Este trabajo se enmarca en el proyecto de Investigación «Mujeres, familia y sociedad. La construcción de la historia social desde la cultura jurídica. Ss. XVI-XX» (PID2020-117235GB-I00) y del GIR Sociedad y Conflicto desde la Edad Moderna a la Contemporaneidad de la Universidad de Valladolid.
Introducción
En las décadas finales del siglo 19, las diferentes acciones de atención a la infancia vivieron un fuerte impulso, debido a una nueva consideración de la importancia de esa etapa vital, y el empeño de crear una estructura de protección a la infancia acompañada de un mejor sistema educativo. Además, la atención a la infancia abandonada va pareja a la preocupación por el aumento de la delincuencia infantil, pues de los niños que vagaban por las ciudades y malvivían por sus medios salían los futuros delincuentes1. A su vez, los Estados europeos asumieron responsabilidades de tipo social, intentando paliar –en parte– los efectos de la industrialización que incidía negativamente en la clase trabajadora, multiplicándose las iniciativas de reforma social2. A la larga, estas actividades favorecieron la promulgación de diferentes leyes de protección a la infancia, formando un corpus jurídico que sustentó los futuros derechos del niño3.
La educadora e intelectual sueca Ellen Key bautizaba en 1900 la centuria como el siglo de los niños4 y denunciaba la difícil situación en que se encontraban las madres trabajadoras y los problemas de los menores en el ambiente familiar, escolar y laboral5. En este siglo, se acrecentó la atención a la infancia por parte de los sectores burgueses preocupados por un mayor desarrollo de la protección social. Abriéndose una etapa en que la protección a la infancia concitaba el interés también de los poderes públicos en un contexto secularizador, coincidiendo con la configuración de una movilización internacional en favor de dignificar la infancia desvalida, con organizaciones como la Unión Internacional para la Protección a la Infancia6. En 1923, Eglantyne Jebb –fundadora de Save the Children– elaboró la Declaración de Ginebra7, enunciando los derechos del niño que debían ser reconocidos por todos los países europeos8. A finales de ese mismo año, la declaración fue retransmitida por radio desde la Torre Eiffel por Gustave Ador, presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja9.
Este nuevo enfoque de la asistencia infantil también se observa en la legislación desarrollada en España en estas décadas, que sigue la tendencia europea de políticas públicas tendentes a un mayor intervencionismo social10. Así la Ley sobre Protección a la Infancia (1904) permitía la creación de las Juntas Provinciales cuya atención se centraba en la salud moral y física de los menores de diez años, y creaba el Consejo Superior de Protección a la Infancia y Represión de la Mendicidad –promovido por el pediatra Manuel Tolosa Latour– que consiguió sensibilizar a diferentes gobiernos y también a la opinión pública11. Fundamental fue también la creación de los Tribunales Especiales para Niños (1918)12 y Tribunales de Menores, iniciativas ambas desarrolladas por Eugenio Montero Ríos13. En paralelo a la actividad de estos tribunales se multiplicaron en el país los establecimientos reformadores que acogían a los niños enviados por los tribunales tutelares14.
A pesar de estos esfuerzos, la mayoría de las instituciones asistenciales para los niños no contaban con las condiciones mínimas de higiene15, eran insuficientes y se enmarcaban más bien en actividades de beneficencia que de atención pública, con una enorme dependencia de las iniciativas u organizaciones privadas, muchas de ellas católicas.
La protección social a la infancia había sido un campo de acción en el que la intervención femenina se había considerado altamente beneficiosa, una extensión natural de la tradicional atribución de los cuidados como una actividad femenina/maternal. En muchos casos, esta acción femenina que lleva al reformismo social estaba ligada a la práctica católica y a las diferentes vertientes de su acción colectiva. Sin embargo, en el marco de modernización y secularización que vivirá el país en las primeras décadas del siglo 20, sobresalen una serie de fundaciones sumamente interesantes por su liderazgo femenino, el carácter laico de las mismas y su interés por las nuevas corrientes pedagógicas. En esta línea destacan el Protectorado del Niño Delincuente y la Casa de los Niños de España, dos iniciativas desarrolladas en la década anterior a la Segunda República, orientadas al cuidado de la infancia desvalida y delincuente de Madrid.
Nuevas iniciativas en las primeras décadas del siglo 20
El Protectorado del Niño Delincuente nacía en febrerode 1916, coincidiendo con el aniversario del fallecimiento de Francisco Giner de los Ríos, cuyas ideas y las de Concepción Arenal inspiraron su actividad16. El Protectorado era una iniciativa eminentemente femenina, fruto de la acción de la Decena fundadora17, entre cuyos miembros se encontraban María Goyri, María de Maeztu y Alice Pestana, verdadera impulsora del proyecto y secretaria durante varios años de la organización. Alice Pestana era una destacada intelectual fuertemente comprometida con los principios feministas, republicanos y de la Institución Libre de Enseñanza. Además, contaba con una amplia experiencia docente, y en Portugal –su país de origen– había destacado por su presencia en relevantes actividades culturales y sociales. Su figura fue un extraordinario puente cultural entre España y Portugal, desde un proyecto intelectual y político republicano que tenía sus pilares en la educación y la cultura18. Alice Pestana trabajó incansablemente para lograr adhesiones al Protectorado, en una campaña de visitas personales y de considerable correspondencia con algunos de los protagonistas de la vida política del país, entre ellos Besteiro, que le facilitó una carta para reunirse con Pablo Iglesias, o Gumersindo de Azcárate, que de igual modo le proporcionó una misiva para facilitar el encuentro con Eduardo Dato19. Aunque la iniciativa del Protectorado era femenina, desde su origen contaron con ilustres consejeros y cooperadores como Gumersindo de Azcárate, Manuel B. Cossío, Ramón Menéndez Pidal, Antonio Royo Villanova, Rafael Salillas, Antonio Zozaya, Domingo Barnés, José Castillejo o Luis Zulueta20. Muchos de ellos eran amigos o familiares de la Decena y estaban ligados igualmente a la ILE y a las corrientes republicanas.
Los miembros del Protectorado aspiraban a promover la promulgación de normas legales que modernizaran la situación de los menores delincuentes. Contaban en este empeño con el apoyo de algunos parlamentarios, que eran también miembros de la asociación. Aunque su objetivo final era la atención a los menores delincuentes mediante la creación de una «Escuela de Detención» que evitara su entrada en la cárcel21, buscando alejarlos de los peligros y la violencia derivados de su internamiento en las prisiones22. Este proyecto estuvo influenciado por la experiencia lusa republicana del Refugio y la Tutoría de la Infancia23. En origen, la Escuela de Detención pretendía atender a aquellos que tenían algún proceso pendiente con la justicia, o que sufrían prisión preventiva o correccional24. Pero la falta de fondos impidió su desarrollo, orientando su actividad a labores de propaganda, publicación de ensayos y visitas recurrentes a los niños encarcelados, a los que llevaban pequeños obsequios. Aunque no fue fácil conseguir los permisos para acceder a la cárcel, consiguieron realizar visitas carcelarias Alice Pestana, María de Maeztu, Ana María Degetau y María Goyri25.
En el curso 1918-1919, el Protectorado trabajó con algunos de los menores de la Cárcel Modelo de Madrid, estableciendo un sistema de libertad vigilada en régimen de acogimiento familiar, similar al modelo de Estados Unidos. Para el éxito de esta iniciativa, fueron necesarias frecuentes visitas a la cárcel y la investigación social de cada menor. Casi todos los niños eran fundamentalmente víctimas de una situación de abandono26, por ello se los colocaba en familias diferentes a las suyas, pues la mayoría no contaba con un entorno familiar adecuado para su recuperación. Además, se establecía una acción combinada entre el hogar de acogida, y la escuela y/o el taller donde recibían educación, pretendiendo de este modo recuperar las «sanas alegrías juveniles» y su «dignidad personal». El Protectorado también ponía a su disposición un seguimiento médico regular y un servicio de ropero para cubrir sus necesidades de indumentaria27. Los resultados del proyecto fueron muy positivos, como se aprecia en la evolución de los primeros menores atendidos en el curso 1918-1919. Así, P.G.M. fue excarcelado en noviembre de 1918 a la edad de 11 años. Su delito había sido romper dos tejas jugando en la calle. No tenía madre y su padre, un albañil «envejecido y escuálido», frecuentaba con asiduidad la taberna y mantenía la casa cerrada durante el día, por lo que el niño pasaba las horas vagando por las calles. Las vecinas daban buenos informes sobre P.G.M., señalando que era «servicial, amable y buen recadero». En su casa de acogida le atendía una familia «modesta y laboriosa», el menor disfrutaba de cuarto propio y asistía a uno de los mejores grupos escolares de Madrid, manifestando una excelente conducta y progresando en sus estudios28.
En 1920, el Protectorado inauguraba la Casa-Escuela Concepción Arenal, anunciándose su fundación en los actos conmemorativos del nacimiento de Concepción Arenal organizados por el Ateneo ese mismo año. Si bien la Casa-Escuela supuso un gran avance en la labor de la asociación, no desarrollaba plenamente el proyecto de la Escuela de Detención. La Casa –que ocupaba el edificio de un hotel– ofrecía, en un ambiente familiar, una temporada de prueba y preparación para un número reducido de niños que, sacados de la cárcel, vivían bajo la dirección de un profesor, y la supervisión de la Decena fundadora del Protectorado y su Comisión asesora. Una vez alcanzada la formación que la Casa consideraba adecuada, los jóvenes eran enviados a familias y talleres de confianza de la asociación, ocupando su plaza nuevos internos29. Siguiendo un sistema de rotación a la vez que el número de protegidos aumentaba constantemente30.
Aunque la Casa-Escuela había sido un éxito, diversos contratiempos dificultaron su funcionamiento. Entre 1923 y 1924, los problemas económicos se multiplicaron, reduciéndose drásticamente las ayudas que recibían con regularidad31, coincidiendo con la pérdida de importantes consejeros del Protectorado. Pero la situación financiera era tan precaria que tuvieron que cerrar la Casa-Escuela a finales de 1924, limitando su actividad a la colocación de menores en familias. A pesar de esta malísima situación, insistieron en sus labores de excarcelación de reclusos, pero a un ritmo mucho más lento. Finalmente, tras conocer la puesta en funcionamiento –en julio de 1924– del Tribunal para niños, y su auxiliar el Reformatorio del Príncipe de Asturias, el Protectorado anunció el cese de sus actividades en diciembre de 1925. Alice Pestana, al repasar la vida de la organización, hizo un balance muy positivo de su actividad, recordando a los 103 jóvenes que habían ayudado, casi todos procedentes de la Cárcel Modelo de Madrid32.
La segunda fundación que destacamos es la Casa de los Niños de España (1919), una institución situada en el barrio de Ventas destinada a proteger eficazmente y «cariñosamente a la infancia desvalida», en palabras de su fundadora, Margarita Nelken33. Las cuidadoras del centro eran mujeres solteras con estudios de puericultura y pedagogía, y al cargo de los más pequeños se encontraba una profesora y madre de familia. La Casa albergaba salones de juegos, biblioteca, cocina y comedor, dormitorios, cuartos de aseo34 y un gran jardín de uso diario en el que instalaron un huerto. Durante su estancia, los niños recibían tres comidas –pudiendo repetir– y a los más pequeños se les alimenta cada tres horas y media. Todos los niños realizaban gimnasia. Además, por las tardes, entraban al centro a jugar unos 40 niños, que también recibían los jueves y domingos una merienda de pan y chocolate.
La Casa llegó a acoger diariamente a 65 niños, los más desfavorecidos entre los solicitantes, algunos de los cuales estaban pidiendo limosna en las calles. Tenían preferencia los huérfanos de padre o madre, y después aquellos cuyos progenitores «ganaban menos jornal y tenían más numerosa familia». Para disfrutar de los beneficios del centro, los niños debían estar sanos, o en todo caso padecer una enfermedad no contagiosa. La admisión no necesitaba ir acompañada de «recomendaciones ni certificados», tampoco expresar las ideas políticas o religiosas pues, como señalaba Margarita Nelken, nadie tenía «derecho a entrar en la vida privada de nadie», siendo una «inmoralidad, una crueldad sin remisión, una “salvajada” el hacer responsable a un niño de la conducta de sus padres». Según El Liberal, «mujeres pertenecientes a un sindicato católico júntanse para venir o traer o buscar a sus hijos, con otras de ideas totalmente diferentes»35. Margarita Nelken reivindicaba la flexibilidad en los criterios de admisión, pero también en su funcionamiento, permitiendo cierta laxitud en el horario de ingreso y salida de los niños al centro, siendo frecuente que por las noches hubiera niños «olvidados» –cuyas madres estaban enfermas o trabajando todavía– que eran acompañados hasta sus hogares36.
Para el sostenimiento de la Casa, se admitían donativos en metálico, de elementos decorativos, y de ropa usada, vistiendo de este modo «decentemente a muchos niños vestidos de harapos»37. También se organizaron diferentes actividades lúdicas para obtener fondos. Entre sus actividades, una función teatral patrocinada por El Fígaro concitóla presencia de todos los artistas de los teatros de Madrid para «dar brillantez a la fiesta»38, Pedro Muñoz Seca ofreció una conferencia39 y estaba organizada una demostración de esgrima moderna entre el barón Athos de San Malato y el maestro español de esgrima José Carbonell. Según El Fígaro, la sociedad madrileña se implicó en la iniciativa de Margarita Nelken, agotándose rápidamente las entradas para la función40. Incluso los Reyes hicieron un donativo en la fiesta benéfica, sumándose la Condesa de Romanones, el Marqués de Valdeiglesias, Torcuato Luca de Tena o la Asociación de la Prensa Española41. Recaudándose en total algo más de 17 000 pesetas.
En febrero de 1920, el Consejo superior de Protección a la Infancia otorgó un diploma de honor a Margarita Nelken, en reconocimiento a su labor, y una delegación del consejo visitó el centro. En ese momento, la situación económica que atravesaba la institución era angustiosa. Aun así, había crecido el número de niños recogidos, hasta alcanzar la cifra de 8642. Se ofreció una subvención a la Casa, con el requisito de que su dirección pasara a una orden religiosa y Margarita Nelken decidió cerrar la institución, convencida de la necesidad de que estas labores las desempeñara personal preparado, evitando así «la caridad a cambio de la sumisión de conciencia»43.
La atención a la infancia durante la Segunda República
La Segunda República, en el marco de un amplio proyecto reformista, pretendió también mejorar la atención infantil. El artículo 43 de la Constitución situaba la familia bajo la salvaguarda especial del Estado y obligaba a los padres a «alimentar, asistir, educar e instruir a sus hijos», señalando los mismos deberes paternos para los hijos nacidos fuera del matrimonio. El mismo artículo recogía que el Estado debía velar por «el cumplimiento de estos deberes y se obliga subsidiariamente a su ejecución», enunciando igualmente el compromiso del gobierno con la protección a la infancia, haciendo suya la «Declaración de Ginebra» o «tabla de los derechos del niño».
El empeño republicano por mejorar la situación de los niños se manifestó también en la legislación educativa reformista, que prestó una especial atención a la educación primaria. Y en las reformas institucionales desarrolladas a lo largo del quinquenio. Así, en abril de 1932, el Consejo Superior de Protección a la Infancia y Represión de la Mendicidad cambió su denominación por la de Consejo Superior de Protección de Menores, pasando del Ministerio de Gobernación al de Justicia. Con el objetivo no solo de entender en materia jurídica, sino también de ocuparse de la protección de los menores y de concitar la intervención para ello de psicólogos, pedagogos y médicos44.
En diciembre de 1933, los servicios de Sanidad y Beneficencia dependientes del Ministerio de la Gobernación fueron adscritos a Trabajo45. En este periodo, Alejandro Lerroux nombró a Clara Campoamor directora general de Beneficencia y Asistencia Social del Ministerio de Trabajo46, cargo que ocupó hasta su dimisión en octubre de 193447. Clara Campoamor, además de su lucha feminista, había manifestado también una preocupación por la defensa de los derechos de la infancia. Así, había participado en 1926 y 1928 en los X y XI Congresos Internacionales de Protección de la Infancia, celebrados en Madrid y París. Además, desde 1928 y durante el periodo republicano, mantendrá cargos en el Tribunal de Menores, trabajando junto a Matilde Huici y Victoria Kent. En 1933, insistía al Ministro de Justicia en la necesidad de presentar un proyecto de Ley sobre la investigación de la paternidad48.
Cuando tomó posesión de su cargo como directora general de Beneficencia y Asistencia Social, expuso algunos de sus objetivos más inmediatos, entre ellos elevar el nivel cultural y mejorar la formación profesional de los orfelinatos, y acabar con la mendicidad callejera, especialmente la de aquellos niños que pedían limosna en las calles. Clara Campoamor expresó su deseo de «desenvolver y dar realidad a la tabla de los derechos del niño» recogida en la Constitución, anunciando que pretendía centralizar en un organismo autónomo todos los servicios de atención a la infancia49. Convencida de este propósito, organizó –junto al gobernador civil de Madrid y al juez de menores– la recogida de niños en las calles, como explicaba en una entrevista a Josefina Carabias50. Posteriormente, insistía en que una de las acciones principales de la Dirección sería la creación de centros de asistencia pública y refugios para niños51. Entre los planes de Clara Campoamor figuraba también la creación de una especie de colonias infantiles para que durante el día los menores estuvieran recogidos, vestidos y alimentados, reintegrándose por las noches a sus domicilios. En estas colonias, tenía pensado instalar casetas con juguetes caros para que los niños no crecieran anhelando lo que disfrutaban los muchachos de familias acomodadas. La Dirección también aprobó un crédito para entregar 200 cunas a familias pobres52. Esta última iniciativa es similar a la entrega de cunas que en los años 193353 y 193454 realizó la Unión Republicana Femenina, agrupación fundada y presidida por la propia Clara Campoamor.
Pero rápidamente comprobó la recién nombrada directora que el reducido presupuesto dificultaba enormemente la modernización de la asistencia social y la consecución de sus objetivos. Por lo que orientó los esfuerzos a establecer un control público sobre la beneficencia privada. Para ello, proyectó la creación de un Cuerpo de Visitadoras de Asistencia Pública que coordinase las necesidades con las posibilidades de la institución a la que se recurriera55.
Sin embargo, la actividad de Clara Campoamor se vio interrumpida por la crisis ministerial de octubre de 1934, solicitando a Alejandro Lerroux que la enviase a Asturias para hacerse cargo de los niños que suponía abandonados por la revolución. Estos esfuerzos dieron sus frutos, pudiendo recoger en torno al centenar de menores, aunque Clara Campoamor daba la cifra de 500 niños desamparados56. A su regreso a Madrid, dimitió de la Dirección General de Beneficencia antes de finalizar el mes de octubre. En cambio, aceptó el nombramiento como presidenta de la Organización Pro-Infancia Obrera, dedicada a atender a los niños asturianos víctimas de las consecuencias de la revolución de octubre de 1934. Por esta institución intervino en un mitin pro-amnistía celebrado en mayo de 1935 en el Cinema Europa de Madrid57, aunque poco después también abandonó el cargo58.
Además de los cambios apuntados, durante la etapa republicana –también en Madrid– encontramos dos fundaciones –la Casa de los Niños y la Asociación Auxiliar del Niño– cuyo espíritu de servicio a la infancia –en el marco de una moderna asistencia social– refleja la misma política que intentó desarrollar Clara Campoamor y el régimen republicano. No debe extrañarnos por los lazos que ambas instituciones tenían con algunos de los protagonistas políticos del momento.
El Lyceum Club iniciaba su andadura en 1926, fundado por María de Maeztu, y del que formaron parte Clara Campoamor y Matilde Huici, entre otras muchas mujeres representantes de la intelectualidad femenina y feminista del país. Las socias del Club habían estudiado la posibilidad de desarrollar un programa de atención gratuita a los niños de familias obreras, que se concretó en la creación de la Casa de los Niños del Lyceum Club, conocida popularmente como «La Casita». La fundación de la guardería –atendía a menores hasta los cinco años– pudo llevarse a cabo por el empeño personal de Consuelo Bastos59, que presidía su Junta Directiva. En el funcionamiento diario de la Casa estaba al frente María Tapia y una señorita auxiliar60, contando con la ayuda de enfermeras, cocinera y voluntarias del Lyceum61.
La Casita era autónoma respecto al Club62 pero pudo constituirse por una suscripción abierta a las socias del Lyceum63. Este llamamiento fue un éxito, pues en un año se construyeron las instalaciones necesarias64 y la Casa se inauguraba en 1929. Uno de los rasgos distintivos de este centro es que estaba abierto a recibir constantes visitas de aquellos interesados en su actividad65, y no era raro que familias acomodadas visitaran la Casa en compañía de sus hijos y llevando regalos66.
Al parecer, cuando inició su actividad, la institución levantó suspicacias y hubo quejas por ser laica. Zenobia Camprubí recordaba cómo por estos motivos la iniciativa fue atacada«en la prensa y hasta desde el púlpito»67. Aunque el Heraldo de Madrid desmentía este punto y señalaba que «contra el rumor que ciertas personas han hecho circular de que esta institución es laica, tenemos el encargo de divulgar que no hay tal especie. Es perfectamente ortodoxa»68.
El centro estaba especialmente destinado a los hijos de madres obreras69 (trabajadoras de fábricas, talleres, asistencia a las casas, etc.) que contaran con escasos medios de vida. También tenían preferencia los niños gemelos, los de viuda (o viudo70), y aquellos que carecieran de la protección del padre, haciéndose la selección «de los demás por mayor número de hijos y menor jornal»71. No era necesario presentar certificados de ningún género, confiando en el criterio de las personas encargadas del Comité de admisión que elegían a los niños más necesitados después de visitar las casas de los solicitantes. Los informes realizados por este Comité se remitían a la junta, que tomaba la decisión final. Zenobia Campubrí señalaba que al llegar «algunos de los niños vivían tan mal alimentados que solían inclinarse contra la pared para evitar el cansancio de mantener la cabeza enhiesta sobre los hombros. En pocas semanas se convertían en chicos saludables»72.
No se admitían niños enfermos, salvo aquellos que padecieran afecciones no contagiosas «y susceptibles de curarse con el género de vida higiénica» que llevan en el centro, como aquellos que padecieran raquitismo. A su entrada en la Casita, el doctor Jaime Cárdenas realizaba un exhaustivo reconocimiento médico a los niños73, consignando en unas fichas la evolución en peso y crecimiento74. Las madres debían permitir los reconocimientos médicos que la Casa considerara indispensables, así como aceptar las vacunaciones necesarias, especialmente para la difteria o la viruela75. Los niños podían permanecer en el centro hasta los cinco años, momento en que la institución gestionaba su entrada en una escuela, procurando la admisión en grupos escolares con cantina escolar76. Los padres o tutores tenían que cumplir los horarios del centro, siendo la hora de ingreso en la Casa las ocho de la mañana –siempre en compañía de la madre o responsable–. Media hora después se cerraba la admisión. La salida era a las siete de la tarde, y si no estaban a la hora indicada, a la tercera falta perdían el derecho a la plaza. Con el fin de evitar que un extraño pudiera recoger a los menores, se diseñó un sistema de clave en la recogida. Las ausencias no justificadas y continuadas durante ocho días eran motivo para perder la plaza77.
Una vez en la Casita los niños desayunaban y a mitad de mañana recibían el baño. Un momento que a veces podía generar tensiones, pues: «los niños de clase humilde está[ba]n muy poco acostumbrados al baño. Los primeros días este se les hace insoportable. Gritan, lloran, rabian y patalean. Pero a los dos o tres días se acostumbran y no solo ya no lloran, sino que toman amor al agua tibia y chapotean en ella muy gustosos». Después de la comida78, servida en las mesas infantiles del comedor, llegaba la hora de la siesta para aquellos que quisieran dormir. Para ello, tenían una habitación con vistosas cunitas de cretona a rayas amarillas y negras. Acabada la siesta de dos horas, los niños se reencontraban en el jardín, momento que se aprovecha para enseñarles los colores y volúmenes, los nombres de las cosas, también canciones y oraciones. Para los días de verano la Casita contaba con una piscina en el jardín79. Antes de abandonar el centro se organizaba una merienda-cena80.
Cuando abrió sus puertas, en 1929, la Casa atendía a 12 niños, aumentando las plazas rápidamente a 30. En su segundo año de vida ya eran 40 los niños atendidos, y tras una pequeña obra de ampliación81, en los años 30 la Casa asistía diariamente a 60 niños82, entre dos y cinco años, proporcionando también comidas extras a gente necesitada del barrio83. Las solicitudes de ingreso superaban con creces la capacidad de la institución, siendo centenares las peticiones pendientes84, procedentes fundamentalmente del barrio de Cuatro Caminos y Chamberí. La actividad de la Casita era un éxito, incluso se plantearon abrir un segundo establecimiento85.
La prensa –tanto medios conservadores86 como progresistas– dio una gran cobertura a la actividad de la Casita animando a colaborar económicamente con la institución87. Entre las actividades promovidas por el propio Lyceum para recaudar fondos, Elena Fortún recordaba su participación en una fiesta a beneficio de la Casita en la que la autora, disfrazada y en una falsa gruta –rodeada de «calaveras, búhos, gatos despeluzados y braserillos, donde se quemaban maderas aromáticas»– leía a cambio de la voluntad las líneas de las manos88.
Con una finalidad similar a la Casa de los Niños, nacía en febrero de 1935 la Asociación Auxiliar del Niño, cuyo objetivo era mejorar la situación material de los menores desvalidos e indigentes, como una forma de luchar contra la delincuencia juvenil89. La asociación puede considerarse un proyecto personal de Matilde Huici90, auténtico motor de sus actividades; aunque no se integró en la junta directiva y convenció a Ángel Ossorio y Gallardo91 para que presidiese la misma92.
Como era habitual en este tipo de asociaciones, se crearon diferentes secciones en la que se integraban los diferentes miembros93. Así, el Comité de Propaganda lo formaban María Martos de Baeza94, Ángel Ferrant, Pilar Zubiarre, Obdulia Díaz, Federico García Lorca y Carmen Dorronsoro95.
La primera medida de la Asociación, en el marco de un plan de socorro más ambicioso, pretendía crear una serie de «Hogares infantiles», que acogieran en horario extraescolar a niños de ocho a 12 años, con la intención de alejarlos de «los peligros morales y materiales de la vía pública», y procurando darles una «sana formación espiritual», ocupándose también de su higiene y desarrollo corporal, a través de una acción combinada entre enseñanza y actividades recreativas (juegos, ejercicios gimnásticos, sesiones de cine, cuentos, biblioteca infantil, etc.). En junio de 1935, inauguraban una biblioteca infantil96 con capacidad para 50 lectores, abierta seis horas al día, y de la que eran usuarios igualmente los niños de las colonias infantiles97. Poco después lograron poner en funcionamiento el Club Infantil, que contaba con un taller. También organizaban otro tipo de actividades, como sesiones de cine-club infantil para los niños en el cine Génova con el objetivo de recaudar fondos98.
Desde sus inicios, las inscripciones en el Club Infantil superaron con creces las previsiones iniciales. Matilde Huici narraba así la inauguración del centro:
Fué un frenesí, una verdadera locura99. Hubo quien llevaba un juguete en cada mano y empujaba una pelota con los pies. Era muy curioso observar las reacciones espontáneas de los chicos. Lo primero, apoderarse de aquellos juguetes que les parecían los más caros, de los que ellos no habían visto sino en los escaparates. Unos con el mero afán de poseer, se iban a un rincón y casi no jugaban ni dejaban ver el juguete. Otros, exhibicionistas, con el juguete más aparatoso se ponían delante de la verja para que los vieran de puertas afuera. Pasados estos primeros días, los niños abandonaron los juguetes y se interesaron grandemente por la biblioteca y por el taller100.
El local del Club Infantil estaba dividido en tres partes principales: sala de juegos, biblioteca y taller101. El funcionamiento del taller se encontraba bajo la supervisión de Ángel Ferrant; los niños disponían de manera autónoma sus actividades, y las paredes del taller exhibían carteles con recomendaciones tales como «no hay que destruir nada, a no ser que se necesite para construir cosa que valga más que lo que se destruye», «si se procura dejar los utensilios en mejor estado del que se encontraron, la labor será mucho más fácil» o «aquí no hay maestro; pero puede preguntarse lo que no se sepa escribiéndolo en estos encerados»102. Desde la Asociación se animaba a colaborar enviando al taller «toda clase de objetos, incluso de esos que en las casas se suelen desechar por inservibles, desde el ventilador o el reloj que no funcionan, hasta la silla desvencijada, que el esfuerzo y la fantasía de los pequeños socios del Club transformarán quizás en un aeroplano o en un auto flamante»103.
Aunque los primeros momentos del Club no estuvieron exentos de pequeños incidentes. Cuando los carnés de socio del Club Infantil aun no contaban con fotografías, se dieron casos de suplantación de identidad. En el mes de agosto, algunos de los socios ausentes de Madrid por las colonias vendieron sus carnés. Sin embargo, estos actos fueron puestos en conocimiento de los adultos por el resto de los socios104. Si bien a la biblioteca tenían acceso las niñas, al Club Infantil no. Las jóvenes del barrio de la Prosperidad, molestas por esta exclusión, decidieron protestar y pedir explicación de su marginación. Al parecer, el Club carecía del espacio suficiente para una adecuada convivencia y la Junta había estudiado el asunto, concluyendo que eran muchos más los niños que deambulaban por las calles, pues normalmente las niñas permanecían en el hogar ayudando en los quehaceres domésticos. Sin embargo, la Asociación tenía intención de abrirles dependencias propias cuando tuviesen más recursos. Precisamente, entre los planes de futuro estaba el extender la actividad, aumentando el número de clubs y bibliotecas infantiles por otros barrios de Madrid.
La Asociación expandía su actividad en febrero de 1936, estableciendo una biblioteca en el grupo escolar Lope de Vega. La inauguración contó con la asistencia, entre otros, del subsecretario de Instrucción Pública y el alcalde de Madrid, Pilar Zubiaurre, Matilde Huici y Ángel Ossorio y Gallardo105. Este explicó en su discurso los fines de la Asociación y los logros obtenidos106, calificando a sus miembros de «personas de buenas intenciones» que pretendían «arrancar a los niños de los peligros del arroyo»107. En el acto, Ángel Ossorio también recordó que el mayor problema que debía afrontar la Asociación era la falta de medios económicos, reclamando que su tarea merecía la atención del Estado y del Ayuntamiento, pidiendo al alcalde la concesión de una parcela en la dehesa de la Arganzuela108, donde instalar unos pabellones que se dotaran de libros, juguetes e instrumentos de trabajo. El alcalde manifestó su deseo de que la corporación municipal aprobara dicha petición, y el subsecretario de Instrucción Pública, en nombre del gobierno, prometió cooperar a la obra de la Asociación109.
Fueron numerosos los artículos periodísticos que dieron noticias de la fundación, elogiando su actividad y animando a los lectores a colaborar en lo posible. Destaca el amplio reportaje publicado por Magda Donato en El Sol alabando la buena labor del Club Infantil y solicitando la colaboración económica a los lectores, aunque fuera por «egoísmo», pues «cada plaza que hoy se cree para un niño en un Club infantil puede ser mañana una plaza menos en la cárcel para un hombre»110.
Como otras asociaciones benéficas, para recaudar fondos y dar publicidad a sus actividades, especialmente la iniciativa del Club Infantil y Bibliotecas, organizaron celebraciones para sus asociados, invitando también a los vecinos del barrio de la Prosperidad. Así, en noviembre de 1935 llevaron a cabo una celebración en el Cinema Moderno111. Estas actividades buscaban atraerse nuevos socios o mecenas, pues aparentemente eran muy pocas las personas que conocían la Asociación. Sin embargo, en diciembre de ese año alcanzaban ya las 347 suscripciones mensuales y entre los donativos habían recibido 2 000 pesetas del Banco de España. Si bien las suscripciones mensuales variaban, la más alta (100 pesetas) correspondía al gobernador del Banco de España112.
Con motivo del primer aniversario de la Asociación –en febrero de 1936– se organizó un té en el Ritz113 al que asistieron centenares de invitados. Durante la celebración, Federico García Lorca leyó unos poemas de su Romancero gitano, y Ángel Ossorio y Gallardo anunciaba que los chicos de una barriada habían solicitado un Club y estaban colaborando a su consecución mediante unas cuotas que ellos recaudaban114. A principios de julio celebrarían también en el Ritz una fiesta dedicada a Dickens, en la que participaría María de Maeztu y estaba previsto que Salvador de Madariaga pronunciara unas palabras115.
A modo de conclusión
La atención a la infancia vivió un impulso modernizador en las primeras décadas del siglo 20, en el marco del establecimiento de una nueva asistencia social por los poderes públicos. A pesar de los numerosos esfuerzos –sobre todo durante la Segunda República– en España la acción estatal fue limitada en su renovación y solo pudo desarrollar un bajo número de iniciativas, centradas en la lucha contra la delincuencia y/o el desamparo juvenil.
Ante la gravedad de la situación vivida por una gran parte de los niños del país –especialmente los de las clases más desfavorecidas–, diversas asociaciones benéficas pretendieron suplir, en parte, la necesaria asistencia infantil a los menores abandonados. Estas organizaciones reunieron a algunos de los protagonistas de la política y la acción social del primer tercio del siglo 20.
Especialmente interesante resulta el estudio de las fundaciones expuestas, pues representan las nuevas corrientes modernizadoras de la protección a la infancia, en un marco secularizador y marcado por el liderazgo femenino. También porque sus protagonistas eran destacadas feministas en unas décadas en que se ampliaron los derechos sociales y políticos de las mujeres. En dichas asociaciones se aprecia cierta unidad de acción, dándose el relevo en su actividad o complementándose al diversificar su trabajo. Los rasgos compartidos por estas fundaciones, y las conexiones entre sus participantes, nos llevan a la reflexión de si, en parte, son herederas unas de otras. María de Maeztu es miembro de la Decena del Protectorado del Niño Delincuente, pero también fundadora del Lyceum Club que establece la Casa de los Niños, y colabora con la Asociación Auxiliar del Niño. Clara Campoamor también está ligada al Lyceum y comparte actividad –y profesión– con Matilde Huici, socia igualmente del Lyceum y fundadora de la Asociación Auxiliar del Niño, cuyas actividades recuerdan a algunas propuestas de Clara Campoamor al frente de la Dirección de Beneficencia. La Casa de los Niños de Margarita Nelken atrajo la atención de la sociedad madrileña y parece que antecede las fundaciones del Lyceum y de Matilde Huici.
Además, no es posible obviar la participación política de estas mujeres durante la Segunda República, cuyas actuaciones en asuntos relacionados con la infancia parecen establecer un diálogo –y complemento– entre las políticas públicas y estas organizaciones benéficas.