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Tapa de La Infancia desarraigada en tierras hispanohablantes (Marie-Élisa Franceschini-Toussaint i Sylvie Hanicot-Bourdier, dirs, 2024) Show/hide cover

La construcción discursiva de la identidad del niño en las pinturas de castas de los virreinatos de Nueva España y del Perú en el siglo 18

Introducción

La pintura de casta1 es un género pictórico cuyas primeras representaciones surgieron en Nueva España a inicios del siglo 182, con los cuadros del criollo Manuel Arellano realizados en 17113, antes de extenderse a los Andes en la segunda mitad del siglo 184. Destinado a las élites hispanas y españolas, el género fue producido por pintores esencialmente criollos que, como descendientes directos de los conquistadores, intentaron demostrar su poder y, por extensión, su superioridad en un momento en que las reformas borbónicas, que cambiaron las instituciones coloniales, limitaron sus privilegios otorgados en el pasado por la Corona, así como el acceso a los cargos eclesiásticos y de la administración colonial. De esta tensión entre españoles peninsulares y españoles americanos nació un discurso identitario criollista, forma de colonialismo interno como lo señala Laura Catelli5, cuyo propósito era legitimar su acceso a los espacios de poder distinguiéndose de las demás castas. Desde una perspectiva iconográfica, la formación de un imaginario sociocultural criollo mediante la demostración de la otredad étnica se plasmó en la pintura de castas.

Bajo la forma de una serie por lo general compuesta de 16 piezas, cada cuadro sigue una composición similar, presentando en primer plano y de cuerpo entero o tres cuartos a una pareja de diferentes castas cuya unión «produce» (según la terminología de la época) un niño caracterizado por un nuevo nombre que proporciona al espectador informaciones sobre su identidad social. Definido por nuevas categorías raciales que rompen con el principio de filiación y el sentimiento de pertenencia, se encuentra desarraigado y privado de sus orígenes. A esta denominación se asocian una fisonomía y un entorno utilizados como argumentos para apartar o, por lo contrario, admitir a un individuo en la sociedad dependiendo de su apariencia. De este modo, el pintor, agente criollo6, crea una imagen codificada que no posibilita al niño existir como tal.

La presencia del niño, figura central de la composición, se relaciona con las nociones de raza y genealogía desarrolladas en el siglo 18. La clasificación de los tipos humanos, tal como se expresaba en el mundo científico dieciochesco, fue teorizada por el filósofo francés Michel Foucault7 que, en 1976, define la noción de biopoder como una estrategia discursiva de poder que controla los cuerpos individuales a partir de mediados del siglo 17. Partiendo de esta definición, la vida humana y, por extensión, la del niño (que se considera un «producto» de las mezclas8), se convierten en un eje fundamental de las estrategias políticas. Desde su nacimiento, se le ha asignado un rol social basado en una descripción verbal y visual que legitimaba su clasificación por medio de diferentes características fenotípicas. Entonces, el objetivo de este estudio es analizar los procesos discursivos mediante los cuales se forjó en la América española del siglo 18 la identidad del niño. Dicho de otro modo ¿cómo se construyeron la raza y la identidad del niño en un espacio iconográfico en el que el encuentro entre lo verbal y lo visual visibilizó la diferencia?

La identidad: un discurso racial

El discurso racial criollo en torno al tema de la mezcla de personas de distintas razas y, por ende, distintas «aptitudes», se cristalizó en la construcción visual de las pinturas de castas desde los inicios del siglo 18. Sin embargo, existió desde los primeros años del asientamiento de los imperios coloniales en América un rechazo del mestizaje que, como fenómeno biológico, instauró una doble herencia: una española y otra india o negra. Al respecto, en el Diccionario de la lengua castellana de Sebastián de Covarrubias publicado por primera vez en 1611, no se encuentra el término «mestizaje»(por ser una construcción contemporánea), sino la palabra «mestizo»9 que se refiere a la procreación de diversas especies animales. En la mayoría de los casos, las uniones mixtas, o sea entre un español y una india o una negra, fueron uniones ilegítimas denunciadas mediante una serie de clasificaciones que señalaban, por un lado, la herencia racial y, por otro lado, el estatus social del niño. Por eso se estableció una distinción jerárquica entre el niño ilegítimo y legítimo:

Las actitudes en cuanto a la ilegitimidad también estaban relacionadas con conceptos sobre raza y etnicidad. Uno de los componentes más importantes de la cosmovisión ibérica de la edad moderna temprana fue la idea de la pureza de la sangre. Ser de sangre «pura» significaba ser de linaje libre de «contaminación» de judíos, moros, personas de nacimiento ilegítimo y de africanos e indígenas. [...] En la ideología colonial, la ilegitimidad estaba inseparablemente identificada con el mestizaje –a tal punto que los hijos ilegítimos y las personas mestizas eran considerados como dos categorías perfectamente intercambiables10.

Para la Iglesia católica, el niño ilegítimo era el que nacía de una relación fuera del matrimonio, aunque para los hombres fue natural mantener relaciones extramatrimoniales con mujeres consideradas inferiores a su condición por su raza11. Pero en el sistema de las castas, la ilegitimidad se asociaba a las condiciones étnicas de los padres, india y negra, lo que afectó directamente la vida de los niños. De hecho, se excluyeron de la esfera religiosa a los indígenas y a los de ascendencia africana, así como todas las personas de sangre mezclada12. Por otra parte, un descendiente ilegítimo no podía reclamar su patrimonio al contrario del hijo «natural». También la condición de ilegítimo, una de las principales consecuencias sociales del mestizaje, estaba estrechamente ligada a los numerosos abandonos de niños13. Por consiguiente, este sistema generó, por una parte, una división entre descendencia legítima y no legítima y, por otra parte, un orden social específico definido en términos de filiación y raza:

La total ausencia de mujeres durante la Conquista propició las relaciones casuales entre españoles e indias desde comienzos del siglo XVI. En 1501 la Corona toleró la alianza entre españoles e indias, condicionada por el lazo legítimo del matrimonio, a pesar de lo cual la mayoría de estas relaciones seguían siendo ilícitas. La primera generación de mestizos –así denominados los hijos nacidos de español e indio– después de la Conquista se integró a la cultura de la madre o el padre. Sin embargo, cuando a finales del decenio de 1530 el término mestizo se volvió común en su uso, solía más bien aludir a individuos que no habían logrado integrarse a ninguno de estos grupos, y pasó a ser prácticamente sinónimo de ilegitimidad14.

Las nociones de inferioridad e ilegitimidad atribuidas a los indígenas y, en una segunda fase, a sus descendientes mestizos, surgieron en un periodo en que el imaginario colectivo fue impregnado de misticismo y mitos, lo que primero impactó mucho en la visión que los descubridores tuvieron de América y dio lugar a la formación de relatos de conquista. En estos discursos, los términos en referencia a los indios, seres infieles, brutos y bárbaros, remitieron a una construcción ideológica que se imaginó desde Europa. Desde una perspectiva iconográfica, las estampas de los países bajos de los siglos 16 y 17, basadas en las creencias y leyendas relativas al descubrimiento de América15, presentaban a personajes misteriosos y bestiales (amazonas, caníbales, gigantes, indios salvajes con plumas, un carcaj y flechas). Si bien Europa inventó estereotipos del indio americano que había que educar y convertir a los preceptos católicos, los virreinatos crearon sus propias codificaciones visuales que establecieron su estatus y el de sus descendientes mestizos. Para enfatizar los rasgos de personalidad atribuidos a sus vínculos con la población indígena, algunos cronistas denunciaron en sus escritos los malos hábitos de los mestizos argumentando que eran inclinados, vagos, pendencieros, mentirosos e inconstantes16.

El jurista español Juan de Solórzano Pereira, oidor de la Audiencia de Lima entre 1609 y 1626, afirma en su Política indiana, en la que propone reformar el Nuevo Mundo, que «se pueden cazar [a los indios] como fieras, si los que nacieron para obedecer lo rehúsan, y perseveran contumaces en no querer admitir costumbres humanas»17. Aunque la legislación sobre los indios ha sido cada vez protectora, siguiendo las críticas del clérigo y en particular las de los dominicos Antonio de Montesinos, Francisco de Vitoria y Bartolomé de la Casas, numerosos fueron los que afirmaban que eran seres inferiores. Para justificar la esclavitud de los indios18, Solórzano Pereira demuestra que no poseían los mismos derechos que cualquier ser humano:

Todavía es mucho más lleno el derecho que tenemos en los esclavos que el que podemos pretender en los Indios; y según las disposiciones legales se juzgan por hacienda propia nuestra, y son comparados a los muertos, o a los animales, y con menor injuria podemos servirnos de ellos para nuestros aprovechamientos, y comodidades, aunque se expongan a algún peligro; pues aún hay quien diga, que podemos matarlos, y que de tal suerte están necesitados a obedecer que deben posponer su salud y vida a la de sus amos.

Algunos aspectos de las culturas indígenas fueron perseguidos, especialmente todo lo que tenía que ver con la expresión de la religiosidad y el culto prehispánico que fue clasificado por las autoridades eclesiásticas dentro de la categoría de la idolatría y castigado a través de los juicios de idolatría.

Para describir al negro oriundo de África y justificar su explotación principalmente vinculada al servicio doméstico, la producción de artesanías y, en algunas zonas, al trabajo en las plantaciones, de nuevo se recurría a argumentos de inferioridad racial. La corona española adoptó el Código francés negro de 168519 en el que el artículo XII menciona que «los hijos nacidos de matrimonios entre esclavos serán esclavos y pertenecerán a los amos de la esclava, no al amo de su marido, si el esposo y la esposa tienen diferentes amos». Desarraigado de su lugar de origen, el niño nacido de padres esclavos se convirtió a su vez en esclavo y se reconoció como un bien material.

En su Política indiana, Juan de Solórzano Pereira borra las diferencias étnicas y culturales entre los indios según su procedencia geográfica, así como entre los negros llegados de África (los bozales) y los nacidos en América (los ladinos). Por ser descendientes de esclavos, ambos grupos «no solo requirieren pureza, o limpieza de sangre sino también nobleza». Del mismo modo y como bien se puede suponer, afirma el jurista que los descendientes de una unión entre indios y negros (mestizos y mulatos) «nacen de adulterio, o de otros ilícitos», lo que significa que los niños de esas castas nacían con un estatus racial inferior y cargaban el peso de un imaginario social adulto. Entonces, «ser limpio de mala raza» o, por lo contrario, «ser de mala raza» e incluso «tener o no señales de mala raza» implica que los rasgos físicos se utilizaron como argumentos de autoridad para acusar a un niño o un individuo de pertenecer a un linaje impuro. En otros términos, las castas de «poca calidad», que englobaban a los descendientes de esclavos negros «mezclados» con la población nativa, no designaban solo otros linajes inferiores sino también un fenotipo que evidenciaba el origen y características morales de «seres defectuosos».

En cambio, los españoles de honra y los criollos, necesariamente blancos, fueron «verdaderos españoles y como tales […] gozan sus derechos, honra y privilegios». Por eso no se casaban con indias o negras, porque tal unión generaría «[seres] infames, por lo menos infamia». De nuevo se trata de un argumento discriminatorio hacia todos los grupos relacionados con la ascendencia africana e india. Como bien se sabe, no solo en España sino también en la América española, los conceptos de honor, honra e incluso de fama como cualidades morales se relacionaban con la pureza o la limpieza de sangre. De esta manera, una ascendencia «pura», o sea sin mezcla de raza y con todas las connotaciones despectivas que estos términos tenían en la mentalidad de aquella época, conservaba las aptitudes de los antepasados y comprobaba el honor de un individuo. Por esas razones y como lo demuestra el estudio de Norma Angélica Castillo Palma20, las probanzas de limpieza se multiplicaron mediante interrogatorios (a menudo realizados por las autoridades eclesiásticas) para certificar la inexistencia de vínculos con todo tipo de descendientes africanos y/o indios. Dicho de otro modo, para un criollo el objetivo era demostrar que sus antepasados eran españoles puros y cristianos viejos, ya que desde los primeros tiempos de la conquista se excluyeron de las Indias a todos los herejes y enemigos de la fe católica, así como sus descendientes (entre otros los judíos, musulmanes, moriscos, conversos). En el caso de un niño expósito, el informante demostraba la probanza de limpieza o no, describiendo la apariencia física del niño y enumerando las diferentes capacidades, cualidades y/o defectos asociados a su fisonomía.

Pureza y purificación de sangre

La purificación de sangre era un proceso genealógico mediante el cual un linaje mezclado podía «limpiarse» de toda forma de mestizaje. Por medio de uniones matrimoniales específicas, los individuos mezclados podían «depurar» su alcurnia con el paso de las generaciones, borrando así los orígenes de una raza inferior. Es, por tanto, un procedimiento que le quita al niño cualquier vínculo de parentesco y sentimiento de pertenencia.

Las primeras pinturas de una serie de representaciones de castas se centran en la unión entre españoles e indígenas. Según la serie pintada por el novohispano José Joaquín Magón, la unión entre un español y una india vecina21, considerada cristiana nueva, «produce» una mestiza o un mestizo (fig. 1); de la unión entre un español y una mestiza, nace una castiza o un castizo (fig. 2); y por último, la unión entre un español y una castiza «torna a español» (fig. 3), lo que significa que el niño se consideraba como español «puro» por proceso de blanqueamiento, procedimiento que cierra el ciclo del mestizaje tras tres generaciones.

Figura 1. Serie de José Joaquín Magón (Nueva España), De Español, ê Yndia, nace Mestiza, hacia 1750, óleo sobre lienzo, 112 x 136 cm, Museo Nacional de Antropología, Madrid

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Figura 2. Serie de José Joaquín Magón, Español, y Mestiza producen Castiza, hacia 1750, óleo sobre lienzo, 112 x 136 cm, Museo Nacional de Antropología, Madrid

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Figura 3. Serie de José Joaquín Magón, De Español, y Castiza, torna á Español, hacia 1750, óleo sobre lienzo, 112 x 136 cm, Museo Nacional de Antropología, Madrid

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En los cuadros de mestizaje de la serie peruana encargada por el virrey Amat, compuesta por 20 lienzos, se nota que el componente negro puede desaparecer generaciones tras generaciones destacando así el carácter civilizador del gen español: de la unión entre una quinterona de mulato y un requinterón de mulato (ambos nacidos de antepasados españoles y mulatos) nace un español (fig. 4), y la unión entre un español y una requinterona de mulato «produce gente blanca» (fig. 5).

Figura 4. Cristóbal Lozano (virreinato peruano), Quinterona de mulato. Requinterona de mulato. Español, entre 1751-1800, óleo sobre lienzo, 99 x 124 cm, Museo Nacional de Antropología, Madrid

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Figura 5. Cristóbal Lozano, Español. Requinterona de mulato. Produce Gente Blanca, entre 1751-1800, óleo sobre lienzo, 97,60 x 123,20 cm, Museo Nacional de Antropología, Madrid

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Por lo contrario, en las series novohispanas, el niño descendiente de una unión entre un español y una negra está condenado a permanecer en un «linaje manchado» según la terminología de la época. Si nos fijamos en la serie de Andrés de Islas, la unión entre un español y una negra produce una mulata o un mulato (fig. 6); de un español y una mulata, nace una morisca o un morisco (fig. 7); la unión entre un español y una morisca produce una albina o un albino (fig. 8); y el niño que nace de la unión entre un español y una albina nace «torna atrás» (fig. 9). Esta expresión, que pone de manifiesto una regresión al punto de partida, o sea a un «negro puro», demuestra que «ser identificado como negro o como descendiente de negro en el sistema de castas equivalía a la marginación en el escalafón más bajo del orden»22.

Figura 6. Serie de Andrés de Islas (Nueva España), De español y negra, mulata, hacia 1774, óleo sobre lienzo, 75 x 54 cm, Museo de América, Madrid

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Figura 7. Serie de Andrés de Islas, De español y mulata, morisco, hacia 1774, óleo sobre lienzo, 75 x 54 cm, Museo de América, Madrid

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Figura 8. Serie de Andrés de Islas, De español y morisca, albino, hacia 1774, óleo sobre lienzo, 75 x 54 cm, Museo de América, Madrid

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Figura 9. Serie de Andrés de Islas, De español y alvina, nace torna atrás, hacia 1774, óleo sobre lienzo, 75 x 54 cm, Museo de América, Madrid

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La herencia genética del niño de origen negro, transmitida por vía materna, lo condena a una situación de marginalidad social. De hecho, el comportamiento de la madre en la figura 6, que está a punto de golpear a su marido español, demuestra la violencia y peligrosidad inherentes a ese grupo étnico23. Por otra parte, ubicada en un ámbito privado que simboliza el hogar y la familia, la mujer ya no cumple el rol de la madre. En una época en que la educación era un instrumento para formar y perfeccionar el individuo, la mujer-madre-negra no se puede encargar de la crianza de su hija por su naturaleza profunda. Se trata, por lo tanto, de una estrategia discursiva que asocia la carnación con valores, aptitudes y capacidades mentales. A este propósito, Eduardo Restrepo24 observa que en el siglo 17, el colorido negro se refería no solo al color de la piel sino también del alma y al pecado, aunque el ser humano siempre tuvo miedo del negro desde sus orígenes por motivos religiosos25. De hecho, tradicionalmente y desde una perspectiva iconográfica, las gamas cromáticas oscuras se relacionan con la amoralidad, la perversión, la muerte y el infierno, mientras que los tonos claros, con lo divino, lo bueno y lo moral. En los diccionarios publicados en los siglos 16 y 17, a menudo el término negro se asociaba con adjetivos negativos y expresiones peyorativas que ponían de manifiesto el carácter tanto transgresivo como desgraciado de esa casta: «desventurado», «maldecido», «infortunado», «por cosa mala en costumbres», «negra y mala suerte», «callar como negra en baño» e incluso «negro de mi» como sinónimo de pobre de mí26.

De la misma manera y teniendo en cuenta lo que se ha dicho antes, las uniones entre negros e indios, en las que se excluye el componente blanco-español, reforzarían los defectos y deficiencias de cada casta y el principio de degeneración defendido por científicos del siglo 1827. Por consecuencia, para el niño que nacía de la mezcla entre indios y negros, así como todas las combinaciones posibles de los descendientes, no había sangre que «limpiar» por la ausencia de ancestros españoles.

Racialización de la identidad infantil

En el siglo 18, en un contexto en que se debatieron en los círculos intelectuales el origen del hombre y las especies, los conceptos de limpieza y purificación de sangre construyeron una jerarquía entre las castas mediante una distinción socioracial que justificaba el temperamento de un niño e incluso comportamientos e inclinaciones naturales. En otros términos, las señales externas del aspecto físico (no solo el color de la piel sino también la conducta) fueron pruebas de una buena o mala ascendencia, lo que puede parecer paradójico en una época en que gran parte de la población era producto del mestizaje, y pocos podían demostrar un origen puro. Por consiguiente, cada raza y tipo de mezcla tenía distintas aptitudes intelectuales y físicas28 que el pintor representaba a través de una gestualidad particular y mediante un entorno u objetos específicos para identificar el estatus social de los retratados, lo que tuvo impacto en el imaginario cultural colonial.

El niño español, nacido de una unión entre un(a) español(a) y un(a) castizo/a, es un ser referente «casi limpio de origen»29 que, como blanco (resultado del proceso de blanqueamiento a la tercera generación) y al igual que su bisabuelo español, determina las diferentes uniones y mezclas. Por eso, aparece como un adulto pequeño con una ropa casi idéntica a la que lleva el progenitor español (fig. 3) para evidenciar que conserva las actitudes y cualidades de esa casta dominante, así como su posición en la cima de la pirámide social.

En las series en las que solo uno de los padres es español, a menudo se ilustran las tensiones que existen dentro del núcleo familiar mixto en relación con la crianza30. Las figuras 10 y 11 presentan a un niño mestizo ricamente ataviado a la manera europea entre sus dos padres, y la madre india, en un gesto de afección, pone una mano en su hombro o le da la mano. Pero para significar que la educación tanto moral como cristiana se recibe por el padre español31, el niño está llorando y se lleva la mano a los ojos, o intenta abrazar a su padre (fig. 12) como si buscara su protección.

Figura 10. Serie de Andrés de Islas (Nueva España), De español e india, mestizo, hacia 1774, óleo sobre lienzo, 75 x 54 cm, Museo de América, Madrid

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Figura 11. Anónimo (Nueva España), De español e india, mestizo, 1775-1800, óleo sobre lienzo, 41 x 52,50 cm, Museo de América, Madrid

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Figura 12. Atribuido a Juan Rodríguez Juárez (Nueva España), De español y mulata produce morisca, hacia 1715, óleo sobre lienzo, 80,7 x 105,4 cm, colección privada, Breamore House, Inglaterra

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Del mismo modo, la superioridad étnica de la casta blanca se ve materializada por un juego de escalas y perspectivas que existe entre los personajes. La mirada de la niña mestiza, ubicada entre sus padres, se dirige hacia arriba (fig. 13 y 14) y el movimiento se prolonga hasta la cara del padre español, punto superior de una diagonal ascendente que determina la relación socioracial entre los dos grupos, así como la filiación paternal. En cambio, en la figura 15, un eje vertical, línea de fuerza de la composición, coloca al niño español en primer plano y en el mismo espacio que el de su madre, también española, lo que valoriza la limpieza de sangre y, por extensión, pone de realce su condición de hijo legítimo en la sociedad.

Figura 13. Serie de José Joaquín Magón (Nueva España), De español e india nace mestiza, hacia 1750, óleo sobre lienzo, 112 x 136 cm, Museo Nacional de Antropología, Madrid

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Figura 14. Serie de Miguel Cabrera (Nueva España), De español e india, mestiza, hacia 1763, óleo sobre lienzo, 147 x 117 cm, Museo de Historia Mexicana, Monterrey

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Figura 15. Atribuido a José de Ibarra (Nueva España), De castizo y española, español, 1725, óleo sobre lienzo, 169 x 94 cm, Museo de América, Madrid

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Por lo contrario, diferentes mecanismos de estigmatización demuestran la falta de limpieza de sangre de los linajes negros e indios. Se pensaba en el periodo colonial que las mujeres de las castas más bajas podían transmitir no solo a sus hijos sino también a los niños de la alta sociedad (por ser amas de leche y nodrizas) enfermedades y «los vicios propios de su raza»32. Para demostrar la brutalidad inherente a estas castas, que formaría parte de la vida cotidiana de los afrodescendientes e indiodescendientes, algunos cuadros presentan al niño en medio de una disputa, pelea (fig. 16) o tratando de levantar al padre borracho y tendido en el suelo33. En las figuras 17 y 18, el padre, respectivamente lobo y chamizo, tiene un cuchillo en su mano derecha en presencia de su hijo cambujo. Esa conducta desviada, que se aparta de las normas sociales, fue anunciada en el cuadro anterior mediante una leyenda que describía al niño chamizo y lobo, futuros padres representados con un cuchillo, como un individuo de «mala ralea» y «ordinario, pesado, perezoso y de ingenio tarde». En otros términos, la personalidad del niño lobo o chamizo determinaría el tipo de persona adulta que llegaría a ser, es decir una amenaza para la estabilidad de la colonia. Estas tres escenas de violencia vienen a demostrar que la transmisión de actitudes peligrosas de una generación a otra, por tener la «sangre mezclada», impacta el proceso formativo del niño ya que no pueden mejorar su condición social.

Figura 16. Serie de José Joaquín Magón (Nueva España), De albarazado y salta atrás, sale tente en el aire, hacia 1770, óleo sobre lienzo, 112 x 136 cm, Museo Nacional de Antropología, Madrid

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Figura 17. Atribuido a José Joaquín Magón, De lobo e india nace cambujo, entre 1754-1760, óleo sobre lienzo, 147 x 117 cm, Museo de Historia Mexicana, Monterrey

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Figura 18. Anónimo, (Nueva España), De chamizo e india, sale cambuja, hacia 1770, óleo sobre lienzo, 112 x 136 cm, colección privada Malú y Alejandra Escandón, Ciudad de México

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Del mismo modo, las predisposiciones negativas, transmitidas a cualquier mezcla entre un individuo negro e indio por la ausencia del componente blanco-español, se indicaban mediante nombres-categorías que revelaban el estatus social del niño y determinaban su vida futura. Si bien muchas de ellas fueron inventadas por los pintores y no se aplicaron en la vida diaria, Ilona Katzew precisa que las castas «idearon algunos de estos nombres que luego pasarían a integrarse al léxico de la elite»34. La primera categoría proviene del vocabulario relacionado con animales (el niño coyote, lobo, cambujo –ave mexicana que tiene negras la pluma y la carne– y zambo –mono americano–); la segunda hace referencia a colores (el niñoalbarazado –manchado de blanco o de otro color– y barcino –de pelo blanco y pardo–) mientras que la tercera alude a elementos naturales (el niño chamizo, cuya denominación se refiere a la textura de un árbol o un leño medio quemado o chamuscado). En el Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias, se define al mulato como «el que es hijo de negra, y de hombre blanco, o al revés: y por ser mezcla extraordinaria la compararon a la naturaleza del mulo»35. La descripción tipológica del mulato asemeja al niño a un animal híbrido utilizado como medio de transporte. Por otra parte, se define el mulo como «animal conocido bastardo engendrado de caballo y asna, o asno, y yegua, por ser tercera especie, ni engendra el mulo, ni concibe la mula, sino es en raros casos, y prodigiosos»36. Entonces, el niño mulato, marginado, tiene características biológicas negativas como una supuesta infertilidad y una sumisión natural. Esa construcción de la alteridad se prolonga con el niño morisco. Nacido de un padre mulato y de una madre española (o lo contrario), su nombre, que se refiere a los descendientes de los musulmanes que se quedaron en España, destaca el color de su piel morena.

Por último, las series de pinturas de castas terminan con denominaciones que demuestran no solo la dificultad que tenían las sociedades coloniales para definir nuevas generaciones, sino también la confusión racial que existía después de tres siglos de mestizaje: el niño «no te entiendo», el «ahí te estás» y «salta atrás» evidencian un retroceso en el proceso de pureza racial37, mientras que la calificación «tente en el aire» se refiere a un individuo perdido entre dos identidades. Esa política de racialización del cuerpo, forma de dominación y de poder como lo señala el filósofo y psiquiatra martiniqués Frantz Fanon, que también se encuentra en el discurso del jurista español Juan de Solórzano Pereira, se dirigió en contra de los descendientes de mezclas de indios y negros, considerados como ilegítimos. Del mismo modo, si nos fijamos en el entorno y escenarios en segundo plano, se nota que tienen relación con el grado de civilización y educación de los niños retratados. El lujo y la riqueza definen al español y su progenie, mientras que la pobreza acompaña a los «mezclados».

Conclusiones finales

Las diferentes estrategias discursivas presentes en las pinturas de castas, vinculadas a lo imaginario racial y con una fuerte carga ideológica, construyeron la identidad del niño, identidad definida por el linaje y la pureza de sangre, el color, así como las cualidades o defectos de sus antepasados. Producto de diferentes fases de miscegenación, nace en una sociedad que ya ha determinado, desde su nacimiento, su raza y su condición social.

Esas características raciales, proyectadas por las agencias criollas, por un lado reproducen un discurso colonial que construye una legitimidad para los niños españoles, futuros poseedores del monopolio del poder. Por otro lado, proyectó este discurso, sin base científica alguna, una serie de desigualdades que tuvieron un profundo impacto en la construcción identitaria del niño mezclado en la medida en que definieron las limitaciones que tendría en su vida.

  • 1 Para una definición historiográfica del término casta, véase Katzew Ilona, La pintura de castas. Representaciones raciales en el México del siglo XVIII, Madrid, Conaculta, 2004, p. 43-46.
  • 2 Por razones de legibilidad y adecuación a todos los públicos, la edotorial ha optado por escribir los números superiores a 10 en números arábigos, incluidos los siglos.
  • 3Ibid., p. 15.
  • 4 Los cuadros de mestizaje o de castas encargados en 1771 por el Virrey Amat para el Gabinete de Historia Natural de Madrid fueron atribuidos al pintor limeño Cristóbal Lozano. Véase Estensorro Fuchs Juan Carlos et al. (coords.), Los cuadros de mestizaje del Virrey Amat. La representación etnográfica en el Perú colonial, Lima, Museo de Arte de Lima, 2000.
  • 5Catelli Laura, «Pintores criollos, pintura de castas y colonialismo interno: los discursos raciales de las agencias criollas en la Nueva España del periodo virreinal tardío», CILHA, 13, 2, 2012, p. 146-174.
  • 6Mazzotti José Antonio, Agencias criollas: la ambigüedad «colonial» en las letras hispanoamericanas, Pittsburg, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2000. El autor propone este concepto para entender la identidad entera de los criollos como grupo social a partir de diferentes perspectivas: sociales, políticas e incluso económicas.
  • 7Foucault Michel, Historia de la sexualidad: la voluntad de saber, tomo 1, México, Siglo veintiuno editores, 2007, p. 168-169. El filósofo sostiene que el cuerpo se convierte en un objeto de control: «Las disciplinas del cuerpo y las regulaciones de la población constituyen los dos polos alrededor de los cuales se desarrolló la organización del poder sobre la vida. El establecimiento, durante la edad clásica, de esa gran tecnología de doble faz –anatómica y biológica, individualizante y especificante vuelta hacia las realizaciones del cuerpo y atenta a los procesos de la vida– caracteriza un poder cuya más alta función no es ya matar sino invadir la vida enteramente».
  • 8 La palabra «mezcla» fue utilizada para referirse a los cruces entre linajes. Véase Araya Espinoza Alejandra, «¿Castas o razas?: imaginario sociopolítico y cuerpos mezclados en la América colonial. Una propuesta desde los cuadros de castas» en Cardona Hilderman y Pedraza Zandra (coords.), Al otro lado del cuerpo. Estudios biopolíticos en América Latina, Bogotá, Universidad de los Andes, Medellín, Universidad de Medellín, p. 53-77.
  • 9Covarrubias Orozco Sebastián de, Tesoro de la lengua castellana o española, edición de 1674, fol. 110. Disponible en línea en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/del-origen-y-principio-de-la-lengua-castellana-o-romance-que-oy-se-vsa-en-espana-compuesto-por-el--0/html/00918410-82b2-11df-acc7-002185ce6064.html.
  • 10Milanich Nara, «Historical Perspectives on Illegitimacy and Illegitimates in Latin America», en Hecht Tobias (ed.), Minor Omissions: Children in Latin American History and Society, Madison, The University of Minnesota Press, 2002, p. 70 y 75, citado por Liebel Manfred, «Infancias latinoamericanas: Civilización racista y limpieza social. Ensayo sobre violencias coloniales y postcoloniales», Sociedad e Infancias, 1, 2017, p. 19-38.
  • 11Ares Queija Berta, «Los niños de la Conquista (Perú, 1532-1560)», en Rodríguez Pablo y Mannarelli María Emma (eds), Historia de la infancia en América latina, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2007, p. 85-105. La autora afirma que existían dos categorías de hijos ilegítimos: «los naturales, que eran aquellos cuyos padres, en el momento de ser engendrados o al de su nacimiento, hubieran podido contraer matrimonio sin necesidad de dispensa, y los espúreos, que eran todos los demás ilegítimos (incestuosos, adulterinos, sacrílegos, etc.). El hijo natural, a diferencia del espúreo, adquiría la condición de legitimado y los mismos derechos que el legítimo si sus progenitores se casaban».
  • 12Lavrin Asunción, «La construcción de la niñez en la vida religiosa. El caso Novohispano», en Rodríguez Pablo y Mannarelli María Emma (eds), Historia de la infancia en América latina, op. cit., p. 128.
  • 13Mannarelli María Emma, «Abandono infantil, respuestas institucionales y hospitalidad femenina. Las niñas expósitas de Santa Cruz de Atocha en la lima colonial», en Rodríguez Pablo y Mannarelli María Emma (eds), Historia de la infancia en América latina, op. cit., p. 147-169.
  • 14Katzew Ilona, La pintura de castas…, op. cit., p. 40.
  • 15 Véase Duviols Jean-Paul, l’Amérique espagnole vue et rêvée, les livres de voyages de Christophe Colomb à Bougainville, Paris, Promodis, 1985, y Sánchez Jean-Pierre, Mythes et légendes de la conquête de l’Amérique, Rennes, Presses universitaires de Rennes, 1996.
  • 16Ares Queija Berta, «Los niños de la Conquista (Perú, 1532-1560)», art. cit., p. 99.
  • 17Solórzano Pereira Juan de, Política indiana, 3 tomos, Madrid, Ed. de la Fundación José Antonio de Castro, 1996 [1647]. Las citas y expresiones entre comillas proceden del estudio dedicado al jurista: Bonnett Vélez Diana, Castañeda Salamanca Felipe, Juan de Solórzano y Pereira: pensar la colonia desde la colonia, Bogotá, Universidad de los Andes, 2006.
  • 18 En los primeros años de la colonización, los indios fueron esclavos de hecho hasta la promulgación de las Leyes de Burgos en 1512 que prohibieron la esclavitud. El sistema de encomiendas, que se estableció a partir de 1503, fue suprimido por las Leyes Nuevas en 1542, pero se conservó la encomienda hereditaria para una generación. Prohibida la esclavitud y desaparecida la encomienda, los españoles explotaron la mano de obra indígena con trabajos y servicios obligatorios, la mita en Perú y el cuatequil en Nueva España.
  • 19 El Code noir ou recueil d’édits, déclarations et arrêts concernant les esclaves nègres de l’Amérique, firmado por el Rey de Francia Luis XIV en Versalles en marzo de 1685, estableció las normas para el tratamiento de los negros esclavos, primero en las colonias francesas en América. La reglamentación se extendió a toda América en la segunda mitad del siglo 18.
  • 20Castillo Palma Norma Angélica, «Informaciones y probanzas de limpieza de sangre. Teoría y realidad frente a la movilidad de la población novohispana producida por el mestizaje», en Böttcher Nikolaus, Hausberger Bernd y Hering Torres Max S. (coords.), El peso de la sangre: limpios, mestizos y nobles en el mundo hispánico, México, El Colegio de México, 2011, p. 219-250.
  • 21Bustamente Jesús, «La invención del Indio americano y su imagen: cuatro arquetipos entre la percepción y la acción política» [en línea], Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 2017. Disponible en: https://journals.openedition.org/nuevomundo/71834#quotation. Según el autor, existen en el periodo colonial cuatro perfiles de indios difundidos mediante imágenes que corresponden a cuatro modos distintos de caracterizar a las poblaciones americanas originarias: el Salvaje Emplumado, el Indio a la Romana, el Indio Vecino y el Bárbaro Sanguinario. El Indio Vecino, o sea el que se encuentra en las pinturas de castas, es «un personaje cotidiano que forma parte sustancial de la nueva sociedad surgida en la América hispana como fruto de la convivencia y la mezcla de toda clase de sangres y condiciones (universo opuesto al ideal de las repúblicas separadas, una de españoles y otra de indios, que formulaba la legislación indiana). El protagonista principal de este arquetipo es sobre todo el indio urbano, integrado a la vida diaria de la colonia, formando parte de su actividad y de sus problemas. Es el indio próximo, el indio del mercado, el indio como vecino, con todo lo que eso implica social y legalmente».
  • 22Katzew Ilona, La pintura de castas…, op. cit., p. 46.
  • 23Mamet Roxanne, «De la familia nuclear a la transgresión femenina: representación de la mujer en la pintura de castas en la Nueva España del siglo XVIII», en Déviances féminines dans la famille hispanophone. Évolution et transgression du modèle familiale traditionnel, Nancy, PUN, 2021, p. 20-27.
  • 24Restrepo Eduardo, «El negro en un pensamiento colonial del siglo XVII: diferencia, jerarquía y sujeción sin racialización», en Chaves Maldonaldo María Eugenia (ed.), Genealogías de la diferencia: tecnologías de la salvación y representación de los africanos esclavizados en Iberoamérica colonial, Bogotá, Abya-Yala, Editorial de la Pontificia Universidad javeriana, Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar, 2009, p. 118-1176.
  • 25Pastoureau Michel, Noir, Histoire d’une couleur, Paris, Points, 2020, p. 28.
  • 26Stala Ewa, «Los nombres de los colores en el español de los siglos XVI-XVII» [en línea], Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2011. Disponible en: https://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcs18k7.
  • 27Campos Rivas Carlos Federico, «El concepto de purificación de sangre en el cientificismo racial del siglo XVIII», en Diálogos Revista Electrónica de Historia, vol. 18, 2, 2017 p. 121-139.
  • 28 En el primer cuadro de una serie de 16 lienzos, el pintor novohispano José Joaquín Magón indica en la parte superior central la leyenda siguiente: Calidades que de la mezcla de españoles, Negros, ê Yndias, proceden en la América; y son como se siguen por los números.
  • 29 Cuadros de mestizaje de la serie peruana del virrey Amat pintados por Cristóbal Lozano, Español, Gente blanca. Quasi limpios de su origen, entre 1751-1800, óleo sobre lienzo, 99 x 124 cm, Museo Nacional de Antropología, Madrid. Disponible en: http://ceres.mcu.es/pages/Main.
  • 30 Véase Lavallé Bernard, «Les tensions ethniques dans les familles péruviennes coloniales : réalité et/ou alibis (XVIIe et XVIIIe siècles)», Clio, Histoire, femmes et sociétés, 2008, p. 135-151.
  • 31 Una real cédula de 1583 ordenaba que los hijos de españoles casados con indias debían ser traslados a la casa del padre, junto con su madre, para que fueran educados como cristianos.
  • 32Rosas Lauro Claudia, «El derecho de nacer y crecer. Los niños en la Ilustración. Perú, siglo XVIII», en Rodríguez Pablo y Mannarelli María Emma (eds), Historia de la infancia en América latina, op. cit., p. 221.
  • 33 Francisco Clapera, De Genizaro y mulata, Gibaro, hacia 1775, óleo sobre lienzo, 51 x 39 cm, Museo de Arte de Dever, Estados Unidos. Disponible en: https://www.denverartmuseum.org/en/object/2011.428.15.
  • 34Katzew Ilona, La pintura de castas…, op. cit., p. 44.
  • 35Covarrubias Orozco Sebastián de, Tesoro de la lengua castellana…, op. cit., fol. 117 v.
  • 36Ibid., fol. 117 v.
  • 37 El jesuita misionero español José Gumilla explica cómo mejorar la configuración racial de las colonias enmendando la sangre de los indígenas y negros hasta un blanqueado total. Véase Katzew Ilona, La pintura de castas…, op. cit., p. 49.