¿Quiénes son los niños que trabajan en la calle?
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) entiende por trabajo infantil toda actividad que priva a los niños y adolescentes de su infancia, su potencialidad, su dignidad, y perjudica su desarrollo físico y psicológico17. Del 24,6 % de los jóvenes urbanos de 12 a 17 años que trabajan, el18,3 % ejerce ocupaciones peligrosas que no respetan el marco legal permitido para su edad. Desde el punto de vista gubernamental, es preciso erradicarlas18. Además, alimentan la actividad subterránea del trabajo informal que, en Perú, ocupaba el 59,5 % de la población en 2019 y se expandió al 74,3 % con la epidemia de Covid-1919.
El 57,1 % de los adolescentes trabaja para apoyar el negocio familiar y no cobra remuneración. Su participación a la actividad de los padres aligera de manera sustancial las cargas domésticas y la mano de obra gratuita que representan les evita reclutar a personal que la pareja no puede pagar. Los que trabajan fuera del círculo familiar perciben un pequeño salario, pero corren serios riesgos de ser explotados por sus empleadores20. Su aporte financiero es consecuente, pues cubre el 8,5 % de los gastos del hogar para las unidades familiares más pobres y llega hasta el 19,2 % para los adolescentes de 14 a 17 años21. Aunque gran parte de estos jóvenes trabaje por necesidad económica para garantizar la supervivencia familiar (el 53,6 %), algunos tienen otras motivaciones: les gusta trabajar (el 6,4 %), quieren ganar su dinero personal (el 23,5 %), aprender un oficio (el 1,6 %), comprar su material escolar (el 1,7 %)22.
La mayoría de estos niños y adolescentes pertenece a hogares biparentales (el 69,7 %) y el 23,5 % crece en familias monoparentales23. Sin embargo, prácticamente todos residen en viviendas precarias, a veces sin agua ni servicio sanitario básico24, y el 14,8 % es pobre25. En función de las horas que pasan en las vías públicas, van corriendo numerosos peligros: están directamente expuestos a la contaminación, a las intemperies, pueden hacerse explotar económicamente, no quedan prevenidos de malos encuentros, pueden hacerse enrolar en pandillas, drogarse, contraer enfermedades diversas, conocer abusos sexuales, ser víctimas de discriminaciones, tener accidentes, sufrir violencias, agresiones, robos. En efecto, la calle es por definición el espacio donde los menores son más vulnerables que en otras partes.
En Perú, el 93,8 % de los niños y adolescentes que laboran en las calles llevan conjuntamente su actividad económica y su programa académico26. Como las clases se imparten sólo por media jornada y los alumnos asisten por la mañana o por la tarde, según su grupo de referencia, el sistema facilita esta doble ocupación. Sin embargo, la escolaridad de estos jóvenes es a menudo caótica, pues solo el 11,6 % de ellos ha llegado hasta el final del ciclo primario y el 5,1 % ha terminado la secundaria27. El 23,2 % tiene que repetir el curso28, el 38,3 % de los seis-11 años y el 28,5 % de los 12-16 años de las familias más pobres tienen retraso escolar29. Las dificultades que encuentran en sus estudios obligan a algunos a abandonarlos prematuramente. Además, el 18,1 % de los alumnos afirma que no le gusta estudiar porque no entiende a los profesores o está en conflicto con ellos30. En los últimos años, se nota un aumento del trabajo en detrimento de la escolaridad. En 2017, la Defensoría del Pueblo registró una deserción del 6,3 % de los alumnos de secundaria31. En 2018, la asistencia a la escuela primaria de los sectores más pobres urbanos solo era del 93 % y a la enseñanza secundaria no superaba el 77,4 %32. Con la pandemia de Covid-19, los establecimientos escolares han estado cerrados durante dos años (abrieron de nuevo en marzo del 2022 en forma semipresencial cuatro horas diarias) y el trabajo infantil ha aumentado. La deserción escolar fue enorme, pasó del 1,3 % al 3,5 % en la enseñanza primaria y del 3,5 % al 4 % en la secundaria, cuando, antes, era un dato más marcado a este nivel. En efecto, el 99,6 % de los cinco-nueve años que trabajaba y el 97,7 % de los 10-13 años iba regularmente a clase, en contra de los 89,8 % de los 14-17 años33. En 2020, con el cierre de las escuelas y la enseñanza a distancia con el programa «Aprendo en casa», el 55,7 % de los niños que trabajaban dejaron de asistir a clase y no se matricularon por problemas económicos (75,2 %) y familiares (12,3 %)34. Las dificultades encontradas para conectarse, ya que numerosas familias no disponen de acceso a internet y poseen solo un celular, son también responsables en parte de esta desafección. Esta tendencia aumentó aún en 2021, dado que, en el área urbana, la tasa de los 14-17 años que estudiaban y trabajaban se incrementó de 5,5 puntos porcentuales comparada con el año anterior, pasando del 6,4 % al 11,9 %, y la de los adolescentes que trabajaban a tiempo completo pasó del 4 % al 6,8 %, marcando un crecimiento de 2,8 puntos porcentuales35. Todos estos jóvenes son víctimas de la pobreza y la precariedad en la que están sumidos con sus padres. Con el trabajo en la calle, entran en un círculo vicioso del que saldrán difícilmente. Con un nivel escolar bajo, tendrán mayores dificultades para insertarse en la sociedad, encontrarán menos oportunidades laborales, sociales y de realización personal; además, defenderán con dificultad sus derechos de ciudadanos. Para las chicas, la deserción escolar suele multiplicar los riesgos de embarazo prematuro36.
Muchas veces, la mendicidad organizada está dominada por mafias. En efecto, «tiene sus indicios de captación de niños y niñas, sobre todo en Puno, Huancavelica, Cusco, Lambayeque y Piura, con el fin de hacerlos mendigar en Lima»37. Este dato denota la incapacidad en que está la policía para luchar contra la trata. Sin embargo, durante las vacaciones de verano entre diciembre y marzo, llamó la atención de los educadores de calle del programa Yachay la presencia de numerosos mendigos o vendedores ambulantes de Lima que provenían de la región andina de Huancavelica, la más pobre del país, poblada de comunidades indígenas que conservan sus valores propios38. En esta zona donde predomina la pobreza extrema, esta migración se impone como una necesidad absoluta. Estos menores se pasan el día por la ciudad, entregados a sí mismos, sin la vigilancia de un adulto, y regresan por la noche al barrio de El Agustino. Se alojan en una habitación donde se agrupan con otros y duermen en el mismo suelo sobre cajas de cartón39. Los más chicos pueden ganar hasta 50 soles al día (11 euros), a veces más. Con este dinero, pagan su comida y los transportes. Al final de la temporada, pueden haber acumulado 800 o 900 soles (entre 180 y 200 euros), de qué comprarse un jean, zapatos o un celular, que sus padres no podrían pagarles y que se transforman en señales ostentosos de su emancipación y su éxito. La obsesión de ganar dinero los empuja incluso a privarse de almuerzo al mediodía si no han hecho negocios suficientes por la mañana y, a veces, tampoco cenan por la noche40. La experiencia de la ciudad los impacta definitivamente, como lo observa su profesora:
El viaje a Lima les cambia la mentalidad. En primero de secundaria recién están comenzando a viajar, pero cuando llegan a quinto grado piensan que lo único que importa es el dinero. Terminan el colegio y solo piensan en ir a Lima a trabajar41.
En Lima, descubren la independencia. A menudo, la influencia del espacio público es profunda y modifica su comportamiento:
Con dinero cambia todo. Ya en Lima los varones jóvenes tratan con muchísimas personas, en general a perfectos desconocidos, y cuando regresan a sus tierras ya están más rebeldes y poseen códigos sociales distintos a los de su comunidad. A veces hasta se vuelven más agresivos o borrachos42.
Los cambios observados en estos migrantes jóvenes pueden aplicarse a todos los menores que trabajan en la calle. Esta los modela a su modo. La pregunta que suscitan estos casos se encuentra perfectamente formulada al principio del documento Destino: Lima del que hemos sacado las informaciones más importantes: «¿Qué sucede cuando centenares de niños y jóvenes peruanos abandonan la escuela y se exponen a riesgos por una ilusión que no busca superar su pobreza?»43.
¿Quiénes son las niñas, niños y adolescentes que viven en la calle?
Antes de decidir abandonar el domicilio familiar para ir a vivir en la calle de manera definitiva, todos la han experimentado previamente, ya que han trabajado en ella. Han tejido relaciones con otros en la misma situación y la vía pública les aparece entonces como el único espacio de libertad en el que podrán realizarse. La gran mayoría –se trata tanto de chicas como de chicos– proviene de familias pobres que no satisfacen sus necesidades vitales y trata de colmarlas en la calle dedicándose a la venta ambulante o robando. En numerosos casos, el menor no soportó el ambiente familiar con su violencia verbal o física, el alcoholismo de los padres, su carencia de ternura, su ausencia prolongada cuando salen para trabajar. Se desprende para él una imagen degradada del padre y/o de la madre44. En varios casos, las familias reconstituidas son las responsables principales de la expulsión de los niños, quienes no soportan las nuevas relaciones que se instauran con los recién venidos45.
Con la elección de vivir en la calle, la ruptura es total con la institución escolar. Algunos nunca la han frecuentado, porque tenían que trabajar o porque sus padres nunca los mandaron, ya que no podían pagar los gastos de escolaridad, en particular el uniforme obligatorio, o ya que no veían su necesidad. Muchos otros tuvieron experiencias negativas con sus profesores y experimentan repulsión hacia el sistema. Varios sufrieron incluso malos tratos de parte de sus maestros46.
Antes de la rehabilitación del centro histórico de Lima, estos menores se encontraban ahí y la plaza San Martín era el lugar principal de reunión. Ahora se quedan más en los pueblos jóvenes y se concentran en todos los barrios en lugares precisos: Canto Grande, Huaycán, el centro comercial de la Panamericana Norte, Puente Piedra, La Victoria, La Molina, el parque de Villa El Salvador, Comas, El Callao, etc…47. Van cambiando de sitio permanentemente para esconderse de la policía y alquilan una habitación en hoteles baratos para pasar la noche o se aglutinan en casas destartaladas que ocupan; a veces duermen en la misma calle sobre cajas de cartón o bajo los puentes. Viven en pandillas, que son su punto de referencia y su apoyo. En realidad, la pandilla se sustituye a la familia. Con ella, son posibles todos los extravíos. Se organiza alrededor de un líder, generalmente mayor, que prepara las acciones delictivas por cometer (robos, agresiones) y tiene un territorio bien definido. La violencia y la delincuencia son los modos de funcionamiento más frecuentes. Las rivalidades entre pandillas dan lugar a verdaderos combates de calle en los que se exhiben incluso armas de fuego y cuchillos. Estas pandillas son una amenaza para la seguridad pública. Los ajustes de cuentas entre miembros pueden llegar hasta la muerte.
Dentro de la pandilla, el consumo de drogas viene a ser una actividad recreativa, les permite pasar momentos positivos en su vida caótica, evadirse del día a día, pero les sirve también para aplacar el hambre. La más utilizada es el pegamento de zapatero, llamado «terokal» (59 %), pero, rápidamente, consumen drogas más duras, marihuana (50 %), pasta básica de cocaína (41 %), éxtasis48. Resulta muy fácil encontrarlas, ya que se contaban más de 1 600 puntos de venta en Lima en el 201749. El tabaco y el alcohol se añaden a este abanico adictivo. Los riesgos son mayores para la alteración de la salud de estos menores en pleno período de formación. Además, bajo los efectos de los estupefacientes, estallan querellas que degeneran hasta tal punto que estos jóvenes pueden llegar a cometer crímenes y resultar encarcelados50.
La vida en la calle expone a estos niños y adolescentes a una vida sexual prematura y desenfrenada, con la experiencia de la homosexualidad y de la prostitución. Esta última puede empezar a los 11 años51. Muy a menudo, las chicas se encuentran embarazadas precozmente, sobre todo en el contexto de asociación entre droga y sexo52. En numerosos casos, el problema se resuelve con la toma de la píldora del día siguiente. Además, muchos frecuentan las cabinas de acceso a internet para ver películas pornográficas o informarse acerca de las formas nuevas de utilizar las drogas. Algunos se vuelven adictos también a los juegos.