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Tapa de Familia y violencia en tierras hispanohablantes (Edul, 2025) Show/hide cover

Violencia conyugal en Perú y Chile

Ilustración en las novelas La ideología del amor (Grecia Delta, 2022) y La mujer que fui (Patricia Andrade, 2018)

Conjugal Violence in Peru and Chile: Illustration in the Novels La ideología del amor (Grecia Delta, 2022) and La mujer que fui (Patricia Andrade, 2018)

Aunque la situación va cambiando en la actualidad, Perú y Chile siguen observando el modelo patriarcal en la constitución de las parejas: el hombre asume la existencia familiar con su trabajo y la mujer es ama de casa, haciéndose cargo de la educación de los hijos. Esta organización presenta en sí un desequilibrio de poder a favor del marido en el que la violencia puede instalarse muy fácilmente, tanto más cuanto que, en la sociedad, se consideran culturalmente normales relaciones de poder desiguales entre hombre y mujer, cualquiera que sea el nivel socioeconómico considerado. Por esta razón, me centraré, en este estudio, en la violencia conyugal que afecta a todas las clases sociales chilenas y peruanas. Primero, presentaré la situación general en ambos países donde alcanza tasas elevadas, según las estadísticas oficiales. Luego, analizaré el fenómeno violento a través de dos novelas que permiten estudiar su progresión y funcionamiento, así como el círculo vicioso en el que se está encerrando la víctima. La mujer que fui (2018), primera novela de la periodista chilena Patricia Andrade, aborda los lados más extremos de la violencia de género, desde la violencia verbal hasta el femicidio frustrado1 que termina por un divorcio, aun si el marido no queda inquietado por su acto «catalogado como accidente por la justicia»2. La ideología del amor (2022) de la peruana Grecia Delta, también su primera ficción, cuenta la historia de Francia, una niña que visibiliza la violencia de sus padres y narra su propia experiencia como persona adulta3. Observaré en el análisis cómo funciona la gradación siguiente: violencia psicológica y verbal, violencia física, violencia sexual, femicidio.

La violencia intrafamiliar en Perú y Chile

Desde los años 1990, ambos países han adoptado políticas públicas para luchar contra la violencia intrafamiliar. En Perú, el tratamiento legal de la violencia familiar se remonta a diciembre de 1993. En efecto, la Ley de Protección contra la Violencia Familiar n.o26260, promulgada el 24 de diciembre de aquel año, reconoce la violencia familiar como un problema social que requiere la intervención del Estado y la sociedad4. En el artículo 2°, se considera violencia familiar «cualquier acción u omisión que cause daño físico o psicológico, maltrato sin lesión, inclusive la amenaza o coacción graves y/o reiteradas, así como la violencia sexual, que se produzcan entre: a) Cónyuges. b) Ex cónyuges. c) Convivientes. d) Ex convivientes»5.

A continuación, el 27 de diciembre de 2011, se adoptó la Ley n.o29819, que incorpora el delito de feminicidio en el Código Penal «si la víctima es o ha sido la cónyuge o la conviviente del autor, o estuvo ligada a él por una relación análoga». Este delito se verá castigado con pena privativa de libertad no menor de 15 años.

En Chile, la primera Ley de Violencia Intrafamiliar n.o19.325 se adoptó el 19 de agosto de 1994. De este modo, el artículo 1° establece que «se entenderá por acto de violencia intrafamiliar, todo maltrato que afecte la salud física o psíquica de quien, aun siendo mayor de edad, tenga respecto del ofensor la calidad de ascendiente, cónyuge o conviviente». Fue reemplazada por la Ley de Violencia Intrafamiliar n.o20.066 –conocida como ley VIF–, promulgada el 22 de septiembre de 2005, que está orientada a la sanción de agresiones y protección dentro de la familia. Es la única herramienta legal de la que disponen las mujeres para denunciar violencia directa (ya sea física, psicológica o económica) y solicitar protección estatal6. La Ley n.o20.480 del 14 de diciembre de 2010 establece el delito de femicidio cuando «la víctima […] es o ha sido la cónyuge o la conviviente de su autor»7. Además, aumenta las penas que se aplicarán para sancionar el crimen.

A pesar de estas leyes protectoras, no todas las mujeres acuden a la Justicia para denunciar los actos violentos de que son víctimas por parte del esposo o conviviente. Sin embargo, las estadísticas oficiales en ambos países alcanzan tasas muy elevadas, que delatan la magnitud de la violencia contra las mujeres. Tal situación engendra muchas preocupaciones gubernamentales para promover la igualdad entre hombres y mujeres. En Chile, en 2022, una de cada cuatro mujeres declara haber sido víctima de algún tipo de violencia intrafamiliar. El 41,1 % ha sufrido alguna vez violencia psicológica, el 16,7 % violencia física y el 6,8 % violencia sexual. Solo el 28,2 % de las víctimas de violencia física y el 18,6 % de quienes conocieron violencia psicológica denunciaron el caso. Las demás no lo hicieron porque no lo juzgaron serio, les daba vergüenza contar su situación, no creían que sirviera para algo o la habían denunciado antes y no había pasado nada8. Además, en 2022, se registraron 42 femicidios consumados y 178 frustrados9.

En Perú, el 55,7 % de las mujeres ha sufrido violencia de parte de su pareja en 2022. Destaca la violencia psicológica y/o verbal (51,9 %), la sigue la violencia física (27,8 %), y finalmente, la violencia sexual (6,7 %). Nueve de cada 100 mujeres alguna vez unidas declararon que fueron víctimas de violencia física y/o sexual por parte de su actual o último esposo o compañero en los 12 meses anteriores a la encuesta. Entre los tipos de violencia, destaca la violencia física con un 8,1 %, en cambio, la violencia sexual es menos declarada por las mujeres (2,2 %). El 50,4 % fue agredida por su compañero bajo los efectos del alcohol o de las drogas o de ambas. El 45,7 % buscó ayuda en personas cercanas y el 29 % en alguna institución. Un 44 % no denunció el maltrato porque no le pareció necesario, un 17 % porque sentía vergüenza y un 11 % porque no sabía adónde ir10. En 2022, hubo 137 feminicidios según la Defensoría del Pueblo11. Las estadísticas evidencian que el mayor porcentaje de muertes por feminicidio sucede en el núcleo de una relación de convivencia y/o después de una ruptura sentimental. Las víctimas sufrieron agresión física (71,1 %), estrangulamiento, asfixia y/o ahogamiento (26,6 %) y envenenamiento (2,3 %)12.

Presentación de las dos novelas

Las dos novelas que sirven para este estudio son primeras obras escritas por mujeres. Por la temática que abordan, se pueden considerar como escritos militantes de autoras feministas destinados a denunciar la violencia de género que afecta al sexo femenino.

La mujer que fui, con su título contundente mediante el verbo «ser» en pretérito, indica que los hechos que van a narrarse han sido superados y la persona que habla ya es otra. La introducción del libro precisa que «la historia de Elizabeth [la protagonista] es real». P. Andrade la conoció en una clínica donde las dos estaban ingresadas13. Víctima de un accidente de carretera, en realidad una tentativa de acabar con ella por parte de su marido, Elizabeth se encuentra en coma en una clínica e intenta recordar lo que le ha pasado y recuperar los fragmentos de su vida a medida que le salen a la memoria y recobra la lucidez. Mientras rescata los hilos de su existencia, nos enteramos de las violencias que le infligió el esposo, Pedro, a lo largo de su vida matrimonial, así como de su gradación. En el momento de su recapacitación, Elizabeth tiene 34 años. Conoció a Pedro en el paradero de autobuses cuando era estudiante en segundo año de enfermería y se casaron en seguida. A pesar de los consejos de sus padres, no quiso esperar un año para poder terminar los estudios. Tienen dos hijos, Pedro y Mateo. Lejos de ser una luna de miel, este matrimonio va a transformarse en un lento calvario para la protagonista. El príncipe azul, buen mozo, bien educado, va a revelarse a lo largo de los años un verdadero monstruo deseoso de dominarlo todo, incluso los más ínfimos detalles de su vestimenta. Y ella, «creyéndose enamorada se dejó envolver en la telaraña del desamor y la violencia»14.

La ideología del amor, otro título llamativo para una novela, procura deconstruir el conjunto de ideas fundamentales de lo que se pretende ser el amor desde décadas de tradición y denuncia la situación de la mujer a través de la mirada de una niña, Francia, que asiste a la violencia de sus padres. Una vez adulta, cuenta su propia experiencia de persona bisexual que privilegia el amor libre y su evolución a lo largo de los años15. La amapola del dibujo de la portada de la novela participa de esa voluntad de cambiar la mirada tradicional, siendo a la vez símbolo del amor y de su extrema fragilidad.

La violencia psicológica, verbal y económica

El primer grado de violencia es la violencia psicológica. Pasa por «la agresión a través de palabras, injurias, calumnias, gritos, insultos, desprecios, burlas, ironía, situaciones de control, humillaciones, amenazas y otras acciones para minar su autoestima»16. En La mujer que fui, esta situación de dominación machista ya se daba antes del matrimonio: «Me castigaba con largos silencios si yo lo contradecía o no hacía lo que él esperaba de mí»17. Elizabeth confiesa: «El silencio puede ser peor que un golpe. Cuando Pedro desaparecía por horas o días sin siquiera llamarme por teléfono o mirarme cuando vivíamos juntos, yo me sentía una ameba circulando en un mundo microscópico»18. La imagen de la ameba ya traduce la reificación de la persona, incapaz de reaccionar, a la que conduce el comportamiento de Pedro. Este silencio reprobador, destinado a humillar a la pareja y hacerle sentir su desaprobación, se impone también en La ideología del amor después de la escena violenta entre Antoine y Magdalena: «Mi papá regresó a casa después de dos semanas. Nunca nos contó dónde estuvo durante esos días. No tenía celular. Nunca llamó»19.

En La mujer que fui, Pedro ejerce su autoridad permanentemente en todos los detalles de la vida de Elizabeth. Así, le impone vestir ropa formal cuando visita a su familia, le critica el color verde de su delineador cuando van al cine, luego le reprocha su exceso de peso y le aconseja comer menos. El día de su cumpleaños, cuando lleva la ropa nueva regalada por sus padres, censura su manera de vestir: «¿Cómo se te ocurre? ¡Así pareces una cualquiera!»20. Este reproche ya se acompaña de una primera agresión física puesto que le apretó el brazo con fuerza. A raíz de esta escena, Elizabeth se sintió humillada. La presión que ejerce Pedro sobre ella ya es tal que su propio punto de vista no le importa, lo que cuenta para él es imponerle su dominación: «Cuando hablaba yo no tenía espacio para opinar ni defenderme, porque lo importante para él era desmoronar mi punto de vista»21. Con esta empresa de autodestrucción, Elizabeth ya empieza a ser su cosa. Para la boda, no quiso que invitara a sus amigos del colegio y del barrio y, a propósito del vestido de novia, le hizo «una larga lista de prohibiciones estilísticas»: nada de «escote profundo» y «tela de buena calidad»22. A pesar de tantos indicios, Elizabeth no se da cuenta de que Pedro le impone su propia visión de las cosas y le quita ya toda posibilidad de existir como ser independiente de su voluntad. Inconscientemente, se deja envolver en la telaraña de la violencia que se teje a su alrededor.

Una vez casada, los indicios que hubiera tenido que descifrar antes se multiplican, pero no reacciona. Pedro le impone una dominación económica, lo gestiona todo con parquedad y no la hace participar en la toma de decisiones que conciernen la vida familiar, le da el dinero contado para las compras: «Si necesitaba un par de medias, ropa interior o un uniforme nuevo, tenía que explicarle en detalle por qué lo consideraba necesario»23. Pero «él gastaba pequeñas fortunas en sus hobbies»24. El control de todo lo que hace y piensa es total. Elizabeth se contenta con creer en las declaraciones de amor que Pedro le dice después de volver a mejores sentimientos después de sus iras y cuando se muestra cariñoso. Cuando tienen su primer hijo, el padre no aguanta sus lloros cuando vuelve a casa después del trabajo y culpabiliza a su mujer porque, a su modo de ver, no lo atiende correctamente. La regaña:

–¿No crees que lo mínimo que puedes hacer es tener a la guagua cambiada y sin hambre cuando llego?, ¿acaso piensas que voy a descansar al trabajo? Uno quiere llegar a su casa a descansar ¡y me encuentro con este panorama! –me dijo un día que estuve toda la tarde lidiando con los cólicos del niño25.

Esta reflexión denota que Pedro solo se preocupa por su bienestar y es incapaz de tolerar el menor contratiempo. Su egoísmo le impide aceptar al otro con su diferencia fundamental. Rige también las relaciones de su esposa. Le prohíbe ver a las amigas y vecinas, controla sus llamadas telefónicas, sus correos electrónicos. En cierta forma, la encierra en su propia casa y su universo doméstico.

Esa dominación del marido se da también en La ideología del amor: «Si Antoine la veía conversando con algún vecino, le exigía que cierre la puerta y que atienda a sus tres hijos»26. Podemos suponer que, al ver a su esposa hablar con otro hombre, le tiene celos. Además, esta situación ilustra el hecho de que la casa cerrada es el único lugar que corresponde a la esposa dentro de una perspectiva tradicional. En efecto, Antoine se había comprometido a «asumir todos los gastos para el cuidado del hogar al casarse. Tan firme fue en ese acuerdo que le impidió trabajar a Magdalena»27. Pero, al cabo de seis meses, se olvidó de su compromiso y la madre tuvo que encontrar un trabajo para mantener a sus hijos, antes de ser desalojada del departamento en que vivían.

Pedro también se muestra celoso. Una vez en el restaurante, no aguanta la sonrisa que su esposa dirige al mesero:

‒Cómo se te ocurre coquetear con el mesero!, risitas por aquí, risitas por allá. Maldita, eso es faltarme el respeto y a mí, que te quede claro, nadie me lo falta. ¡Nadie! […]

–Perdóname. No lo volveré a hacer nunca más– le dije, confiando en que mi sincero arrepentimiento diluyera su irritación. Pero mi acto de constricción no lo tranquilizó y, por el contrario, sólo sirvió para alimentar al monstruo, porque apenas terminé de hablar me pegó una cachetada que me hizo saltar lágrimas. Recuerdo que no sentí rabia ni vergüenza porque sentía que ese golpe me lo merecía y era una demostración de que a Pedro yo le importaba28.

Esta escena ilustra perfectamente la dicotomía en la que se encuentra Elizabeth. Se siente culpable sin motivo y, a pesar de calificar a su marido de «monstruo», le da la razón. Su personalidad está entrampada y es incapaz de analizar correctamente lo que le ocurre.

La violencia física

La etapa siguiente de la violencia psicológica es la violencia física, calificada como «agresión ejercida mediante golpes, empujones, patadas, abofeteadas»29. Esta situación aparece en las primeras páginas de La ideología del amor. Cuando su madre Magdalena estaba embarazada de seis meses, «ella y Antoine tiraron la palabra respeto por la ventana»30. Francia y su hermano Pedro asistieron entonces a los golpes que su padre infligió a su madre que vieron sangrando porque se había negado a acostarse con él31. Aquí, la agresión no se describe, se evoca con las palabras «golpes» y «sangrando», pero adivinamos su fuerte impacto a través de la reacción de los niños que la miran:

Tomé la mano de Pedro, apretó los dientes, cerró los ojos muy fuerte. Todo se volvió negro. Quise pedir auxilio y la voz no me salía. Deseé que fuera una pesadilla. Magdalena pidiendo auxilio y mi padre sobre ella. Gritó cosas que no entendí. Corrí hacia Pedro. Él trataba de dejar atrás las onomatopeyas a las que había regresado de golpe, al ver a mamá sangrando. Retomó el habla al vocalizar mamí o teta, junto a mi tercer hermano Alexander, de un año.

Al abrir los ojos, escuché una voz aún temblorosa.

—Ya se fue. Ven… ven, hijita32.

La regresión de Pedro que duró casi 15 meses traduce la intensidad y la magnitud del choque. Esta escena fue también tan traumática para Francia que la recuerda muchos años después. Al hacer boxeo, golpeando el saco, veía «a papá sobre la barriga gigante y embarazada de Magdalena, reventándole la cara porque no quería ser violada»33. Además, aquel día, el padre «le provocó una amenaza de aborto»34, por la fuerza y la violencia de los golpes que le propinó. Al liberarse de la presión interior que le causan sus sentimientos reprimidos sobre el cuerpo de su esposa embarazada, ni siquiera piensa en las consecuencias que sus actos pueden tener en el feto. Solo procura vengarse de la insatisfacción de sus propios deseos inmediatos. Es el ejemplo perfecto de la inconsciencia del padre machista.

Como si la violencia fuera una herencia intergeneracional, Francia repite con su conviviente Jesús la ferocidad a la que asistió cuando era niña. Pero, si su madre se quedaba pasiva frente a las agresiones de su esposo, Francia se defiende y devuelve los puñetazos, clara señal de una evolución neta entre las generaciones. Lo que aceptaba la madre resulta inaceptable para la hija:

Me esperó en la esquina de su casa […]. Estaba molesto y no me decía por qué. No entendía nada. Empezó a marcharse y lo cogí de la muñeca para que no se fuera. Me miró con rabia e hizo una palanca en mi brazo en sentido contrario. Lo hizo con odio. Viéndome a los ojos dijo que lo dejara en paz.

Cuando me solté, el dolor me nubló. Fui tras él, lo empujé y le tiré un puñete en la boca, tres y cinco más. No pude parar. Cuando lo hice, le había roto un diente. Él estaba por devolverme los golpes cuando su mamá salió de su casa. Nos detuvimos35.

En La mujer que fui, asistimos a toda la gama posible de manifestaciones de la violencia física: tirones de pelo, patadas, bofetadas, empujones, puñetazos, por cualquier motivo insignificante: invitación de la abuela sin consultar antes al marido, reflexiones inadecuadas a su modo de ver sobre el departamento de su hermana. Le da patadas por llevar un vestido con hombros descubiertos. Cuando, una tarde, Pedro regresa del trabajo y encuentra a su mujer revisando sus correos electrónicos, reacciona violentamente: «Parece que me habló, que algo me preguntó, pero no lo escuché hasta que cerró violentamente el computador y luego me pegó una cachetada en la mejilla. Instintivamente levanté mis manos a la altura de mi cara en posición de defensa, pero él agarró mi pelo y me lanzó contra el piso»36.

Cuando Mateo, el hijo menor, regresa del colegio con un «no logrado», el padre estalla como una furia lanzando el libro de matemáticas que estaba hojeando y toma a su esposa de los hombros, culpándola de la ignorancia de su vástago, como si ella fuera la única responsable de sus escasos conocimientos. No imagina que la pereza del niño pueda explicar también una nota baja. Después de esta recriminación, Elizabeth intenta protegerse de los golpes que la amenazan y se dirige hacia el baño:

Camino uno, dos, tres, cuatro pasos, pero al quinto siento cómo me tironea violentamente del pelo y me devuelve a los pies de la cama. Me obliga a sentarme y con un golpe en el pecho quedo en posición horizontal sobre ella.

Ahora sólo me resta esperar la descarga y sólo deseo que todo acabe pronto y que no me deje marcas que puedan ver los niños.

–Eres una idiota, imbécil, estúpida. ¡No sé por qué te empeñas en contradecirme y en no escucharme!, ¡eres patética si pensabas que te ibas a ir a esconder al baño para dejarme hablando solo! –grita, mientras posa sus manos con toda su fuerza sobre mis hombros como si estuviera empujándolos hacia abajo.

–No puedo respirar… Pedro, déjame por favor… –le digo con la voz débil porque sus manos me comprimen el pecho y no me dan respiro.

–No te voy a soltar hasta que me prometas que en esta casa se hará lo que yo digo y que vas a dejar tus ideas tontas al enseñarle a mis hijos, porque esa comprensión estúpida no sirve de nada y vas a hacer de ellos unos fracasados. ¡Prométemelo, imbécil!

Humillada y casi sin poder respirar ni moverme, porque a esa altura Pedro se había montado encima para controlarme, me sentía dispuesta a firmar cualquier promesa.

Sólo quería que llegara de nuevo el aire a mis pulmones y me dejara cambiar de posición, porque estaba aprisionada en una especie de prensa formada por la cama y su cuerpo. Me soltó, pero un golpe seco me sacó lágrimas e hizo sangrar mi nariz dejando una mancha circular en la almohada blanca37.

La violencia física se dobla de violencia verbal con una gradación de palabras despectivas: «idiota, imbécil, estúpida». La fuerza del desahogo iracundo del padre duplica su ferocidad y los maltratos de su esposa van empeorando porque Pedro ya no se controla. Así asistimos a una serie de agresiones cada vez más violentas: «me tironea violentamente del pelo», «con un golpe en el pecho quedo en posición horizontal», «sus manos me comprimen el pecho y no me dan respiro». La voluntad de aplastarla, de anonadarla, de destruirla ‒«se había montado encima para controlarme», «estaba aprisionada en una especie de prensa formada por la cama y su cuerpo»‒ y darle la muerte son nítidas en esta escena. Al mismo tiempo, Pedro reafirma que él es el jefe de la casa y que todos tienen que obedecerle ciegamente, insistiendo con impetuosidad en el «yo»: «no te voy a soltar hasta que me prometas que en esta casa se hará lo que yo diga». Las huellas de los golpes, «una mancha roja que [l]e cubre todo el lado izquierdo de la cara» y «varias nubes violáceas a ambos lados del esternón», la obligan a improvisar una mentira para esconder la realidad a sus hijos: «Inventé que mientras pasaba la aspiradora me había tropezado y caído contra la mesa de centro»38. Después de esta escena, Elizabeth, influida por las convenciones sociales reinantes de madre deficiente, piensa que su castigo es merecido y, en cierta forma, le da la razón a su marido: «Inconscientemente decido que voy a dejarme colonizar, subordinar y soterrar mi independencia»39. Más tarde, analiza mejor la situación:

Ya me había lanzado a jugar su mentira. Estaba atrapada, amarrada y encadenada en una jaula donde no podía ver más allá de lo que la soltura de la venda me dejaba. Me ofrecía desnuda a un sacrificio que yo pensaba merecía, cuando en realidad él buscaba mi destrucción para que de mis ladrillos rotos pudiera seguir armando su mundo enfermo. Ahora lo veo. Me hizo ser responsable. Me sentí causa y motivo de lo que me pasaba40.

Como lo podemos ver, a pesar de la fuerza de las palabras que usa para calificar su situación, «atrapada, amarrada y encadenada en una jaula», «mis ladrillos rotos», aunque la presión de las cadenas que la atan a su marido resulta evidente, Elizabeth es incapaz de soltar los lazos que la aprisionan. Luego, se deja otra vez engañar por las manifestaciones de amor que Pedro le demuestra después de humillarla de forma indebida por parte de un hombre que respeta a su esposa como persona digna de consideración y no como una cosa vulgar. Esta ambigüedad es característica de las personas que han perdido su autoestima y no pueden emanciparse. Elizabeth está consciente de que la situación es grave, pero todavía no logra reaccionar adecuadamente.

La violencia sexual

La violencia sexual es «el acto de coacción hacia la mujer a fin de que realice actos sexuales que ella no aprueba, o la obliga a tener relaciones sexuales»41. En La ideología del amor, la secuencia en casa de Antoine y Magdalena se origina en la negativa de ésta de acostarse con su marido. Pero, más fundamentalmente, Magdalena confiesa: «En todos mis embarazos me han violado»42. Cuando se sabe que tuvo cinco hijos, se puede deducir la gravedad de su denuncia y el peso de estas heridas, pero su situación, como si fuera normal en una sociedad tradicional, los deja a todos indiferentes, incluso a los miembros de su familia, cuando hubieran tenido que alarmarse y proponerle ayuda: «Una vez [la frase ya citada] dijo en Nochebuena. A nadie de la familia le importó. Todos brindaron con sus copas»43.

En La mujer que fui, Elizabeth sufre también violencia sexual. Después del incidente en el restaurante, en que Elizabeth se atrevió a sonreír al camarero y desató los celos de Pedro, este la obliga a tener una relación con él, escena que abre paso a un verdadero delirio de posesión:

Apenas llegamos al departamento comenzó a besarme con una pasión que yo desconocía, con desesperación y me obligó a sacarme la polera para apretar y besar mis pechos, alejándose cada cierto tiempo para mirarme de un poco más lejos, mientras me decía con una voz ronca que yo sólo le pertenecía a él y que jamás permitiría que otro me tocara44.

Luego, bajo su mando, ya que se multiplican los imperativos y las órdenes con el verbo «me pidió», le exige que le haga una felación y le impone su total dominación. Le demuestra así que tiene que someterse enteramente a sus voluntades. Lo que pasó entonces hubiera tenido que alarmarla, pero, a pesar de que no pudo dormir esa noche porque había una pelea de ideas y voces en su cabeza, no vio la luz roja: «A ratos vivía la dicotomía de la víctima que perdona a su victimario endosándose toda la culpa y, por otra, me envolvía la omnipotencia de creer que podía transformarlo»45. Esa dualidad del ser humano explica en parte la incapacidad de Elizabeth de reaccionar y tomar la decisión de divorciarse. Para emprender el camino de la salvación, hace falta que alguien la ayude y el encuentro en la biblioteca de Norma, la responsable, y de Macarena, la psicóloga, será decisivo. Ya surgen entonces en su mente las preguntas fundamentales que van a permitirle reaccionar:

¿Quién soy?, ¿qué quiero?, ¿quiero lo que Pedro quiere de mí?, ¿me he conformado con ser esa mujer de papel?, ¿me equivoco cuando pienso diferente?, ¿soy mala madre cuando fantaseo con mi huida?, ¿tengo derecho a tener mi propia opinión, a defenderla?, ¿por qué mis metas y anhelos deben supeditarse a lo que Pedro quiere para mí o, peor aún, a lo que le resulta conveniente46?

El femicidio/feminicidio frustrado

En La ideología del amor, la violenta escena de golpes de Antoine en contra de Magdalena se califica de «primer intento de feminicidio»47. Esta apreciación refleja el punto de vista de la narradora adulta que lee el acontecimiento con sus ideales feministas, pero no se sabe si Antoine tenía la voluntad de matar a su esposa en aquel momento. En La mujer que fui, el accidente de carretera es voluntario: «Pedro acelera y gira el volante para que el árbol impacte de lleno en mi asiento», recuerda Elizabeth48. Además, es premeditado, porque Pedro, en la fiesta en casa de una de sus primas adonde habían ido, «se había cuidado de no tomar alcohol»49, con vistas a posibles controles policiales en la carretera. En efecto, Elizabeth, que ya empieza a afirmarse frente a él, se ha puesto la blusa azul regalada por su madre que no le gusta a su esposo. Todo empezó mientras regresaban a casa. Como siempre, el motivo es fútil, pero Pedro, «cegado por la rabia», ya no se controla, está «enajenado», fuera de sí y ha perdido el uso de la razón: «A Pedro no le gustó la ropa que llevaba y la forma en que conversaba con sus parientes. Cegado por la rabia condujo como enajenado de regreso a casa, pero de improviso decidió que tenía que darme una lección mientras yo moría de miedo y dolor con sus golpes»50.

En efecto, antes de decidir ir a aplastarse contra el árbol, Pedro, calificado de «monstruo», le asestó a Elizabeth múltiples bofetadas en la cara que la desfiguran por completo y la hacen sangrar. Asistimos en esta secuencia a la culminación de la violencia y al clímax de la crueldad gratuita, en un hábitat cerrado del que no hay escapatoria posible:

Lloro fuerte cuando el dorso de su mano derecha me golpea la mejilla izquierda y no necesito verla para saber que eso calientito que baja por mi mentón es sangre. No sé si me ha rajado el labio o roto mi nariz porque mi cara hierve y duele como un solo bloque.

El monstruo que va en el asiento de al lado me jala el cabello y me lanza contra la guantera mientras cierro los ojos rogando por un milagro51.

Con tal ensañamiento, que aumenta deliberadamente el sufrimiento de su víctima en forma innecesaria, Pedro se porta como un bárbaro y pierde toda calidad humana, al mismo tiempo que no considera a su esposa como a una persona, sino como una «presa», o sea un animal que puede ser cazado y morir: «Hoy sólo es un depredador obsesionado en eliminar a su presa»52.

Después de varias semanas en coma y una lenta recuperación, Elizabeth consigue decidir romper los lazos que la unían a Pedro: «Nuestra separación lo tomó de sorpresa y además se enteró de la peor manera: le pedí el divorcio delante de mis padres y hermanas, oportunidad en que relaté las varias oportunidades en que abusó física y emocionalmente de mí»53.

Esta vez, Pedro se encuentra en situación de inferioridad frente a la familia de su esposa y, para no perder su dignidad y preocupado por el qué dirán, acepta los trámites del divorcio que le presentan el padre de Elizabeth, uno de sus cuñados, y su abogado. Siempre podrá salvar las apariencias mintiendo, echándole la responsabilidad de esta separación a su esposa y ser el exmarido irreprensible ante la sociedad.

Conclusiones

En Perú y Chile, las estadísticas oficiales demuestran la amplitud de la violencia conyugal en todas las clases sociales, pero más aún en las capas más bajas. Ponen de realce la necesidad de promover políticas públicas para remediar el fenómeno. En efecto, «la violencia contra las mujeres representa una violación a los derechos humanos y constituye uno de los principales obstáculos para lograr una sociedad igualitaria y plenamente democrática»54. Las dos novelas que ilustran el problema en ambos países nos permiten adentrarnos en la mente de los protagonistas y apreciar con nitidez la multiplicidad de los posibles acosos a la mujer por quien pretende quererlas y sus consecuencias en la vida privada y familiar. Elizabeth vive un calvario con su esposo violento, pero es víctima del ideal soñado de mujer casada y de madre, difundido por la sociedad: «No me salí de la norma al dejar mis estudios y casarme con Pedro, porque mi autorrealización implicaba ser madre y esposa. Hacer una familia perfecta, donde el padre proveyera mientras la madre amorosa y cariñosa cría y educa hijos sanos e inteligentes»55.

Al presentar a Pedro que, en su comportamiento con su esposa, practica todas las múltiples facetas de la discriminación sexista en el recorrido de la vida diaria, P. Andrade denuncia el machismo latente en la sociedad chilena y procura abrir los ojos de sus lectores sobre esta situación aún muy difundida. Se propone hacer progresar las mentalidades. En La ideología del amor, «Francia se replantea los hábitos que rigen su vida y los roles que le fueron impuestos, logrando evolucionar»56. A pesar del contenido sombrío de estas novelas, son portadoras de esperanza, porque estas mujeres consiguen emanciparse del yugo que pesa encima de ellas y reanudar el hilo de su existencia como personas libres: «Quiero volver a confiar, a creer en los hombres y a amar y ser amada»57, concluye Elizabeth.