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Configuración de las relaciones de género en dos novelas de Horacio Castellanos Moya

¿Antes y después del movimiento #MeToo?

Configuration of Gender Relations in Two Novels by Horacio Castellanos Moya: Before and after the #MeToo Movement?

El sueño del retorno y El hombre amansado1 forman parte de un conjunto de novelas protagonizadas por Erasmo Aragón2: un personaje recurrente en la obra de Horacio Castellanos Moya. En la narrativa del escritor salvadoreño, la familia y la esfera íntima constituyen raramente un remanso de paz. Al contrario, la saga de novelas dedicadas a su familia hace de Erasmo Aragón el heredero de una historia marcada por una fuerte interpenetración entre una violencia sociohistórica y una violencia intrafamiliar3 que el mismo personaje contribuye a perpetuar.

En El sueño del retorno, Erasmo Aragón aprovecha el inicio de las negociaciones de paz para preparar su retorno a El Salvador, tras más de una década pasada en México. Decide abandonarlo todo, incluso a su propia familia, para participar en esta etapa decisiva de la historia nacional. En El hombre amansado, Erasmo Aragón conoce un período de crisis después de haber sido falsamente acusado de violencia sexual. El protagonista se hunde en una suerte de letargia, que lo conduce a marcharse a Europa con una de las enfermeras que lo curó. Esta parece dispuesta a seguir cuidándolo en este momento de fragilidad.

En estas dos novelas, publicadas a diez años de distancia, ¿cómo evoluciona la configuración4 de las relaciones de género dentro y más allá de la pareja? El propósito de este artículo es examinar las representaciones de lo femenino y lo masculino desde una perspectiva relacional. La evolución que se observa entre las dos novelas puede no ser completamente ajena al movimiento euroamericano de denunciación de las agresiones sexistas y sexuales, que se difundió de forma masiva en las redes sociales a partir del año 2017: #MeToo.

La mujer invisibilizada y la «masculinidad hegemónica» en El sueño del retorno (2013)

El sueño del retorno narra el proyecto de Erasmo Aragón de regresar a su país de origen, mientras comienzan las negociaciones de paz en El Salvador5. La perspectiva de este retorno le genera una angustia que lo obliga a consultar a un médico e hipnoterapeuta. Las sesiones de hipnosis con Don Chente revelarán heridas ocultas y traumatismos, conformando un dispositivo narrativo complejo en el que parte del relato escapa al terapeuta y al mismo narrador autodiegético. En cuanto a los lectores, se encuentran en la encrucijada de lo dicho, lo callado y lo narrado en forma de monólogo interior6. En esta novela, Erasmo Aragón encarna una masculinidad tiránica, que maltrata e invisibiliza a su pareja.

La partida de Erasmo Aragón corresponde a un proyecto individual y una decisión unilateral:

[…] estaba a punto de renunciar a mi empleo en una agencia de prensa, de hecho sólo trabajaría un par de semanas más, con la intención de realizar un cambio radical en mi vida, de regresar pronto a El Salvador a impulsar un proyecto periodístico al que me habían invitado y que mucho me entusiasmaba, habida cuenta de que las negociaciones entre el gobierno y la guerrilla avanzaban con resolución y la paz se olfateaba en el horizonte cercano. [p. 15]

El protagonista pretende convertirse en hombre nuevo, tratando de «enfrentar el reto de reinventarme en unas condiciones en las que el peligro cotidiano me obligaría a la lucidez» (p. 165).

A través de una sucesión de preguntas cortas, el médico recuerda constantemente a Erasmo Aragón sus lazos familiares: «¿Se lleva a su familia?» (p. 15); «Y la relación con su esposa, ¿está bien?» (p. 24). Gracias a Don Chente, Erasmo Aragón también explicita el punto de vista de su mujer ante esta decisión tan importante: «¿Y qué opina su señora?» (p. 16); «¿Y ella qué piensa?» (p. 39). Al final, más allá de su pareja, el terapeuta recuerda a Erasmo Aragón la existencia de su hija: «No se apresure en sus decisiones; recuerde que hay una niña de por medio» (p. 39). Así, la voz del médico contribuye a visibilizar a la familia del narrador y evidenciar las consecuencias colectivas de esta decisión individual.

Por un lado, el narrador autodiegético minora la legitimidad de su pareja, movilizando estereotipos relacionados con lo masculino y lo femenino. De este modo, juega con las «dimensiones simbólicas del género»7. Eva aparece como una mujer llorona8, «colérica» (p. 41) y versátil9, víctima de cierto «desequilibrio emocional»10. El narrador la asocia con el interés menor de lo íntimo. Su sola presencia parece culpabilizadora11 para Erasmo Aragón, quien se queja frecuentemente de «la culpa que Eva me había inoculado» (p. 166). Por otro lado, la partida de Erasmo Aragón responde a una ambición nacional: participar en la construcción de la paz en El Salvador. Supuestamente animado por un fuerte sentido de las responsabilidades, el narrador descarta a su familia para preservarla del contexto sociopolítico inestable y de su propia situación económica incierta: «Le dije [a don Chente] que mi mujer y mi pequeña hija se quedarían en México, que tampoco se trataba de convertir mi aventura en tragedia, pero que una vez que la guerra civil terminara ellas también seguirían mi ruta» (p. 15).

Coincidiendo con el punto de vista de Erasmo Aragón, la narración aborda lo femenino y lo masculino desde la dicotomía12 y la discontinuidad. Sin embargo, este binarismo se fisura mediante un discreto contra-discurso, que revela las imposturas del narrador. En realidad, la partida de Erasmo Aragón es una forma de huir y terminar con una relación en crisis: «[…] la relación con mi mujer estaba hecha picadillo, no por el viaje, sino porque cinco años de vida en común eran suficientes para arruinarle los nervios a cualquiera, y mi partida respondía en buena medida a la necesidad de poner la distancia indispensable para valorar si valía la pena intentar encender el infiernillo de nuevo» (p. 16).

Así, el proyecto del personaje oscila entre la cobardía, el rechazo de las responsabilidades propias y cierto sentido de la reescritura. La lítote «el infiernillo» deja presagiar una relación de pareja que no hará sino empeorar, transformándose en «borrasca», «ruptura dolorosa», «pantano de reproches, rencores y acusaciones», el «peor de los odios» (p. 37).

Aparte de los estereotipos y las sospechas permanentes, Eva padece toda la violencia verbal y emocional13 del narrador. Estas se manifiestan siempre en la esfera privada14 y son particularmente sensibles en el relato del aborto clandestino (p. 43‑44). En ese momento, el cuerpo femenino cristaliza todas las tensiones y carga con cuestiones tan variadas como la responsabilidad del embarazo15, la rivalidad masculina entre el cónyuge y el amante, o las relaciones de poder dentro de la misma pareja16.

Para convencer a Eva de que aborte, el narrador moviliza un discurso culpabilizador y contradictorio, rechazando toda responsabilidad:

Pero el asunto de la culpa apenas serviría para zanjar la discusión, habida cuenta de que yo estaba por largarme de ese país y por terminar la relación con ella, un argumento contundente y de cara al cual ningún embarazo era razonable, que le tocaría padecerlo a solas y sin apoyo de mi parte […] y que por lo mismo yo no me hacía responsable de ese engendro y lo procedente era el aborto inmediato. [p. 42]

Aparte de la culpabilización, del chantaje y de otras formas de presión, el narrador insiste, de forma categórica y expeditiva, sobre la urgencia de la situación.

Después, para que Eva acepte el aborto, el narrador recurre de nuevo a la violencia verbal y a formas más simbólicas de maltrato:

Eva caminó de la casa hacia el auto con normalidad, como si no hubiese sido sometida a ningún tipo de intervención, lo que me hizo temer que no la hubieran atendido, pero una vez que hubo entrado al auto […], ella se desmoronó, con un llanto muy feo, antes de decir «ya estuvo», un llanto que me afectó como si yo hubiera cometido una mala acción, cuando debíamos estar contentos porque todo había terminado de la mejor manera, tal como se lo comenté, pero ella sólo dijo «fue horrible», una expresión que solo ponía en evidencia la cultura de la culpa que había heredado de su padre ex cura progresista y que, más allá de su educación laica, venía adherida a sus genes, me dije para tomar distancia del drama […]. [p. 43‑44]

En este fragmento que concluye el relato del aborto clandestino, la sospecha del narrador hacia la aparente «normalidad» de Eva constituye una primera forma de violencia. Esta se ve reforzada por la reescritura de la escena en forma de «final feliz». Luego, el optimismo del narrador («todo había terminado de la mejor manera») contrasta con la experiencia de Eva: «fue horrible». Finalmente, la expresión «debíamos estar contentos» apenas consigue ocultar un «nosotros» quebrado y la disonancia en la pareja. Solo un discreto contra-discurso lleva al narrador a reconocer, para sus adentros: «Detesté el hecho de vivir en un país salvaje donde el aborto fuera penado por la ley […]» (p. 43)17.

En el relato del aborto clandestino, Erasmo Aragón se confirma como encarnación de una masculinidad en su plenipotencia, cuya dominación se ejerce tanto en la relación con su pareja como en la forma de narrar. Según Raewyn Connell, la noción de «masculinidad»18 se refiere a «los procesos y las relaciones» constitutivas del género, más que a «un objeto» definible:

En lugar de intentar definir la masculinidad como un objeto (un tipo de carácter natural, un promedio de comportamiento, una norma), necesitamos centrarnos en los procesos y las relaciones a través de los cuales los hombres y las mujeres viven vidas ligadas al género. La masculinidad, hasta el punto en que el término puede definirse, es un lugar en las relaciones de género, en las prácticas a través de las cuales los hombres y las mujeres ocupan ese espacio en el género, y en los efectos de dichas prácticas sobre la experiencia corporal, la personalidad y la cultura19.

Por su carácter individualista y tiránico, Erasmo Aragón parece figurar el concepto de «masculinidad hegemónica»20, también propuesto por R. Connell. Es decir: el personaje no encarna un «tipo de personalidad fija»21 sino una posición dominante, «siempre discutible»22 e «históricamente dinámica»23, que remite a «la perpetuación del patriarcado»24.

En conclusión, con su nombre a la vez tan corriente y simbólico, Eva representa un peso para un protagonista a punto de intervenir en la historia del siglo nuevo. En El sueño del retorno, Erasmo Aragón no solamente idea el proyecto de regresar a El Salvador en detrimento de su familia. Este narrador autodiegético ejerce una violencia verbal, emocional, corporal e incluso simbólica (usando numerosos estereotipos de género) que le aseguran una posición dominante respecto de su pareja. Con sus tentativas diversas de mantener el ascendiente sobre Eva, Erasmo Aragón parece encarnar una masculinidad en situación de hegemonía.

La mujer emancipada y la masculinidad sedada en El hombre amansado (2022)

Casi diez años después de El sueño del retorno, H. Castellanos Moya sigue contando las peripecias de Erasmo Aragón en El hombre amansado. Tras el fracaso de su regreso a El Salvador y después de una falsa acusación de agresión sexual en los Estados Unidos, el personaje se encuentra en un estado de letargia inédito. Se encamina hacia Europa, junto con Josefin, una enfermera sueca, dinámica e independiente. La narración heterodiegética alterna entre dos planos temporales: el inicio de la relación con Josefin, en los Estados Unidos, marcado por una fuerte «sensación de irrealidad»25; y el final de esta relación en Suecia. La comparación con El sueño del retorno permite apreciar el trabajo estilístico desplegado por el autor para crear una voz narrativa más contenida y representar una masculinidad en crisis.

Al privilegiar un narrador heterodiegético, la propia focalización de la novela impone cierto distanciamiento26. Quien leyó Moronga27, ya conoce la suerte de Erasmo Aragón:

La fiscalía ha acusado de oficio al profesor Erasmo Aragón Mira de acoso sexual a la menor Amanda María Packer. Los padres de la víctima han optado por no hacer cargos en su contra. El indiciado fue internado en una clínica de Merlow City, luego de que sufriera una crisis nerviosa y un agudo ataque de hipertensión arterial cuando se enteró de la acusación; su contrato como profesor en Merlow College ha sido cancelado28.

En las primeras páginas de El hombre amansado, las desventuras de Erasmo Aragón se resumen en brevísimas alusiones (un «colapso»29, «una infamia» [p. 23], «una difamación» [p. 25]), antes de explicitar: «La fiscalía asumió de oficio la acusación, aunque finalmente el caso no prosperó, pues las declaraciones de los padres adoptivos y de los investigadores policiales dejaron en evidencia que todo en la chica, desde su mismo nombre, era fraudulento» (p. 25). A pesar del fraude, Erasmo Aragón sufre un aislamiento total y pierde su empleo en la universidad30.

En este contexto, Erasmo Aragón ya sólo confía en su enfermera, iniciando con ella una relación «extraña»:

Se agarró a ella como a una tabla de salvación […]. Esa enfermera tenía una energía fuera de serie, una forma de ver la vida y una voluntad que hasta entonces él no había conocido. Y, además, mostraba una simpatía y un interés en su caso que parecían sinceros. Fue una conexión muy extraña, aún se pregunta qué fue lo que ella vio en él: un hombre con los nervios destrozados, sin empleo ni futuro a la vista, acusado injustamente de una infamia. [p. 23]

Frente a este hombre abatido, Josefin encarna un personaje femenino calificado, independiente y libre. Cuando se dirige a Erasmo, adopta un tono profesional y muy directivo, particularmente notable en el momento de su ruptura:

Claro que no es competencia de ella opinar sobre lo que él quiera hacer con su vida, pero le parece que en Estocolmo está como pez fuera del agua, que lo más prudente sería regresar a Latinoamérica. Ella se equivocó al creer que la venida a Suecia […] le ayudaría a salir del estado de postración en que lo sumieron los incidentes de Merlow City. Lo que él necesita es volver a friccionar sus fuerzas en el medio que ya conoce, donde pudo salir adelante de sus anteriores crisis, donde tiene el conocimiento acumulado para recomponerse. Permanecer en Suecia le facilita seguir sintiéndose víctima, aplatanado, sin la exigencia de enfrentar la vida como antes estaba acostumbrado a enfrentarla. Si toma la decisión de regresarse –dice antes de ponerse de pie–, ella le podría ayudar con el boleto. [p. 123]

Así, la enfermera invita a Erasmo Aragón a salir de la letargia, con una tonalidad muy analítica. Comparado con El sueño del retorno, las relaciones de género se invierten.

Frente a Josefin, Erasmo Aragón personifica una masculinidad sedada. Efectivamente, este personaje «cuasi mantenido» (p. 70) se vuelve irreconocible, debido a «la depresión, la ansiedad y el pánico» (p. 16). Por una parte, padece un estado de letargia vinculado con «la pastilla milagrosa que lo mantiene en esa especie de estado de gracia en el que transcurre sus días» (p. 15). Por otro lado, aparece como un hombre desorientado que necesita atención31. Esta suerte de parálisis existencial ubica a Erasmo Aragón en una situación de «vulnerabilidad»32, quizás acentuada por su visión de la masculinidad como ejercicio de una dominación, unión de «fuerza» y «habilidad»33, combinación de «independencia» y de «control»34. La incapacidad de Erasmo Aragón para tomar decisiones se vuelve obvia en el momento de la ruptura con Josefin, cuando él se da cuenta de que «aún no lograba resolver la ecuación de su vida: hacia dónde mudarse, cómo hacer para seguir adelante» (p. 31). La cotidianeidad35 y la sexualidad se convierten en una forma de compensación36 y de reparación egótica para el personaje: «Pronto pudo recuperar parte de su amor propio. Le parecía que Josefin era un regalo del destino, una compensación por las humillaciones a las que había sido sometido» (p. 59).

Según la voz narrativa, Josefin desempeña, sin protestar, un papel de consolación37, casi caritativo38. De este modo, se recupera la asociación tradicional de lo femenino con la noción de cuidados39. Sin embargo, invocando su propio bienestar40, Josefin termina por expresar su propia visión de esta relación, en discurso indirecto libre:

A él nada le entusiasma, nada le interesa, dice Josefin. Ella pensó que saldría de pronto de esa indolencia, de ese aplatanamiento, pero se equivocó. No quiere seguir en una relación con alguien que está sumido en una rutina –si no depresiva, porque las pastillas lo mantienen a flote– de conformismo, que no hace nada por salir de su postración. En sus ocho meses en Suecia no ha hecho ningún esfuerzo por integrarse a la sociedad, por aprender el idioma, y sin el idioma siempre habrá una excusa para no buscar un empleo que le permita despertar otra energía, hacer amigos, formar parte de un grupo que no sea el de ella. Todo le da pereza, hasta para los trámites migratorios ha sido ella quien ha empujado […]. [p. 120]

En esta microforma de reescritura, Josefin insiste sobre los trámites y la carga cotidiana que tuvo que asumir, rompiendo con el punto de vista de Erasmo Aragón, hasta entonces dominante en la narración.

Para el protagonista, los personajes femeninos alternan entre objetos sexuales, figuras consoladoras y tiránicas41. Trátese de sus parejas, sus amantes o su propia hija, todas constituyen un motivo de incomprensión, ante las que intenta mantener una apariencia de respetabilidad:

Le contó que él también tenía una hija de veintiún años, mexicana, pero que la relación era muy distante. La niña nunca pudo superar el trauma del abandono, cuando él regresó a El Salvador al final de la guerra civil y no podía llevarla consigo por el riesgo que hubiera corrido. No le contó que la niña de entonces como la mujer de ahora lo despreciaban […]. Erasmo temía que Josefin se preguntara por la clase de sujeto que había dejado entrar a su casa. [p. 49]

En conclusión, en El hombre amansado se puede apreciar una narración contenida, que deja permear hilos de voz. El punto de vista de Erasmo Aragón sigue dominando, pero el narrador heterodiegético y el discurso indirecto libre dejan intervalos para que se expresen la visión y la voz de Josefin. Los tranquilizantes producen un efecto de sedación, que limitan la violencia y la misoginia de Erasmo Aragón sin totalmente aniquilarlas. Ante el carácter dinámico e independiente de Josefin, la «masculinidad hegemónica» que caracterizaba al personaje masculino en El sueño del retorno se encuentra temporalmente en sordina y «amansada», con toda la ambigüedad que el término puede conllevar.

Miradas sobre el cuerpo femenino en El sueño del retorno y El hombre amansado: antes y después del movimiento #MeToo

A partir del año 2017, #MeToo, el movimiento de denunciación de las violencias sexistas y sexuales contra las mujeres, inició lo que Camille Froidevaux-Metterie designó como «la batalla de lo íntimo»42: la más reciente batalla del feminismo euroamericano43. Esta «nueva etapa de la lucha feminista» estaría estrechamente relacionada con «el cuerpo de las mujeres»44. Ahora bien, ¿podía tal movimiento sociohistórico pasar desapercibido por la literatura? H. Castellanos Moya, residente en los Estados Unidos, conoció el movimiento #MeToo con toda la fuerza con la que estalló en ese país, tras la multiplicación de las denuncias contra el productor Harvey Weinstein45. ¿Cómo el fenómeno #MeToo pudo influir sobre una obra ficcional que tiende a usar de la polémica46, de los estereotipos y que suele reciclar personajes?

Entre El sueño del retorno y El hombre amansado, la mirada sobre el cuerpo femenino parece evolucionar. Si nos referimos a la noción de male gaze («mirada masculina»), teorizada en el ámbito cinematográfico por la británica Laura Mulvey47, se delinea un recorrido: de un male gaze asumido a un male gaze reprimido, terminando con el retorno de lo reprimido.

Efectivamente, en el éxplicit de El sueño del retorno, la partida hacia El Salvador coincide con el impulso de seguir a una mujer: «Percibí a la trigueña que se despedía de su amiga recién llegada, y hacia allá enrumbé a toda prisa […] con la certeza de que sólo ella escucharía con atención mi quebranto» (p. 178). Si el narrador adopta la postura de quien necesita atención, unos minutos antes, observaba a esta mujer, detenida y descaradamente, fijándose en determinadas partes de su cuerpo: sus piernas «espectaculares» (p. 176), sus «muslos al descubierto» (p. 171) y su «culo redondo y alzado» (p. 169). Haciéndose voyeur48, el narrador describía el cuerpo femenino mediante un proceso de segmentación propio del male gaze: reduciéndolo en algunas zonas erotizadas y sexualizadas49.

En la misma novela, en otra muestra literaria de esta mirada masculina, Erasmo Aragón ya había comparado a esta mujer con Eva50 e insistido sobre el efecto que producía en los hombres: «El barman, yo y quizá media sala de espera permanecimos en vilo, conteniendo la respiración, en una escena que parecía congelada en medio de un súbito silencio, mientras ella hurgaba en su maletín, con los muslos al aire […]» (p. 171). Como el narrador, el camarero «no reaccionaba de lo embobado que también estaba por la aparición de la trigueña, hasta que di un toquido sobre la barra y le hice un guiño, a lo que el tipo respondió con una especie de silbido de admiración» (p. 170). La narración contribuye a describir cierta connivencia masculina, haciendo coincidir la mirada de los lectores con la de estos personajes suspendidos.

En cambio, El hombre amansado inaugura un cambio de mirada para Erasmo Aragón: «Mira de reojo a las mujeres guapas que pasan, pero no con la vehemencia y descaro de años atrás, sino con el temor de que puedan descubrir su mirada. Algo se le quebró adentro, o más bien se lo quebraron» (p. 15). Varias metáforas sugieren la autocensura que se impone el personaje para reprimir51 unos pensamientos que en varias ocasiones se le escapan: «¿Por qué las asociaciones en su mente hacen lo que quieren con él? Tiene que perseguirlas para tratar de detenerlas, como si dentro de su cabeza hubiese una rata grande y veloz, y un gatito lento que trastrabilla tras de ella» (p. 83).

En El hombre amansado, el consumo de bebidas alcohólicas precipita el retorno de lo reprimido52 y arruina todos los esfuerzos del personaje53. «Le parece que está perdiendo el miedo que lo ha atenazado desde hace cuatro años, cuando llegó a Merlow College, esa tierra de puritanismo y prohibición» (p. 84) y Erasmo Aragón está convencido de recuperar «más lucidez, sentido crítico»54. En realidad, el alcohol hace surgir con fuerza pensamientos que el personaje nunca abandonó totalmente.

El clímax de la novela se alcanza cuando los efectos de los medicamentos se atenúan y se mezclan con los del alcohol. En ese momento, Erasmo Aragón reactiva, de forma caricaturesca, su mirada masculina:

Repara en las mujeres que están solas, sentadas en los escalones frente a las aguas; algunas comen de un tupperware o tienen un sándwich en la mano, otras sólo descansan de cara al sol, la mayoría revisan sus teléfonos. Escanea con ansias a cada una, en busca de piernas, brazos, nucas, rabadillas, como si de esa forma pudiera poseerlas. Piel para lamer; cabrón desasosiego. Ninguna le presta atención. [p. 86]

Esta disección obsesiva del cuerpo femenino funciona como una violencia simbólica. Contrasta con la indiferencia de los personajes femeninos y la banal cotidianeidad de sus acciones, para nada seductoras. El regreso del macho se satiriza de nuevo cuando, tomando el último trago, Erasmo Aragón se fija en el cuerpo de la camarera que lo atiende:

Él ha volteado a verla con una sonrisa que quiere ser de buena persona, de un cliente amigable, cuando ha aprovechado en verdad para verle el trasero, que ella contonea seguramente consciente de la mirada que lo sigue. Culito más sabroso, la de cosas que podría hacer con él. Sin recato, baja su mano derecha y se soba los genitales. [p. 91]

En comparación, otra mirada tiene el protagonista cuando se acerca otro empleado, un hombre: «Siente una súbita correntada de miedo. En la que ha venido a meterse, qué imbécil. […] Apura los restos del gin y gesticula pidiendo la cuenta» (p. 92). Erasmo Aragón termina por alejarse, «sintiéndose penetrado por la mirada de los otros» (p. 93).

Por una parte, «el temor de que puedan descubrir su mirada» (p. 15) y, por otra, la sensación de «ser penetrado por la mirada de los otros» (p. 93) indican una ruptura de la «triangulación»55 o convergencia de las miradas entre los observadores masculinos, la instancia narrativa y los lectores. Esta ruptura de la connivencia masculina contribuye a aislar la mirada intrusiva de Erasmo Aragón. Al mismo tiempo, cuestiona la asimetría que cosifica, sexualiza y aqueja los cuerpos femeninos. En El sueño del retorno, la mirada asombrada de sus parejas parecía tristemente sola:

[…] de pronto me descubrí preguntándome de dónde procedía esa ansiedad que se apoderaba de mí en cuanto un par de hermosas piernas asomaban bajo una minifalda, una ansiedad que me obligaba a observarlas compulsivamente, con la actitud del voyerista, sin importar las circunstancias, una especie de vicio o fijación que me acompañaba desde mi primera adolescencia, desde que desperté a la sexualidad, y que siempre había sacado de quicio a las mujeres que habían compartido su vida conmigo. [p. 176]

En El hombre amansado, la mirada sobre Erasmo Aragón oscila entre la indiferencia de las mujeres («Ninguna le presta atención» [p. 86]) y la extrañeza de un tercero que «lo mira con sorpresa y luego molestia, desprecio» (p. 86) o lo observa «de reojo» (p. 87). Esta evolución podría figurar un cambio de mirada de las sociedades euroamericanas, tras el movimiento #MeToo, que estalló entre la publicación de las dos novelas.

Con la publicación de El hombre amansado, en el año 2022, la falsa acusación de agresión sexual constituye el punto de partida de una trama novelesca56 que no deja de dialogar con ella. El primer capítulo de la novela evoca «escándalos de famosos» (p. 20), aunque desde una perspectiva polémica: la crítica de la corrección política57. Por otra parte, la intriga se deslocaliza entre los Estados Unidos y Europa, abandonando Centroamérica: el terreno de predilección de la narrativa de H. Castellanos Moya. Luego, como lo demostramos, la mirada masculina sobre el cuerpo femenino se torna contra su propio emisor. El personaje de Erasmo Aragón, inicialmente asociado con una masculinidad hegemónica, «tenía una forma de ser que, en las nuevas condiciones sociales, las nuevas condiciones de vida en las que se encuentra, ya no funcionan. Y entonces debe padecer un amansamiento»58, según las palabras de su autor.

Así, El sueño del retorno evidencia diferentes muestras literarias de male gaze. Con El hombre amansado, el punto de vista sobre los personajes femeninos se vuelve más complejo. Se satiriza la mirada masculina, intrusiva y voyerista, que tiende a reducir a los personajes femeninos a partes erotizadas y sexualizadas de su cuerpo. Si el male gaze cuestiona la puesta en escena del cuerpo femenino y el imaginario acerca de las mujeres59, su evolución permite examinar una reconfiguración de la mirada sobre el cuerpo femenino y sobre la masculinidad. En dos novelas publicadas en 2013 y 2022, esta mutación narrativa no parece ser completamente ajena al surgimiento del movimiento de liberación de la palabra de las mujeres #MeToo.

Conclusiones

¿Cómo una escritura ficcional que se nutre de la polémica y de los estereotipos –así como de la ironía y la sátira– puede dialogar con un movimiento social que desveló «la batalla de lo íntimo»60? De forma más general, ¿pueden las relaciones de género ficcionalizarse siguiendo las mismas modalidades antes y después de #MeToo? El sueño del retorno muestra el anclaje privado de las violencias contra las mujeres y pone en escena una masculinidad en su plenipotencia. A su vez, El hombre amansado parece ilustrar una crisis de la «masculinidad hegemónica»61 y propiciar una inversión de las relaciones de género en la pareja. Entre las dos publicaciones, la acusación de agresión sexual se convierte en un tema novelesco. También se ponen a distancia las miradas intrusivas sobre el cuerpo femenino y se fisura la connivencia masculina favorecida por la convergencia de los puntos de vista entre observadores en situación de voyerismo, instancia narrativa y lectores. Iris Brey señaló que «la cuestión del male gaze no es un planteamiento sociológico sobre una obra, sino el análisis de una estética»62. Sin embargo, analizar la configuración de las relaciones de género puede rebasar el análisis de una evolución estética. Efectivamente, desde el exceso y la ambigüedad, la ficción parece tornar hacia el mundo social y el mundo de los lectores su mirada subversiva como lo sugirió Paul Ricœur63. En El hombre amansado, la capacidad subversiva del relato ficcional pasa por una triple puesta en escena: una falsa acusación de agresión sexual, una masculinidad hegemónica entre amordazada y satirizada, y un personaje femenino asociado con la tradición de los cuidados, así como con cierta independencia. Con este trabajo, no pretendíamos proponer una lectura feminista de El hombre amansado. Entendemos más bien sugerir que esta novela dialoga con un contexto de recepción marcado por la toma de palabra y la evolución de la mirada64 propiciadas por el movimiento #MeToo.