Mujeres e identidad en el Nordoeste de la Península ibérica
Este trabajo forma parte del proyecto de investigaciónClero y sociedad en el noroeste de la Península Ibérica (siglos XV-XIX) (HAR2017-82473-P), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad.
Introducción
Teóricamente, uno de los rasgos de la sociedad patriarcal1 del Antiguo Régimen era la subordinación femenina, que abarcaba todos los planos de su vida, y una asimetría social y laboral. Esa concepción del papel de cada uno de los sexos invisibilizaba2 a las mujeres y absorbía su identidad. Ahora bien, debemos diferenciar entre el «discurso» que dictaba los deberes y obligaciones femeninas, que era colectivo y hermético, y la realidad, donde aquel se difuminaba y flexibilizaba3, sobre todo cuando las mujeres tenían que asumir la responsabilidad de garantizar su subsistencia y la del grupo que estaba bajo su protección, independientemente del rango socioeconómico al que pertenecieran. Lo que no presupone que aquellas que estuvieran al amparo de una unidad familiar presidida por pater familias tuvieran anuladas sus capacidades laborales o de participación en la toma de decisiones4, imperiosamente complementarias para garantizar la viabilidad económica del hogar. Esa necesidad de cooperación era imprescindible en la gran mayoría de hogares del mundo urbano y rural. En los primeros, ejercían en el negocio familiar o fuera del ámbito doméstico, la mayoría empleándose en trabajos de baja cualificación para contribuir a dinamizar la reproducción social sin tener que recurrir a la caridad. Por su parte, en el ámbito rural desempeñaban, prácticamente, las mismas actividades que los hombres5. En un caso y en otro, esa contribución les otorgaría capacidad de decisión y ejecución en su entorno más inmediato.
Esa identidad difusa y sin proyección pública, adquiría un nivel bien distinto cuando se trataba de mujeres que vivían sobre sí. Aquellas, independientemente del cauce por el que llegaran a esa situación, adquirían, respecto a las otras, identidad social6, que suponía el reconocimiento de su independencia jurídica y de la libertad para tomar decisiones que las afectaban directamente y al grupo que representaban; y, además de ello, unas cuantas, alcanzaban identidad laboral. En este trabajo nos centraremos en trazar el perfil de las mujeres cuyo destino las llevó a estar al frente de una unidad familiar en la ciudad de Zamora a mediados del siglo 187. Evidentemente, casi la totalidad de aquellas féminas eran solteras y viudas8, es decir, el fallecimiento de un varón, padre o esposo, les ofreció aquella oportunidad9. Para alcanzar ese objetivo disponemos, como fuente primaria, del Catastro del marqués de la Ensenada10, aunque no tan exhaustivo a la hora de ofrecernos la información de este colectivo como cuando el cabeza de familia era un varón.
El que las mujeres asumieran el rol social masculino suponía que podían gestionar su patrimonio, tutelar a los hijos, si el esposo no había dispuesto otra cosa, o resolver como trazar todas las estrategias que pudieran afectar al comportamiento de las personas que formaban parte de la unidad familiar que representaban. En definitiva, la situación «en principio de debilidad» se convertía en «una posibilidad de cierta independencia»11, siempre respetando el estricto marco que regulaba la moralidad femenina12, pues, de otra forma, se verían expuestas a perder el respeto de la comunidad.
Esa autonomía sobrevenida tenía otro ángulo menos sugerente, y es que las que eran responsables de una unidad doméstica constituían uno de los grupos más vulnerables13 de la sociedad y, en consecuencia, más expuestos a sufrir los efectos de la pobreza14. Para conocer la realidad de los hogares femeninos zamoranos en aquel momento concreto, analizaremos sus dimensiones y tipología. Intentaremos, en la medida de lo posible, aproximarnos a las actividades profesionales de las que se valieron, fuera de la domesticidad, para salir adelante o cuántos formaban parte de las bolsas de indigencia.
Mujeres y hogar en la ciudad de Zamora a mediados del siglo 18
A mediados del siglo 18, Zamora era la capital de su provincia. Estaba habitada por casi 1.800 vecinos15 y, prácticamente, uno de cada cinco lo encabezaba una mujer16. No obstante, esta proporción estaría sometida a constantes vaivenes, debido a las elevadas tasas de mortalidad ordinaria. El motivo principal que condujo a las mujeres zamoranas a regir el destino de sus hogares, que lo conocemos para el 87,1 %, fue el fallecimiento del cónyuge –90,1 % –. Muy alejada quedaba la soltería –6,1 %17– y meramente testimonial fue la presencia de casadas con el marido ausente –0,2 % – (gráfico 1). No se trataba de mujeres jóvenes, pues entre los 40 y los 69 se concentraba el 75 %18, alcanzándose el valor más elevado en el tramo de los 50-59 años –27,3 %19 –. Por debajo de los 40 había un 15,8 % y, de estas, solo un 4,8 % no llegaba a los 30. En el extremo opuesto, esto es, tenían o habían superado los 70, encontramos un 9 %, de las cuales un 27,7 % eran octogenarias y solo una nonagenaria (gráfico 2).
Como hemos señalado anteriormente, el que las mujeres alcanzaran esa posición de «privilegio» podía acarrearles inconvenientes, lo que nos queda reflejado en que casi el 25 % no tenía solvencia económica para afrontar esa responsabilidad. Si bien no todas aparecen recogidas como pobres de solemnidad. Esa incidencia de la miseria afectaba prácticamente por igual a los diferentes estados civiles, pues la sufrían el 23,7 % de las solteras y el 24,4 % de las viudas. Solo entre las casadas era menos sangrante, pero al tratarse de una muestra tan pequeña los resultados no son relevantes.
En conjunto, la edad media de las mujeres que estaban rigiendo el destino de algo más de un 20 % de los hogares zamoranos era de 51,6 años, pero mientras en el grupo integrado por las que disponían de medios económicos se rebajaba a los 49,2 años, entre las pobres ocurría lo contrario, elevándose hasta los 59,5 años. Si consideramos los 45-50 como edad límite para contraer nuevas nupcias, solamente entre el 30 % y 40,8 % estarían en esa franja etaria. Pero ese inmovilismo sería más severo entre las indigentes, pues solo el 4,8 % tenía menos de 45 años, frente al 37,9 % de las que no tenían ese reconocimiento. Otra clasificación podemos hacerla en función de su estado civil. Solteras, casadas y viudas tenían 43,8, 56,9 y 52 años, respectivamente, con una desventaja notable entre las carentes de recursos20.
De las que conocemos la composición de sus hogares, sabemos que el 39,1% vivían solas y el resto estaban acompañadas por hijos y otro tipo de parientes. Escenario que variaba en función de la etapa vital en la que se hallaran y de la posición socioeconómica (cuadro 1). Lo más frecuente entre las solteras era la soledad, y así lo hacían tres de cada cuatro mujeres21, el resto acogían a algún hermano/a o sobrino/a; por el contrario, entre las viudas, la proporción era más baja, pues solo una de cada tres carecía de compañía22, pero se incrementaba entre las más vulnerables, 42,3 %. En un caso y otro, estamos ante un número importante de mujeres sexagenarias, lo que supone expectativas, prácticamente, remotas de contraer matrimonio y de prosperar en el terreno laboral.
Por su parte, las cifras de hogares sin estructura y nucleares que regentaban mujeres eran muy similares en ambos grupos. Una diferencia importante la encontramos en las que, además de los hijos, compartían morada con algún otro pariente, convirtiéndose en más poblados aquellos cuya titular estaba en mejor disposición económica. Se trataba de mercaderes, joyeras e incluso alguna regatona, que acogían sobrinos, nietos o hermanos, algunos de los cuales estaban en edad de trabajar y contribuir a sacar adelante el negocio.
Cuadro 1. Tipología familiar de los hogares con jefatura femenina en Zamora a mediados del siglo 18 (fuente: Libros de familia del Catastro del marqués de la Ensenada)
Zamora
Pobres
%
Resto
%
TOTAL
%
Solitarias
37
44,6
113
37,5
150
39,1
Sin estructura
5
6
19
6,3
24
6,3
Nuclear
39
47
149
49,5
188
49,0
Nuclear + otros agregados
2
2,4
20
6,6
22
5,7
TOTAL
83
100
301
100
384
100
La actividad económica en los hogares femeninos de Zamora a mediados del siglo 18
La visión que nos ofrece el Catastro del marqués de la Ensenada, sobre las actividades laborales que desarrollaban las mujeres autónomas zamoranas a mediados del siglo 18, es reflejo de un momento y unas circunstancias concretas, pero teniendo en cuenta que a lo largo de la Edad Moderna esta ciudad se caracterizó por una falta de dinamismo demográfico y económico, bien podría proyectarse esa imagen más allá de la fecha en que se obtuvo. No obstante, en las unidades familiares, tanto femeninas como masculinas, la realidad socioeconómica podía ser mucho más compleja de lo que nos muestra la fuente catastral. De hecho, y a modo de ejemplo, es de señalar que el número de hogares de mujeres viudas con hijos mayores, que seguramente estaban colaborando para mantener a la familia, era superior al de los que declararon que se sustentaban gracias al trabajo de esos hijos.
Los datos aportados por la documentación no son tan explícitos como cabría esperar, pues, al margen de las pobres, desconocemos la ocupación que les proporciona el rendimiento económico necesario para subsistir a más de un tercio de las jefas de hogar23 (gráfico 3). Pero no hay duda de que todas ellas desarrollarían algún tipo de actividad productiva, pues, de lo contrario, y de no mediar unas rentas o el trabajo de algún hijo, estarían formando parte de las filas de la pobreza. En principio, cabe señalar que en ellas confluía una importante precariedad laboral y no era infrecuente la pluriactividad24, lo que suponía no poder despegarse de los umbrales de la pobreza25.
Si bien algo menos del 20 % de las mujeres zamoranas que regentaban una unidad familiar26 tenían reconocida la condición de pobre, la miseria estaba más extendida, pudiendo considerarse uno de los rasgos definitorios de este colectivo. En contra también tenían el que esa situación no podía calificarse de coyuntural, puesto que la edad les dificultaría el acceso a un mercado de trabajo más productivo. Entre los medios de los que se valieron para subsistir las consideradas pobres estructurales, el más generalizado era el recurso a la limosna, pero con notables diferencias. En torno a una docena la tenía garantizada por el obispado o algún convento mientras que el resto debían buscarla por las calles de la ciudad, «de puerta en puerta». Ayuda que en algunas ocasiones les servía para complementar lo poco que ganaban empleándose en trabajos ocasionales. María González vivía «de llevar 4 costales de carbón el día de mercado y de una rueca»; a María Garrote el trabajo con la rueca no le permitía salir de la categoría de pobre y estaba a «pupilaje de un triste bocado que dan las monjas de Santiago». Otras lograban una pequeña ayuda alquilando una parte de su casa, como María Domínguez que «asiste a unos huéspedes y arrienda un cuarto de la casa, le pagan 11 reales al mes, con lo que se mantiene medio año y el resto de limosna».
Respecto a las mujeres que no eran consideradas pobres, como ya hemos dicho, desconocemos los medios de vida de un número importante. Hemos de tener en cuenta que partimos de una fuente fiscal, en la que los trabajos menos cualificados podían omitirse con mayor facilidad que otros y, en el mismo sentido, es posible que hubiera más mujeres que ejercían la pluriactividad de las que así lo declararon. Por otro lado, en este bloque están incluidas casi 40 féminas, la gran mayoría viudas, que tenían la categoría social de doñas27. Una parte de ellas acogía a hijos, algunos mayores de edad, y se sostenían con las rentas que les generaban bienes raíces que poseían en la ciudad o en el entorno rural28. Esas cesiones les permitían ayudarse de, al menos, una criada.
Si atendemos al estado civil de las mujeres que declararon una actividad laboral, al margen de las pobres, el porcentaje ocupacional, tanto en las solteras como en las viudas, superaba el 60 %, con una ligera venta de las primeras29. Si bien, hemos de tener presente que se trata de una aproximación, pues, reiteramos, que el no declarar un oficio no significaba que estuvieran inactivas.
Entre las que se precisó la profesión que ejercían, solían tratarse, a nivel general, de trabajos de tipo marginal30 (gráfico 4). Empleadas en los sectores secundario y terciario, desempeñaban, dentro de cada uno de ellos, una amplia gama de profesiones. Las que mayor número aglutinaban eran la panadería y las relacionadas con el textil31. Ambas constituían la principal cantera para el empleo de las mujeres urbanas, pues eran oficios cuyas habilidades habían ido adquiriendo desde niñas32. Del textil vivían el 35 %. Se trataba de las hilanderas, costureras o tejedoras, que obtenían una ganancia media de 380 reales al año. Algo más desahogadas podían vivir las panaderas, con 421 reales. Pero detrás de esas cifras se escondía un dilatado abanico salarial33.
Completaban el sector secundario una serie de actividades, menos populares que las anteriores, como las cereras, chapuceras o una botera. Solían ser más ventajosas que las anteriores, pero ello no quiere decir que todas pudieran dar por cubierta la subsistencia familiar34. Ahora bien, el que esas mujeres, todas viudas, aparecieran al frente de los talleres no implica que fueran ellas las que desempeñaran directamente el oficio35. Las que podían se servían de oficiales, aprendices y criados asalariados. Pero la delegación del trabajo no presuponía el de la gestión. El poder continuar al frente del negocio que regentaron sus esposos, nos puede advertir de su participación en la economía familiar más allá del trabajo reproductivo36. No obstante, es difícil saber cómo era, antes de la ruptura conyugal, su grado de implicación en la dinámica del taller, es decir, si ya colaboraban37 de alguna manera o su primer contacto surgió parejo a la viudedad. Es muy posible que se entremezclaran ambas situaciones.
El sector terciario, ateniéndonos a las que conocemos su actividad laboral, daba ocupación a una proporción menor de mujeres. No obstante, su representatividad podía ser más elevada, debido a que una gran variedad de los trabajos aquí incluidos, sobre todo los relacionados con los servicios –lavandera, aguadora o doméstica– se podían practicar de forma temporal e ir conjugándolos con otros. Entre los más rentables estaban los negocios de mercaduría y joyería, aunque con muy poco peso en las unidades domésticas femeninas. Pero, al margen de esas situaciones excepcionales, la gran mayoría se enfrentaban a una realidad mucho más dura, laborando como domésticas o regatonas38, es decir, en el comercio de alimentos. Si bien esta últimas desempeñaban un papel de primer orden en la redistribución de los alimentos en las ciudades y, por lo tanto, en el precio de los mismos.
Lavanderas y sirvientas representan el 19 %. Las primeras obtenían una ganancia media que se situaba en los 300 reales, pero las diferencias socioeconómicas de tipo horizontal que afectaban a este grupo eran importantes, pues la moda suponía un tercio de la media. Finalmente, en el grupo «otras», que representaban el 5 %, hemos incluido a aquellas que desempeñaban una gran variedad de oficios. Como, por ejemplo, dos que se dedicaban a sacar piedras del rio –María Rodríguez, de 29 años, y María Francisca, que ya tenía 40 años–, o alguna buhonera. En el extremo opuesto encontramos a doña María Aranda, que ganaba 1.650 reales, y a doña Francisca Carrascal, con 1.100 reales, por administrar los bienes que tenía en Zamora el marqués de Palacios y por el beneficio de don Vicente Ocampo, respectivamente. Ambas eran viudas y, probablemente, seguían con la actividad que en vida había desempeñado su esposo.
Respecto a la situación socioeconómica de cada sector, a tenor de lo que se despende de los ingresos medios anuales, era más ventajosa para las que estaban englobadas en el segundo. No obstante, tanto en un grupo como en el otro existían grandes diferencias, más acusadas dentro del sector terciario, debido a que las considerables ganancias de unas pocas mujeres contribuían a elevar significativamente los valores medios del colectivo. Eran las propietarias de negocios boyantes, que constituían una pequeña jerarquía mercantil que aparentemente era la que gozaba de mayor estabilidad laboral. Esos contrastes internos también aparecen dentro del sector secundario, donde el nivel más elevado correspondía a las mujeres que se encontraban al frente de un taller artesano y en el escalafón más bajo se hallaban las tejedoras, las hilanderas y algunas panaderas.
A modo de conclusión
La situación laboral de las mujeres que estuvieron al frente de una unidad familiar en Zamora, salvo algunas excepciones, fue muy precaria. Un porcentaje considerable formaba parte de las bolsas de pobreza y aún más elevado era el de las que vivían en la barrera de la subsistencia. De lo que no cabe duda era de que se trataba de mujeres jurídicamente libres e independientes, pero, a nivel personal y de grupo, ¿habían logrado desarrollar e interiorizar la doble identidad: la asignada al sexo femenino, donde el papel primordial estaba ligado a lo doméstico, y la establecida para el masculino, toma de decisiones o sustentar el núcleo familiar?; o, teniendo en cuenta el elevado peso que recaía sobre ellas, ligado a la mentalidad colectiva, esa oportunidad de independencia ¿la consideraban simplemente como un contratiempo de la vida? No resulta sencillo responder a estas cuestiones, pues, indudablemente, las que peor situación económica tenían se identificarían más con la segunda cuestión.
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Archivos
Archivo Histórico Provincial de Zamora: Libros de familia del Catastro del marqués de la Ensenad.
1Tal y como como señaló Antonio Domínguez Ortiz (1986, p. 321), la familia conservaba «incólume» el carácter patriarcal, que le otorgaba todas las competencias organizativas del hogar y de sus miembros. Lo que teóricamente implicaba que en ellos las mujeres quedaban totalmente relegadas a las decisiones tomadas por el jefe del hogar (Gacto,1988, p. 26). La subordinación de las mujeres se fundamentaba en la obediencia al esposo. Sobre la posición que tenían asignada en el matrimonio (Davis, 1990, p. 59-92; Stone, 1990, p. 115; Hernández Bermejo, 1990, p. 64; Mantecón Movellán, 2006, p. 279-293, p. 283-295).
2Históricamente, el sexo femenino se incluía entre los grupos periféricos de la sociedad (Carlé,1988).
3Ha de tenerse en cuenta «la difusión entre los dictados del derecho y los límites de injerencia directa en la vida cotidiana y costumbres de la ciudadanía» (Villalta, 2013, p. 219-239; Bolufer, 2006, p. 83-105).
4Como podía ser el futuro de sus hijos, en el que influyeron directamente (Bolufer, 2010, p. 51-81).
5A finales del siglo 19, Ursicino Álvarez Martínez (1889, p. 19) describía a las mujeres zamoranas como «agraciadas, vivas y hacendosas sin ceder en punto a virtud y hábitos católicos a las de otros países de buena moralidad. Cada cual en la clase en que su suerte la haya colocado preside y dirige el gobierno de la casa atendiendo así al aderezo del alimento que muchas condimentan por sí mismas, como a cuanto toque al particular de la limpieza, costura, bordado etc. Países hay como el denominado La Ferruca y la parte derecha del Órbigo en que la mujer ayuda al hombre aún en las rudas labores del campo, apacenta o rige el ganado de pasto y labor sin desatender por eso los menesteres y cuidados de la maternidad o de la familia».
6«Construcción conflictiva», pues se ha de diferenciar entre visión externa e interna de la ientidad (Bolufer, 1998, p. 317).
7Zamora en esos momentos se hallaba en una fase demográficamente expansiva. En el crecimiento, de determinadas parroquias, la inmigración jugó un papel destacado (Rueda et al., 1995, p. 308). En esa población de llegada tuvieron un papel destacado las mujeres (Rueda, 2011, p. 175).
8Hubo casos, entre las viudas, en el que el acontecimiento luctuoso no supuso ningún cambio, pues regresaron al hogar familiar (Sesmero Cutanda, 2004, p. 340).
9Torremocha Hernández, 2010, p. 54.
10Archivo Histórico Provincial de Zaragoza (AHPZ), Libros de familia...
11Bolufer Peruga, 2008.
12Si bien, al menos en el ámbito rural gallego, la realidad no iba pareja a la normativa (Rey Castelao, 2014, p. 431).
13Sobre todo las «desamparadas de protección familiar» (Carasa Soto, 1987, p. 144).
14Fray Antonio Guevara consideraba que la pérdida del esposo constituía un momento crucial para arrojar a las mujeres al mundo de la pobreza, pero no menos importante era la de los padres o parientes cercanos (Guevara, 1651, p. 270).
15El número de declaraciones efectuadas fue de 2.024, incluyendo a los forasteros (73), menores (32) y eclesiásticos (120). Si descontamos los tres últimos, el resultado es de 1.799 vecinos seglares (Casquero Fernández, 2003, p. 309).
16Se trata de un porcentaje más próximo al espacio urbano de Alcaraz, en Albacete, 20 %, que al de la ciudad de León, donde era del 23,3 %, o algunos territorios asturianos, como Avilés, donde suponían el 25,8 % (García González, 1999, p. 213; Pérez Álvarez, 2012, p. 49; López Iglesias, 1999, p. 89).
17Porcentaje prácticamente idéntico al de la España centro meridional, donde representaban el 6,8 %, y alejando del leonés, 11,7 % (García González, 2016, p. 287-324; Pérez Álvarez, 2012, p. 55).
18El 84,3 % de las jefas de hogar superaban los 40 años, porcentaje que en el conjunto de la población zamorana era del 65 % (Casquero Fernández, 2003, p. 309).
19Se trataba de un colectivo más envejecido que el de Alcaraz de la Sierra, donde el 60 % de las mujeres al frente de la unidad familiar estaba por encima de los 45 años, el 10,3 % superaban los 50 y algo menos del 20 % por debajo de los 35. En Zamora las cifras eran 67 %, 11,8 % y 11 % (García González, 1999, p. 121).
20Las solteras catalogadas como pobres tenían 58 años y las viudas 56. Cifras que se rebajan a 40,2 y 50,3, respectivamente, entre las que disponían de medios económicos.
21Por lo tanto, había cambiado la normativa con respecto a la primera mitad del siglo 16. Las ordenanzas de 1540 habían establecido: «Vista la desolación de mozas solteras que tienen casa por sí y con otras mujeres, donde se hacen muchos insultos y alcahueterías, ninguna moza soltera que no sea casada ó viuda no tenga casa por sí, ni ninguna mujer casada ni viuda las tenga en su guarda ni en su compañía, so pena de que sean desterradas de la ciudad por un año, veinte días de cárcel y doscientos mrs. para la justicia» (Fernández Duro, 1882, p. 265).
22Las cifras son muy similares a las de la ciudad de León: vivían solas el 37,2 % del total de las mujeres y un tercio de las viudas. Los datos se alejan un poco cuando se trataba de mujeres pobres, pues en León el 57 % eran formaciones solitarias. Hemos de tener en cuenta que en esta ciudad la proporción de solteras, a las que se unía la condición de pobres, era cuantitativamente superior (Pérez Álvarez, 2012, p. 55).
23Lo que se achaca al desinterés de los que elaboraron el catastro (Villalta, 2013, p. 230).
24El trabajo femenino era más intenso entre las capas sociales más bajas y el pluriempleo un reflejo de la fragilidad de sus actividades (López-Cordón Cortezo, 1986, p. 47-107; Mota, 1986, p. 357).
25En el Antiguo Régimen, uno de los problemas más acuciantes fue el de la pobreza, que tenía sus principales víctimas en aquellos hogares que tenían al frente a una mujer, tanto en el mundo rural como en el urbano (Maza Zorrilla, 1987, p. 38; Dubert, 1992, p. 117; Reher y Camps Cura, 1991, p. 85).
26En Zamora, de las 96 unidades familiares incluidas en la categoría de pobres de solemnidad, el 71,9 % estaban regentadas por mujeres. Cifra muy similar a la de León (74,1 %) e inferior a la de Valladolid, 86,79 %. En Vitoria, en 1724, un tercio de los censados eran viudas pobres (Pérez Álvarez, 2012, p. 149; Maza Zorrilla, 1985, p. 38; Manzanos Arreal, 2000, p. 400). Pero el número de mujeres que se declaraban pobres era más elevado, ello supone que la falta del reconocimiento legal se esa pobreza sería otro inconveniente a añadir: «Cuando el pobre adquiere carácter de solemnidad (formalidad y legitimidad), es sujeto de unos derechos económicos y sociales y está muy próximo a ser casi un privilegiado, contado con más derechos y recursos que el resto de las clases bajas» (Carasa Soto, 1984, p. 7).
27No todas las doñas se hallaban en la misma situación. Doña Ana Nieto y doña Francisca Guiomar del Corral, se encontraban entre las pobres de solemnidad (AHPZ, Libros de familia...).
28Doña Margarita Valverde se sostenía de la renta que le proporcionaba una casa que tenía añeja una huerta de regadío; doña María Alonso, poseía una hacienda en la localidad de Pontejos o doña Francisca Carrascal en la de Pereruela (Ibid.).
29Esta misma circunstancia, en que el porcentaje de mujeres solteras que ejercían una actividad remunerada era mayor que el de las viudas, la encontramos en Galicia (Rey Castelao y Rial García, 2009, p. 121).
30Una de las principales limitaciones a las que tuvieron que enfrentarse las mujeres fue la falta de instrucción, que las convertía en «mano de obra barata» (López-Cordón Cortezo, 1996, p. 175-199; Gascón Uceda, 2003, p. 385-398).
31También en otras ciudades, como en Santiago de Compostela, los trabajos realizados por las mujeres estaban, mayoritariamente, relacionados con la actividad textil y la alimentación (Rial García, 1995, p. 76). La importancia que tuvieron las mujeres en el sector textil europeo procedía de los bajos salarios que percibían (Garden, 1970). Cuyo rendimiento «aún no tiene para pan y agua», como señaló a comienzos del siglo 16 fray Antonio Guevara (1651, p. 270).
32Muchos de los trabajos desarrollados por las mujeres eran una prolongación de la vida doméstica (Rey Castelao, 1994, p. 51-70).
33Lo mismo ocurrían en León, donde el salario de las panaderas oscilaba entre los 300 y 2.600 reales, con un valor modal de 600 y una media de 907,8 (Pérez Álvarez, 2012, p. 169).
34Antonia García, cerera, ingresaba 1.100 reales al año, que le servían para mantenerse ella y sus cinco hijos durante medio año (AHPZ, Libros de familia...).
35Incluso pudieron llegar a ejercer «una maestría silenciosa» (Armenta-Lamant Déu, 2017, p. 66).
36Wiesner, 1990, p. 179-181; Vicente Valentín, 1994, p. 62.
37La familia constituía una unidad económica básica, en la que todos sus miembros contribuían con su trabajo para garantizar la supervivencia (Scott y Tilly, 1984, p. 54-59; Martínez López, 1996, p. 157).
38Oficio humilde que ofrecía a las mujeres la posibilidad de acceder a un medio de vida (Rial García, 1995, p. 99; López Iglesias, 1987, p. 53).
Mujeres e identidad en el Nordoeste de la Península ibérica
La ciudad de Zamora a mediados del siglo 18
Women and Identity in the North-West of the Iberian Peninsula: The city of Zamora in the mid-18th century
Pérez ÁlvarezMaría José
El objetivo de este trabajo es estudiar la situación personal y socioeconómica de las mujeres que vivían sobre sí en la ciudad de Zamora a mediados del siglo 18. Solteras y viudas que se vieron abocadas a asumir competencias que eran privativas de los varones para salir adelante. En el momento en que se producía esa transferencia, adquisición de capacidad jurídica plena y libertad en la toma de decisiones, cambiaba su posicionamiento social. Ya no se trataba del sexo subordinado, sino de un sexo dotado con todas las capacidades que hasta ese momento les eran arrebatadas y a partir de las cuales podían conformar su propia identidad.
The aim of the present study was to study the personal circumstances and socioeconomic status of single and widowed women living in the city of Zamora in the mid-18th century. In order to survive, such women were obliged to assume responsibilities that were usually the exclusive preserve of men. The moment this occurred, and they acquired full legal capacity and the freedom to make decisions, their social standing changed. No longer considered members of a subordinated sex, they were endowed with all the capacities that had previously been denied them, which they wielded to shape their own identity.
mujeressituación personal y socioeconómicaZamorasiglo 18
womenpersonal and socioeconomic situationZamora18th century
1Tal y como como señaló Antonio Domínguez Ortiz (1986, p. 321), la familia conservaba «incólume» el carácter patriarcal, que le otorgaba todas las competencias organizativas del hogar y de sus miembros. Lo que teóricamente implicaba que en ellos las mujeres quedaban totalmente relegadas a las decisiones tomadas por el jefe del hogar (Gacto,1988, p. 26). La subordinación de las mujeres se fundamentaba en la obediencia al esposo. Sobre la posición que tenían asignada en el matrimonio (Davis, 1990, p. 59-92; Stone, 1990, p. 115; Hernández Bermejo, 1990, p. 64; Mantecón Movellán, 2006, p. 279-293, p. 283-295).
2Históricamente, el sexo femenino se incluía entre los grupos periféricos de la sociedad (Carlé,1988).
3Ha de tenerse en cuenta «la difusión entre los dictados del derecho y los límites de injerencia directa en la vida cotidiana y costumbres de la ciudadanía» (Villalta, 2013, p. 219-239; Bolufer, 2006, p. 83-105).
4Como podía ser el futuro de sus hijos, en el que influyeron directamente (Bolufer, 2010, p. 51-81).
5A finales del siglo 19, Ursicino Álvarez Martínez (1889, p. 19) describía a las mujeres zamoranas como «agraciadas, vivas y hacendosas sin ceder en punto a virtud y hábitos católicos a las de otros países de buena moralidad. Cada cual en la clase en que su suerte la haya colocado preside y dirige el gobierno de la casa atendiendo así al aderezo del alimento que muchas condimentan por sí mismas, como a cuanto toque al particular de la limpieza, costura, bordado etc. Países hay como el denominado La Ferruca y la parte derecha del Órbigo en que la mujer ayuda al hombre aún en las rudas labores del campo, apacenta o rige el ganado de pasto y labor sin desatender por eso los menesteres y cuidados de la maternidad o de la familia».
6«Construcción conflictiva», pues se ha de diferenciar entre visión externa e interna de la ientidad (Bolufer, 1998, p. 317).
7Zamora en esos momentos se hallaba en una fase demográficamente expansiva. En el crecimiento, de determinadas parroquias, la inmigración jugó un papel destacado (Rueda et al., 1995, p. 308). En esa población de llegada tuvieron un papel destacado las mujeres (Rueda, 2011, p. 175).
8Hubo casos, entre las viudas, en el que el acontecimiento luctuoso no supuso ningún cambio, pues regresaron al hogar familiar (Sesmero Cutanda, 2004, p. 340).
9Torremocha Hernández, 2010, p. 54.
10Archivo Histórico Provincial de Zaragoza (AHPZ), Libros de familia...
11Bolufer Peruga, 2008.
12Si bien, al menos en el ámbito rural gallego, la realidad no iba pareja a la normativa (Rey Castelao, 2014, p. 431).
13Sobre todo las «desamparadas de protección familiar» (Carasa Soto, 1987, p. 144).
14Fray Antonio Guevara consideraba que la pérdida del esposo constituía un momento crucial para arrojar a las mujeres al mundo de la pobreza, pero no menos importante era la de los padres o parientes cercanos (Guevara, 1651, p. 270).
15El número de declaraciones efectuadas fue de 2.024, incluyendo a los forasteros (73), menores (32) y eclesiásticos (120). Si descontamos los tres últimos, el resultado es de 1.799 vecinos seglares (Casquero Fernández, 2003, p. 309).
16Se trata de un porcentaje más próximo al espacio urbano de Alcaraz, en Albacete, 20 %, que al de la ciudad de León, donde era del 23,3 %, o algunos territorios asturianos, como Avilés, donde suponían el 25,8 % (García González, 1999, p. 213; Pérez Álvarez, 2012, p. 49; López Iglesias, 1999, p. 89).
17Porcentaje prácticamente idéntico al de la España centro meridional, donde representaban el 6,8 %, y alejando del leonés, 11,7 % (García González, 2016, p. 287-324; Pérez Álvarez, 2012, p. 55).
18El 84,3 % de las jefas de hogar superaban los 40 años, porcentaje que en el conjunto de la población zamorana era del 65 % (Casquero Fernández, 2003, p. 309).
19Se trataba de un colectivo más envejecido que el de Alcaraz de la Sierra, donde el 60 % de las mujeres al frente de la unidad familiar estaba por encima de los 45 años, el 10,3 % superaban los 50 y algo menos del 20 % por debajo de los 35. En Zamora las cifras eran 67 %, 11,8 % y 11 % (García González, 1999, p. 121).
20Las solteras catalogadas como pobres tenían 58 años y las viudas 56. Cifras que se rebajan a 40,2 y 50,3, respectivamente, entre las que disponían de medios económicos.
21Por lo tanto, había cambiado la normativa con respecto a la primera mitad del siglo 16. Las ordenanzas de 1540 habían establecido: «Vista la desolación de mozas solteras que tienen casa por sí y con otras mujeres, donde se hacen muchos insultos y alcahueterías, ninguna moza soltera que no sea casada ó viuda no tenga casa por sí, ni ninguna mujer casada ni viuda las tenga en su guarda ni en su compañía, so pena de que sean desterradas de la ciudad por un año, veinte días de cárcel y doscientos mrs. para la justicia» (Fernández Duro, 1882, p. 265).
22Las cifras son muy similares a las de la ciudad de León: vivían solas el 37,2 % del total de las mujeres y un tercio de las viudas. Los datos se alejan un poco cuando se trataba de mujeres pobres, pues en León el 57 % eran formaciones solitarias. Hemos de tener en cuenta que en esta ciudad la proporción de solteras, a las que se unía la condición de pobres, era cuantitativamente superior (Pérez Álvarez, 2012, p. 55).
23Lo que se achaca al desinterés de los que elaboraron el catastro (Villalta, 2013, p. 230).
24El trabajo femenino era más intenso entre las capas sociales más bajas y el pluriempleo un reflejo de la fragilidad de sus actividades (López-Cordón Cortezo, 1986, p. 47-107; Mota, 1986, p. 357).
25En el Antiguo Régimen, uno de los problemas más acuciantes fue el de la pobreza, que tenía sus principales víctimas en aquellos hogares que tenían al frente a una mujer, tanto en el mundo rural como en el urbano (Maza Zorrilla, 1987, p. 38; Dubert, 1992, p. 117; Reher y Camps Cura, 1991, p. 85).
26En Zamora, de las 96 unidades familiares incluidas en la categoría de pobres de solemnidad, el 71,9 % estaban regentadas por mujeres. Cifra muy similar a la de León (74,1 %) e inferior a la de Valladolid, 86,79 %. En Vitoria, en 1724, un tercio de los censados eran viudas pobres (Pérez Álvarez, 2012, p. 149; Maza Zorrilla, 1985, p. 38; Manzanos Arreal, 2000, p. 400). Pero el número de mujeres que se declaraban pobres era más elevado, ello supone que la falta del reconocimiento legal se esa pobreza sería otro inconveniente a añadir: «Cuando el pobre adquiere carácter de solemnidad (formalidad y legitimidad), es sujeto de unos derechos económicos y sociales y está muy próximo a ser casi un privilegiado, contado con más derechos y recursos que el resto de las clases bajas» (Carasa Soto, 1984, p. 7).
27No todas las doñas se hallaban en la misma situación. Doña Ana Nieto y doña Francisca Guiomar del Corral, se encontraban entre las pobres de solemnidad (AHPZ, Libros de familia...).
28Doña Margarita Valverde se sostenía de la renta que le proporcionaba una casa que tenía añeja una huerta de regadío; doña María Alonso, poseía una hacienda en la localidad de Pontejos o doña Francisca Carrascal en la de Pereruela (Ibid.).
29Esta misma circunstancia, en que el porcentaje de mujeres solteras que ejercían una actividad remunerada era mayor que el de las viudas, la encontramos en Galicia (Rey Castelao y Rial García, 2009, p. 121).
30Una de las principales limitaciones a las que tuvieron que enfrentarse las mujeres fue la falta de instrucción, que las convertía en «mano de obra barata» (López-Cordón Cortezo, 1996, p. 175-199; Gascón Uceda, 2003, p. 385-398).
31También en otras ciudades, como en Santiago de Compostela, los trabajos realizados por las mujeres estaban, mayoritariamente, relacionados con la actividad textil y la alimentación (Rial García, 1995, p. 76). La importancia que tuvieron las mujeres en el sector textil europeo procedía de los bajos salarios que percibían (Garden, 1970). Cuyo rendimiento «aún no tiene para pan y agua», como señaló a comienzos del siglo 16 fray Antonio Guevara (1651, p. 270).
32Muchos de los trabajos desarrollados por las mujeres eran una prolongación de la vida doméstica (Rey Castelao, 1994, p. 51-70).
33Lo mismo ocurrían en León, donde el salario de las panaderas oscilaba entre los 300 y 2.600 reales, con un valor modal de 600 y una media de 907,8 (Pérez Álvarez, 2012, p. 169).
34Antonia García, cerera, ingresaba 1.100 reales al año, que le servían para mantenerse ella y sus cinco hijos durante medio año (AHPZ, Libros de familia...).
35Incluso pudieron llegar a ejercer «una maestría silenciosa» (Armenta-Lamant Déu, 2017, p. 66).
36Wiesner, 1990, p. 179-181; Vicente Valentín, 1994, p. 62.
37La familia constituía una unidad económica básica, en la que todos sus miembros contribuían con su trabajo para garantizar la supervivencia (Scott y Tilly, 1984, p. 54-59; Martínez López, 1996, p. 157).
38Oficio humilde que ofrecía a las mujeres la posibilidad de acceder a un medio de vida (Rial García, 1995, p. 99; López Iglesias, 1987, p. 53).
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Archivos
Archivo Histórico Provincial de Zamora: Libros de familia del Catastro del marqués de la Ensenad.