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Tapa de La Infancia desarraigada en tierras hispanohablantes (Marie-Élisa Franceschini-Toussaint i Sylvie Hanicot-Bourdier, dirs, 2024) Show/hide cover

Marginación e infancia en una ciudad-arsenal del siglo 18

El presente trabajo forma parte del proyecto de investigación «Clero y sociedad en el noroeste de la Península Ibérica (Siglos XV-XIX)», financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades de España (Ref. HAR2017-82473-P).

Un nuevo centro urbano en la Galicia dieciochesca

A mediados del siglo 181 surgía en el noroeste del reino de Galicia un nuevo centro urbano creado como consecuencia de la construcción en aquel espacio de unas fabulosas instalaciones militares y fabriles que suponían la respuesta de la Corona a la necesidad de acometer un ambicioso plan de reconstrucción de su perdido poderío naval. Ferrol, que se diseñó siguiendo los más modernos modelos del urbanismo dieciochesco, tenía por misión albergar a un creciente contingente de operarios y militares que desarrollaban su labor en los arsenales. Las fuertes inversiones estatales y las oportunidades ofrecidas por este nuevo y dinámico establecimiento, propulsaron la llegada de un intenso flujo migratorio que lo alimentó durante toda la segunda mitad de la centuria, hasta auparlo a la primera posición en el panorama urbano de la Cornisa Cantábrica2.

Las peculiares características de Ferrol como ciudad nueva, con unos efectivos demográficos que, en ocasiones, desbordaron la capacidad de gestión de los poderes locales, y como escaparate de las políticas reformistas borbónicas en el reino de Galicia, lo hacen especialmente interesante para acometer el análisis de las diferentes respuestas adoptadas frente al complejo problema de la infancia y la marginación. Como podremos comprobar, las líneas de actuación acometidas por las autoridades fueron diversas, combinando mecanismos asistenciales tradicionales y de marcado cariz caritativo con otros más modernos, influidos por la mentalidad utilitarista, en la que los aspectos represivos desempeñaban un papel de primer orden.

La respuesta asistencial frente al fenómeno del abandono de niños

Como en tantos otros centros urbanos de la época, las autoridades municipales ferrolanas tuvieron que adoptar diferentes medidas con el fin de dar respuesta a la proliferación del abandono de criaturas en diferentes espacios públicos de la localidad. No fue hasta su irrupción como un importante centro urbano cuando verdaderamente este fenómeno afloró y provocó la necesidad de articular mecanismos asistenciales para hacerle frente. La información que aporta la documentación parroquial así lo corrobora: si entre 1755 y 1757 solamente el 1,2 % de los nacimientos registrados en los libros de bautizados de la villa correspondían a expósitos, en 1780-1782 alcanzaban ya el 5,1 % del total, disparándose hasta el 18,7 % entre 1795-17973, comportamiento, por cierto, coincidente con lo observado en otros centros urbanos del reino de Galicia, caso de Santiago de Compostela, A Coruña o Mondoñedo4. A partir de entonces y hasta 1830 los porcentajes de abandono se mantendrán en niveles similares a los finiseculares5.

En gran medida, la evolución del abandono de niños en la capital de Departamento se debe relacionar con su propia dinámica demográfica. Así, hay una paulatina progresión del fenómeno desde mediados del siglo 18 en adelante, proceso que culmina en la década de los noventa, paralelamente al propio crecimiento de la localidad, que llega por entonces a su máximo esplendor6. A partir de entonces, la crisis financiera de la Monarquía, a la que se suma la complicada coyuntura económica y demográfica del momento y la decadencia en la que se ven sumidas las instalaciones militares, contraen de un modo evidente sus efectivos humanos y, en consecuencia, también el volumen de exposiciones (gráfico 1), aunque, como ya señalamos, no así el peso porcentual de los mismos con respecto a los bautismos que sigue en valores muy similares a los finiseculares, al menos hasta la década de los treinta del 19.

Gráfico 1. Evolución de las exposiciones en Ferrol (1780-1830)

Gráfico que muestra la vvolución de las exposiciones en Ferrol. Hubo un aumento hasta la segunda mitad de la década de 1790, y luego un descenso gradual.

La fuerza que manifestó la exposición de criaturas desde las décadas centrales del siglo 18 en adelante, suscitó la preocupación de las autoridades municipales. En 1777, el alcalde mayor, D. Pedro Bayón, dejaba entrever los crecientes problemas que generaba esta práctica en las calles de la villa:

La frequente y repetida la obstinada lascibia que dio causa a infinitos expósitos que se hallaron en los términos de ambas villas, unos bivos y otros muertos, sin haverse podido descubrir sus padres, ni las personas que olvidadas de su conciencia, sin temor de Dios ni de la justicia, los abandonan y dejan a la inclemencia en paraxes que, aun estando bivos y sin recibir el Santo Sacramento del Bautismo, con facilidad qualquiera perro u otro animal puede espedazarlos7.

Seis años más tarde, su sucesor D. Eugenio Manuel Álvarez Caballero, en una misiva dirigida al obispo de Mondoñedo, se manifestaba en términos muy parecidos, afirmando que «la exposición de inocentes es continua y buscar medios abortivos muy frecuente». Ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos, se pergeñaron diferentes proyectos para erigir una institución que pudiera dar respuesta a esa situación, tratando de dar cobijo a los pequeños e impedir la sangría demográfica que generaban los abandonos. Sin embargo, aquellos planes, fruto del afán proyectista que se vivía en la Galicia de la época, tendente a una descentralización de la asistencia a los expósitos, no fructificaron, en gran medida por las insalvables dificultades de financiación existentes8. De hecho, Ferrol no contará con un hospicio hasta la tardía fecha de 1852.

La imposibilidad de erigir un hospicio en la real villa llevó a las autoridades a buscar una solución menos onerosa pero que pudiera dar respuesta, aunque fuera de un modo más precario, a aquel creciente problema. La solución vino dada por una institución de reciente creación: el Santo Hospital de Caridad. El centro, regido por la hermandad de la Caridad, se había levantado a comienzos de la década de los ochenta, sobre la base de las rentas de un viejo hospital existente previamente. En 1786, estableció un torno en el bajo de sus nuevas instalaciones, al objeto de que sirviera como lugar de recepción para los infantes abandonados. El objetivo era ciertamente simple: emplear aquel espacio como plataforma para el posterior envío de los expósitos al gran centro asistencial del reino de Galicia, el Hospital Real de Santiago de Compostela. La creación del arca ferrolana se halla muy en la línea de lo acometido ese mismo año por el obispo Cuadrillero y Mota en la capital de la diócesis, Mondoñedo, circunstancia que no parece casual9.

A cambio de la recepción de los pequeños en el centro, el municipio ferrolano se comprometía a costear su desplazamiento, lo que suponía un recorrido de unos 100 km. Tal compromiso económico generó ciertas fricciones entre el gobierno municipal y la hermandad de la Caridad. Solamente cuatro años después de la apertura del torno, el primero se quejaba de los importantes dispendios que tenía que asumir, considerando que ese nuevo mecanismo asistencial, en vez de mitigar el fenómeno lo había multiplicado. Frente a tal acusación, D. Dionisio Sánchez de Aguilera, a la sazón hermano mayor de la Caridad, argumentaba que el incremento de abandonos «no nace de aquel principio sino de reunirse, a diferencia de otros tiempos, todos en un mismo parage»10.

Ciertamente, como se aprecia en el gráfico, el ritmo de exposiciones aumentó de un modo apreciable en esos últimos años: si entre 1781 y 1785, el quinquenio previo a la apertura del arca, el promedio anual de abandonos era de 34,4, entre 1786 y 1790 aumentó hasta 49,2. Aun no descartando un posible efecto llamada en las feligresías del entorno rural ferrolano, parece que, principalmente, el incremento de entradas se halla más relacionado, como ya hemos señalado, por las propias dinámicas demográficas de la localidad. De hecho, los promedios más altos de abandonos –con una media anual de 115,1– no se alcanzan hasta el período 1795-1801, momento de importantes dificultades económicas para la capital de Departamento e inicio de su rápido declive demográfico. No obstante, resulta comprensible la preocupación municipal, atendiendo al notable desembolso que suponía el traslado de los niños. Sirva como ejemplo que en 1787 el consistorio pagaba un total de 45 reales por el traslado de cada niño al centro compostelano, lo que significó aquel año unos 1 845 reales y esas cantidades, lógicamente, no dejaron de incrementarse en los años posteriores.

De lo que no hay duda es de que la apertura del arca del hospital prácticamente monopolizó la recogida de niños abandonados a partir de entonces. Entre 1795 y 1799, del total de 587 registrados en la villa, el 98,4 % se depositaron en el centro. Tomando como base la información de la cata realizada para ese espacio temporal, podemos hacer igualmente un análisis de las horas de entrega de los niños durante los diferentes meses del año (gráfico 2). Del mismo se colige la importancia que desempeñaban las últimas horas del día, especialmente entre las ocho y las diez de la noche, como momento más propicio, al amparo de la oscuridad, para entregar a las criaturas del modo más discreto posible. Las variaciones horarias al respecto son mínimas, si bien es cierto que, en los meses más luminosos del año, de mayo a agosto, se retrasaba un tanto la recepción de expósitos hasta las nueve o incluso diez de la noche, mientras que en enero se adelantaba, siendo la hora más repetida las siete de la tarde.

Gráfico 2. Horas de exposición en el arca de Ferrol (1795-1799)

Gráfico que muestra el número medio de exposición por hora por mes del año. Durante todo el año, la gran mayoría de los exposiciónes se producen por la noche.

En cuanto a la estacionalidad, prima el invierno en volumen de abandonos, manteniéndose después el flujo bastante plano en el resto de estaciones, aunque con un ligero repunte en los meses de verano, en especial en julio y agosto. Enero, febrero y marzo descuellan como los momentos con una mayor actividad, lo que, en esencia, quiere decir que son fruto de las concepciones de primavera y verano, etapa en la que el tiempo benigno, la mayor longitud de los días, la proliferación de celebraciones de carácter popular y la intensidad de los trabajos en las instalaciones militares, facilitaban las relaciones al aire libre, produciéndose en consecuencia unos resultados bastante coincidentes con los observados en otros centros gallegos de recepción de expósitos, caso del Hospital Real de Santiago, el mindoniense de San Pablo o las arcas del vecino reino de León11. Resulta complicado, a juzgar por la parca información contenida en los libros de bautizados, dilucidar si son fruto de relaciones ilícitas o abandonos motivados por las estrecheces económicas de las unidades familiares. Sin embargo, no hay duda de que la coyuntura recesiva que vive la capital de departamento a finales del 18 y comienzos del 19 precipita de un modo más que evidente estos comportamientos.

Dada la naturaleza del centro, la media de estancia en el mismo por parte de los expósitos era ciertamente reducida. La práctica totalidad de los niños se trasladaban a Santiago a la mayor brevedad posible. Pocos fueron los afortunados que pudieron librarse de aquel penoso viaje y de la no menos difícil estancia en la institución compostelana. Las adopciones fueron anecdóticas, aunque contamos con algún ejemplo, como la sucedida en 27 de septiembre de 1788, cuando se entregaba a Gregorio Rico, empleado de carpintero en los diques y casado, un expósito para criarlo12. Del mismo modo, pocas fueron las solicitudes para recuperar al pequeño por parte de sus progenitores13.

La gran mayoría de los abandonados partían para Santiago al día siguiente de ingresar –79,7 %– frente al 11,7 % que lo hacían el mismo día, el 6,4 % que tardaban dos o el 0,8 % que superaba ese margen. Ante la premura por enviarlos al Hospital Real, el peso de los pequeños fallecidos era muy reducido: el 1,4 %. Atendiendo a la información que nos ofrecen los 38 expedientes conservados en el Archivo Municipal de Ferrol y fechados en 1788, el traslado desde Ferrol a Santiago se prolongaba entre dos o tres días, dependiendo de las estaciones.

La limitada estancia en el centro ferrolano de los expósitos explica, asimismo, los comportamientos relacionados con el padrinazgo, muy similares a los observados en otros centros de estas características. Ante la inminencia de su partida hacia Compostela y el evidente riesgo de muerte, el acto del bautismo se desarrollaba con premura, primando la participación de un solo padrino. La cata efectuada entre los años 1795 y 1799 en los libros del Hospital de Caridad (cuadro 1), refleja un exiguo 1,2 % de bautismos en los que intervenían dos, porcentaje muy inferior al observado en la época en los centros de A Coruña y Santiago14. Por lo general, corresponde a niños que no habían sido depositados directamente en la arquilla de la institución, sino que habían sido conducidos desde alguna de las feligresías rurales del entorno por las autoridades tras su bautismo. La excepcionalidad que suponía el abandono en aquellos ámbitos, propiciaba una mayor implicación de la comunidad y, en consecuencia, el concurso de los dos padrinos15.

Cuadro 1. Tipo de padrinazgo de los expósitos bautizados (1795-1799)

Fuente: Archivo del Santo Hospital de Caridad, Expósitos, Libro de bautizados n° 2.

Varón%Mujer%Ambos%Total
Niños18472,76525,741,6253
Niñas114,523394,720,8246
Total19539,129859,761,2499

Sin embargo, en la mayoría de los casos, se primará la presencia de un solo padrino, siendo preeminente entre las niñas la participación femenina (94,7 %) y entre los niños la masculina (72,7 %). Aunque, los datos también manifiestan, a nivel general, un mayor protagonismo de las madrinas frente a los padrinos. Tanto en un caso como en otro, desempeñan un papel de primer orden los empleados del centro y, en menor medida, algunos integrantes de la hermandad de la Caridad. Así, en los padrinos, llama la atención que en el 63 % de los bautismos del período estudiado ejerza como tal José María Cortizo, a la sazón mayordomo del hospital. Muy por detrás, pero también con un protagonismo destacado, con un 10 %, figura D. Joaquín Sánchez Aranguren, clérigo de prima e hijo del hermano mayor, D. Dionisio Sánchez de Aguilera. Entre las madrinas, aunque existe una mayor diversidad, los comportamientos a grandes rasgos se repiten: María Carballeira, empleada en el centro y esposa de José María Cortizo, participa como madrina en el 33,9 % de los bautismos y su compañera, la enfermera de origen alemán Clara Transperger, lo hace en otro 23,4 % de los casos16.

Tan directa implicación del personal del hospital en el padrinazgo de los pequeños explica también la alta relación existente entre los nombres de los mismos y los de sus ahijados. Tanto en los niños como en las niñas, las coincidencias son más que evidentes: el 61,7 % en el primer caso y el 67,5 % en el segundo, cuentan con alguno de sus nombres relacionado con sus padrinos. Y es que, además, y a diferencia de lo observado en el Hospital Real de Santiago, en el centro ferrolano, priman de una manera abrumadora los nombres compuestos (cuadro 2): solamente el 24,5 % de los varones y el 16,3 % de las niñas fueron bautizados con un solo nombre, al que se solía añadir como segundo a posteriori en el registro –no en el acta de bautismo– una alusión a sus orígenes –Expósito o Expósita–.

Cuadro 2. Número de nombres de los expósitos bautizados (1795-1799)

Fuente: Archivo del Santo Hospital de Caridad, Expósitos, Libro de bautizados n° 2.

Niños%Niñas%
16224,54016,3
218673,519880,5
341,683,3
410,400,0
Total253100246100

El menor número de niños a bautizar en Ferrol que en Compostela y la preeminencia de la importancia de los empleados como padrinos, que contaban con nombres dobles, puede explicar en parte este comportamiento. A ello hay que añadir la tendencia generalizada, bien estudiada para otros ámbitos gallegos, del incremento en el número de este tipo de práctica en las últimas décadas del siglo 1817. Entre los niños, el nombre base mayoritario es José –62 casos–, abundando los nombrados como José María, y en menor medida, Pedro –29–, Joaquín –14–, Manuel o Francisco –con 11 cada uno–. En las niñas, la preeminencia de María como primer nombre es abrumadora: el 51,2 % del total se bautizan con él. Muy por detrás aparecen otros como Antonia y Clara –con diez casos cada uno–, Juana –con ocho– o Josefa –con seis–. Aunque la influencia de los padrinos y las particulares devociones a algunos santos priman, también encontramos ejemplos de nombres vinculados al santoral del día o, más bien, del mes en el que nacía el niño. Es el caso de Julián, patrón de la real villa, en enero o de Pedro en junio.

Otras acciones asistenciales del Hospital de Caridad para con la infancia

Si bien, desde una perspectiva cuantitativa, la principal acción asistencial del Santo Hospital de Caridad estuvo relacionada con la recogida de los expósitos y su conducción a Santiago de Compostela, la institución también desarrolló otras actividades de auxilio relacionadas con la infancia. En primer lugar, como centro hospitalario, ofreció servicios médico-sanitarios. Entre 1780 y 1830, al menos 791 menores de 16 años, según se extrae de los registros de entradas de la institución, fueron acogidos en el hospital para sanarse de diferentes dolencias. En concreto, fueron 380 niños y 411 niñas los auxiliados en un centro que se erigió en el principal referente de este tipo de asistencia en el entorno, dado que la otra institución existente, el Real Hospital de Esteiro, restringía sus servicios exclusivamente a los aforados castrenses.

Junto a estas atenciones, de las que se beneficiaban no sólo los menores sino también cualquier vecino, residente o transeúnte de la localidad, la hermandad de la Caridad ofreció otro tipo de asistencia específica a la infancia que evidencia su interés por cubrir todos aquellos flecos que pudieran incrementar la vulnerabilidad de un sector especialmente desprotegido como aquel. Si en el caso de los enfermos, el hospital ofrecía cama, alimento y medicina a los pequeños y para los abandonados se articuló un sistema de recogida y traslado al gran centro asistencial del reino de Galicia, hasta 1789 el hospital no desarrolló una respuesta frente a aquellos niños que, hallándose sus progenitores enfermos en sus salas, en especial las madres, quedaban desamparados durante aquella etapa de convalecencia. Fue aquel año cuando, por primera vez, se buscó una solución a un problema que, si bien no era cuantitativamente relevante en el conjunto general de las asistencias, sí generaba sangrantes ejemplos de desamparo que era necesario subsanar. La solución elegida fue encomendar el cuidado de los pequeños, mientras sus progenitores se recuperaban, a criadoras externas. Así se señalaba en las memorias de la institución de 1789: «Se han socorrido a 4 niños el auxilio necesario para que los tuviesen mugeres estrañas interin sus desamparadas madre se allaban enfermas en el hospital y no les podían asistir»18.

A partir de entonces y hasta 1830, la institución se hizo cargo de esta atención temporal, auxiliando a un total de 124 niños (gráfico 3)19. Como se puede comprobar en el gráfico, buena parte de esta acción asistencial se concentró en las dos últimas décadas del siglo 18 y primeros años del 19, coincidiendo –como ya habíamos referido en el estudio evolutivo de los expósitos– con el período de mayor dinamismo de la capital de Departamento. De hecho, el 66,9 % de todas las actuaciones del hospital en esta materia se concentraron entre los años 1789 y 1805, con un promedio de 4,9 asistencias anuales. A partir de entonces, la caída demográfica de la villa, unida posiblemente a las propias dificultades económicas del centro, que restringieron su capacidad de acción, provocaron una notable caída de las mismas: entre 1806 y 1823, el promedio desciende hasta el 0,6, hallándose un número significativo de años sin asistencias. Al margen de algunos momentos puntuales previos, el período menos activo se concentra entre 1817 y 1823, en donde no se produjo ningún auxilio. Desde entonces la actividad se retomó, recuperando los niveles de finales del 18.

Gráfico 3. Evolución de las asistencias a los hijos de enfermos en el Hospital de Caridad de Ferrol (1789-1830)

Véase el texto.

Aunque este tipo de asistencias solía tener una duración temporal limitada, estrechamente relacionada con la convalecencia del o los progenitores, en alguna ocasión el centro asumió la atención del pequeño por un espacio mayor, en atención a determinadas peculiaridades ciertamente excepcionales. Así, a comienzos de 1793, la junta de gobierno de la Caridad aprobaba hacerse cargo del cuidado de un niño llamado Pedro, hijo de una paciente que había fallecido en el centro hospitalario. Al hecho de que el pequeño no contase con amparo familiar alguno en la villa, se le unía su corta edad, seis años, y la circunstancia de ser mudo «aunque no lo fue de nacimiento». Durante los nueve años siguientes, la hermandad sufragó su mantenimiento, así como el aprendizaje del oficio de sastre20.

Marginación, infancia y represión

Si hasta ahora hemos centrado nuestra atención en el desarrollo de diferentes acciones asistenciales que, aunque imbuidas del utilitarismo predominante en el 18 hispano, se canalizaban a través de una institución religiosa de marcado cariz caritativo, la segunda parte de nuestro trabajo tiene por objeto estudiar, también para el caso ferrolano, las políticas diseñadas por las autoridades con una mentalidad represiva que buscaban, desde la desconfianza hacia el pobre, actuar con severidad21.

La real villa de Ferrol en la segunda mitad del siglo 18, por sus propias características como centro urbano de aluvión y lugar de oportunidades, se convirtió en meta de un nutrido flujo migratorio, lo que trajo consigo, de igual modo, la existencia de un apreciable conjunto de individuos sin oficio ni beneficio que sobrevivían, bien merced a los trabajos eventuales que pudieran surgir, bien a través de la mendicidad o de actividades delictivas. En una estimación elaborada por el propio gobierno municipal en 1779, se consideraba que pululaban por las calles unos 550 vagos e impedidos, de los cuales, al menos 280 eran menores de 16 años22. Ante esta situación, con el peligro que entrañaba tanto por el escándalo y el mal ejemplo que implicaba esa vida ociosa, como por el hecho de convertirse en una fuente de inestabilidad para el orden público, las autoridades acometieron una política de persecución y represión, manifestada en las conocidas cuerdas de vagos. En el caso de los menores afectados por estas políticas, la intención era clara: reconducirlos desde la ociosidad hacia el trabajo y el servicio al Estado.

La información que nos aportan los expedientes conservados en el archivo municipal ferrolano es esporádica, pero a pesar de las evidentes lagunas, refleja de un modo claro el sentido de estas políticas. Sirva como ejemplo la leva organizada durante la madrugada del 3 de septiembre de 1775 por el alcalde mayor D. Francisco Robledo de Alburquerque. En aquella ocasión, fueron apresados un total de 15 muchachos de entre 12 y 16 años que, en palabras del propio alcalde, no tenían «otro ejercicio que el pedir limosna y jugar en los rincones». Lo cierto es que, en el interrogatorio que se siguió a su captura, la mayoría de ellos alegaban desarrollar de modo esporádico alguna tarea. La práctica totalidad se dedicaban a «sacar agua de la fuente de San Francisco a quien va a buscarla», recibiendo normalmente por pago «algunas cortezas de pan». Esta labor se podía complementar con otras, como Jacinto Mejide, de 14 años, que desempeñaba el oficio de peón en las instalaciones militares, cuando así se lo permitían o, como Juan de Laxe y Jaime García, de la misma edad, que trabajaban también de recatones. Todos ellos fueron condenados a servir en la Armada, por no dar la talla para alistarse en el ejército. El objetivo era que «se instruian en la maniobra y faenas de la navegación u otro oficio de que lexitimamente puedan vivir», por un espacio de cuatro años. La condena, de por sí severa, fue posteriormente ampliada por la Real Audiencia de Galicia, considerando que no era oportuno fijar un tiempo concreto de permanencia, sino que este se iría perfilando en función de la respuesta de los muchachos23.

La mayoría de estos jóvenes no eran naturales de la villa. Procedían del entorno rural y llegaban a la localidad a veces por su propia iniciativa, pero en no pocas ocasiones por la de sus progenitores, a fin de buscar acomodo como trabajadores de baja cualificación. Así consta en el interrogatorio realizado tras una nueva redada organizada en la madrugada del 12 agosto de 1776 por el alcalde D. Pedro Bayón Ruiz. En la misma, uno de los sujetos capturados, Tomás Pérez, natural de la parroquia de San Mamede de Oleiros, alegaba que se hallaba en Ferrol como consecuencia de la muerte de su padre y de los efectos de una helada que en el mes de mayo había echado a perder todo el pan de su labranza, por lo que la madre, que cuidaba a dos hijas de tierna edad, le había encomendado que buscase trabajo allí. Antonio Dopico, de Santiago de Bermui, decía llevar tres meses en Ferrol trabajando como peón en las instalaciones militares, a fin de satisfacer una deuda de 500 reales que habían contraído sus padres «importe de fruto que compraron para alimentarse». También los hermanos José y Jacobo de Lago, naturales de la feligresía de Santa María de Galdo, llegaron a la capital para auxiliar la precaria economía familiar, al dejar en su lugar de origen a su madre viuda. Su objetivo era trabajar algunos meses como peones «asta que llegue la cosecha del maíz, con ánimo de ganar algunos reales para pagar las pagas reales y otros menesteres precisos de casa», dejando mientras las tierras al cuidado de su madre y su hermana24.

Sin embargo, los argumentos esgrimidos por los jóvenes no contaron con el crédito necesario dentro del gobierno municipal, que los consideraban meras disculpas para arrojarse a una vida de holganza, siendo su concurso absolutamente prescindible en las instalaciones militares y provocando el abandono de las tierras de cultivo y otros indeseables efectos en la paz social de la capital. Así lo expresaba el propio alcalde mayor:

entregados voluntariamente a una vida voluptuosa, superficial y aparente y empleados de peones en los distintos ramos de obras de Marina de este Departamento, en perjuicio del estado de la causa común que ni es permanente ni oficio con que puedan subsistir siendo comunes los clamores de varios parages que quedaron las haciendas incultas por falta de operarios que tomaron el rumbo y deliberación de dejarlas, huiendo de la fatiga corporal25.

En esta misma línea, el diputado de abastos, D. Luis de Atocha, llegó a considerar a todos los peones como vagos, puesto que las labores desempeñadas en las instalaciones, según su estimación, equivaldrían a dos horas de trabajo en el campo. Y era precisamente esa vida relajada, con tanto tiempo libre y sin fatiga, la que propiciaba ya no sólo el abandono de los campos de cultivo de la comarca, sino también el hecho de que aquellos mozos se viciaban e involucraban en numerosas actividades delictivas «cuchilladas, desafíos y otras pendencias» que los convertían en individuos «nocivos a la república».

Por ese motivo, las acciones represivas diseñadas desde el gobierno municipal por aquellos años fueron más allá de lo estipulado en las órdenes que se recibían por parte del regente gobernador del reino. De hecho, aquella madrugada de agosto, 28 de los 30 sospechosos presos tuvieron que ser posteriormente liberados, por no adecuarse a lo estipulado en la real ordenanza de vagos y maleantes, como así le recriminó la propia sala de lo criminal de la Real Audiencia. El alcalde se justificó señalando las dificultades que entrañaba poder separar a los culpables de los inocentes en una localidad como la ferrolana, con tanta población estacional. Pero lo cierto es que esta práctica escondía el indisimulado fin de tratar de recortar este tipo de desplazamientos temporales. De hecho, en no pocos casos, a los liberados se les exhortó a que volvieran a sus casas a cultivar la tierra, apercibiéndoles de que en próximas ocasiones se les aplicaría con todo rigor la normativa de vagos.

Las peculiaridades de la capital del Departamento durante la segunda mitad del siglo 18, con una población en constante crecimiento, propiciaban el desarrollo de estas políticas represivas, muy en sintonía de lo observado en otros centros urbanos españoles de la época. Pero además, Ferrol contaba con otra peculiaridad: el hecho de contar con una de las instalaciones militares y fabriles más importantes de la Monarquía, la convirtió en lugar de destino de un nutrido número de vagos y mal entretenidos enviados por los tribunales a trabajar en los astilleros o a servir en el Ejército o la Armada.

La participación de estos muchachos en las instalaciones, si bien venía de antes, se acentuó a partir de la creación de los grandes arsenales en la década de los 50 de aquel siglo. El objetivo era claro: su reconducción desde la ociosidad al desarrollo de labores productivas en beneficio de la Corona, solucionando de paso los serios problemas de orden que motivaba este sector, especialmente en los centros urbanos26. La ingente demanda de mano de obra en aquella década en unas instalaciones que se estaban construyendo y que, a la vez, desarrollaban un ambicioso programa de construcción naval, hizo concebir la posibilidad de convertir a algunos de aquellos jóvenes en operarios especializados, intento que contaba con precedentes ya en el viejo apostadero de A Graña27. En esta línea se movió la llegada a las instalaciones en diciembre de 1751 de 182 mozos que fueron acomodados con diferentes operarios de la maestranza «para que les enseñen sus respectivos oficios». Los maestros eran compensados económicamente por la formación dispensada y los jóvenes recibían, además de ropas y el instrumental para sus labores, un real diario y su correspondiente ración, amén de su posterior promoción en el caso de lograr aprender el oficio28.

Pero las esperanzas depositadas en este programa se vieron truncadas por la cruda realidad. Ni las condiciones de alojamiento fueron las más adecuadas, ni tampoco en ocasiones el trato de los operarios de la maestranza, a lo que hay que unir las propias muestras de resistencia de los vagos que se manifestaron en fugas, robos de material o incluso en la propia venta de la ropa con la que los había vestido la Intendencia de la Armada. Ante tal fracaso, este destino, que parecía uno de los más a propósito para aquellos jóvenes, fue paulatinamente abandonándose porque, ante esas muestras de indisciplina, la buena disposición de los maestros se había «entibiado en admitirlos para enseñarles el oficio»29. Por otro lado, la importante demanda existente en la época de contratos de aprendizaje que solían firmar los maestros de la maestranza con padres de muchos jóvenes interesados en aprender el oficio, les propiciaba mejores condiciones económicas y una mayor tranquilidad que el tutelaje de vagantes. Buena prueba de lo señalado es que de los 213 contratos que hemos podido localizar hasta el momento entre 1747 y 1752, solamente tres estaban relacionados con vagos30.

Tal conjunción de factores explica el abandono de este destino entre las preferencias de las autoridades de Marina, potenciándose otros más a propósito que contaban con un régimen disciplinario más férreo. Así, de entre los 236 jóvenes enviados a los arsenales en 1776, ninguno fue enviado a aprender un oficio en la maestranza (cuadro 3). La gran mayoría de ellos, el 44,1%, fueron embarcados en los navíos del rey, bien como grumetes o bien –los más jóvenes– como pajes. Otro 19,1 %, los de mayor talla, pasaron a servir como soldados, principalmente en los Batallones de Marina y el resto, bien por enfermedad o por incapacidad, no recibieron destino.

Cuadro 3. Destino de los vagos enviados al arsenal de Ferrol (1776)

Fuente: Archivo General de Simancas, Secretaría de Marina, Legajo 699

DestinoTotal%
Grumetes8937,7
Inútiles7833,1
Servicio
de las armas
4519,1
Pajes156,4
Enfermos93,8
Total236100,0

Parece pues que, paulatinamente, a lo largo de la segunda mitad del 18, el destino preferente de los vagos fue convertirse en integrantes de las tripulaciones de la Armada Real. Con ello se trataba de disciplinarlos y, a su vez, de cubrir en parte la ingente demanda de marinería especializada, uno de los principales problemas que padecía la marina de guerra durante aquel siglo31. De hecho, los intentos de formar a los vagos como marineros avezados en el dominio de las complejas maniobras de los buques de guerra venían ya de atrás, constatándose prácticamente desde los orígenes de las instalaciones militares en el primer tercio de la centuria. El número debió de aumentar en el momento de esplendor de los arsenales, como sugieren los datos puntuales con los que contamos, hasta el punto de que fue frecuente entonces que el intendente del Departamento se negase a recibir más jóvenes, al haberse cubierto todas las plazas32.

Si durante décadas la práctica más generalizada fue destinar directamente a estos jóvenes a las diferentes embarcaciones de la Armada para que adquirieran experiencia práctica durante sus viajes, a comienzos de los 80 se buscó potenciar su proceso previo de aprendizaje, habilitando a tal efecto una embarcación en el puerto para su adiestramiento33. En la corbeta «Cazadora» los oficiales de mar trataban de estimular la aplicación de los jóvenes, procurando, por órdenes de la superioridad, que el proceso se realizase con el menor rigor posible para fomentar su amor hacia aquellos trabajos. El intendente Antonio Mejía, en una carta al ministro Castejón fechada en 1781, mostraba su optimismo, aún a pesar de que, en su opinión, los rapaces enviados a Ferrol eran más endebles que los que llegaban a los otros arsenales de la Corona34. Esta estancia en la corbeta servía como un tamiz previo a la hora de fijar el destino definitivo de los vagos. Durante unos 40 días, los muchachos aprendían las maniobras básicas en un barco, la jerga marinera, los principales instrumentos empleados por la marinería o a manejar los cañones. Tras esa iniciación a las labores marineras se valoraba su aptitud y, en caso de ser la deseada, pasaban a formar parte de la tripulación de alguna de las embarcaciones de la Armada. Los que no superaban la prueba, continuaban su preparación o eran enviados a otros destinos.

Finalmente, el tercero de los principales ámbitos socio-laborales en los que se movieron los vagantes fue el de los Batallones de Marina, aunque su peso parece que nunca alcanzó las dimensiones de los anteriores. En 1751, la Corona acometió una distribución de las diferentes cajas de reclutas entre los tres arsenales peninsulares, correspondiéndole a Ferrol las de Zamora y la propia capital departamental. La primera englobaba las jurisdicciones de Burgos, Valladolid, Ciudad Rodrigo, Segovia, Salamanca, Palencia, Toro, Ávila y Soria, mientras que la segunda incluía el reino de Galicia, el principado de Asturias, León y las provincias vascas35.

Ya fuera en los batallones, ya en los astilleros o en las embarcaciones, el grado de éxito de estas medidas fue limitado, a veces por las propias resistencias de los jóvenes a enmendarse –en especial a través de la deserción– y, otras veces, por las difíciles condiciones de vida padecidas. A pesar de las instrucciones dadas desde la Secretaría en pos de ofrecer un trato no excesivamente severo, las precarias condiciones de alojamiento o alimentación, a lo que se añadía la severidad de los superiores, generaron no pocas quejas a lo largo del período que tuvieron difícil solución. Las limitaciones presupuestarias y la propia dureza de la vida militar restringían de un modo muy notable esas buenas intenciones.

Del mismo modo que a día de hoy resulta complicado poder acometer un análisis evolutivo desde una perspectiva cuantitativa del fenómeno de captación de jóvenes vagantes a los arsenales ferrolanos, lo mismo sucede a la hora de analizar su procedencia geográfica. A este respecto, la cuerda de 1751 es la que más información aporta, por lo que podemos tomarla como referencia (cuadro 4). La inmensa mayoría de los vagos que llegaban a Ferrol por entonces lo hacían a través de las famosas cuerdas, siendo destinados a través de los principales tribunales de la mitad norte peninsular: Chancillería de Valladolid, Consejo Real de Navarra, las audiencias de Galicia y Asturias, así como de todas las justicias, aunque fueran de fuero privilegiado, del territorio donde aquellos ejercían su jurisdicción36. Esta circunstancia tiene su lógica proyección en los datos que nos ofrece la cuerda, en la que son especialmente los territorios de las actuales comunidades autónomas de Castilla y León, La Rioja y Galicia las que se erigen en el principal ámbito de captación, suponiendo el 87 % del total. El amplio espacio castellano y leonés, esconde una contribución muy diversa pero que se concentra, fundamentalmente, en el ámbito urbano o semiurbano, destacando ciudades como Valladolid, Burgos o Salamanca. En el resto de territorios, asistimos a una mayor dispersión, con un notable aporte de procedencias rurales, aunque, cierto es que determinados centros de población como los riojanos Logroño o Haro contribuyen de un modo destacado. Tal dispersión es todavía más acentuada en el caso gallego, en gran medida debido a las propias características del hábitat en ese reino. No obstante, el lugar de naturaleza no implica, ni mucho menos, el de captura, puesto que, como ya señalamos, el desarrollo de estas redadas se concentraba mayoritariamente en los espacios urbanos.

Cuadro 4. Procedencia de los vagos enviados al arsenal de Ferrol (1751)

Fuente: Archivo General de Simancas, Secretaría de Marina, Legajo 699

ProcedenciaTotal%
Castilla y León9458,0
Rioja2515,4
Galicia2213,6
Asturias53,1
Cantabria31,9
Navarra10,6
País Vasco10,6
Otros116,8
Total162100

La propia cuerda de 1751 nos permite acometer una aproximación a las edades de este grupo. Los resultados arrojan una media de 14.9 años, siendo la modal los 14. Ciertamente, las referencias ofrecidas en este recuento deben tomarse con cautela, habida cuenta a la tradicional tendencia al redondeo, pero no por ello dejan de resultar interesantes. De hecho, de los 182 muchachos que declaran su edad, el 64,3 % eran menores de 15 años.

Conclusiones finales

La irrupción de Ferrol como gran centro urbano y fabril en la España del siglo 18, no sólo propició la rápida expansión demográfica y económica de la localidad; también generó una serie de problemas de orden social y asistencial a los que tuvieron que hacer frente las autoridades. En lo que atañe a la infancia, dos fueron los principales aspectos a resolver: el notabilísimo incremento del abandono de niños y la proliferación de vagos en las calles de la nueva capital.

Frente al problema de la exposición el gobierno municipal, de la mano de la hermandad de la Caridad, logró erigir un arca. Pero se trató de una solución de compromiso, puesto que las limitaciones presupuestarias minimizaron los ambiciosos objetivos previos, conformándose exclusivamente con reconducir a los pequeños desamparados hasta el Hospital Real de Santiago de Compostela, tras ser previamente bautizados.

Para la segunda cuestión, las autoridades municipales y las de la Armada desarrollaron medidas en las que la coacción fue la tónica imperante. Las cuerdas de vagos no sólo trataron de limpiar las calles ferrolanas de elementos indeseables, sino que además recondujeron a un nutrido número de jóvenes de otros espacios de la Monarquía a trabajar en unas instalaciones militares con una endémica demanda de brazos. Estas disposiciones trataron de convertir a aquellos individuos díscolos en súbditos fieles y productivos, incentivando su recluta para las embarcaciones de guerra, los astilleros o los Batallones de Marina. Si en cuanto a su capacidad de captación dichas políticas se coronaron con un evidente éxito, en lo que atañe a la readaptación de los sujetos a la disciplina y la laboriosidad, los resultaron fueron mucho más discretos.

  • 1 Por razones de legibilidad y adecuación a todos los públicos, la edotorial ha optado por escribir los números superiores a 10 en números arábigos, incluidos los siglos.
  • 2Martín García Alfredo, «Puissance maritime et développement urbain de la Galice au XVIIIe siècle. La ville-arsenal du Ferrol», en Saupin Guy (dir.), Les villes atlantiques européennes. Une comparaison entre l’Espagne et la France (1650-1850), Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2019 ; Vigo Trasancos Alfredo, Arquitectura y urbanismo en el Ferrol del siglo XVIII, Vigo, COAG, 1985.
  • 3 En total suponían 11 de los 933 bautizados registrados en la primera fecha, 94 de los 1 840 en la segunda y 357 de los 1 908 en la tercera. Archivo parroquial de San Julián de Ferrol, Libros de bautismos, nº 12, 13, 14, 15 y 16; Archivo Parroquial Castrense de Ferrol, Parroquia Castrense de San Fernando, Libros de bautismos nº 2, 3, 4 y 5; Archivo Parroquial Castrense de Ferrol, Parroquia Castrense de San Julián, Libros de bautismos nº 2, 3, 4 y 5.
  • 4Martínez Rodríguez Enrique, La población de Santiago de Compostela (1630-1860), Santiago de Compostela, Universidad de Santiago 2014, p. 325; Rey Castelao Ofelia y Castro Redondo Rubén, «Ilegítimos y expósitos en A Coruña, 1793-1900: apadrinamiento y onomástica», en Lobo De Araújo Maria Marta y Martín García Alfredo (eds.), Os marginais, séculos XVI-XIX, Braga, Humus, 2018, p. 11-34; Dubert García Isidro, «Mecanismos asistenciales y mortalidad infantil en la Galicia del interior: el Hospital de San Pablo de Mondoñedo de 1780 a 1850», Semata. Ciencias Sociais e Humanidades, 1 (1988), p. 199-224.
  • 5 Un 17,3 % en el trienio 1828-1830. Por otro lado, existe un práctico equilibrio entre el abandono de niños y niñas, con un ligero porcentaje superior de los primeros.
  • 6 Los datos que presentamos proceden, hasta 1786, de la información aportada por los libros de bautizados de las parroquias ferrolanas: la ordinaria de San Julián y las dos castrenses. Desde entonces, por su mayor fiabilidad nos decantamos por los registros de expósitos del Santo Hospital de Caridad. Archivo del Santo Hospital de Caridad de Ferrol, Expósitos, Libros de bautismos, nº 2 y 3.
  • 7 Archivo Municipal de Ferrol, Administración local. Goberno, Concello pleno, Libros de actas, nº 11.
  • 8 Para un análisis más profundo de los diferentes proyectos desarrollados en la Galicia del momento, Véase Rey Castelao Ofelia, «Niños y adolescentes urbanos en Galicia: marginación y vías de inserción en la segunda mitad del XVIII», en Lobo De Araújo Maria Marta y Pérez Álvarez María José (coords.), Do silêncio à ribalta; os resgatados das margens da História (séculos XVI-XIX), Braga, Lab2PT, 2015.
  • 9Dubert García Isidro, «Mecanismos asistenciales y mortalidad infantil…», art. cit., p. 199.
  • 10 Archivo Municipal de Ferrol, Administración local. Goberno, Concello pleno, Libros de actas. nº 36.
  • 11Martínez Rodríguez Enrique, La población de Santiago de Compostela…, op. cit, p. 318; Dubert García Isidro, «Mecanismos asistenciales y mortalidad infantil…», art. cit., p. 210; Pérez Álvarez María José y Martín García Alfredo, Marginación, infancia y asistencia en la provincia de León a finales del Antiguo Régimen, León, Universidad de León, 2008, p. 84.
  • 12 Archivo Municipal de Ferrol, Servizos sociais e asistenciais (beneficencia), Caixa de Expósitos, Carpeta 30.
  • 13 Entre 1795 y 1799 solamente localizamos dos casos. El de una niña, bautizada con el nombre de María Petra, que había sido depositada en el arca en junio de 1797. Una vez la pequeña inició su viaje a Santiago, fue reclamada por su madre y entregada por la justicia. Dos años más tarde, sucedió algo parecido con otra niña llamada Cayetana Dominga. Algunos casos más podían existir, aunque fue un comportamiento minoritario. De hecho, la hermandad aprobaba en 4 de agosto de 1789 que aquellos que quisieran tener información del niño entregado en el arca, debían previamente abonar el gasto de desplazamiento a Santiago para restituirlo a las arcas municipales, lo que pudo tener un efecto disuasorio.
  • 14 En la ciudad herculina entre 1793 y 1800, los bautismos con dos padrinos significaban el 28.8 % de los de niños y el 21 % en los de niñas. Por su parte en Santiago por aquellas fechas suponían el 11,9 % del conjunto. Rey Castelao Ofelia y Castro Redondo Rubén, art. cit., p. 27-28.
  • 15 Así se constata también en la diócesis de Lugo. González López Tamara, «Infancia y padrinazgo: legítimos, naturales y expósitos en la diócesis de Lugo en el Antiguo Régimen», Revista de demografía histórica, XXXVIII, I, 2020, p. 59-77, p. 68.
  • 16 Los comportamientos son similares a los observados en otros centros, tanto en el ámbito hispánico como de más allá. Sirvan lo ejemplos del Hospital Real de Santiago o del Hotel-Dieu de Nevers. Rey Castelao Ofelia y Barreiro Mallón Baudilio, «Apadrinar a un pobre en la diócesis de Santiago de Compostela, siglos XVII-XIX», en Pérez Álvarez María José y Lobo De Araújo Maria Marta (coords.), La respuesta social a la pobreza en la Península Ibérica durante la Edad Moderna, León, Universidad de León, 2014, p. 224; Florenty Guy, Une capitale provinciale et sa population: Nevers au XVIIIe siècle, Nevers, Ateliers nivernais d’archives vivantes, 1991, p. 19.
  • 17González López Tamara, «Entre la innovación y la tradición: aproximación a la onomástica femenina desde la jurisdicción de Eiré (Lugo)» [en línea], en Cabrera Espinosa Manuel y López Cordero Juan Antonio (coords.), XI Congreso virtual sobre Historia de las Mujeres, Jaén, Asociación de Amigos del Archivo Histórico Diocesano de Jaén, 2019, p. 407. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/7315043.pdf.
  • 18 Archivo del Santo Hospital de Caridad de Ferrol, Gobierno y régimen interior, Memorias Anuales, Caja 23.
  • 19 Los datos proceden de la información aportada por las memorias anuales del Hospital. Archivo del Santo Hospital de Caridad de Ferrol, Gobierno y régimen interior, Memorias Anuales, Caja 23.
  • 20 Archivo del Santo Hospital de Caridad de Ferrol, Enfermos, Registros de ingresos y altas, Libros de registros de enfermos y filiaciones, Libro 3 de entradas de enfermos, fol. 136 vto.
  • 21Pérez Estevez Rosa María, El problema de los vagos en la España del siglo XVIII, Madrid, Confederación Española de Cajas de Ahorros, 1976, p. 166-169.
  • 22 Archivo Municipal de Ferrol, Protección e seguridade, Caja 398.
  • 23 Archivo Municipal de Ferrol, Protección e seguridade, Caja 398.
  • 24 Archivo Municipal de Ferrol, Protección e seguridade, Caja 398.
  • 25 Archivo Municipal de Ferrol, Protección e seguridade, Caja 398.
  • 26Martínez Manuel, Los forzados de marina en la España del siglo XVIII (1700-1775), Almería, Universidad de Almería, 2011, p. 129-130.
  • 27 En una carta de 5 de mayo de 1739, enviada al marqués de la Ensenada, el intendente de Marina manifestaba su disponibilidad a acoger en las instalaciones a 100 muchachos de entre 12 y 18 años como aprendices de la maestranza. Archivo General de Simancas, Secretaría de Marina, Legajo 699.
  • 28 Archivo General de Simancas, Secretaría de Marina, Legajos 694 y 699.
  • 29 Archivo General de Simancas, Secretaría de Marina, Legajo 694.
  • 30 Archivo Naval de Ferrol, Fondos de la Justicia Militar, Escrituras Públicas, Legajo 1730-1759.
  • 31Merino Navarro José Patricio, La Armada española en el siglo XVIII, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1981, p. 84.
  • 32 En 1754 las autoridades de marina se negaron a recoger a 30 muchachos que quería enviar a Ferrol el hospicio de Valladolid, ante la imposibilidad de acoger a más, dada la saturación existente. Martínez Manuel, Los forzados de marina…, op. cit., p. 130.
  • 33Pérez Estevez Rosa María, El problema de los vagos…, op. cit., p. 269.
  • 34 Archivo General de Simancas, Secretaría de Marina, Legajo 700.
  • 35 Archivo General de Simancas, Secretaría de Marina, Legajo 699.
  • 36 Aunque las cuerdas constituyen la principal vía de captación de vagos, también nos podemos encontrar con casos en los que los jóvenes llegaban a Ferrol a ruego de sus progenitores, con el fin de someterlos a un régimen de disciplina del que carecían en sus hogares. Archivo General de Simancas, Secretaría de Marina, Legajos 694 y 699.