Analyzing the Spanish context, Catholic identity is studied through associationism and confessional sociability in Valladolid from its origin in the hostility of the Six-year period (1868-1874) until the Decree of 1941 forces the dissolution of the Catholic Social House. This absorbed its predecessor, the Catholic Association of Catholic Schools and Circles (1885), endorses and expands its religious, educational, recreational, mutual and union offer (provincial and national). From the House and although subordinated to a secondary plane, the woman becomes visible and participates in the construction of the interclass Catholic identity as executor and recipient of social action (schools, Mutua Maternal, Childcare Clinic, Children’s Wardrobe and others), union (Legas de Mujeres Campesinas y de Estudiantes) and abroad, in the parish Conferences of Ladies of San Vicente de Paul (with charitable functions up to the fight against white slavery). Confessional experiences are a platform that will serve women to fight with more determination for their social, educational, cultural and political recognition.El desarrollo asociativo de los españoles
La proclamación de los derechos de reunión y asociación en España es una conquista del Sexenio Democrático, bruscamente interrumpida por el golpe militar de 1874 y recuperada en la Restauración canovista. La Ley de Asociaciones de 30 de junio de 1887, con Sagasta al frente del gobierno1, regula con 11 años de retraso desde su reconocimiento constitucional el alcance preciso y condiciones del derecho de asociación, prácticamente hasta el franquismo2. Si resulta costosa esta conquista, más aún lo será su aplicación práctica a lo largo de la siguiente centuria. Cabe recordar en lo relativo a los derechos fundamentales que, en España, hasta 1890 no se proclama el sufragio universal masculino3, y hasta 1931 no se recoge en un texto constitucional el sufragio femenino tras vencer la oposición de buen número de beneficiadas contrarias a dicho avance desde las más variopintas argumentaciones, algunas acertadas y otras no tanto4.
Desde una perspectiva de género y en un contexto de probada masculinidad, como revela la España contemporánea donde los varones son los destinatarios directos de la oferta asociativa en abrumadora proporción, no puede extrañarnos topar con una opacidad femenina recurrente. Las restricciones cuantitativas para las mujeres, que ostentan un secundario papel de acompañamiento y gozan de algunas prestaciones merced a su condición de esposas o hijas de los socios activos, se acompañan de una alicorta gama cualitativa que las adscribe casi en exclusiva a fórmulas caritativas, educativas y asistenciales de arraigada tradición, con un escaso o mínimo protagonismo en facetas más comprometidas (mutualismo, resistencia, reivindicación, etc.)5. De redistribuir este inicial vacío femenino en el plano asociativo se encargará la propia dinámica de la institución familiar que, manteniendo a la mujer en un discreto segundo plano, contempla su acceso de forma indirecta a determinados servicios dispensados por la asociación, como ocurre con frecuencia en las modalidades culturales y recreativas (casinos, círculos).
En este breve repaso por el tejido asociativo en los albores del siglo 20, que sintetizan estas pinceladas reflectantes de elementos de continuidad pero también de cambio, llama la atención de forma insistente la aludida ausencia de mujeres entre los listados de los socios ordinarios de las fórmulas con mayor aceptación, donde rara vez aparecen. Su dependencia del varón –padre, marido, hermano– para obtener cierta visibilidad es la norma y su autonomía y titularidad propia la excepción. No ocurre así en los perfiles de tinte benefactor antes citados (caridad, beneficencia, acción social), ni en el marco de la sociabilidad informal –derecho de reunión–, frecuentado desde el siglo 19 en ámbitos urbanos por figuras femeninas copartícipes en las actividades de ciertos salones, veladas y tertulias, amén de su comentado protagonismo en opciones formales altruistas al gusto de la sociedad liberal.
El acceso documental a todo este entramado no resulta fácil, si bien la reciente digitalización de algunos fondos de impronta oficial sirve de ayuda (caso del Anuario Estadístico de España, siglos 19 y 20, a cargo del INE). Las fuentes informativas para acercarnos a dichas inquietudes desde una perspectiva general, cuando no inexistentes, son muy dispersas y entrecortadas (Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, Archivo Histórico Nacional, antiguos Archivos de Gobiernos civiles, Archivos provinciales y municipales, Archivos particulares, Biblioteca Nacional, etc.), lo que condiciona el análisis asociativo y la posibilidad de contrastar la sintonía o atipicidad de determinadas notas con el resto de la península. A escala nacional, tenemos que recurrir a las Estadísticas del Instituto de Reformas Sociales de 1904 y 1916, que facilitan el número de asociaciones profesionales y de ahorro, cooperación y previsión existentes en el reino, con cifras sobre el contingente de asociados y su reparto interno en el primer recuento, y con datos sobre entidades patronales y mixtas, además de las sociedades obreras, en el balance posterior6. Dichas recopilaciones muestran el fuerte incremento del asociacionismo en España a medida que avanza el siglo 20, sin olvidar la debilidad del punto de partida7: 5.609 asociaciones censadas de manera aproximativa en el compendio de 19048 y 18.986, con nombre y apellidos en 1916.
Entre ambas fechas, además de los cambios cuantitativos al alza, interesan sus variaciones internas. Por ejemplo, la paulatina decantación de la clase obrera hacia opciones reivindicativas y de cuño sindical (1.867 asociaciones obreras en 1904 con 348.265 socios y 7.070 en 1916). La reivindicación consolida su papel hegemónico dentro del asociacionismo obrero, al hilo de la denominada «cuestión social» y el fracaso del modelo armonicista de la Restauración propuesto como alternativa al antagonismo entre el capital y el trabajo. A la verticalidad de los conflictos se contrapone la horizontalidad de las solidaridades, principal factor de cohesión –lazos compartidos entre iguales– dentro del mundo del trabajo.
Este nuevo rumbo a medida que discurre el siglo 20, sin embargo, no significa la desaparición de las viejas prácticas mutuales entre las clases populares, que siguen apostando por la autodefensa arropadas tras los socorros mutuos ante la sordera de la administración pública y las tibias iniciativas privadas respecto a sus demandas. Las fórmulas solidarias dentro del sector productivo, adecuadas a las nuevas reglas del juego, penetran con fuerza en un tejido social carente como antaño de remedios a sus problemas reales. El mutualismo adecúa el nombre a su especialización funcional, siendo por fin lo que dice ser y olvidando pasadas ambigüedades defensivas, al igual que ocurre en otros países del entorno latino. Resistencia obrera y mutualismo popular son, por tanto, los principales ejes del horizonte asociativo de las clases trabajadoras en los albores de la centuria.
A estas observaciones tendríamos que añadir, en tercer lugar y sobre todo para la mitad norte de España, el peso de la vertiente confesional, en especial del sindicalismo católico denominado puro, patronal u obrero, tanto en el ámbito agrario como en el urbano. Tras el ocaso de la fórmula mixta decimonónica representada por los Círculos Católicos de Obreros, asoma esta vía alternativa que pretende actuar de muro de contención al empuje del sindicalismo de clase de signo socialista o anarquista. Esta mezcla de permanencias y cambios trasluce una sociedad que empieza a despertar en la defensa de sus derechos con nuevas fórmulas de lucha, pero sigue atrapada en viejas recetas solidarias, sintomáticas de problemas sin resolver y del retraso en política social de España respecto a sus vecinos occidentales. La importancia de la confesionalidad, con el patrocinio expreso o disimulado de las oligarquías dominantes, neutraliza la combatividad potencial de la clase trabajadora con mayor calado que en otras zonas de España. La crisis de 1917, entre sus muchas secuelas, provoca la expansión del sindicalismo católico agrario en cuanto receta armónica interclasista frente a la lucha de clases y contribuye a la consolidación del agrarismo como fenómeno político a tener en cuenta.
Frente a la providencia y el ejercicio de la caridad cristiana (Dios proveerá) del Antiguo Régimen, el liberalismo prefiere hablar desde su arranque decimonónico de previsión. En la lista de posibles remedios a las carencias de la población, los nuevos responsables políticos ven en la previsión la panacea para acabar con los riesgos de empobrecimiento social. El problema radica en que los destinatarios de este discurso van a ser, en su mayor parte, personas sin ninguna capacidad de ahorro ni siquiera de tintes defensivos. La receta era tan sugestiva como inviable al descansar en la virtud del ahorro, un lujo inalcanzable para los agujereados bolsillos de los trabajadores. Lo mismo ocurre con el carácter limitado y selectivo de la previsión diferida, articulada en torno a las Cajas de Ahorros, que cosecha igualmente el retraimiento popular.
Con la llegada del siglo 20, nuevas propuestas surcan el camino que se extiende de la previsión individual –ahorro– a la organizada, a la implicación de la administración pública en la protección social. Reformistas expertos en la técnica actuarial van a protagonizar este nuevo salto cualitativo bajo la fórmula de los seguros sociales, cuyo intermitente desarrollo en la península discurrirá parejo a los momentos de máxima tensión social. A este nuevo impulso contribuyen estímulos exógenos, el modelo de cercanos países europeos, y sobre todo causas internas, en especial la convicción del necesario encauzamiento de la cuestión social de cara a la estabilidad de la monarquía. Dicha reacción defensiva comporta la asunción por parte del Estado de un bicéfalo papel tutelar y policial, encaminado a eliminar las tensiones entre el capital y el trabajo en pro de la estabilidad del sistema.
Desde principios de la centuria, un goteo de disposiciones legales, de imprecisa definición entre una normativa laboral y la mera previsión aseguradora, tienden a proteger a los segmentos más débiles de las clases trabajadoras (Leyes Dato sobre el trabajo infantil y femenino9, Ley del descanso dominical de 1904, entre otras). La creación en 1908 del Instituto Nacional de Previsión supone el tránsito de los seguros sociales voluntarios al régimen de libertad subsidiada, un estadio intermedio en su largo recorrido hacia la obligatoriedad. No es casualidad la coincidencia del aumento de la contestación y declive del régimen con la intensificación de la acción social institucionalizada del Estado y el nacimiento de los seguros sociales obligatorios. Así ocurre de la mano de la crisis de 1917 con la regulación del retiro obrero (R. Decreto-ley 11 de marzo de 1919 sobre intensificación de retiros obreros), el primero de su clase y, antes que nada, una medida política10. Resulta significativo de los obstáculos que surcan esta senda que, a la proclamación de la República en 1931, el retiro obrero seguía siendo el único seguro social obligatorio aplicado en España.
Los rasgos dominantes del asociacionismo vallisoletano
Interesarnos por el asociacionismo vallisoletano significa entrar en un mundo muy cambiante, donde nada es lo que parece porque legalidad y realidad no siempre caminan al unísono y la permeabilidad atraviesa las inestables fronteras clasificatorias al uso (rural/urbano, popular/burgués, masculino/femenino, monocorde/plurifuncional). La precariedad económica de la mayoría de las asociaciones registradas, carentes de protección pública ni subvenciones, se traduce en un escenario de fragmentación (disolución, fusiones, resurgimiento, cambios en el nombre y la orientación, reciclaje), unido a una frecuente polivalencia funcional. Al despiste interpretativo contribuyen, asimismo, los propios asociados con su movilidad en el espacio y en el trabajo a golpe de necesidad y una afiliación en ocasiones repartida entre varias sociedades, incluso contrapuestas, como prueban los libros de registro examinados en otras publicaciones11.
Pese a estas dificultades, está claro que en el caso de Valladolid una de las notas más destacadas del entramado asociativo es la permanente atracción de los socorros mutuos, inclinación que debemos relacionar con viejas tentativas de resolución de problemas. Durante la contemporaneidad en las altas esferas se observa un tratamiento diferenciado de cara al fenómeno asociativo, tendente a reprimir toda conducta sospechosa de desafección al orden establecido a la vez que se toleran las manifestaciones catalogadas de inofensivas12. El Estado liberal dispensa unas prestaciones sociales insuficientes tanto para los sectores improductivos como para el conjunto de los trabajadores. Desde este ángulo podremos entender la capacidad de atracción del mutualismo y la curva gráfica de su evolución histórica, inversamente proporcional a la amplitud de la política social del Estado y a la consolidación de los partidos y sindicatos de clase. Sustentemos esta interpretación con algunas cifras oficiales.
Si descendemos a los datos documentales, hasta 1887 no disponemos de un balance general del asociacionismo en España, confeccionado con un criterio provincial y una atomizada clasificación tipológica13. Su interés no impide denunciar la distorsión técnica de los primeros listados oficiales ni las desviaciones intencionadas orientadas a esconder, bajo un molde apolítico, actuaciones comprometidas. Más aún, el cómputo global obtenido se basa en las respuestas dadas por las autoridades a los cuestionarios recibidos por lo que, conocidos sus abundantes silencios, se trata sin duda de una estimación cuantitativa a la baja. Sin perder de vista dichas cautelas, a nivel nacional (664 casos, el 21,3 %) y, más aún en el marco vallisoletano (47,6 % del total provincial), el mutualismo continúa siendo una modalidad dominante dentro de una panorámica general de aparente asepsia ideológica (1.668 son sociedades recreativas, lo que supone más de la mitad de las 3.108 censadas en este recuento para todo el reino).
En el caso de Valladolid, que con 107 asociaciones ocupa una destacada quinta plaza en el ranking nacional, mayoritariamente decantado hacia la periferia mediterránea catalano-levantina, los socorros mutuos ostentan el primer puesto tanto a escala provincial (51 sociedades), como dentro de la capital (33 de las 71 aquí domiciliadas). El lugar de honor ocupado por el mutualismo destapa las carencias que padece la población, inmersa por entonces en una grave crisis agrícola y pecuaria que desarticula la vida diaria en pueblos y ciudades. El segundo escalón, correspondiente a las sociedades de recreo (el 36,4 % provincial), corrobora una imagen asociativa sosegada, con un fuerte grado de concentración urbana y capitalina en cuyo recinto se asienta el 66,35 % del total. Ahora bien, tras esta placidez provinciana sabemos que se esconden conductas menos sumisas al refrendo oficial. En esta línea abundan informaciones posteriores sobre el desarrollo del asociacionismo vallisoletano liderado dentro del ámbito obrero por las ahora «inexistentes» sociedades de resistencia. A este cambio colabora la propia normativa de 1887, que abre nuevas oportunidades, pero también el fracaso del modelo armonicista restaurador que impele a experimentar otras salidas.
En las citadas Estadísticas del Instituto de Reformas Sociales de 1904 y 1916, se constata para Valladolid un fuerte incremento asociativo durante estos años, en sintonía con el cómputo global de afiliación (54 asociaciones obreras con 6.647 socios en 1904 y 428 sociedades de variada gama en 1916). Además de dicha curva ascendente, interesan sobremanera sus alteraciones internas (para mayor detalle, véanse los cuadros 1 y 2)14.
Por un lado, la creciente preferencia de la clase obrera por opciones reivindicativas y de corte sindical al fin contempladas en la normativa vigente, lo que consolida su papel hegemónico dentro del colectivo obrero (en 1904 la reivindicación supone el 72,2 % de las asociaciones obreras y más de la mitad de sus socios; en 1916 ascienden a 67 los sindicatos sobre un total de 128 sociedades obreras)15. No es menos significativo el auge del mutualismo entre las clases populares que, lejos de eclipsarse, sigue escalando posiciones de manera llamativa, mientras pierde peso dentro del mundo obrero (32 sociedades de socorros a escala provincial en 1904 frente a 81 en 1916, la mayoría en manos populares). La importancia de esta práctica solidaria en pleno siglo 20 demuestra la persistencia, pese al incipiente intervencionismo estatal, de crónicas desatenciones y la falta de cobertura de las demandas sociales. Basta recordar que, por el momento, los seguros sociales obligatorios siguen siendo una asignatura pendiente en España.
Respecto a los retoques de los años veinte, los Censos Corporativos primorriveristas de 1924 y 1928 adolecen de múltiples incorrecciones en su valoración asociativa debido a la caprichosa clasificación tipológica utilizada, que los convierte en expresivos ejemplos de la falta de rigor16. Baste recordar cómo en el ecléctico grupo de asociaciones «indefinidas» se incluyen, dentro de esta capital, sociedades confesionales (Asociación Católica de Escuelas y Círculos de Obreros, Círculo Católico de Obreros, Sindicato Agrícola Católico), mutualidades (Sociedad de Auxilios y Socorros Mutuos de Sastres, Mutualidad Obrera, La Unión, La O, Montepío del Clero de la Diócesis, Sociedad Mutua de Farmacia), cooperativas (Aglomeración Cooperativa Obrera, Cooperativa del Personal Ferroviario, Sociedad Cooperativa de Funcionarios Públicos), y variantes tan indisimuladas como la Agrupación y la Juventud Socialista vallisoletanas. Todas estas deficiencias invalidan su valor documental.
El peso creciente de la confesionalidad. La Asociación Católica de Escuelas y Círculos de Obreros (1881-1914)
En la España del interior, las asociaciones confesionales van a tener una gran fuerza en todos los ámbitos, especialmente en el mundo obrero de impronta agrícola. Las fórmulas ofrecidas a los trabajadores descansan en la negación de la lucha de clases y la defensa de la armonía interclasista, ya sean en formato mixto, caso de los Círculos Católicos de Obreros de sello decimonónico17, o bien los sindicatos católicos puros desarrollados desde principios del siglo 20 en ámbitos rurales y urbanos. Tanto la Dictadura de Primo de Rivera como el franquismo asumirán en su día la verticalidad sindical estructurada por ramas productivas, donde se mezclan patronos y obreros –productores– sin que dicha inspiración impida marcar distancias con el pasado, derogar lo que no interesa de los ensayos precedentes y diseñar un sindicalismo moldeable al estilo propio (perceptible en el franquismo desde el Fuero del Trabajo de 1938, Primera Ley fundamental promulgada en plena contienda).
Según el Consejo Nacional de corporaciones católico-obreras, a la altura de 1900 forman parte del mismo 264 entidades, en su mayoría –una cifra de 150– Círculos, que suman un conjunto de 76.142 afiliados18. Un septenio después, lejos de disminuir, la misma fuente contabiliza 227 Círculos y 40 Patronatos de Obreros, dentro de una relación total de 622 asociaciones obreras confesionales19.
Este desarrollo confesional ha tenido que superar actitudes hostiles en décadas anteriores, especialmente durante el Sexenio, si bien lejos de amedrentar sirven para impulsar iniciativas ambiciosas como la Asociación de Católicos en España20. A su amparo surgen por la geografía nacional filiales de la matriz madrileña, ratificada por la Santa Sede en 1869 y que cuenta entre sus promotores al marqués de Mirabel, Carbonero y Sol, Antonio Lizarraga y Ramón Vinader. Las consignas de Pío IX instan, «hasta con riesgo de la vida misma», a difundir esta empresa por todo el territorio peninsular.
La constitución de Juntas provinciales, en estrecha relación con la central madrileña, incluye a las capitales castellanas destacando por su vitalidad dos de ellas: la de Valladolid, que descuella entre las más activas con movilizaciones en favor de la reapertura de las iglesias cerradas «por la impía revolución de 1868», y la Propaganda Católica de Palencia, erigida a instancias de los hermanos Madrid y Manso con una amplia proyección exterior. Las Bases para el establecimiento de la Propaganda Católica en todas las diócesis de España elaboradas por su director, el canónigo José Madrid en términos de reconquista del mundo obrero, serán recomendadas como modelo a seguir en el I Congreso Nacional Católico celebrado en 188921.
A medida que avanza la Restauración, la proclamada confesionalidad del Estado no evita el enconamiento del conflicto entre el mundo del capital y el del trabajo. La Iglesia y el laicado católico, a título individual o asociativo, van a mediar en el desfase entre las reivindicaciones sociales y la insípida respuesta institucional. La acción social católica, como es sabido, abarca diversos planos sintetizados en los Círculos Católicos de Obreros, asociaciones donde unos y otros han de coexistir en una simbiosis interclasista y confesional. La apuesta por fórmulas de convivencia dentro del mundo del trabajo, frente a radicalismos revolucionarios, tiene en el jesuita Antonio Vicent uno de sus máximos valedores22, sin olvidar las pioneras experiencias del también jesuita Pablo Pastells23 y del dominico Zeferino González.
En el caso de Valladolid, hasta la década de los 80 el asociacionismo católico no logrará dotarse de una estructura organizativa articulada24. Entre los intentos que allanan el camino sobresale en los años 70 la Juventud Católica, definida como «una Academia científico-literaria donde los jóvenes católicos se dedican al cultivo de las Ciencias convenientemente hermanadas con la Religión, y encaminadas ambas a la práctica de virtudes cristianas». Las charlas a estudiantes y obreros se acompañan de una escuela dominical inaugurada en 1880 «para los infelices obreros que debiendo ganar el pan con el sudor de su frente, no tienen posibilidad entre semana de educarse y aprender». Son los mismos que insisten en la inmediata creación de un Círculo Católico, «bajo el modelo del fundado en la ciudad de Córdoba»25.
Logrado un clima propicio, a iniciativa del jesuita Francisco de Sales Colina se funda en 1881 en la capital la Asociación Católica de Escuelas de Obreros, nacida según su Reglamento fundacional con un doble propósito:
Primero, establecer escuelas para dispensar a los obreros y a los jóvenes que a ellas concurran una educación e instrucción cristiana, acomodada a su edad y condición; y en segundo lugar, excogitar y poner en práctica todos cuantos medios sugiere la caridad más adecuados para socorrer sus necesidades, así espirituales como temporales26.
Bajo la presidencia honoraria del arzobispo Sanz y Forés, integran su primera Junta de gobierno un plantel de prohombres locales27, asumiendo el P. Colina el cargo de director espiritual de este empeño que, antes de finalizar el año, comienza su rodaje28.
En la primavera de 1884 un grupo de 70 obreros vallisoletanos solicita a la Junta directiva la creación de un Círculo29. Obtenido el placet eclesiástico y civil, inicia su andadura en 1885 la titulada Asociación Católica de Escuelas y Círculos de Obreros, con los objetivos plasmados en el número inaugural del que será su órgano de expresión:
Ajenos a toda cuestión política y huyendo de ella como de vientos envenenados, venimos al estadio de la prensa, no con el propósito de romper aceradas lanzas en descomunales batallas periodísticas, sino que nuestro objeto es sumamente modesto como conviene a un Círculo de Obreros honrados y laboriosos, que buscan en el trabajo y en el cumplimiento de sus más sagrados deberes, las mayores y más hermosas satisfacciones de la vida30.
En esta aventura se embarcan juntos benefactores y beneficiarios: una mayoría de «obreros católicos, apostólicos, romanos y de intachable conducta», y una minoría de socios honorarios, protectores, numerarios y suscriptores, que prestan apoyo económico además de asumir responsabilidades ejecutivas y de control e influencia moral. Con el arzobispo de Valladolid en la presidencia honoraria (Benito Sanz y Forés, Mariano Miguel Gómez, Antonio María Cascajares, José María de Cos), un elenco de laicos y religiosos componen la lista de socios no activos. La relación comprende un sumario de fuerzas vivas, personalidades con título nobiliario, algunas de ellas femeninas (marqueses de la Solana y Trebolar, marquesa de Verdesoto, condes de la Oliva y del Gaitán, condesas de Fuentenueva y Añorga), junto a figuras de relevante peso político (Alonso Pesquera, Germán Gamazo), académico y cultural (Juan Francisco Mambrilla, Eusebio María Chapado, Julián González García-Valladolid), y también personas destacadas por su poder económico (familias Pintó y Pombo, Mariano Semprún, Eloy Silió, Juan Azurena, José de la Cuesta, hermanos Santarén)31.
La financiación no va a ser el punto fuerte de estas experiencias confesionales, comprometidas en arriesgados proyectos a la espera de algún bienhechor que remedie los desajustes presupuestarios. En el caso de la Asociación Católica, pasamos de unos recursos anuales iniciales de 3.000 pesetas procedentes de cuotas, donativos y un pequeño aporte municipal32, a cantidades de mayor envergadura –ingresos entre 15 y 25.000 pesetas al año– a partir de la refundación de 1885. Este salto cuantitativo se acompaña de variaciones internas, en especial del crecimiento de las atenciones mutualistas y económicas a los socios enfermos y sus familias. La documentación prueba el atractivo de dichas prestaciones entre los vallisoletanos ya que las suscripciones voluntarias a los socorros mutuos suponen la cuantía mayor de las cuotas obreras, afiliándose 1.749 nuevos socios a este servicio entre 1888 y 1900. Le siguen en interés las acciones educativas y, a distancia, las recreativas en declive a medida que discurre el siglo 20:
El examen de su trayectoria económica durante 30 largos años de historia revela, además de los apuros derivados en buena medida de su propio reclamo –mantiene cotas en torno al millar de afiliados con riesgo a morir de éxito–, la plurifuncionalidad de esta institución en la que emergen los cuatro fines característicos de los Círculos Católicos de Obreros: religioso, recreativo, educativo y económico. Se trata, en definitiva, de un intento centralizador de la diversificada oferta de la acción social confesional33. Veamos muy brevemente estas facetas complementarias.
La impronta religiosa invade todas las actividades de esta entidad34. A las oraciones, misas, charlas y observancia de los preceptos pascuales, se unen realizaciones concretas como la inauguración, en 1896, de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús y San Ignacio de Loyola tras «haberse quedado pequeña la capilla de la casa». De cara al exterior, una continuada labor proselitista tiene en la palabra y la letra escrita sus principales vehículos de transmisión. Su propia revista de periodicidad mensual, repartida gratuitamente entre los socios, contribuirá con fuerza a esta labor de captación35.
La función recreativa gira en torno al Círculo, el centro de reunión y esparcimiento domiciliado en la calle Ruiz Hernández. Generalmente los días festivos, acuden por la tarde los obreros para distraerse «en ameno solaz, tomando parte en juegos permitidos y sencillos, en que no se cruza interés apreciable, y donde encuentra(n) sanas e instructivas lecturas de revistas y periódicos católicos». Una pormenorizada casuística regula las apuestas máximas en los juegos del tresillo, tute, mus o billar, suponiendo ya un avance mental el mero hecho de reconocer y facilitar la posibilidad de distracción al mundo obrero. Los juegos se acompañan de escogidas lecturas, conferencias dominicales y, en las festividades principales, rifas, representaciones teatrales y veladas artísticas, musicales o literarias36.
La finalidad educativa reviste, asimismo, notable interés al ser la chispa originaria y una de las principales señas de identidad durante toda su trayectoria. Su oferta de instrucción («ir a la católica») se ramifica en una doble dirección: escuelas nocturnas para adultos y diurnas para hijos de obreros, ampliándose desde 1902 con clases gratuitas para las niñas a cargo de las Esclavas del Sagrado Corazón37.
Las escuelas de adultos, abiertas de octubre a marzo entre 18,30 y 20,30, dispensan las enseñanzas ordinarias y clases especiales de dibujo, caligrafía, modelado, mecánica y contabilidad, gozando desde su apertura de una favorable acogida:
antos obreros acudieron a este llamamiento, que faltó local para que cómodamente pudieran instalarse [...] y fue preciso, con gran dolor de nuestro corazón, cerrar las inscripciones e irlos llamando después según se iban aumentando los locales y los medios necesarios38.
Hasta principios del siglo 20, la matrícula supera el millar de inscritos al año, en su mayoría obreros pertenecientes al mundo de los oficios y las industrias locales, con escasa participación del sector servicios y menos aún del primario. Por grupos de edad, dominan los comprendidos entre los 14 y 20 años, pocos superan la treintena y no faltan trabajadores menores de 14 años.
En las Escuelas de niños se atiende diariamente, mañana y tarde, a «hijos de la clase obrera» entre los siete y 14 años, distribuidos en tres aulas y dos niveles educativos: inferior y superior. La media de matriculados ronda los 500 alumnos por curso y, al igual que ocurría con los adultos, desciende a la mitad en la nueva centuria persistiendo su carácter gratuito, incentivos, rígida disciplina y marcada decantación ideológica. Desde el curso 1913-1914 se encargan de esta docencia los Hermanos de la Salle o de la Doctrina Cristiana, acompañándose esta reforma pedagógica con una mejora de las condiciones materiales.
El objetivo económico de una institución «que no sólo atiende a la parte del espíritu y de la inteligencia, sino también a la parte material», es el que genera mayor despliegue presupuestario y gira en torno a dos fórmulas asociativas: el mutualismo y la cooperación, más el añadido polivalente de la faceta sindical.
La mutualidad va a ser el denominador común de varias iniciativas emprendidas, con diferente resultado, a lo largo de estos años. La más arraigada es la denominada Caja de Ahorros (Socorros), «verdadera madre de caridad que con sus médicos, practicantes y boticarios, ha cuidado cada año la salud de más de 4.000 personas»39. A cambio de una módica cuota mensual, sus socios tienen derecho a recibir en caso de enfermedad asistencia médica y farmacéutica, además de los servicios de cirugía menor. Su espectacular acogida se halla en íntima relación con los vacíos institucionales comentados y con el amplio segmento de las clases populares excluido de la beneficencia domiciliaria.
Un segundo ejemplo lo proporciona la Caja de Familia, que nace en 1891 al estilo de las Conferencias de San Vicente y facilita bonos de «legumbre, pan y carne» a los socios obreros en situación apurada por enfermedad o falta de trabajo, un supuesto que desborda los contornos habituales mutualistas. Frustradas otras tentativas, surge en 1906 la Sociedad de Socorros Mutuos en calidad de «caja de pensiones para casos de enfermedad o fallecimiento» que, mediante el desembolso adicional de una peseta al mes, facilite ayudas económicas a los socios enfermos (dos pesetas diarias), o a sus familiares en caso de defunción (entre 25 y 60 pesetas). No parece tener demasiado éxito dicha iniciativa a juzgar por la escasa afiliación obtenida (25 socios en 1907, 36 en 1911) y las continuas quejas de sus promotores40.Tampoco logran consolidarse por el momento los sucesivos intentos cooperativistas ensayados durante estas décadas (Farmacia Cooperativa, Cooperativa de Consumo, Cooperativa de Crédito Popular).
Desde finales del siglo 19, el mundo católico arrastra un debate interno sobre la oportunidad de una acción sindical mixta o pura. La Asociación Católica no muestra preferencia por una u otra vía, tan solo por la defensa a ultranza de la confesionalidad dentro del mundo del trabajo «al contemplar cómo los socialistas se hicieron fuertes y arrastraron a muchos trabajadores de Valladolid a sus centros». Con la llegada a la ciudad en 1912 del jesuita Sisinio Nevares, instigador de una vasta campaña propagandística, la sindicación católica se va a convertir en el quinto y último objetivo de esta entidad, lo que supone su readaptación estructural a los nuevos tiempos en la forma (reivindicación) y en el contenido (asuntos laborales). La sindicación obligatoria de los socios obreros del Círculo queda así incorporada al Reglamento interno, al tiempo que surgen en la capital pujantes sindicatos confesionales y se extiende de manera llamativa por la región el sindicalismo católico agrario41.
El Círculo Católico de Obreros, formado «por solos obreros con la dirección espiritual del consiliario sacerdote», se desgaja en 1915 de la Asociación Católica contribuyendo a «constituir en Castilla una obra social perfecta por su espíritu, por su extensión, por sus vitales». Esta será la Casa Social Católica, un complejo entramado católico-social con nuevo domicilio (compra del Frontón Fiesta Alegre por «buenos católicos que acudieron en nuestra ayuda») y ampliadas competencias42. Una ambiciosa empresa confesional, que topará entre otros obstáculos con el ascenso local de las fuerzas obreras y el sindicalismo de clase43.
La casa social católica (1915) y la diversificación del entorno confesional
La revista Castilla Social dedica un número extraordinario a la inauguración de la Casa Social Católica, fechada el 21 de noviembre de 1915, con una solemne ceremonia donde acompañan al cardenal Cos, los obispos de Jaca, Salamanca y Segovia. A la misa y bendición de banderas de los sindicatos católicos, celebradas en la catedral vallisoletana, sigue una manifestación hasta la calle Muro donde es bendecido el nuevo recinto e intervienen varios oradores (entre otros, «el verbo cálido y valiente» de Agustín Ruiz, presidente del Sindicato Ferroviario). Una velada-mitin en el teatro por la tarde dando lectura a numerosas cartas de adhesión, junto a la bendición papal de Benedicto XV, cierra el programa de actos de tan señalado día44.
Si comparamos las instalaciones de la antigua sede, donde permanecen las Escuelas y el Patronato de la Juventud Obrera, con el empaque de este nuevo emplazamiento, se palpa la distancia entre los sueños iniciales y una obra consolidada. El nuevo edificio, antiguo Frontón del arquitecto Jerónimo Arroyo, es un impresionante rectángulo de tres pisos rematado por una terraza con balaustrada. El frontispicio acoge el rótulo de la Casa, flanqueado por las figuras del Trabajo, las Artes, la Agricultura y la Industria, que resumen su complejidad funcional.
El interior alberga variadas entidades confesionales tipo sindicatos, cooperativas, Círculos, Academias y otras asociaciones; una amplia Sala de Juntas; el Teatro-Cine Hispania, «con todas las comodidades, con todo el lujo y confort y todas las seguridades»; la escalera principal, almacenes, habitaciones, comedores, las oficinas de prensa y demás instalaciones, «todo ello con muchas luces, ventilación y calefacción». El problema vendrá a la hora de abonar las facturas de los empréstitos contraídos45, cuestión finalmente resuelta mediante suscripciones, donativos y la rentabilidad de los valores patrimoniales.
A modo de apoyo explícito, en 1921 reciben la visita de Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia, recordada con una lápida conmemorativa y una encendida Crónica de Saturnino Rivera Manescau, secretario de la Academia de Estudios Histórico-Sociales, aquí domiciliada46. Entre sus ilustres visitantes se encuentra el general Miguel Primo de Rivera, en setiembre de 1927 coincidiendo con la celebración del Primer Congreso Nacional Cerealista, en el que participan 15 Federaciones católico-agrarias en representación de 3.000 sindicatos, y donde interviene José Manuel Aristizábal, presidente de la Confederación Nacional Católico-Agraria (CONCA). Otras personas de relieve anotadas en el libro de visitas son el arzobispo mexicano, Francisco Orozco, y el canónigo de Lovaina y secretario general del Boerenbond (Federación agrícola belga de inspiración católica, liga de agricultores conocida por BB)47.
El afán por cubrir el ciclo biológico del trabajador desde la infancia a la madurez ofreciendo múltiples facetas asociativas (sindical, mutualista, benéfico-asistencial, cooperativista, educativa, cultural-recreativa), preside la concepción globalizadora de la acción social en esta Casa. En 1919 hay 40 trabajadores dedicados a tareas de administración y servicios y, mientras las viejas prestaciones se mantienen estacionarias (880 socios en el Círculo de Obreros), las nuevas ofertas sindicales siguen en imparable ascenso. Las cifras derivadas de la documentación resultan elocuentes: 17.450 socios en los 116 sindicatos de la Federación de Sindicatos Agrícolas Católicos; 8.300 socios en el Sindicato Católico Obrero de Mineros Españoles; 6.000 afiliados al Sindicato Católico de Ferroviarios Españoles (670 pertenecen a la sección de Valladolid); 589 militantes en los Sindicatos Católicos locales del sector secundario y terciario (Dependientes de Comercio, Industria y Banca, Oficios Varios, Auxiliares de Farmacia, Albañiles, Tipógrafos, Metalúrgicos, Panaderos y Electricistas). También han logrado un espectacular avance las experiencias cooperativistas, antes fracasadas (2.270 socios en la Cooperativa Católica Obrera y 700 en la de Crédito Popular y Agrario (Caja de Ahorros y Préstamos)48. De las alternativas ofertadas, sin duda es la sindical la que goza de mayor predicamento para intentar frenar el avance del socialismo obrero49.
Ferroviarios y mineros se encuentran entre los afiliados más activos. En enero de 1913 se funda, con una infraestructura nacional, el Sindicato Católico de los Ferroviarios Españoles en lucha con quienes tenían «sometida al marxismo directa o indirectamente la red ferroviaria». En plena oleada de huelgas, durante 1916 y 1917, instala en la Casa Social su Secretariado dotado de funciones de asesoría social y jurídica. Su presidente, el aludido Agustín Ruiz, obtiene la Cruz de Isabel la Católica en recompensa a su labor contrarrevolucionaria («los ferroviarios católicos con el Ejército fueron, y así se proclamó por doquier, los que formaron el bloque que contuvo la revolución marxista»).
En 1918 surge en este recinto el Sindicato Católico de Mineros Españoles, otro de los referentes de la reivindicación obrera al que se incorporan las secciones de las cuencas de Asturias, León, Palencia, y más adelante Riotinto y La Unión, llegando a rebasar los 8.000 afiliados. Su periódico El Minero, elaborado en la imprenta de la Casa Social con una tirada de 10.000 ejemplares y periodicidad quincenal, se distribuye gratuitamente como principal medio de expresión y propaganda.
La incipiente lista de Sindicatos Católicos locales, estructurados por ramas de producción, también va creciendo con el paso del tiempo hasta alcanzar la veintena (Peluqueros, Vendedores Ambulantes, Camareros, Cerámicos y Alfareros, Porteros, Personal de Espectáculos Públicos, Carpinteros, Enfermeros, Agua, Gas y Electricidad, Azúcares y Alcoholeros, Contratas Ferroviarias)50. A la tarea proselitista coadyuva el Programa-Manifiesto de la Sindicación Obrera Católica, publicado en 1920 y dirigido a todos los «hijos del duro trabajo y sostenedores de la Industria y del Comercio».
Es evidente que el mundo urbano, con ser importante, no monopoliza la clientela transversal –urbana y rural– de esta casa. A finales de 1914 se crea, bajo la presidencia de Rafael Alonso Lasheras, la Federación de Sindicatos Agrícolas Católicos, en la cual se integra el Sindicato local y más de un centenar esparcidos por la provincia bajo el lema unos por otros y Dios por todos. Su poder de captación se une a su verticalismo (propietarios, obreros y colonos), que recuerda las fórmulas mixtas de años atrás. La Federación promoverá la creación de Cajas Rurales (sistema Raiffeisen) y una Caja Central Provincial de Crédito, sin olvidar su apoyo a los seguros sociales51.
La Unión Católico-Agraria Castellanoleonesa, erigida bajo este techo en 1925, mantiene estrechos lazos con la Confederación Nacional, vinculada al propagandista palentino Antonio Monedero. Antes de cerrar este apartado sindical conviene recordar que la creación de fábricas de harinas, la Confederación Hidrográfica del Duero, la Liga Católica de Mujeres Campesinas en pos del «progreso religioso, moral y social de la mujer en el campo»52, y las Juventudes Campesinas, son algunas de las realizaciones promovidas desde estas instancias. La presencia explícita de la mujer en algunas de estas experiencias dibuja nuevos perfiles asociativos, consolidados a medida que avanza la centuria, e ilustra la consecución de una visibilidad femenina fuera de su rol benéfico habitual.
Inserto en otras modalidades asociativas hallamos al Círculo Católico de Obreros, formado ahora «por solos obreros» y desgajado de la Asociación Católica. A él se adscriben las prestaciones médico-farmacéuticas, la Caja de Familia o Conferencia de Caridad, además de cometidos de carácter cultural, recreativo y religioso. Desde los años veinte, se incorpora un nuevo servicio de honras fúnebres, que incluye para los socios la administración del viático, mortaja, misas rezadas, esquela, conducción del cadáver, acompañamiento de pobres, ataúd y entierro de segunda clase, según detalla su «Reglamento» publicado en 1922.
Entre las novedades, destaca la puesta en marcha del Secretariado Popular, una oficina jurídica y consultorio a disposición de los asociados; la Bolsa de Trabajo, con una función de agencia de colocación obrera, y la creación en 1923 de la Mutualidad Maternal gracias a la ayuda del catedrático de Medicina, Dr. Nogueras, y en la que participa lo más granado del espectro femenino vallisoletano:
Una cristiana obra social de asistencia a la madre y al hijo [...] en la que por una cuota pequeñísima se da a las socias, mujeres de los socios de las instituciones obreras de la Casa Social Católica, consulta gratuita desde el sexto mes de embarazo, asistencia médica y un pequeño subsidio. Dentro de los parámetros ideológicos tradicionales, hay que resaltar la implicación intensa de mujeres con recursos y familias pudientes en la marcha de dicha Mutualidad.
A partir de 1928, se amplían sus funciones con un Consultorio de Puericultura y un Ropero infantil merced a la incansable Carmen Gómez Sigler de Maldonado, secretaria de la entidad que por entonces preside la marquesa de la Solana:
Muy alentadora es, para las señoras de la Mutualidad pensar que el «Seguro de maternidad», aún en estudio, es semejante a nuestra obra, y que en 1923, cuando surgió la ley del subsidio como régimen preparatorio del seguro, para responder al compromiso adquirido con la Conferencia Internacional del Trabajo en Washington, nuestro Reglamento, tal como hoy rige, recibía la aprobación necesaria en el Gobierno civil de Valladolid53.
El cooperativismo, fallido en décadas pasadas, logra ahora acomodo. En 1915 abre sus puertas la Cooperativa Católica Obrera, que facilita «buenos productos, de excelente calidad y despachados con justa y exacta medida», ampliados más adelante con servicio de panadería y chocolatería. En 1929, superados numerosos problemas económicos, cuenta con 3.000 asociados, tres sucursales y 1.000.000 de pesetas anuales en ventas. No tan clamoroso será el desarrollo de la Cooperativa de Crédito Popular y Caja de Ahorros y Préstamos, fundada en 1916 para fomento del ahorro y concesión de préstamos de finalidad social. Su presidente, el abogado Antonio Jimeno Bayón, sabrá aprovechar las exenciones fiscales y las nuevas normas para impulsar su despegue.
La faceta educativa y cultural también se actualiza progresivamente. La Asociación Católica continúa asumiendo la enseñanza de los niños a cargo de los Hermanos de las Escuelas Cristianas54y, a instancias del arzobispo Gandásegui, saldrá adelante la construcción de un nuevo grupo escolar en 1924. Allí acuden unos 300 niños por curso, hijos de socios obreros, mientras las niñas son atendidas en las Escuelas de las Esclavas y de la Compañía de María. La convivencia entre ricos y pobres ha de empezar, según los esquemas paternalistas al uso, desde la más tierna infancia:
El fin peculiar de la Asociación Católica, como medio más eficaz para conseguir el fin general, será la consagración entera de las clases acomodadas a procurar el bienestar de la clase obrera, fundando Escuelas Católicas para los hijos de los obreros y Círculos Católicos de Obreros, uniendo así con estrecho lazo de amor, todas las clases sociales55.
Como filial de la Casa Social, surge en el antiguo domicilio el Patronato de la Juventud Obrera Católica, que según su Reglamento de 1916 brinda a los jóvenes entretenimientos (teatros, veladas, recreos, juegos, gimnasio, rondalla, colonias de vacaciones, paseos campestres), e instrucción en sus Escuelas nocturnas, de Artes y Oficios y Biblioteca popular.
El colectivo estudiantil juvenil, mayoritariamente masculino, muestra su sintonía con la Casa Social Católica tanto en el domicilio de Ruiz Hernández (Academias de la Congregación de la Inmaculada Concepción y San Luis Gonzaga, de carácter científico, literario y artístico), como en la sede de la calle Muro (Asociación de Estudiantes Católicos de Maestras, del Instituto, de Derecho, de Filosofía y Letras, de Medicina). Fuera de este marco no constan iniciativas relevantes, sino más bien testimonios de las disputas mantenidas durante la etapa republicana entre unos (estudiantes católicos) y otros (miembros de la FUE)56.
Las funciones del Teatro-Cine Hispania, que van desde películas «completamente limpias» a veladas y conferencias; las actividades de la Academia de Estudios Histórico-Sociales, donde colaboran Mariano Alcocer, Alfredo Basanta y otros académicos duchos en rememorar la historia patria; y las abultadas tiradas de periódicos, folletos y boletines salidos de la imprenta de la Casa, todo ello son indicadores de su poliédrico enfoque y versatilidad57.
La promulgación en la guerra civil del Fuero del Trabajo, a favor del sindicalismo único y vertical, apunta hacia la desaparición de los sindicatos católicos en cuanto sea posible. Por decreto de 2 de agosto de 1940 –unificación sindical–, se incorporan definitivamente dichas asociaciones a la organización del Movimiento a través de la Delegación Nacional de Sindicatos. Así finaliza la trayectoria de la Casa Social Católica tal como la hemos analizado, mientras subsisten algunas actividades en la vieja sede. La aprobación en diciembre de 1959 del Reglamento de la Casa Social Católica de Valladolid, puntualiza su condición de «federación fraternal» de las siguientes entidades adheridas: Círculo Católico de Obreros y Empleados, Caja de Ahorros Popular de Valladolid, Patronato Social Católico de la Vivienda, y Asociación Católica de Previsión Social.
Quisiera aludir, de manera sucinta y a modo de conclusión, a dos últimas cuestiones: la diversificación del entorno confesional asociativo y la participación femenina en la construcción de una identidad confesional.
El asociacionismo confesional vallisoletano no se reduce a las experiencias comentadas, sin duda las de mayor calado y proyección exterior. A lo largo de estas décadas, van tomando cuerpo anhelos asociativos de impronta católica y variada tipología, alguno nacido tiempo atrás. Es el caso de la Asociación de Profesores Privados para la Enseñanza Católica Gratuita Parroquial, constituida en el siglo 19 «con el valioso concurso y protectorado eficaz e inestimable del Excmo. e Ilmo. Sr. Arzobispo», junto a otras autoridades religiosas, civiles y militares.
La mano directiva del prelado se extiende, asimismo, sobre otro ejemplo, la Unión de Católicos de la Archidiócesis de Valladolid, aprobada en 1901 con el objeto de «afianzar y estrechar los vínculos que unen a los católicos y trabajar en defensa de los intereses religiosos». El palacio arzobispal por su parte sirve de sede a la filial vallisoletana de la Asociación Nacional de Padres y Jefes de Familia contra el Laicismo en la Enseñanza, domiciliada en Madrid y extendida por el reino. Surgida en 1915 al amparo del bloque conservador, durante la etapa republicana retocará su denominación y articulado para adherirse a la Confederación Católica de Padres de Familia de España58. La lista de realizaciones similares abarca otros nombres que sirven para corroborar estas afirmaciones.
Respecto al papel jugado por el mundo femenino en la construcción y pervivencia de un modelo identitario59, espero haber puesto de relieve su protagonismo en la acción social confesional, si bien desde un plano discreto, subordinado al liderazgo masculino y sin romper los moldes convencionales de ayuda al necesitado y ejercicio de la caridad. Lo habitual es encontrarnos con mujeres de clase alta y apellido ilustre, insertas en familias de notorio relieve local (Mantilla, Pintó, Setién, Valls, Garrán, Castro, Velasco, Dibildos, Silió, Cuesta), ocupadas en tareas asistenciales y formativas afines al discurso armónico confesional. Prueba de ello serán, entre otros, los Apostolados de Señoras para el Mejoramiento Moral y Material de la Clase Obrera, obra fundada por la beata Dolores Rodríguez Sopeña que en Valladolid desarrollan las Damas Catequistas con una intensa tarea educativa.
En estrecha relación y enfoque se mueven las populares Conferencias de Señoras establecidas en las parroquias de la ciudad, pendientes de sus roperos, escuelas dominicales y demás actividades (Cuna del Niño Jesús, Sindicato de Obreras, Real Patronato de Represión contra la Trata de Blancas60). Del elenco de congregaciones y asociaciones femeninas de toda condición (Madres, Maestras, Alumnas), descuella por su eficaz labor para con los pobres y enfermos necesitados la Sociedad de Señoritas de la Caridad y Obra de la Beata Luisa de Marillac61. Tampoco olvidemos, dentro del programa global de Acción Católica62, las variadas tareas de la Unión Diocesana de Mujeres Católicas de Valladolid, formada por todas las Uniones parroquiales, y la Unión Diocesana de la Juventud Católica Femenina constituida en 1934.
En definitiva, el horizonte confesional ha captado la atención de la mujer en los inicios del siglo 20, como acredita en la España del interior la nómina de experiencias abiertas al componente femenino y alejadas de la pretensión de lesionar las pautas convencionales. La praxis asociativa sintetizada en estas páginas prima, en el caso de Valladolid, el pragmatismo y las fórmulas ajustadas a necesidades concretas en un contexto sobrado de carencias sociales y con una mínima cobertura pública. A la ciudadanía parecen preocupar más las carencias que las ideologías, la obtención de ayuda más que el rótulo responsable (Iglesia, Estado, particulares). El refugio en la identidad confesional, muy arraigada en Castilla en sintonía con las consignas gubernamentales, facilita la dinámica asociativa y ahuyenta desasosiegos. Habrá que esperar unos años para ver a las mujeres de tierra adentro luchar con determinación en favor de su reconocimiento social, político, educativo y cultural, al igual que lo venían haciendo otras desde diferentes argumentaciones.
Cuadro 1. Asociaciones obreras en Valladolid (capital y provincia). Año 1904
Ubicación y tipología interna:Capital: 21 (3551 socios). Provincia: 33 (3096 socios)Resistencia: 39 sociedades y 3459 sociosSocorros mutuos: 8 sociedades y 1138 sociosCatólicas: 5 sociedades y 1818 sociosRecreo-Instrucción: 2 sociedades y 232 sociosTotal: 54 Asociaciones y 6747 socios
N° | Lugar | Nombre | Objetivo | Fundación | Socios ordinarios | Socios extraordinarios | Total Socios |
1 | Valladolid | Asociación Católica | Católica | 1869 | 1017 | 169 | 1186 |
2 | Valladolid | Protectora de Cocheros | Resistencia | 1890 | 60 | 22 | 82 |
3 | Valladolid | Arte de Imprimir | Resistencia | 1897 | 204 | - | 204 |
4 | Valladolid | La Progresiva (Albañiles) | Resistencia | 1897 | 325 | - | 325 |
5 | Valladolid | Canteros y Marmolistas | Resistencia | 1897 | 36 | - | 36 |
6 | Valladolid | Obreros Panaderos | Resistencia | 1897 | 100 | - | 100 |
7 | Valladolid | La Unión (Obreros en madera) | Resistencia | 1900 | 294 | - | 294 |
8 | Valladolid | Obreros en Hierro | Resistencia | 1900 | 60 | - | 60 |
9 | Valladolid | Obreros Alfareros | Resistencia | 1901 | 20 | - | 20 |
10 | Valladolid | Obreros Sastres | Resistencia | 1901 | 55 | - | 55 |
11 | Valladolid | Obreros Agricultores | Resistencia | 1902 | 116 | - | 116 |
12 | Valladolid | Obreros de Carruajes | Resistencia | 1902 | 24 | - | 24 |
13 | Valladolid | La Piqueta (Obreros Albañiles) | Resistencia | 1902 | 85 | - | 85 |
14 | Valladolid | La Cerámica | Socorros mutuos | 1896 | 116 | - | 116 |
15 | Valladolid | Dependientes de Comercio | Socorros mutuos | 1896 | 248 | 32 | 280 |
16 | Valladolid | Almacenes grles. Ferrocarril Norte | Socorros mutuos | 1897 | 102 | - | 102 |
17 | Valladolid | La Aurora (Camareros y Cocineros) | Socorros mutuos | 1898 | 82 | 21 | 103 |
18 | Valladolid | La Caridad | Socorros mutuos | 1902 | 142 | 22 | 164 |
19 | Valladolid | La Protectora (Confiteros y Pasteleros) | Socorros mutuos | 1902 | 47 | 20 | 67 |
20 | Valladolid | Orfeón Pinciano | Recreo | 1892 | 86 | 31 | 117 |
21 | Valladolid | El Pueblo Obrero | Instrucción | 1903 | 111 | 4 | 115 |
22 | Castrejón | Agricultores | Resistencia | 1902 | 45 | - | 45 |
23 | Esguevillas | Círculo Católico Obrero | Católica | 1895 | 79 | 1 | 80 |
24 | La Seca | Obrera Agrícola | Resistencia | 1901 | 130 | - | 130 |
25 | La Unión | Círculo Católico Patronos y Obreros | Católica | 1904 | 64 | 56 | 120 |
26 | La Unión | Obreros Agrícolas | Resistencia | 1900 | 37 | 33 | 70 |
27 | Matapozuelos | Obreros Agrícolas | Resistencia | 1902 | 90 | - | 90 |
28 | Mayorga | Círculo Católico Obreros | Católica | 1904 | 259 | 109 | 368 |
29 | Mayorga | Obreros Agricultores | Resistencia | 1904 | 144 | - | 144 |
30 | Medina del Campo | La Unión (Obreros en madera) | Resistencia | 1901 | 28 | - | 28 |
31 | Medina del Campo | La Unión (Obreros en Albañiles) | Resistencia | 1901 | 28 | - | 28 |
32 | Medina del Campo | Obreros Industria Textil | Resistencia | 1901 | 34 | - | 34 |
33 | Medina del Campo | La Emancipación (Obreros Agricultores) | Resistencia | 1902 | 168 | - | 168 |
34 | Medina de Rioseco | La Verdad | Resistencia | 1904 | 41 | - | 41 |
35 | Melgar de Arriba | Sociedad Obrera | Resistencia | 1904 | 20 | - | 20 |
36 | Neva del Rey | Sociedad Obrera | Resistencia | 1901 | 306 | - | 306 |
37 | Peñaflor | Sociedad Obrera | Resistencia | | 74 | - | 74 |
38 | Pozaldez | Obrero-Agrícola | Resistencia | 1902 | 40 | - | 40 |
39 | Roales | Obreo Agrícolas y Económica | Resistencia | 1904 | 45 | - | 45 |
40 | Rodilana | La Virtud (Obreros Agricultores) | Resistencia | 1902 | 32 | - | 32 |
41 | Rueda | Obrera Agrícola | Resistencia | 1901 | 200 | - | 200 |
42 | Rueda | Obreros Calzado y Oficios Varios | Resistencia | 1902 | 20 | - | 20 |
43 | Rueda | Caritativa de Obreros Enfermos | Socorros mutuos | 1873 | 166 | - | 166 |
44 | S. Martín de Valveni | Obreros Agrícolas | Resistencia | 1904 | 13 | - | 13 |
45 | S. Miguel | Obrera Agrícola y Económica | Resistencia | 1904 | 100 | - | 100 |
46 | Santervás | Asociación Obrera | Resistencia | 1903 | 70 | 22 | 92 |
47 | Serrada | Obreros Agrícolas | Resistencia | 1903 | 41 | - | 41 |
48 | Tordehumos | Sociedad de Obreros | Resistencia | 1901 | 50 | - | 50 |
49 | Valdunquillo | Asociación Obrera | Resistencia | 1904 | 48 | - | 48 |
50 | Villabáñez | Católica de Obreros | Católica | 1904 | 164 | - | 164 |
51 | Villabrágima | Asociación de Trabajadores | Resistencia | 1901 | 60 | 13 | 73 |
52 | Viialbla de Alcor | Obreros Agricultores | Resistencia | 1904 | 54 | - | 54 |
53 | Villanubla | La Unión Social | Resistencia | 1904 | 72 | - | 72 |
54 | Zaratán | La Caritativa | Socorros mutuos | 1904 | 104 | 36 | 140 |
| Total | | | | 6156 | 591 | 6747 |
Referencias
Andrés-Gallego José, 1976, «Los Círculos de Obreros (1864-1877)», Hispania Sacra, 29, n°57-58.
Andrés-Gallego José, 1979, «La Iglesia y la cuestión social: Replanteamiento», Estudios históricos sobre la Iglesia española contemporánea, El Escorial.
Andrés-Gallego José, 1984, Pensamiento y acción social de la Iglesia en España, Madrid, Editorial Católica.
Arbeloa Víctor Manuel, 1974, «Organizaciones Católico-Obreras españolas tras la Rerum Novarum (1891)», Revista de Fomento Social, XXIX, n°116.
Asociación Católica de Escuelas y Círculos Obreros de Valladolid, 1914, Memoria histórica, 1881-1914, Valladolid, Imprenta Colegio Santiago.
Asociación Católica protectora de los obreros, Reglamento del Círculo Obrero de Valladolid, 1885, Imprenta Viuda de Cuesta, Valladolid.
Balance y Memoria de la Caja de Socorros Mutuos en 31 de diciembre de 1908, RCOAC, año 20, 1909, n°207.
Berzal Enrique, 2002, Valladolid bajo palio: Iglesia y control social en el siglo XX, Valladolid, Ámbito.
Borrás Llop José María, 2013, El trabajo infantil en España (1700-1950), Barcelona, Icaria.
Capel Rosa María, 1992, El sufragio femenino en la Segunda República española, Madrid, Horas y horas.
Capel Rosa María, 2013, Presencia y visibilidad de las mujeres: recuperando historia, Madrid, Abada.
Castilla Social, número extraordinario, noviembre de 1915.
Consejo Nacional de las Corporaciones Católico-Obrera, Estadística de las Corporaciones Católico-Obreras en el año 1900, 1900,Madrid, Tipografía del Sagrado Corazón.
Consejo Nacional de las Corporaciones Católico-Obreras. Estadística de las Asociaciones Católicas de Obreros de España en primero de mayo de 1907, 1907, Madrid, Tipografía del Sagrado Corazón.
Crónica del primer Congreso Católico Nacional Español. Discursos pronunciados en las sesiones públicas de dicha asamblea celebradas en la iglesia de San Jerónimo de Madrid, abril y mayo de 1889, 1889, Madrid, Tipografía de los Huérfanos.
El Obrero Católico, 1, 1883-1884.
Fagoaga Concha, 1985, La voz y el voto de las mujeres, 1877-1931, Madrid, Icaria.
Gaceta de Madrid, «Reglamento para la aplicación de la ley de 13 de marzo de 1900 acerca del trabajo de mujeres y niños», n°319, 15 de noviembre de 1900.
Gobierno Civil de la Provincia de Valladolid, 10 de noviembre de 1931.
Instituto de Reformas Sociales, Estadística de la Asociación Obrera en 1 de noviembre de 1904, formada por la sección tercera técnico-administrativa, 1907,Madrid.
Instituto de Reformas Sociales,Estadística de las instituciones de ahorro, cooperación y previsión en 1 de noviembre de1904, 1908,formada por la sección tercera técnico-administrativa, Madrid.
Instituto de Reformas Sociales, Estadística de Asociaciones. Censo electoral de Asociaciones Profesionales para la renovación de la parte electiva del Instituto y de las Juntas de Reformas Sociales y relación de las instituciones no profesionales de ahorro, cooperación y previsión en 30 de junio de 1916, 1917, Madrid.
Juventud Católica de Valladolid. Academia Científico-Literaria, 1880, Memoria de sus actos y tareas en el curso de 1879 a 1880 leída [...] por D. Constantino Garren y García, vocal y secretario, Valladolid, Imprenta de la Viuda de Cuesta e Hijos.
La Casa Social Católica de Valladolid. Memoria histórica, 1915-1938, 1939,Imprenta Federico García Vicente, Valladolid.
Lasanta Pedro Jesús, 2012, San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac, apóstoles de la caridad, Logroño, Horizonte.
Liga de Mujeres Campesinas de España. Reglamento, 1938, Valladolid, Talleres Tipográficos Cuesta.
López Ahumada José Eduardo, 2017, Práxedes Mateo Sagasta, presidente del Consejo de Ministros de España. Política y cuestión social, 1874-1902, Madrid, Cinca.
Louzao Joseba, 2019, El catolicismo en femenino. España, siglo XX, Alcores. Revista de Historia Contemporánea, n°23.
Martín Valverde Antonio, 1987, La legislación social en la historia de España. De la revolución liberal a 1936, Madrid, Congreso de los Diputados.
Maza Elena, 1987, Pobreza y asistencia social en España, siglos XVI-XX. Aproximación histórica, Universidad, Valladolid.
Maza Elena, 1988, «Asociacionismo confesional en Valladolid. La Asociación Católica de Escuelas y Círculos de Obreros, 1881-1914», Investigaciones Históricas. Época Moderna y Contemporánea, n°7.
Maza Elena, 1996, «Asistencia y acción social católica en Valladolid durante la época contemporánea (siglos XIX-XX)», en VVAA, Historia de la diócesis de Valladolid, Valladolid, Arzobispado-Diputación Provincial.
Maza Elena, 2017, Discurrir asociativo en la España contemporánea (1839-1941), Valladolid, Universidad-Instituto Universitario de Historia Simancas.
Maza Elena, 2019, «Tímidas huellas de asociacionismo femenino en el Valladolid decimonónico: de la caridad al mutualismo», en Torremocha Hernández Margarita (ed.), Mujeres, sociedad y conflicto (siglos XVII-XIX), Valladolid, Castilla Ediciones.
Memoria de la Asociación de Católicos en España de 1878, 1878, Madrid, s.n.
Ministerio de Trabajo, Comercio e Industria, Servicio General de Estadística, 1927, Censo Corporativo Electoral formado por las Juntas provinciales del Censo, en cumplimiento de lo ordenado por el Real Decreto de 31 de octubre de 1924, Madrid, Imprenta de los Hijos de M.G. Hernández.
Ministerio de Trabajo y Previsión, Servicio General de Estadística, 1930, Censo Corporativo Electoral rectificado por las Juntas provinciales del Censo en el mes de diciembre de 1928, Madrid, Imprenta de los Hijos de M.G. Hernández.
Pons Jerònia y Silvestre Javier, 2010, Los orígenes del estado del bienestar en España, 1900-1945. Los seguros de accidentes, vejez, desempleo y enfermedad, Zaragoza, Prensas Universitarias.
Reglamento para la Asociación de Católicos en España, Madrid, 55 páginas.
Revista del Círculo de Obreros de la Asociación Católica, n°1, 15 de marzo de 1885.
Revista del Círculo de Obreros de la Asociación Católica, año XXV, 1914, n°265.
Revista del Círculo de Obreros de la Asociación Católica, junio de 1914.
Reyes Díaz Manuel de los, 2013, La Casa Social Católica de Valladolid (1881-1946): renovación social y presencia cristiana, Valladolid.
Reyes Díaz Manuel de los, 2014a, Memorias de la Casa Social, 1915-1940, Casa Social Católica de Valladolid.
Reyes Díaz Manuel de los, 2014b, Inauguración de la Casa Social Católica de Valladolid, 1915, Casa Social Católica, Valladolid.
Rosique Navarro Francisca, 2017, «La Institución Teresiana en la Liga Católica de Mujeres Campesinas», Hispania Sacra, LXIX.
SS.MM. los Reyes de España en la Casa Social Católica, 1921, Valladolid.
Salas Larrazábal María, 2003, Las mujeres de la Acción Católica Española, 1919-1936, Madrid, Federación de Movimientos de la Acción Católica Española.
Sanz de Diego Rosa María, 1981, «El P. Vicent: 25 años de catolicismo social en España (1886-1912)», Hispania Sacra, 33.
Sedó Salvador, 1933, Rdo. Padre Pablo Pastells, S.I.: notas biográficas, Madrid, Librería Religiosa.
Serrano Blanco Laura, 2006, Aportaciones de la Iglesia a la democracia desde la diócesis de Valladolid, 1959-1979, Salamanca, Universidad Pontificia.
Tusell Javier, 1991, El sufragio universal, Madrid, Marcial Pons, Ayer, n°3.
Vicent Antonio, 1895, La encíclica de nuestro Santísimo Padre León XIII "De Conditione Opificum"y los círculos de obreros católicos, Valencia, Imprenta de José Ortega.