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Tapa de La Infancia desarraigada en tierras hispanohablantes (Marie-Élisa Franceschini-Toussaint i Sylvie Hanicot-Bourdier, dirs, 2024) Show/hide cover

Expósitos en el Hospital de Nuestra señora de Gracia de Zaragoza en un periodo de cambio (1810-1855)

El presente trabajo se ha realizado en el marco de los proyectos de investigación PID2020-1199806B-I00 y PID2020-113012GB-I00 del Ministerio Ciencia e Innovación.

Introducción

El abandono de niños, presente a lo largo de la historia de la humanidad, ha sido objeto de numerosos estudios. Este trabajo sobre los expósitos confiados en la primera mitad del siglo 191 al hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza, institución que desempeñaba ese cometido desde la Edad Media, pretende contribuir a su conocimiento. La novedad de la propuesta reside en la comparación de su funcionamiento en dos momentos del siglo 19: el primero centrado en los años inmediatamente posteriores a la Guerra de Independencia, con una incidencia muy grave en la capital aragonesa, el segundo en la década de los 50, tras la aprobación de la Ley General de la Beneficencia en 1849. En medio hubo algunas decisiones legales que deberían haber influido en la atención a los expósitos: la división provincial de los años 1822 y 1833, la primera Ley de Beneficencia del año 1822, su reglamento en 1836 y las leyes reguladoras de las atribuciones de ayuntamientos y diputaciones provinciales, aprobadas en 1845. Queda la duda de hasta qué punto estos cambios legales sirvieron para mejorar a corto o medio plazo el destino de los expósitos.

Fuentes

La documentación relativa a la inclusa de este hospital se recoge en dos fondos del Archivo de la Diputación Provincial de Zaragoza: el fondo Inclusa, que contiene entre otras fuentes los libros de registro de niños (1808-1981), y el fondo Beneficencia, que incluye las Actas de la Sitiada (1808-1837), las Actas de las Juntas de Beneficencia (1822-1865) y los expedientes de niños acogidos, contenidos en 1122 cajas (1815-1983). Hemos trabajado exhaustivamente los libros de registro de niños nº1 (1808-1814), nº3 (1817-1819) y nº22 (1850-1852). Hemos consultado asimismo las cajas 460, 600 y 667 que contienen una información miscelánea. Toda esta documentación ofrece datos suficientes para seguir la trayectoria vital de los expósitos desde su abandono hasta el final de la crianza.

Historiografía

El abandono de recién nacidos no era nada nuevo ni tampoco las medidas adoptadas por las instituciones para atenderlos, tanto en la capital aragonesa como en el resto del territorio hispano o de otros ámbitos, y la historiografía se ha hecho amplio eco de ello. Sirvan de muestra publicaciones colectivas sobre infancia abandonada en Europa (siglos 15-19)2. En el caso hispano, a las aportaciones iniciales de Teófanes Egido López, Antonio Eiras Roel, León Carlos Álvarez Santaló, Adela Tarifa Fernández o Eulalia Torrubia Balagué entre otros, centradas en inclusas de distintas zonas hispanas del Antiguo Régimen, siguió la síntesis de Vicente Pérez Moreda del año 20053. En este trabajo, las estimaciones cuantitativas del abandono se complementaban con los cambios acaecidos en el periodo contemplado: paso de una fase de «utilitarismo» eclesiástico, que buscaba salvar el alma de los expósitos con el bautismo, al ideario ilustrado continuado en el siglo 19, que, en un contexto populacionista, pretendía mejorar su situación. Posteriormente se han publicado numerosos trabajos, centrados la mayoría en el siglo 19, entre cuyos autores hay que mencionar a Sylvie Hanicot-Bourdier, Ana María Rodríguez, Silvia Pérez y Baltasar Arias, Juan José Martín, Mª Pilar Jiménez, Jésica Rostoll, Paula Barbero o Carmen Sarasúa, coordinadora de una obra sobre las nodrizas en España.

Por lo que respecta al hospital de Gracia, a los trabajos de Jesús Martínez Verón, Jesús Maiso González, Asunción Fernández Doctor o José Antonio Salas Auséns y Francisco José Alfaro Pérez, centrados en las centurias de la modernidad4, han seguido las publicaciones sobre los expósitos en la época contemporánea de Alicia Sánchez Lecha, Ana María Rodríguez Martín, María Pilar Erdozain Azpilicueta y Agustín Sancho Soro5. Tan sólo la contribución de estos últimos abarca el periodo de lo que sería una lenta transición desde la organización de las inclusas estrechamente ligada a la iglesia, a la asunción de esta responsabilidad por la sociedad civil.

Pensamiento ilustrado y cambios decimonónicos

El pensamiento ilustrado fue el caldo de cultivo de los cambios que iban a producirse en el siglo 19. Distintas voces se elevaron denunciando la elevadísima mortalidad de los expósitos en las inclusas y entre los entregados a nodrizas externas. Una de las más destacadas fue la de Antonio Bilbao quien, en un informe al consejo de Castilla en 1790, exponía la lastimosa realidad de los niños abandonados y proponía que los poderes públicos se responsabilizaran del auxilio a los necesitados y en concreto de los expósitos6. En la misma línea, Arteta de Monteseguro exponía los datos de expósitos del hospital de Gracia en el quinquenio 1786-1790. De los 2 664 niños llegados, 2 246 habían fallecido antes de cumplir los cinco años. Por las mismas fechas, en nueve localidades próximas a la ciudad nacieron 558 niños y fallecieron 2977. En el primer caso, el porcentaje de óbitos ascendía al 84 % mientras que en el segundo, aun elevado, se quedaba en el 47 %.

Disposiciones posteriores que irían en la línea de los ilustrados, como el precepto 321 de la Constitución de 1812 que encomendaba a los ayuntamientos «cuidar de los hospitales, hospicios, casas de expósitos y demás establecimientos de beneficencia», tendrían una nula aplicación, y tampoco la primera Ley de Beneficencia, aprobada en 1822 y abolida por Fernando VII. Sin embargo, marcaban el camino a seguir para el traspaso de la beneficencia a la administración8. Restablecida la ley en 1836, tampoco se aplicaría, al haber quedado obsoleto su contenido. Por las mismas fechas (1822 y 1833), se aprobaba la división provincial que en principio nada tenía que ver con la Beneficencia, pero que iba a influir en la recogida de los expósitos en las inclusas. Habría que esperar hasta el año 1849 con la promulgación de una nueva Ley de Beneficencia y hasta 1852 del correspondiente reglamento. Conocer en qué medida afectaron estos cambios a la suerte de los expósitos del hospital de Gracia de Zaragoza es el objetivo de este trabajo.

La inclusa del hospital de Gracia antes de la Guerra de Independencia

Durante el Antiguo Régimen una de las funciones del hospital de Gracia era la de acoger a los expósitos. Como responsable máxima estaba una junta rectora, denominada la Sitiada, integrada en el siglo 18 por cinco regidores de nombramiento real pertenecientes al clero y a la nobleza. La recepción de los expósitos quedaba a cargo del regente del libro de entradas. De su encomienda a amas de cría se responsabilizaba el secretario de la Sitiada, que anotaba los datos del niño –procedencia, nombre y fecha de bautismo, el del esposo y ama de cría a quien se entregaba, el lugar de residencia y el salario que se iba pagando por la crianza hasta la conclusión de la misma–.

El número de niños abandonados llegados al hospital antes de la Guerra de Independencia fluctuaba, pero con una tendencia al alza. La media del quinquenio 1761-1765 fue de 432 ingresos, de los que el 27 % procedían de fuera de Aragón, y la de 1786-1790 de 489, siendo los 569 del año 1790 la cifra más elevada9.

El hospital, por entonces única institución aragonesa encargada de niños abandonados10, acogía a los de la región, pero también de otras zonas, concretamente de las diócesis de Osma y Calahorra, que con una extensión de 11 250 kilómetros cuadrados extendía su jurisdicción sobre La Rioja, Euskadi y áreas de las actuales provincias de Soria, Burgos y Navarra. Del cuidado de los niños se responsabilizaba la Madre de los Expósitos que elegía y estaba al frente de las amas de cría encargadas de lactar a los niños hasta que eran entregados a nodrizas externas. Del peso que tenía la Iglesia en la gestión del hospital y de la inclusa en concreto da idea la decisión de la Sitiada de encomendar a las hermanas de la caridad de Santa Ana los servicios de la institución, función que seguirían desempeñando en la primera mitad del siglo 19.

La Guerra de la Independencia, particularmente grave en la capital aragonesa que sufrió dos asedios con la total destrucción del hospital, obligó a buscar acomodo a las 6 000 personas –enfermos y expósitos– que acogía. Una de las consecuencias fue la desaparición de su archivo, salvándose solo el último libro de entradas y bautizados iniciado en 1794.

Número y procedencia de los expósitos (1810-1850)

La destrucción del hospital tendría consecuencias en la inclusa zaragozana. Ocupada Zaragoza por los franceses –la abandonaron en agosto de 1813–, seguiría funcionando, aunque con un menor número de ingresos. Los niños entregados a nodrizas externas desde el 19 de marzo de 1810 hasta el 23 de diciembre de 1812 –dos años y ocho meses– fue de 482, cifra muy por debajo de los 569 de 1790. Disminución de los niños atendidos y también caída importante de los llegados de fuera de Aragón. Si en el quinquenio 1761-1765, habían sido 591 de un total de 2 161 entradas, en 1810-1812 quedaron reducidos a ocho, seis de ellos de Navarra, y los otros dos de las diócesis de Tarragona y Toledo, en tanto que los procedentes del territorio aragonés ascendieron a 47411.

La caída de las cifras fue el resultado de distintos factores. De un lado la fundación a fines del 18 y comienzos del 19 de varias inclusas en Vizcaya, perteneciente a la diócesis de Calahorra. La razón, evitar las numerosas muertes que se producían en el traslado de los expósitos Zaragoza, con distancias que llegaban a los 300 kilómetros12. Había además otros motivos para explicar un descenso tan acusado, sobre todo la inseguridad que reinaba en el territorio, ocupado por los invasores franceses y donde actuaban grupos guerrilleros, pero también el estado de la ciudad y la sensación de incertidumbre en las distintas instituciones que albergaba, entre ellas el hospital de Gracia. Su junta rectora, la Sitiada, fue modificada por el monarca José I, que puso al frente al obispo de Huesca, Miguel de Suárez de Santander, quien dirigía una misiva a los curas del arzobispado de Zaragoza exhortándoles a comunicar la existencia de expósitos en sus parroquias, así como de «alguna ama de leche robusta o de buena moralidad que pudiera encargarse de lactar». En compensación se aumentaría la retribución a las nodrizas, pasando de 30 sueldos a 45 sueldos mensuales durante los 18 primeros meses de lactancia, reducidos a 25 hasta los 36 meses y a 15 desde ese momento hasta los cinco años13. De la desorganización de aquellos años da idea el libro de registros de entradas y de entregas a nodrizas. No eran raras las deficiencias en la anotación de datos. Sirva de ejemplo, entre muchos, el caso de María Valera, expósita bautizada en Ruesca (Zaragoza) el 5 de octubre de 1808, anotada en agosto de 1810 y entregada a Josefa Cotén el 27 de agosto de 1812, fecha en que fue inscrita en el libro de entradas14.

A partir de 1813, con la salida de los ocupantes galos y cuando la ciudad iba retomando el pulso, las cifras de niños abandonados entregados a nodrizas externas irían en aumento. En 1818, fueron 262 y sus procedencias vienen reflejadas en el cuadro 1.

Cuadro 1. Procedencia de los expósitos (1810-1812)

ProcedenciaNúmero de localidadesNúmerode expósitos%
Navarra393,5
Huesca263212,2
Teruel293714,1
Zaragoza provincia355019,1
Zaragoza capital113451,2
Totales94262100,0

Los nueve niños navarros procedían de Sabaiza, en el valle de Aybar (1), Villafranca (1) y Tudela (7). Los 253 restantes eran aragoneses, la mayoría de la ciudad de Zaragoza. De entre las 90 localidades de procedencia aragonesa, las cifras más elevadas eran las de Barbastro (7), Caspe (5), Cariñena (4) y Alcañiz (4). Los ingresos seguirían creciendo: en 1830, los expósitos nacidos en el hospital fueron 131 y los llegados de la ciudad y de otros pueblos 338, un total de 469.

La práctica eliminación de expósitos de otras regiones con la creación de inclusas tuvo su refrendo legal en una real orden de 1836, por la que el hospital de Gracia, que ostentaba el título de urbis et orbis, dejaba de «ser general» (atender «sin distinción de nación»): «por esta razón ya no era posible acoger en él a los enfermos dementes y expósitos que de todas las provincias de España y de todo el mundo venían a implorar su socorro»15. No obstante, por una concordia firmada entre las provincias de Zaragoza, Teruel y Huesca y la ciudad de Zaragoza, responsable de la beneficencia de la ciudad, se permitía el acceso al hospital de todos los expósitos de Aragón, cuyo número seguía aumentando. En 1850, los niños entregados a amas de crías externas fueron 471 y sus procedencias las reflejadas en el cuadro 2.

Cuadro 2. Procedencia de los expósitos (1850)

ProcedenciaNúmero de localidadesNúmero de expósitos%
Navarra110,2
Teruel467115,1
Zaragoza provincia6310822,9
Zaragoza ciudad129161,8
Totales111471100,0

A la vez que aumentaba el número de expósitos, seguían los cambios en el área de procedencia, en 1818 limitada a Aragón y en 1850 a las provincias de Zaragoza y Teruel. La inexistencia de expósitos de la provincia de Huesca sin duda está relacionada con la inclusa fundada en 1794 y con la creación de la Junta Provincial de Huesca que centralizó la recogida de expósitos en el establecimiento oscense. En cambio, la Junta Provincial de Teruel, donde también había inclusas en la capital y en Alcañiz, firmó un convenio con el Hospital de Gracia por el que este continuaría recibiendo niños de la provincia a cambio de una retribución. Fruto de este pacto, en 1850, llegaron al hospital 71 niños procedentes de 46 pueblos turolenses, la mayoría de la antigua comunidad de Daroca. El acuerdo se mantendría hasta 1854 en que se anuló a instancia de la diputación turolense16 que, desde la aprobación de la Ley de Beneficencia de 1849 y la publicación de su reglamento en 1852, había recibido las competencias sobre casas de expósitos, hasta entonces responsabilidad de los ayuntamientos17.

Itinerario vital de los niños expósitos

Del abandono al hospital

La peripecia vital de los expósitos seguía una trayectoria bien pautada: comenzaba en el momento de su abandono. Si habían nacido en un pueblo, los lugares más frecuentes eran las puertas de la iglesia, de la casa del cura, del ayuntamiento o de familias acomodadas, cuando no las afueras del pueblo en femeras, caminos o a orillas del río. El protocolo a seguir en su traslado al hospital de Gracia estaba normado desde 1678, año en que las cortes aragonesas aprobaron el fuero «De la obligación de los jurados de conducir los enfermos y niños expósitos», por el cual ordenaba

Que los jurados de todos los lugares de el presente Reyno tengan obligación de conducir a expensas de las universidades los enfermos y niños expósitos que a dichos lugares llegaren y en ellos huviere, passándolos a los más cercanos con toda caridad y buena asistencia y que hayan de entregarlos a los otros lugares de los dichos lugares a donde los condujeren y estos tengan la obligación de admitirlos, para que pasando de unos a otros lugares puedan llegar al puesto donde huvieren de parar, para que tengan el remedio y consuelo que necesitan18.

Un expósito nacido fuera de Zaragoza debía cambiar de manos al pasar de un pueblo a otro y las personas que los trasladaban no siempre le proporcionaban los cuidados necesarios. Alimentación, higiene o medios de transporte no eran adecuados. Arteta de Monteseguro exponía con crudeza la situación: «que envuelto en harapos, entregado a un hombre ocioso que lo pone en un cesto o alforja a sus espaldas, que lo maltrata si llora o se lamenta, así de un pueblo a otro, de una mano a otra y «apacigüado las más veces con vino, agua o miel en lugar de leche»19.

Las vicisitudes del traslado de expósitos al hospital de Gracia no eran un caso aislado, sino comunes a todos ámbitos y la consecuencia, allí donde se ha podido cuantificar, la elevada mortalidad durante el transporte20.

Apenas nada había cambiado a principios del 19. Un informe del año 1816 apuntaba:

después que nacen, dejándolos a la inclemencia, abandonados en las puertas de las iglesias, de las casas de los párrocos, en las de los alcaldes y en los basureros, expuestos a los rigores del tiempo. A la conducción de unos pueblos a otros hasta llegar a la inclusa, que los conducen en alforxas medio desnudos, fiándolos a hombres o muchachos sin recibir nutrimiento en muchas horas, que a veces perecen en los caminos. Y los que llegan han perdido ya por la miseria toda su robustez que no pueden vencer la debilidad y mueren indefectiblemente21.

Las posibilidades de supervivencia aumentaban en aquellos casos que, en el tránsito, encontraban a alguna mujer que se prestaba a lactarlos. En el año 1850, de los 179 expósitos nacidos fuera de Zaragoza, 70 tuvieron nodriza antes de llegar al hospital, 18 de ellos en la misma localidad en que se les abandonó.

Al parecer, a lo largo del siglo 19, la mortalidad de los expósitos en tránsito fue descendiendo pero desconocemos hasta qué punto se debería a la mejora en las condiciones de transporte o a la de las comunicaciones, que facilitarían una mayor rapidez en el traslado22.

Otra de las vías de entrada en la inclusa era a través del torno, que aseguraba el anonimato de la persona que lo entregaba: la partera, algún familiar de la madre o esta misma. Los momentos más frecuentes de entrega eran el amanecer o la entrada en la noche, para evitar el reconocimiento de quien depositara al niño.

Y el tercer caso era el de los expósitos nacidos en el hospital, en una sala especial, en el departamento de retiradas, embarazadas solteras, cuyas entradas no quedaban recogidas para así mantener su anonimato en aras a preservar su honra. El acceso a la sala, donde las atendían una partera y una criada, quedaba expresamente prohibida a terceras personas «salvo para asistencia espiritual».

Los nombres de los niños

La mayoría de los ingresados de otras localidades y algunos de los depositados en el torno del hospital ya habían sido bautizados. Como garantía, quien los entregaba debía aportar una certificación de bautismo expedida por el párroco. Los demás eran bautizados en el hospital. La elección del nombre quedaba al arbitrio del párroco o a propuesta de la madrina, casi siempre una sirvienta del hospital. En algunos casos, los ingresados por torno llevaban entre sus ropas la propuesta de nombre que, aunque no siempre, por lo general se respetaba.

Se aprecian grandes diferencias entre los nombres de las nodrizas o de sus esposos, y los elegidos para los expósitos, mucho más diversos, tendencia que se mantendría al menos durante la primera mitad de la centuria. Entre 1810 y 1812, los 225 expósitos varones recibieron 137 nombres diferentes y las 192 expósitas 106. En 1850, los 239 expósitos recibieron 184 nombres distintos y las 232 niñas 166. En ese mismo año, las 559 nodrizas tenían 108 nombres diferentes y sus 550 esposos 120. Distintos también los más repetidos en unos y otros, tal como se aprecia en el cuadro 3 que recoge los diez más frecuentes entre los expósitos y las familias que los acogieron en 1850.

Cuadro 3. Onomástica de expósitos y familias de acogida (1850)

Familias de acogidaExpósitos
NombreCasosNombreCasosNombreCasosNombreCasos
María97Manuel62Petra7Francisco6
Joaquina35Juan37María7Juan5
Manuela31Joaquín33Pabla5Manuel5
Josefa25José32Estefanía5Mariano5
Francisca24Francisco25Gregoria4Pedro4
Rosa18Mariano24Manuela3Nicolás4
Antonia14Miguel24Josefa3Justo3
Isabel13Pedro22Juana3León3
Tomasa12Ramón20Simona3Prudencio3
Teresa11Antonio19Teresa3Raimundo3

Algunos niños abandonados en el torno llevaban entre su ropa un papelito con el nombre que se sugería se le impusiera: son los casos de las niñas Julia Irene Elena, nombres con los que fue bautizada el 24 de marzo de 1818, respetando el ruego que se ponía en el escrito que portaba, o de María de Carmen Dolores, bautizada el 19 de abril. En su partida de ingreso se decía «trajo un papelito previniéndose se le pusieran dichos nombres». Pero los deseos no siempre se cumplían: en 1852 se bautizó a una niña como Liboria, no Brígida, tal como se pedía en el papel que iba entre los trapos que la cubrían23.

En la elección del nombre, bien por el párroco del hospital o de la parroquia de procedencia del expósito, quizá a propuesta de la madrina, era frecuente optar por uno de los santos del día24. Algunos nombres parecen sugerir cierta intencionalidad discriminatoria y sirvan de ejemplo casos de bautizados en el hospital como los de Liberato, en vez de Félix (2 de julio), Crisólogo en lugar de Pedro (30 de Julio), Constancio en lugar de Valero, patrón de Zaragoza (29 de enero), Gabina por Fernanda (30 de mayo) o Demetria por Luisa (21 de junio). Es decir, se elegían nombres raros, quizá para diferenciar a los niños que iban a llevar el mismo apellido, Gracia. En todo caso, da la impresión de que a mediados de siglo iba siendo más frecuente bautizarlos con los nombres más corrientes entre la población.

En manos de las amas de cría

Nacidos en el hospital o llegados de otros lugares, los niños quedaban durante un cierto tiempo en sus dependencias hasta que se les encontraba una nodriza externa. El intervalo medio entre la llegada al hospital y la entrega no experimentó diferencias apreciables entre 1810-1812 y 1850: ocho días a principios, nueve a mediados de siglo. Muchos expósitos se daban a la nodriza el mismo día o al siguiente de su entrada en el hospital, pero hay casos extremos como el de una expósita llegada de La Cerollera (Teruel), distante unos 130 kilómetros de Zaragoza que, bautizada el 22 de julio de 1812, no tendría nodriza externa hasta el 1 de febrero de 1813.

Hasta lograr acomodo fuera, los expósitos quedaban al cuidado de nodrizas internas del hospital. Su número variaba según las necesidades y/o disponibilidades del momento. Unas procedían del departamento de retiradas, recién paridas cuyos hijos les eran arrebatados rápidamente. Otras acudían con sus hijos para compartir su lactancia con expósitos. Las que repartían su leche entre su hijo y expósitos recibían más estipendio. En el caso de que una nodriza perdiera a su hijo y continuara lactando a otros, veía reducido su salario.

Se trataba de un colectivo muy volátil por lo que resulta imposible ofrecer cifras seguras. De las 39 amas de cría internas que entraron en el año 1841, 18 salieron el mismo año, permaneciendo algunas muy pocos días, caso de Manuela Benedí, que ingresó con un hijo el 1 de agosto. Tan solo nueve días después moría el pequeño y ella dejaba su estancia dando como limosna el salario que le correspondía. Otras 17 concluirían la crianza al año siguiente. Ninguna llegó a cumplir el año en el hospital. Las cuatro restantes se mantendrían hasta 1843. La estancia más prolongada fue la de Tomasa Farre, que, llegada con una criatura, se contrató el 3 de junio de 1841, permaneciendo hasta el 15 de febrero de 1843. En 1842, serían 51 las nuevas amas de cría, la mayoría de procedencia aragonesa. En los dos años aquí contemplados tan sólo dos eran de otras regiones, una de la ciudad de Murcia y la otra de Barcelona25.

Eran frecuentes las muertes de expósitos en el propio hospital, tanto por las malas condiciones en que solían llegar los provenientes de otros lugares, como por no tener asegurada una alimentación suficiente, que dependía del número de amas de cría y de niños que en cada momento hubiera que lactar. En 1836, fallecieron en el hospital 927 personas, entre ellas 181 expósitos. Años después parece que las condiciones habrían mejorado algo. En 1861, de los 563 expósitos ingresados, cifra más elevada que la de años precedentes, murieron en la propia institución 11526.

No eran mucho mejores las expectativas de quienes eran entregados a nodrizas externas. Los datos de los años 1810-1812 y 1850 así lo confirman, si bien es cierto que, aun elevada a mediados de siglo, hay una notable caída de la mortalidad (véase cuadro 4).

Cuadro 4. Mortalidad de Expósitos (1810-1812 y 1850)

Fallecidos1810-1812% de fallecidos% de lactantes externosFallecidos1850% de fallecidos% de lactantes externos
0-1 año27076,064,80-1 año17153,836,3
de 1 a 25916,614,1de 1 a 26219,513,2
de 2 a 3123,42,9de 2 a 34714,810,0
de 3 a 492,62,1de 3 a 4175,33,6
de 4 a 551,41,2de 4 a 5216,64,4
Total355100,085,1Total318100,067,5

En los años 1810-1812, de los 417 enviados a nodrizas externas solo 62 –el 15 %– cumplirían los cinco años. A mitad de siglo, de 471 lactantes externos casi la tercera parte –153– sobrevivían a los cinco años. Más de la mitad de los fallecidos murieron en el primer año.

A priori, las nodrizas que los atendían tendrían interés en la supervivencia de los niños que se les encomendaban. El cuidado de un expósito era un empleo remunerado. Su cuantía, distinta según su edad, fue cambiando: en 1790, se les pagaba 30 sueldos mensuales hasta los 18 meses y después 15 hasta los cinco años. En 1810, se establecerían tres tramos: 45 sueldos hasta los 18 meses, 25 hasta los tres años y 15 hasta los cinco años. Las dificultades financieras de la institución obligaron en 1820 a un recorte, 40 sueldos hasta los 18 meses, 24 hasta los tres años, cantidades que se incrementaron a partir de 1856.

Los párrocos debían velar por el buen cuidado de los expósitos lactados en su localidad e informar a las autoridades de la inclusa. No es raro encontrar entre los libros de entradas pequeñas notas al respecto. Unos ejemplos, el caso del cura de San Nicolás de Tudela, quien certificaba que la expósita Francisca de Paula, criada por su nodriza Paula Vera, «se halla sana y robusta» o el papelito firmado por el párroco de la Puebla de Hijar en junio de 1815, informando que su feligresa María Rosa Valencia le presentó a la expósita Manuela, de cuya lactancia se había encargado cuatro años antes27.

A pesar del interés de las nodrizas en prolongar la crianza, los cuidados no siempre eran suficientes, lo que explica la elevada mortalidad de los expósitos. Ante tal realidad, los responsables de la Sitiada no iban más allá de lamentarla, pero hubo ocasiones en las que el descuido era tan evidente que se retiró al niño. Es el caso de Joaquín Gracia, bautizado el 30 de marzo de 1818 y dado 20 días después para su lactancia a la zaragozana María Sarroca. Pasados dos meses se lo quitaban. Similar el caso de Lorenzo Abdón, abandonado en Épila en agosto de 1812, acogido en la misma localidad por Joaquina Laoz, que lo mantuvo hasta el 12 de agosto de 1815, fecha en que se le retiró28.

Encontramos pocos casos similares, pero en cambio era frecuente la devolución de niños al hospital, situación que se dio 92 veces en 1810-1812, 51 en 1818 y 68 en 1850. En muchos casos el motivo era el mal estado de las criaturas, que solían fallecer a los pocos días de su retorno. Más raramente, la misma nodriza que lo devolvía lo recogía de nuevo unos días después. Es lo que hizo Gracia Tapia, mujer del carpintero zaragozano Mariano Ferrer. Había acogido a la expósita María Manuela el 9 de setiembre de 1818, la devolvía el 20 de abril de 1820 y un mes más tarde la volvía a recoger. La niña no llegaría a cumplir los cinco años: fallecía el 21 de agosto de 182229.

Había nodrizas que renunciaban al estipendio. Podía tratarse de familias acomodadas, como doña Francisca Almerge, mujer de don Mariano Domingo, labrador de Villamayor. El 7 de mayo de 1812, rehusaba recibir cualquier salario por la lactancia del expósito Felipe, abandonado en Daroca seis días antes. No había transcurrido una semana cuando el niño era devuelto al hospital por muerte de doña Francisca. Felipe la sobreviviría apenas un mes, falleciendo el 15 de junio. También renunció doña María Martínez, mujer de don Francisco Ochoa, vecinos de Logroño, que el 15 de agosto de 1850 se harían cargo de Justo, depositado en el torno del hospital seis días antes30. Hay casos de suspensión del salario a familias que aseguran ser los padres del niño o niña al que han abandonado con anterioridad. Ocurrió con Manuela Claudia, nacida en el departamento de retiradas del Hospital el 18 de junio de 1818 y entregada para su lactancia ese mismo día a la zaragozana Josefa Berenguer, quien la devolvía a la institución el 4 de febrero de 1820. Un día después la niña era recogida por Miguel Colandreo y su esposa Martina Andueza, que dijeron ser sus padres, por lo que se les negó el estipendio31.

Procedencia de las nodrizas

El lugar donde serían criados los expósitos cambiaría con el paso del tiempo (véase cuadro 5). En los años 1810-1812, ocupado Aragón por los franceses y sometido a su administración desde 1810, pero en un ambiente de inseguridad por la actividad de los guerrilleros32, la mayoría de las amas de cría –el 61 %– residían en la propia ciudad de Zaragoza, repartiéndose el resto entre su provincia –28 %– la de Teruel –10 %– la de Huesca, La Rioja, Vizcaya y Navarra con una única localidad en cada una de ellas.

Cuadro 5. Procedencia provincial de las nodrizas (1810-1812, 1818 y 1850)

1810-181218181850
ProvinciaPueblosNodrizasPueblosNodrizasPueblosNodrizas 
Huesca11
La Rioja1111
Vizcaya11
Navarra1111
Teruel2949375467364
Zaragoza provincia541385011053126
Zaragoza capital1302114269

Seis años después las nodrizas de la ciudad eran menos de la mitad –el 43,3 %– mientras que la proporción había aumentado en la provincia zaragozana –35,8 %– y en la de Teruel –17,6 %. A mitad de siglo, la situación había dado un gran cambio: dos tercios de las nodrizas –el 65,1 %– eran de la provincia turolense, el 22,5 % de la de Zaragoza, en tanto que el peso de las de la capital aragonesa se había reducido a un 12,3 %.

A la hora de buscar una explicación al mayor peso de las nodrizas zaragozanas habría que tener en cuenta, en 1810-1812, la inseguridad en un territorio ocupado por los franceses que probablemente dificultara la oferta de fuera de la ciudad y las penurias de muchas familias de artesanos u otras actividades del sector terciario en una ciudad en ruinas, dispuestas a percibir el salario correspondiente. Cualquier ingreso extra podía ayudar a sostener unas magras economías familiares. La situación había cambiado seis años después con la recuperación de la normalidad. Si miramos la actividad en que se ocupaban los esposos de las nodrizas en años posteriores, comprobamos una disminución de oficios artesanales. No aparecen tejedores, solo un tintorero mancebo, 11 pelaires en 1810-1812, uno en 1818, entre otros casos. El descenso del número de nodrizas zaragozanas continuaría y en ello influiría también la progresiva disminución de su salario que alcanzaría sus niveles más bajos en 183633.

Por su parte, el incremento de las amas de cría en el mundo rural sin duda tenía que ver con la posibilidad para familias de pobres recursos de disponer, aunque temporalmente, de unos ingresos extras. Era el caso de jornaleros jóvenes, con frecuencia en espera de recibir la herencia, o de pequeños agricultores que, en una economía escasamente monetizada, tenían sin embargo que hacer frente a pagos en metálico. El dinero aportado por las nodrizas podía llegar a ser de vital importancia. En pueblos de Teruel, donde el salario anual de un jornalero ascendía a unos 1200 reales, los 336 reales anuales que llegaba a recibir una nodriza suponían prácticamente el 22 % de los ingresos de la familia en 184934.

La presencia creciente de nodrizas del mundo rural fue variando con el tiempo. En 1818, eran mayoritarias las de la provincia de Zaragoza –110– donde estaban los pueblos que aportaron un mayor número (véase cuadro 6).

Cuadro 6. Localidades con mayor número de nodrizas en 1818

LocalidadNúmero de nodrizasLocalidadNúmero de nodrizas
Villamayor (z)13Cutanda (t)4
Anento (z)6Tudela (n)4
Velilla de Ebro (z)6Borja (z)4
Moneba (z)5Mediana (z)3
Cadrete (z)4Anadón (t)3
Blesa (t)4Perdiguera(z)3
Pastriz (z)4Tosos (z)3
Rueda de Jalón (z)4Crivillén (t)3

A mediados de siglo, el mapa había experimentado grandes cambios. Las nodrizas residentes en la provincia turolense, 54 en 1818, alcanzaron la cifra de 364 avecindadas en 67 localidades en su mayoría de las Cuencas Mineras, del entorno de Andorra y del Maestrazgo (véase cuadro 7).

Cuadro 7. Localidades con mayor número de nodrizas en 1850

LocalidadNúmero de nodrizasLocalidadNúmero de nodrizas
Zaragoza69Estercuel13
Crivillén41Molinos12
Ejulve29Torre
las Arcas
12
Las Cuevas de Cañart24Berge11
Alloza21Gargallo11
Muniesa21Sástago11

Se podría decir que había pueblos «especializados» en la crianza de expósitos. Llama la atención el caso de Crivillén (Teruel). En 1857, contaba con 834 habitantes de los cuales 197 eran mujeres casadas y 23 viudas. En 1850, una de cada cuatro casadas o viudas habían acogido para su lactancia a un niño del Hospital de Gracia. Y la «especialización» se daba también a nivel familiar. En este pueblo, la reiteración de apellidos de nodrizas y sus maridos sugieren la existencia de redes familiares. Son los casos de los Aced, Bielsa, Lecina o Tello. Algo similar, con los Asensio en Ejulve, los Muniesa en Estercuel, los Minguillón en Gargallo o los Esteban en La Hoz de la Vieja, también de la provincia de Teruel.

Habida cuenta que el expósito suponía un esfuerzo añadido para las nodrizas, que habían de compartir su crianza con la de sus propios hijos, era lógico que salvo casos aislados –familias sin hijos, muerte de un recién nacido– el salario a percibir solo podía ser de interés para familias pobres. De ahí que a medida que avanzaba la centuria el grueso de las nodrizas fue desplazándose de la ciudad al entorno rural y dentro de este hacia áreas más deprimidas como las cuencas mineras o el maestrazgo turolense.

Las modificaciones habidas en la procedencia de las nodrizas se reflejaban en los cambios de las actividades de sus maridos. En 1810-1812, con un predominio de las nodrizas urbanas, el peso del sector primario era menor que en 1818 y 1850 (véase cuadro 8).

Cuadro 8. Actividades de los esposos de las nodrizas

1810-181218181850
Actividad%Casos%Casos%Casos
Jornalero39,514341,011951,6196
Labrador11,34119,05526,099
Pastor3,6124,0124,517
Textil14,1518,6254,517
Militares3,0112,160,31
Otros28,710425,27313,159
Total362290389

Los niños expósitos tras el periodo de crianza

Cumplidos los cinco años de la crianza, se presentaban dos alternativas a los niños supervivientes. Una: siguiendo lo previsto por la institución, pasar a la Casa de la Misericordia, donde, a los chicos, se les prepararía para oficios artesanales –tejidos, sastrería, zapatería, albañilería, carpintería, yesería o panadería–, y a las chicas, para el servicio doméstico o alguna actividad «femenina» como bordar, hilar lino o devanar la seda. Otra: previa autorización de la institución, quedarse con la familia en que se habían criado o con otra dispuesta a acogerles.

Los datos de los años 1810-1812 y 1818 son fragmentarios ya que en muchos casos la fuente tan solo indica que a los cinco años «cumplió». La de 1850, aunque tampoco exhaustiva, da pistas sobre el destino de buena parte de los expósitos que sobrevivieron a la crianza: 39 pasaron a la Casa de Misericordia y 32 continuaron con las familias de acogida o con otras que se comprometieron a continuar con su educación. Desconocemos cuánto había de interés o de afecto en estas familias hacia los niños que habían criado. El término comúnmente utilizado para informar de la petición tiene un carácter más bien neutro: «la Junta accedió a la petición de sus encargados para continuar en la educación de esta niña». Hay circunstancias especiales en las que la noticia se explaya, como ocurre en el caso de Sabás, expósito bautizado en Cañizar el 3 de diciembre de 1849 y entregado ese mismo día a Rosa Jarque, vecina de la localidad, a cuyo cuidado permaneció hasta el 6 de octubre de 1853, cuando fue acogido por una familia en Crivillén:

A consecuencia de lo acordado por la Junta Provincial de Beneficencia, Jayme Tello y Casilda Herrero han prohijado al expósito Sabas. Ymediante obligación hecha en Crivillén a 6 de octubre de 1853 se han comprometido a dotarlo en cien pesos, en hacienda buena, mediana o inferior tasada al tiempo de su casamiento por peritos nombrados al efecto, con la condición de que dicho Sabas deberá estar en su compañía y caso de no ser así, no podrá pedirles mas que 50 pesos, según más resulta de la obligación original que queda archibada en esta Secretaría35.

Noticias, como en el caso de Cándida, sugieren otras situaciones: expuesta en Rueda de Jalón el 16 de octubre de 1850 y entregada para su crianza diez días después a María Soler, de Las Cuevas de Cañart, fue devuelta al hospital en 1854, quedando a cargo de los zaragozanos Vicente Rodrigo y Blasa Lobato que renunciaron al correspondiente salario. Tres años después «pasó esta niña a poder de Braulia Bofil»36. La expresión «pasó a poder» empleada en el cambio de familia de una niña que ya había cumplido los siete años, cuando con esa edad expósitas que estaban en la Casa de la Misericordia salían para ocuparse en el servicio doméstico, parece indicar que esa sería la situación en que estaba Cándida. Más raras, las expresiones de afecto como las habidas con el expósito zaragozano Juan Antonio, sacado del Hospital el 26 de diciembre de 1812, sin estipendio, por Simona Forcada, mujer de Manuel Andasoro, empleado del Canal Imperial. A los seis meses «la madre» exponía a la Sitiada que «sacó del Santo Hospital un niño, de padres no conocidos, llamado Juan Antonio sin premio alguno, guiada por su buen afecto, hará cerca de seis meses. En el día la exponente se halla sin medios para proseguir sosteniendo al niño en su lactancia a causa de la calamidad de los tiempos y faltar el trabajo a su marido». Se sabe que cumplida la crianza Juan Antonio continuó con la misma familia37. El buen afecto hacia Juan Antonio seguía manteniéndose.

Conclusiones finales

En primer lugar, hay que hacer referencia a la abundantísima documentación sobre la Inclusa, en ocasiones farragosa, pero que manifiesta la meticulosidad en el control y cuidado de todo lo relativo a los niños expósitos, desde el momento en que la institución se hacía cargo de los mismos. Su labor era encomiable.

Se ha estudiado aquí lo acontecido con los acogidos en el hospital de Gracia en la primera mitad del 19, a fin de comprobar en qué medida les afectaron los cambios legales e institucionales del país. Una importante consecuencia fue que, con la división provincial y las leyes de beneficencia, el hospital zaragozano, dejó de ser general, con una atención «sin distinción de nación» desde tiempos medievales, para convertirse en provincial o en todo caso en un centro esencialmente aragonés.

Con los datos que se poseen, puede decirse que durante este tiempo el número de expósitos fue creciente, aunque también disminuyó su mortalidad, que en cualquier caso fue elevada. Las malas condiciones del traslado de los pequeños desde sus lugares de origen y la falta de cuidados específicos, amén de las condiciones del siglo explicarían en parte su mortalidad.

El nombre asignado en el bautismo de estos niños, generalmente el del día en el santoral, dependía del párroco del lugar de origen o del hospital y parece denotar cierto matiz discriminatorio, pues el elegido solía ser el más raro entre los posibles, quizá también para diferenciar a los múltiples niños.

Hay que insistir en el estricto control de estos pequeños que, llegados al hospital, eran cuidados por nodrizas internas, hasta lograr una lactancia externa. En este sentido, también es de notar el cambio en las procedencias de las amas de cría: a principios de siglo zaragozanas de familias artesanas, a mediados de jornaleros y labradores de pueblos aragoneses, algunos de ellos prácticamente especializados en este menester que proporcionaba ciertos ingresos a la parca economía de la casa.

Concluida la crianza, las vías para los supervivientes eran ingresar en la Casa de la Misericordia para aprender algún oficio o prepararse para el servicio doméstico o, previa autorización de las autoridades de la inclusa, quedarse en las familias de acogida que continuarían con su desarrollo.

Así pues, en relación a tiempos anteriores, en la primera mitad del siglo 19 asistimos a una serie de cambios en la inclusa, en un proceso de redefinición aragonesa del hospital de Nuestra señora de Gracia.

  • 1 Por razones de legibilidad y adecuación a todos los públicos, la edotorial ha optado por escribir los números superiores a 10 en números arábigos, incluidos los siglos.
  • 2 Véase Jarque Martínez Encarna y Salas Auséns José Antonio, Enfance abandonnée et société en Europe, XIVe-XXe siècle. Actes du colloque international de Rome [en línea], Roma, École française de Roma, 1987, donde se recogen aportaciones de 46 especialistas. Disponible en: https://www.persee.fr/issue/efr_0000-0000_1991_act_140_1; más recientes la obra colectiva publicada en 2013 por la universidad de Nottingham Child Abandonment and its Prevention in Europe, Nottingham, University of Nottingham, 2013 [en línea]. Disponible en: https://bettercarenetwork.org/sites/default/files/attachments, y la síntesis de Lomastro Francesca y Regiani Flores, Per la storia dell’infanzia abbandonata in Europa. Tra Est e Ovest: ricerche e confronti, Roma, Viella, 2013.
  • 3Pérez Moreda Vicente, La infancia abandonada en España (Siglos XVI-XX), Madrid, Real Academia de la Historia, 2005.
  • 4Maiso González Jesús, «Aspectos del Hospital de Gracia y de Aragón bajo los Austrias», Estudios del Departamento de Historia Moderna», 1978, p. 267-321; Martínez Verón Jesús, La Real casa de la Misericordia, Zaragoza, Diputación Provincial, 1985 (2 vols.), Fernández Doctor Asunción, El hospital real y general de nuestra señora de Gracia de Zaragoza en el siglo XVIII, Zaragoza, IFC., 1987; Alfaro Pérez Francisco José y Salas Auséns José Antonio, «Inserción social de los expósitos en el Hospital de Gracia de Zaragoza en el siglo XVIII», Obradoiro de Historia Moderna, 10, 2001, p. 11-27.
  • 5Sánchez Lecha Alicia, Madres e hijos. Historia de la maternidad e inclusa provincial de Zaragoza, siglos XIX y XX, Zaragoza, IFC, 2020; Rodríguez Martín Ana María y Rubio Luzón Rebeca «La inclusa de Zaragoza a mediados del siglo XIX», Revista de Historia Jerónimo Zurita, 96, 2000, p. 261-285; Erdozain Azpilicueta M. Pilar y Sancho Sora Agustín, «Trabajo y salarios de las nodrizas externas de las inclusas de Navarra, Aragón y Guipúzcoa (1700-1900), en Sarasúa Carmen (ed.), Salarios que la ciudad paga al campo: las nodrizas de las inclusas en los siglos XVIII y XIX, Alicante, Univ. de Alicante, 2021, p. 96-131.
  • 6 Sobre el alcance de la obra de Bilbao, véase Ilzarbe Isabel, «Los expósitos y el Estado: de Antonio Bilbao a la Ley General de Beneficencia», Brocar, 41, 2017, p. 89-115.
  • 7Arteta de Monteseguro Antonio, Disertación sobre la muchedumbre de niños que mueren en la infancia y modo de remediarla, Zaragoza, Imprenta Mariano Miedes, 1801, p. 87-88 y p. 30.
  • 8 Véase Vidal Galache Florentina, «El impacto de la Ley General de Beneficencia de 1822 en Madrid», Espacio, Tiempo y Forma, Serie V. Historia Contemporánea, 1, 1988, p. 41-56.
  • 9 Los datos del quinquenio 1761-1765 en Fernández Doctor Asunción, El hospital real y general de nuestra señora de Gracia…, op. cit., p. 301 y los del 1786-91 en Arteta de Monteseguro Antonio, Disertación…, op. cit., p. 87-88.
  • 10 Entre 1794 y 1796, a instancia de los obispos de Jaca Huesca y Teruel se fundaron inclusas en aquellas ciudades, pero en los primeros años los expósitos de sus diócesis continuaron llegando a Zaragoza.
  • 11 Cifras obtenidas del Archivo Histórico de la Diputación de Zaragoza (AHDZ), Inclusa, Libro 1 de Crianza, de 1808 a 1814.
  • 12Hanicot-Bourdier Sylvie, «La difficile prise en charge de l’enfance abandonnée dans la Biscaye du début du XIX siècle», Revue d’histoire de l’enfance «irrégulière», 19, 2017, p. 29-30.
  • 13 AHDZ, Inclusa, Libro 1, impreso de 28-VII-1811, entre ff. 153 v. y 154.
  • 14 AHDZ, Inclusa, Libro 1, f. 381.
  • 15 AHDZ, Orden de la Junta Municipal de beneficencia, 13-7-1848. Véase Jarque Martínez Encarna, «Sin distinción de nación»: La cultura asistencial en Zaragoza en el siglo XVIII» en Colás Gregorio, Estudios sobre cultura de Aragón en la Edad Moderna, Zaragoza, Mira Editores, 2018, p. 221-247.
  • 16Rodríguez Martín Ana María y Rubio Luzón Rebeca, «La inclusa de Zaragoza …», art. cit., p. 272.
  • 17Anguita Osuna José Enrique, «Análisis histórico-jurídico de la beneficencia española de mediados del siglo XIX», Aportes, 99, 1, 2019, p. 91.
  • 18Savall Y Dronda Pascual y Penén Debesa Santiago, Fueros, Observancias y Cortes del Reyno de Aragón, Zaragoza, El Justicia de Aragón, 1991, vol. I, f. 518.
  • 19Arteta De Monteseguro Antonio, Disertación…, op. cit., p. 81.
  • 20Hanicot-Bourdier Sylvie, «La difficile prise…», art. cit, p. 29.
  • 21 AHDZ, Beneficencia, Caja 667, Informe de la Sitiada, 19-VI-1816.
  • 22Gurría García Pedro A. y Lázaro Ruiz, Mercedes, «La mortalidad de expósitos en La Rioja durante el siglo XIX», Berceo, 134, 1998, p. 148.
  • 23 AHDZ, Inclusa, Libro de entradas 22f. 14.
  • 24 Similar comportamiento se daba en los expósitos ingresados a través del torno en el Hospital del Rey de Santiago de Compostela, donde solían ser bautizados con el nombre del santo del día (véase Rey Castelao Ofelia, «Afectos creados, madrinas de socorro y de aparato en Galicia Occidental en el tránsito de la Edad Moderna a la Contemporánea», en Jarque Martínez Encarna (coord.), Emociones familiares en la Edad Moderna, Madrid, Sílex, 2020 p. 249.
  • 25 AHDZ, Beneficencia Caja 600-1, Cuaderno de altas y bajas de nodrizas.
  • 26 AHDZ, Beneficencia, Caja 460-1, Estado de muertos y nacidos en 1837, Caja 460-3, Movimiento de expósitos y amas del hospital, 1853-1860.
  • 27 AHDZ, Inclusa, Libro 4, f. 230 y f. 270.
  • 28 AHDZ, Inclusa, Libro 4, f. 2324 y libro 1, f. 384.
  • 29 AHDZ, Inclusa, Libro 4, f. 354.
  • 30 AHDZ, Inclusa, Libro 1, f. 352 y libro 22, f. 73.
  • 31 AHDZ, Inclusa, Libro 4, f. 299.
  • 32 Sobre el gobierno francés en Aragón, véase Franco De Espés Carlos, «La administración francesa en Aragón. El gobierno del mariscal Suchet. 1809-1813», Jerónimo Zurita, 91, 2016, p. 89-126.
  • 33Erdozain Azpilicueta M. Pilar y Sancho Sora Agustín, «Trabajo y salarios…», art. cit., p. 121-122.
  • 34 Calculado a partir de los datos de Erdozain Azpilicueta M. Pilar y Sancho Sora Agustín, «Trabajo y salarios…», art. cit., p. 129.
  • 35 AHDZ, Inclusa, libro 22, f. 355.
  • 36 AHDZ, Inclusa, libro 22, f. 155.
  • 37 AHDZ, Inclusa, libro 1, f. 353.