisión tiene efectos que resuenan en la percepción que se tiene sobre el migrante y sobre el lugar que se le da dentro del fenómeno migratorio, un fenómeno en el cual se encuentran varios implicados: los Estados Unidos, México, El Salvador, Guatemala y Honduras, sólo por mencionar el caso del triángulo norte del continente americano. La crítica de Luiselli va en ese sentido, a la falta de una visión que considere y acompañe a los niños migrantes como casos particulares, concretos y heterogéneos en cada una de las fases de su movimiento migratorio. Asimismo, Luiselli denuncia la ausencia de responsables ante el fenómeno migratorio y el establecimiento de una visión que suele ver el problema de los migrantes como un asunto exclusivamente suyo. Así, desde la conciliación y la crítica, Luiselli advierte la magnitud de esta crisis: «Las causas y raíces de la situación actual tienen vínculos hemisféricos; y las consecuencias, por ende, tienen un alcance también hemisférico»22.
Conclusiones finales
En Los niños perdidos, Valeria Luiselli lleva a la luz la manera en la que las leyes migratorias de los Estados Unidos y de México consideran la historia de los niños migrantes: como una historia desprovista de movimiento. En consecuencia, la ausencia de una política del movimiento (siendo el migrante el resultado de sus desplazamientos) produce a su vez la ausencia de una historia migratoria heterogénea: «Todas las historias que se traducen en la corte acaban siendo generalizaciones de los relatos personales, distorsiones; toda traducción de las historias de los niños es una imagen fuera de foco»23.
Sin embargo, la participación de Luiselli en el tema migratorio adquiere una dimensión distinta porque su experiencia como intérprete es opuesta al proceso de estandarización de las cortes americanas. La autora no sólo se cuestiona de qué manera ayudar a los niños a responder a las preguntas, sino también cómo adaptar las respuestas a los parámetros del cuestionario y de las leyes migratorias de los Estados Unidos. En su pretensión por dar una forma a la figura del migrante, el cuestionario del Tribunal Federal de Inmigración construye una figura mutilada pues, por una parte, lo hace sin considerar un acompañamiento psicológico a los niños migrantes en su proceso de desarraigo familiar-cultural y de adaptación al nuevo territorio y, por otra parte, tampoco busca incidir en la necesidad de solucionar la crisis migratoria de manera conjunta.
La intervención de Luiselli como intérprete toma un impulso febril al momento de recopilar los diferentes testimonios para enfrentarlos con el problema migratorio en sí. Al hacer esto, la autora trata de guiar esas historias hacia un corolario distinto para poder comprender al ser migrante y a su desarraigo, denunciando indirectamente la ausencia de un acompañamiento clínico necesario en los niños migrantes, no sólo para facilitar el proceso de respuestas en el formulario sino, sobre todo, para ayudarles a encontrar la continuidad de su vida.