El nuevo modelo de mujer del siglo 20
Los cambios sociales económicos y demográficos de las primeras décadas del siglo 20 permitieron el desarrollo de nuevos modelos culturales de género1. Nacía la figura de la mujer moderna cuya identidad estaba caracterizada por el acceso a la educación, la incorporación al mundo laboral y la conciencia feminista y política. Esta nueva identidad se extendió en la sociedad de los años 20 y 30, especialmente en los entornos urbanos2, son las flappers3 del mundo anglosajón o las garçonnes4 francesas. La representación cultural de la mujer moderna coincide en señalar que se trata de mujeres jóvenes, de clase media/alta –en general–, que participan de las últimas tendencias culturales y adoptan nuevos comportamientos. De este cambio daba cuenta el poeta Fernando De’Lapi: «Hoy, salvo algún que otro trasnochado casticista, nadie, en estas horas del Lyceum, se escandaliza de ver a una mujer sola, del bar al metro y del metro a la oficina, ni aun de contemplar el birrete de las university Women»5. Sin embargo, las nuevas costumbres no estaban exentas de críticas, también en los sectores del feminismo moderado: «la mujer, embriagada por una libertad que nunca había gozado, parece querer desquitarse de toda la esclavitud que sufrieron sus antepasadas y […] se sale del recato y la modestia»6.
En España, el modelo de moderna encuentra su reflejo en las intelectuales de las generaciones del 14 y del 277. La generación del 14 fue la primera que se incorporó al espacio público a través de su presencia en las aulas universitarias, en el campo de las profesiones liberales (abogacía, medicina, enseñanza) e incluso en la gestión pública del país, entre sus figuras más relevantes se encuentran María de Maeztu, Clara Campoamor, Victoria Kent o Margarita Nelken. Son las mujeres que dieron esplendor a la Residencia de Señoritas o al Lyceum Club y dinamizaron la acción colectiva femenina del país8.
El feminismo había influido en la conformación de estas nuevas identidades alternativas al modelo tradicional. Sin embargo, no era un movimiento mayoritario. En 1913 el periódico El Pensamiento Femenino lamentaba el bajo número de militantes feministas, debido a que muchas mujeres vivían ajenas a las cuestiones sociales e inmersas en un ambiente de frivolidad, pero también porque:
muchas mujeres españolas, por no atreverse a romper el círculo de hierro que las rodea, teniendo preciosas aptitudes para figurar al lado de los que legislan, se resignan incurriendo en pecado mortal a dejar pasar los tiempos hasta que por decoro nacional se decidan a imitar aquello que en otros países ha adquirido ya el título de honorable por su larga existencia9.
El feminismo crecerá en la coyuntura de la Primera Guerra Mundial, caracterizado por un fuerte y heterogéneo asociacionismo en el que destacan tres corrientes principales: la tendencia republicana y laica, la socialista y la católica10. Esta disparidad –fruto de la enorme pluralidad que experimenta desde sus orígenes el movimiento– incidió en la existencia de múltiples programas y organizaciones. Sin embargo, en los últimos años se ha comprobado que la conexión entre sus miembros y la planificación conjunta de actividades es mayor de la que se pensaba11. Durante los años 20 los diversos feminismos lograron consolidar una red de asociaciones que reivindicaban la equiparación social de las mujeres y su inclusión política. Entre las agrupaciones pioneras encontramos la Unión de Mujeres Españolas y la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME, 1918-1936), sin duda, el grupo más sólido y que aspiraba a coaligar afiliadas de distinta ideología en torno a los intereses específicamente femeninos. También en 1918 nacía la Liga Española para el Progreso de la Mujer, que plantea desde su formación la necesidad de coordinar las acciones de las diferentes corrientes feministas. Este objetivo se alcanzará un año después con la fundación del Consejo Supremo Feminista de España12. Momento en que se organizaba la Juventud Universitaria Femenina –integrada en el Consejo Supremo–, y también el feminismo católico a través de Acción Católica de la Mujer. En 1920 el marco asociativo se amplía, Carmen de Burgos fundaba la Cruzada de Mujeres Españolas, que presentó una petición a las Cortes solicitando la igualdad total entre hombres y mujeres en materia de derechos civiles y políticos13.
Existe una convergencia entre asociacionismo, actividad intelectual y militancia feminista. Así se aprecia en el Lyceum Club, exponente del asociacionismo femenino y feminista en España. Siguiendo el modelo anglosajón, reunía a la elite cultural y política femenina del momento y abanderó la defensa de los derechos de las mujeres14. Sin embargo, ciertos sectores manifestaron un profundo rechazo a su actividad. Y destacadas feministas, como Carmen de Burgos, Margarita Nelken o Teresa de Escoriaza recibieron el proyecto con frialdad o recelo15.
La creación de espacios específicos para la intelectualidad y el debate feminista había sido posible por el acceso gradual de las mujeres al mundo educativo, una de las reivindicaciones históricas del feminismo16. Formación y carrera profesional eran la llave para la libertad de las mujeres, y el paso del ámbito privado al público17. Así lo argumentaba Teresa de Escoriaza al escribir que «la redención de la mujer ha de venir por el trabajo, que no solo la iguala al hombre, sino que la independiza de él», insistiendo en que «cuando todas las mujeres ganen su vida, la libertad femenina será un hecho»18.
Las mujeres universitarias: entre el feminismo y la militancia política
Los estudiantes universitarios habían desarrollado en los años 20 una cultura propia, caracterizada por un interés por los asuntos políticos y el papel de la mujer en la sociedad43. En esta década se instituyeron oficialmente las primeras asociaciones estudiantiles universitarias, de las que participaron alumnas de las distintas facultades. Además, se perfilaron algunas de las organizaciones más importantes de los años 30: Federación de Estudiantes Católicos, Federación Universitaria Escolar (FUE), y grupos menores como la Asociación de Estudiantes Tradicionalistas44. Las agrupaciones católicas y tradicionalistas establecieron ramas masculinas y femeninas. Sin embargo, la FUE era una organización mixta, y algunas mujeres ocuparon cargos directivos. Es el caso de Ana Eugenia Viliesid, estudiante de Medicina en la Universidad de Valladolid, y vicesecretaria de la Asociación Profesional de Estudiantes de dicha Facultad en los años 3045.
Uno de los aspectos que definen a la moderna es la conciencia de sus derechos ciudadanos, consecuencia –para muchos sectores del feminismo– de la progresiva presencia femenina en las funciones públicas y la Universidad46. La identificación entre la mujer universitaria o profesional y el pensamiento feminista aparece con frecuencia en las notas de sociedad. Mundo Gráfico presenta a la doctora Quadras Bordes –primera médica radióloga del país– como una eminencia en su campo que destaca también por sus artículos feministas47. En la literatura también es posible hallar esa identificación. Casi como un manifiesto sobre las posibilidades de las modernas aparecerá la novela de Concha Espina La Virgen prudente (1929), cuya protagonista es una licenciada en derecho que aborda en su investigación doctoral los derechos de la mujer48.
El compromiso feminista y político de las universitarias se expresa en la notable movilización asociativa que desarrollan, afiliándose a la vez a varias organizaciones. En esta etapa no siempre hay una separación clara entre lo femenino y lo feminista, y es aún más difícil distinguir las demandas de tipo social de las políticas, pues el carácter emancipador de las reivindicaciones sociales del feminismo implica, a la larga, cambios políticos. Por tanto, existe una yuxtaposición de conquistas sociales y políticas que se manifiesta en el acceso a la educación, el ejercicio de una profesión, el asociacionismo femenino/feminista y el compromiso político de las mujeres que protagonizan estos cambios49.
Un ejemplo de la convergencia de intereses femeninos/feministas y políticos es la Juventud Universitaria Femenina (JUF), organización impulsada por la ANME con la intención de implicar en el movimiento feminista a las jóvenes universitarias y profesionales liberales. Además, pretendían, mediante la difusión de sus actividades, trasladar a la opinión pública nuevas identidades de género alternativas al modelo de la domesticidad. La JUF iniciaría su andadura en 1920 amparada en la colaboración de la ANME con otras asociaciones feministas, como la Liga Española para el Progreso de la Mujer, Acción Femenina y la participación de alguna Agrupación Femenina Socialista. Aunque sus militantes no eran muy numerosas, encontramos a algunas de las figuras más relevantes de la vida cultural y política de aquellos años, como María de Maeztu o Concepción Alexandre y personalidades emergentes como Victoria Kent, Clara Campoamor, Matilde Huici o Elisa Soriano, todas ellas militantes de la ANME. En este sentido, fue punto de encuentro intergeneracional del feminismo.
En los meses previos a su fundación, su presidenta –la doctora Elisa Soriano– realizaba un llamamiento a estudiantes, licenciadas y doctoras para que se implicaran en la asociación. En el ámbito específicamente universitario, reclamaban la igualdad de oportunidades para las mujeres, y con esta finalidad, convocaban periódicamente becas y premios50. En el marco de las relaciones internacionales que mantenía el feminismo español, la JUF era miembro de la International Federation of University Women, organización que agrupaba a miles de universitarias de más de 30 países51. La colaboración habitual que mantenían con organizaciones afines se vio reforzada en 1926, cuando las afiliadas de la JUF se integraron masivamente en el Lyceum Club. Pocos años después, en 1929, la organización pasará a denominarse Asociación Universitaria Femenina (AUF)52, bajo la presidencia de Clara Campoamor, Matilde Huici53 en la dirección, María de Maeztu como consejera de la agrupación54 y la colaboración de licenciadas como Pilar Careaga55. El objetivo era «crear y propagar entre todas las mujeres universitarias la cooperación y mutua ayuda en beneficio de la colectividad social y para la mujer en general»56. De este modo, se implicaron en la demanda de derechos sociales, civiles y políticos femeninos (especialmente el sufragio), superando así el entorno académico:
Las mujeres universitarias, que tuvieron la fortuna de alcanzar un mejor nivel cultural con que embellecer su vida, consideran un deber entregar el espíritu y la voluntad a la defensa y mejoramiento de todas las mujeres, sus hermanas. La existencia de un núcleo reducido de mujeres con derecho al conocimiento, al saber, a la personalidad, sería una pobre conquista si no la utilizásemos, cuanto posible sea, en liberar de la ignorancia, del peligro y del dolor a todas las demás mujeres víctimas de esas fuerzas ciegas, que solas no pueden combatir ni evitar57.
Ofrecerán consejo médico, jurídico o social, y «amparo espiritual», a través de sus consultorios gratuitos de información58. El éxito de la campaña emprendida para difundir la nueva vertiente de la asociación se refleja en la portada que Estampa dedica a la misma59. Esta orientación más amplia, que aborda globalmente los problemas de la mujer, tiene lugar en los años finales de la Dictadura de Primo de Rivera, época que coincidió con una mayor proyección social y política femenina60. En el campo del derecho, Campoamor y Huici –con el apoyo de la ANME, el Lyceum Club y el Consejo Supremo Feminista– visitaron al general Dámaso Berenger –presidente de gobierno en 1930– para solicitar, entre otras cuestiones, el reconocimiento de la personalidad jurídica de la mujer casada61. Con anterioridad, habían decidido presentarse como acusación pública en los «crímenes pasionales» cuyas víctimas fueran mujeres62.
La consecuencia del asociacionismo femenino universitario así entendido es una transición natural a la participación política en clave feminista. Tras la proclamación de la Segunda República, aparecieron nuevas organizaciones orientadas a la educación política de las mujeres63, como la Asociación Femenina de Educación Cívica de María Lejárraga, o la Unión Republicana Femenina liderada por Clara Campoamor. Ambas fundaciones se complementaban en sus actividades y compartían socias. La militancia de las mismas protagonistas en diversas organizaciones favoreció la coordinación de acciones conjuntas, como la petición que Unión Republicana Femenina elevó –en octubre de 1931– a la Comisión de la Constitución solicitando el sufragio femenino, y que contó con la adhesión de la ANME y de la Asociación Universitaria Femenina64. Ese mismo mes se organizó un homenaje a Campoamor, en reconocimiento de su intervención defendiendo el voto femenino en el Congreso. Entre las adhesiones al acto encontramos las de Matilde Huici, por el Lyceum Club, María de Maeztu, por la Federación Internacional de Mujeres Universitarias o Pilar Velasco, por la Asociación Universitaria Femenina65.
El reconocimiento del sufragio universal en la Constitución favoreció la configuración de un nuevo modelo de género caracterizado por la práctica política activa. El compromiso de la República con las mujeres condujo a la gran mayoría de la intelectualidad femenina a integrarse en los partidos republicanos y de tendencia progresista: Campoamor en el Partido Radical, Victoria Kent en el Partido Radical Socialista o Matilde Huici en el PSOE. A la vez, los católicos llevaron a cabo una efectiva tarea en la constitución de ramas femeninas dentro de los partidos, en las que su identidad como católicas fue el germen de su identidad política. En menor medida, se organizaron –en el entorno de la Acción Católica de la Mujer– agrupaciones netamente femeninas como la Asociación Femenina de Educación Ciudadana de Salamanca, liderada por Abilia Arroyo o la Acción Femenina Leonesa ligada a Francisca Bohigas. Desde sus convicciones religiosas las mujeres católicas defendían la intervención femenina en los asuntos públicos66.
Activas socias de la JUF encontraron su lugar en las corrientes políticas más conservadoras. Así Pilar Careaga se afilió a Renovación Española y actuó como oradora de éxito en los mítines tradicionalistas67 y de la Liga de Defensa Femenina. También intervino en numerosos actos propagandísticos Pilar Velasco68, en esta etapa secretaria de la Agrupación Femenina de Acción Popular69 y posteriormente vicesecretaria del Consejo Nacional de la CEDA. Velasco estaba vinculada desde sus inicios a la Acción Católica de la Mujer y había impulsado la Confederación Católica Femenina de Estudiantes.
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