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Mujeres, educación y política en España: 1900-1936

Este trabajo participa del Proyecto de Investigación «Mujeres, Familia y Sociedad. La construcción de la historia social desde la cultura jurídica, ss- XVI-XX». (PID2020-117235GB-I00) y del GIR Sociedad y Conflicto desde la Edad Moderna a la Contemporaneidad de la Universidad de Valladolid.

El nuevo modelo de mujer del siglo 20

Los cambios sociales económicos y demográficos de las primeras décadas del siglo 20 permitieron el desarrollo de nuevos modelos culturales de género1. Nacía la figura de la mujer moderna cuya identidad estaba caracterizada por el acceso a la educación, la incorporación al mundo laboral y la conciencia feminista y política. Esta nueva identidad se extendió en la sociedad de los años 20 y 30, especialmente en los entornos urbanos2, son las flappers3 del mundo anglosajón o las garçonnes4 francesas. La representación cultural de la mujer moderna coincide en señalar que se trata de mujeres jóvenes, de clase media/alta –en general–, que participan de las últimas tendencias culturales y adoptan nuevos comportamientos. De este cambio daba cuenta el poeta Fernando De’Lapi: «Hoy, salvo algún que otro trasnochado casticista, nadie, en estas horas del Lyceum, se escandaliza de ver a una mujer sola, del bar al metro y del metro a la oficina, ni aun de contemplar el birrete de las university Women»5. Sin embargo, las nuevas costumbres no estaban exentas de críticas, también en los sectores del feminismo moderado: «la mujer, embriagada por una libertad que nunca había gozado, parece querer desquitarse de toda la esclavitud que sufrieron sus antepasadas y […] se sale del recato y la modestia»6.

En España, el modelo de moderna encuentra su reflejo en las intelectuales de las generaciones del 14 y del 277. La generación del 14 fue la primera que se incorporó al espacio público a través de su presencia en las aulas universitarias, en el campo de las profesiones liberales (abogacía, medicina, enseñanza) e incluso en la gestión pública del país, entre sus figuras más relevantes se encuentran María de Maeztu, Clara Campoamor, Victoria Kent o Margarita Nelken. Son las mujeres que dieron esplendor a la Residencia de Señoritas o al Lyceum Club y dinamizaron la acción colectiva femenina del país8.

El feminismo había influido en la conformación de estas nuevas identidades alternativas al modelo tradicional. Sin embargo, no era un movimiento mayoritario. En 1913 el periódico El Pensamiento Femenino lamentaba el bajo número de militantes feministas, debido a que muchas mujeres vivían ajenas a las cuestiones sociales e inmersas en un ambiente de frivolidad, pero también porque:

muchas mujeres españolas, por no atreverse a romper el círculo de hierro que las rodea, teniendo preciosas aptitudes para figurar al lado de los que legislan, se resignan incurriendo en pecado mortal a dejar pasar los tiempos hasta que por decoro nacional se decidan a imitar aquello que en otros países ha adquirido ya el título de honorable por su larga existencia9.

El feminismo crecerá en la coyuntura de la Primera Guerra Mundial, caracterizado por un fuerte y heterogéneo asociacionismo en el que destacan tres corrientes principales: la tendencia republicana y laica, la socialista y la católica10. Esta disparidad –fruto de la enorme pluralidad que experimenta desde sus orígenes el movimiento– incidió en la existencia de múltiples programas y organizaciones. Sin embargo, en los últimos años se ha comprobado que la conexión entre sus miembros y la planificación conjunta de actividades es mayor de la que se pensaba11. Durante los años 20 los diversos feminismos lograron consolidar una red de asociaciones que reivindicaban la equiparación social de las mujeres y su inclusión política. Entre las agrupaciones pioneras encontramos la Unión de Mujeres Españolas y la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME, 1918-1936), sin duda, el grupo más sólido y que aspiraba a coaligar afiliadas de distinta ideología en torno a los intereses específicamente femeninos. También en 1918 nacía la Liga Española para el Progreso de la Mujer, que plantea desde su formación la necesidad de coordinar las acciones de las diferentes corrientes feministas. Este objetivo se alcanzará un año después con la fundación del Consejo Supremo Feminista de España12. Momento en que se organizaba la Juventud Universitaria Femenina –integrada en el Consejo Supremo–, y también el feminismo católico a través de Acción Católica de la Mujer. En 1920 el marco asociativo se amplía, Carmen de Burgos fundaba la Cruzada de Mujeres Españolas, que presentó una petición a las Cortes solicitando la igualdad total entre hombres y mujeres en materia de derechos civiles y políticos13.

Existe una convergencia entre asociacionismo, actividad intelectual y militancia feminista. Así se aprecia en el Lyceum Club, exponente del asociacionismo femenino y feminista en España. Siguiendo el modelo anglosajón, reunía a la elite cultural y política femenina del momento y abanderó la defensa de los derechos de las mujeres14. Sin embargo, ciertos sectores manifestaron un profundo rechazo a su actividad. Y destacadas feministas, como Carmen de Burgos, Margarita Nelken o Teresa de Escoriaza recibieron el proyecto con frialdad o recelo15.

La creación de espacios específicos para la intelectualidad y el debate feminista había sido posible por el acceso gradual de las mujeres al mundo educativo, una de las reivindicaciones históricas del feminismo16. Formación y carrera profesional eran la llave para la libertad de las mujeres, y el paso del ámbito privado al público17. Así lo argumentaba Teresa de Escoriaza al escribir que «la redención de la mujer ha de venir por el trabajo, que no solo la iguala al hombre, sino que la independiza de él», insistiendo en que «cuando todas las mujeres ganen su vida, la libertad femenina será un hecho»18.

El difícil camino femenino a la educación

A finales del siglo 19 el derecho de las mujeres a la educación era un debate abierto19.

Entre 1871 y 1881 más de un centenar de jóvenes se matricularon en los estudios de bachiller en toda España, y se crearon centros orientados específicamente a la formación femenina, como el Instituto Internacional. La prensa acogió positivamente esta novedad20, aunque las estudiantes no encontraron siempre un buen ambiente entre sus colegas masculinos, recibiendo, en ocasiones, manifiestas muestras de hostilidad21. El bachillerato abrió el camino a la Universidad para un grupo de mujeres pioneras y así la sociedad decimonónica contempló a las primeras licenciadas y doctoras22. Sin embargo, dominaba el ideal de una formación para las mujeres acorde a su sexo y su posición social, que no hiciera peligrar las esferas femeninas y masculinas en las que estaba separada la sociedad23. Eran aun una voz discordante las peticiones de Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán en el Congreso Pedagógico de 1892. La primera expresaba el deseo de contemplar cómo los hombres «se irán civilizando lo bastante para tener orden y compostura en las clases a las que asistan mujeres», y con cierta ironía añadía que «¡sería cosa fuerte que los señoritos respetasen a las mujeres que van a los toros y faltaran a las que entran en las aulas!». Pardo Bazán reivindicaba el derecho de las mujeres a un «destino propio y que su felicidad y dignidad personal tienen que ser el fin esencial de su cultura», reclamando –en consecuencia– el «mismo derecho a la educación que el hombre» y a la práctica profesional24.

A inicios del siglo 20 la influencia extranjera, la necesidad de las mujeres de clase media de trabajar, el interés de las jóvenes por la educación y la influencia de las pioneras permitió la difusión de un modelo de enseñanza femenina similar al del resto de países occidentales25. Una serie de hitos facilitaron este proceso, pero fue especialmente significativa la norma que en 1910 establecía la libre matriculación de alumnas en la Universidad26. Además, se abría la posibilidad de su ingreso a los cuerpos funcionariales que requerían de estudios superiores, como plazas de bibliotecas, archivos o museos27. Y pudieron incorporarse a los cuerpos docentes en Institutos y Universidades. Emilia Pardo Bazán, en virtud de su excelsa carrera literaria, era nombrada catedrática de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid en 191628. Fueron múltiples las protestas por su nombramiento y también las presiones para removerla de la cátedra. Sin embargo, un año después la novelista recibía en la Universidad de Valladolid un cálido homenaje en el que «cerca de un millar de estudiantes […] tributaron a la insigne escritora una ovación delirante, aclamándola durante largo rato». En su visita –en calidad de consejera de Instrucción Pública29– la condesa conoció a varias universitarias de la ciudad30. Resultado de su carrera académica otras mujeres se incorporaron a los claustros universitarios, como Luisa Cuesta que en 1918 se convertía en la primera profesora de la Universidad de Valladolid31.

Los cambios amparados por la nueva normativa permitieron la fundación en 1915 de la Residencia de Señoritas32. La presencia femenina en la Universidad aumentó progresivamente con los años. En el curso 1919-1920 eran 345 las alumnas, diez años después la cifra ascendía a 1.744, alcanzando las 2.588 matriculadas en el curso 1935-3633. María Goyri consideraba un triunfo el número creciente de universitarias34. La sociedad parecía aceptar esta nueva situación. Así, las publicaciones periódicas reflejan el cambio de mentalidad, dando una amplia difusión a la actividad de las universitarias, ejemplo de modernas por excelencia. La revista Estampa ofrecerá reportajes sobre las alumnas de la Facultad de Medicina35 o de Farmacia de Madrid36, noticias sobre el deporte femenino universitario37, y entrevistas a las nuevas licenciadas de la Universidad Central, especialmente abogadas y médicas38. La prensa de marcada ideología feminista animaba a las mujeres a cursar estudios conducentes al desarrollo de una profesión. Es el caso de Mujeres Españolas, que desde sus primeros números brinda a sus lectoras una sección de información gratuita sobre las diversas carreras universitarias39.

Los sectores más conservadores de la sociedad entendieron estos cambios como una amenaza al hogar y la familia. Reformularon su ideal femenino con el objetivo de sostener un discurso tradicional en defensa de la familia, la religión o la patria, pero integrando rasgos de la modernidad. Sin embargo, los sectores más reaccionarios de la sociedad defendían una educación diferenciada por sexos. La revista Ellas40 insistirá, en 1934, en que la vida social y doméstica de la mujer no es semejante a la masculina, y por lo tanto es necesario que «cultive su feminidad, y de este modo se prepare para su excelsa misión de madre»41. Ese mismo año se fundaba el Liceo Católico Femenino, institución destinada a la formación femenina superior, «sin alejarla del amor al hogar» y «dentro de su ambiente»42.

Con independencia de estas cuestiones, las universitarias habían ocupado el espacio público y, conscientes de sus derechos como ciudadanas, se implicaron en el movimiento feminista y en el activismo político.

Las mujeres universitarias: entre el feminismo y la militancia política

Los estudiantes universitarios habían desarrollado en los años 20 una cultura propia, caracterizada por un interés por los asuntos políticos y el papel de la mujer en la sociedad43. En esta década se instituyeron oficialmente las primeras asociaciones estudiantiles universitarias, de las que participaron alumnas de las distintas facultades. Además, se perfilaron algunas de las organizaciones más importantes de los años 30: Federación de Estudiantes Católicos, Federación Universitaria Escolar (FUE), y grupos menores como la Asociación de Estudiantes Tradicionalistas44. Las agrupaciones católicas y tradicionalistas establecieron ramas masculinas y femeninas. Sin embargo, la FUE era una organización mixta, y algunas mujeres ocuparon cargos directivos. Es el caso de Ana Eugenia Viliesid, estudiante de Medicina en la Universidad de Valladolid, y vicesecretaria de la Asociación Profesional de Estudiantes de dicha Facultad en los años 3045.

Uno de los aspectos que definen a la moderna es la conciencia de sus derechos ciudadanos, consecuencia –para muchos sectores del feminismo– de la progresiva presencia femenina en las funciones públicas y la Universidad46. La identificación entre la mujer universitaria o profesional y el pensamiento feminista aparece con frecuencia en las notas de sociedad. Mundo Gráfico presenta a la doctora Quadras Bordes –primera médica radióloga del país– como una eminencia en su campo que destaca también por sus artículos feministas47. En la literatura también es posible hallar esa identificación. Casi como un manifiesto sobre las posibilidades de las modernas aparecerá la novela de Concha Espina La Virgen prudente (1929), cuya protagonista es una licenciada en derecho que aborda en su investigación doctoral los derechos de la mujer48.

El compromiso feminista y político de las universitarias se expresa en la notable movilización asociativa que desarrollan, afiliándose a la vez a varias organizaciones. En esta etapa no siempre hay una separación clara entre lo femenino y lo feminista, y es aún más difícil distinguir las demandas de tipo social de las políticas, pues el carácter emancipador de las reivindicaciones sociales del feminismo implica, a la larga, cambios políticos. Por tanto, existe una yuxtaposición de conquistas sociales y políticas que se manifiesta en el acceso a la educación, el ejercicio de una profesión, el asociacionismo femenino/feminista y el compromiso político de las mujeres que protagonizan estos cambios49.

Un ejemplo de la convergencia de intereses femeninos/feministas y políticos es la Juventud Universitaria Femenina (JUF), organización impulsada por la ANME con la intención de implicar en el movimiento feminista a las jóvenes universitarias y profesionales liberales. Además, pretendían, mediante la difusión de sus actividades, trasladar a la opinión pública nuevas identidades de género alternativas al modelo de la domesticidad. La JUF iniciaría su andadura en 1920 amparada en la colaboración de la ANME con otras asociaciones feministas, como la Liga Española para el Progreso de la Mujer, Acción Femenina y la participación de alguna Agrupación Femenina Socialista. Aunque sus militantes no eran muy numerosas, encontramos a algunas de las figuras más relevantes de la vida cultural y política de aquellos años, como María de Maeztu o Concepción Alexandre y personalidades emergentes como Victoria Kent, Clara Campoamor, Matilde Huici o Elisa Soriano, todas ellas militantes de la ANME. En este sentido, fue punto de encuentro intergeneracional del feminismo.

En los meses previos a su fundación, su presidenta –la doctora Elisa Soriano– realizaba un llamamiento a estudiantes, licenciadas y doctoras para que se implicaran en la asociación. En el ámbito específicamente universitario, reclamaban la igualdad de oportunidades para las mujeres, y con esta finalidad, convocaban periódicamente becas y premios50. En el marco de las relaciones internacionales que mantenía el feminismo español, la JUF era miembro de la International Federation of University Women, organización que agrupaba a miles de universitarias de más de 30 países51. La colaboración habitual que mantenían con organizaciones afines se vio reforzada en 1926, cuando las afiliadas de la JUF se integraron masivamente en el Lyceum Club. Pocos años después, en 1929, la organización pasará a denominarse Asociación Universitaria Femenina (AUF)52, bajo la presidencia de Clara Campoamor, Matilde Huici53 en la dirección, María de Maeztu como consejera de la agrupación54 y la colaboración de licenciadas como Pilar Careaga55. El objetivo era «crear y propagar entre todas las mujeres universitarias la cooperación y mutua ayuda en beneficio de la colectividad social y para la mujer en general»56. De este modo, se implicaron en la demanda de derechos sociales, civiles y políticos femeninos (especialmente el sufragio), superando así el entorno académico:

Las mujeres universitarias, que tuvieron la fortuna de alcanzar un mejor nivel cultural con que embellecer su vida, consideran un deber entregar el espíritu y la voluntad a la defensa y mejoramiento de todas las mujeres, sus hermanas. La existencia de un núcleo reducido de mujeres con derecho al conocimiento, al saber, a la personalidad, sería una pobre conquista si no la utilizásemos, cuanto posible sea, en liberar de la ignorancia, del peligro y del dolor a todas las demás mujeres víctimas de esas fuerzas ciegas, que solas no pueden combatir ni evitar57.

Ofrecerán consejo médico, jurídico o social, y «amparo espiritual», a través de sus consultorios gratuitos de información58. El éxito de la campaña emprendida para difundir la nueva vertiente de la asociación se refleja en la portada que Estampa dedica a la misma59. Esta orientación más amplia, que aborda globalmente los problemas de la mujer, tiene lugar en los años finales de la Dictadura de Primo de Rivera, época que coincidió con una mayor proyección social y política femenina60. En el campo del derecho, Campoamor y Huici –con el apoyo de la ANME, el Lyceum Club y el Consejo Supremo Feminista– visitaron al general Dámaso Berenger –presidente de gobierno en 1930– para solicitar, entre otras cuestiones, el reconocimiento de la personalidad jurídica de la mujer casada61. Con anterioridad, habían decidido presentarse como acusación pública en los «crímenes pasionales» cuyas víctimas fueran mujeres62.

La consecuencia del asociacionismo femenino universitario así entendido es una transición natural a la participación política en clave feminista. Tras la proclamación de la Segunda República, aparecieron nuevas organizaciones orientadas a la educación política de las mujeres63, como la Asociación Femenina de Educación Cívica de María Lejárraga, o la Unión Republicana Femenina liderada por Clara Campoamor. Ambas fundaciones se complementaban en sus actividades y compartían socias. La militancia de las mismas protagonistas en diversas organizaciones favoreció la coordinación de acciones conjuntas, como la petición que Unión Republicana Femenina elevó –en octubre de 1931– a la Comisión de la Constitución solicitando el sufragio femenino, y que contó con la adhesión de la ANME y de la Asociación Universitaria Femenina64. Ese mismo mes se organizó un homenaje a Campoamor, en reconocimiento de su intervención defendiendo el voto femenino en el Congreso. Entre las adhesiones al acto encontramos las de Matilde Huici, por el Lyceum Club, María de Maeztu, por la Federación Internacional de Mujeres Universitarias o Pilar Velasco, por la Asociación Universitaria Femenina65.

El reconocimiento del sufragio universal en la Constitución favoreció la configuración de un nuevo modelo de género caracterizado por la práctica política activa. El compromiso de la República con las mujeres condujo a la gran mayoría de la intelectualidad femenina a integrarse en los partidos republicanos y de tendencia progresista: Campoamor en el Partido Radical, Victoria Kent en el Partido Radical Socialista o Matilde Huici en el PSOE. A la vez, los católicos llevaron a cabo una efectiva tarea en la constitución de ramas femeninas dentro de los partidos, en las que su identidad como católicas fue el germen de su identidad política. En menor medida, se organizaron –en el entorno de la Acción Católica de la Mujer– agrupaciones netamente femeninas como la Asociación Femenina de Educación Ciudadana de Salamanca, liderada por Abilia Arroyo o la Acción Femenina Leonesa ligada a Francisca Bohigas. Desde sus convicciones religiosas las mujeres católicas defendían la intervención femenina en los asuntos públicos66.

Activas socias de la JUF encontraron su lugar en las corrientes políticas más conservadoras. Así Pilar Careaga se afilió a Renovación Española y actuó como oradora de éxito en los mítines tradicionalistas67 y de la Liga de Defensa Femenina. También intervino en numerosos actos propagandísticos Pilar Velasco68, en esta etapa secretaria de la Agrupación Femenina de Acción Popular69 y posteriormente vicesecretaria del Consejo Nacional de la CEDA. Velasco estaba vinculada desde sus inicios a la Acción Católica de la Mujer y había impulsado la Confederación Católica Femenina de Estudiantes.

A modo de conclusión

Las mujeres universitarias, aunque eran una minoría70, plantearon modos de actuación alternativos, coadyuvando a configurar la identidad colectiva de género de los años 20 y 30. Para ello, participaron activamente de la vida pública a través de diversas asociaciones. En el marco de una creciente movilización social, las jóvenes universitarias desarrollaron un modelo asociativo en el que convergía la conciencia feminista y el compromiso político, como se observa en la Juventud Universitaria Femenina, cuyos fines alcanzaban la reivindicación de los derechos sociales, civiles y políticos de las mujeres. La experiencia adquirida en el asociacionismo feminista y universitario favoreció la transición a la práctica política formal, especialmente en los años de la Segunda República. De este modo, encontramos a militantes de la JUF afiliadas a partidos de diversa ideología, manifestando la pluralidad de posiciones que convivían en el seno de la organización.

Aunque el país estaba inmerso en un proceso de cambio, fueron muchas las presiones para mantener a las jóvenes en su papel tradicional. También en algunos sectores feministas predominaba el discurso de la domesticidad, y la defensa del papel de madre-esposa como una «misión [..] aun más sagrada y necesaria que [..] la vida pública»71. El difícil acceso a la educación, ya fuera por una cuestión económica o de un entorno familiar y social que conducía a las mujeres al desempeño doméstico, limitaba a unas pocas la obtención de una titulación superior. Y eran aun menos las que ejercían una profesión acorde con su formación. El decano de la Facultad de Medicina reconocía, en 1928, que la mayoría de las alumnas tituladas se casaban y abandonaban la profesión, y aquellas que ejercían solían orientarse a trabajos de laboratorio72. Con todo, la presencia pública de las universitarias y su actividad política influyó en el proceso de construcción de la ciudadanía femenina, sobre todo durante el quinquenio republicano, y consolidó la imagen de la mujer moderna.

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Archivos

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  • 1Nash, 1995, p. 241-258. También en lo relativo a la masculinidad, véase Nerea Aresti (2012, p. 55-72).
  • 2Kirkpatrick, 2003, p. 83-84.
  • 3Bland, 2013; Simon, 2017.
  • 4Bard, 1998.
  • 5El Norte de Castilla, 22 de set. de 1928.
  • 6Mujeres españolas, 15 de dic. de 1929.
  • 7Mangini, 2000.
  • 8Gómez Blesa, 2009, p. 126-127 y 165.
  • 9Perinat y Marrades, 1980, p. 325.
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  • 11Matilla Quiza, 2018, p. 206.
  • 12Aguado, 2008, p. 215-228.
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  • 16Capel, 1982, p. 301-302.
  • 17Gómez-Ferrer Morant, 2001, p. 233-258.
  • 18«Páginas de la mujer», Mundo Gráfico, 15 de agt. de 1928.
  • 19Morcillo Gómez, 2012, p. 52-77.
  • 20La revista Instrucción para la mujer publicaba en 1883 una estadística de las alumnas universitarias y bachilleres (Instrucción para la mujer. Revista quincenal, 01 de en. de 1883).
  • 21Flecha, 1998, p. 159-178.
  • 22Flecha, 1996. El origen del Instituto Internacional se encuentra en la misión protestante iniciada, en Santander, por el matrimonio Gulick en 1872. El empeño personal de Alice Gordon Gulick permitió que de las 11 mujeres licenciadas entre 1895 y 1900, tres hubieran recibido su formación íntegra en el Instituto Internacional. Poco después el Instituto se trasladó a Madrid (Piñón, 2009,p. 36-43).
  • 23Capel, 1982, p. 316.
  • 24Mangini, 2000, p. 41-42.
  • 25Capel, 1982, p. 66-79.
  • 26«Se concedan, sin necesidad de consultar á la Superioridad, las inscripciones de matrícula en enseñanza oficial o no oficial solicitadas por las mujeres, siempre que se ajusten a las condiciones y reglas establecidas para cada clase y grupo de estudios». Real Orden de 8 de marzo de 1910 (Sáenz Berceo, 2010, p. 177-204).
  • 27Real Orden del 2 de septiembre de 1910. En la Universidad de Valladolid, en el curso 1910-1911, solo figuran alumnas en la Carrera de Matrona (modalidad no oficial). Ese mismo curso, Luisa Cuesta era la única en el listado de los 328 títulos de bachiller expedidos por la Universidad de Valladolid correspondientes a los Institutos de Burgos, Guipúzcoa, Palencia, Santander, Vitoria, Vizcaya y Valladolid. Universidad Literaria de Valladolid. Memoria sobre el Estado de la Instrucción en esta Universidad y Establecimiento de Enseñanza en su Distrito correspondiente al curso académico de 1910 a 1911 (AUVa).
  • 28Quesada Novás, 2006, p. 43-81.
  • 29Había sido nombrada para este puesto en 1910.
  • 30El Norte de Castilla, 12 de my. de 1917. En el curso 1917-1918, en la Universidad de Valladolid había 6.635 alumnos matriculados, de los cuales 15 eran mujeres. Anuario Estadístico de 1918. La memoria de dicha Universidad refleja un ligero aumento en el alumnado femenino en el curso siguiente, con 21 inscritas entre las Facultades de Medicina y Filosofía y Letras. Universidad Literaria de Valladolid. Memoria sobre el Estado de la Instrucción en esta Universidad y Establecimiento de Enseñanza en su Distrito correspondiente al curso académico de 1918 a 1919 (AUVa).Sin embargo, en el curso 1916-1917, el número de universitarias había sido muy superior, solo en Medicina se contabilizaban 43 alumnas en la enseñanza no oficial. Dato muy significativo que contrasta con la única matrícula femenina en la enseñanza oficial de la misma Facultad. Universidad Literaria de Valladolid. Memoria sobre el Estado de la Instrucción en esta Universidad y Establecimiento de Enseñanza en su Distrito correspondiente al curso académico de 1916 a 1917 (AUVa).
  • 31Empezó como auxiliar interina gratuita supernumeraria, por instancia presentada por ella misma. Poco después cambiaría su categoría por la de ayudante de clases prácticas, hasta el curso 1921-1922 (AUVa. Libro 306. Actas de Claustros o Juntas de la Facultad de Filosofía y Letras).
  • 32Vázquez Ramil, 2012.
  • 33Montero, 2016.
  • 34Estampa, 29 de en. de 1929.
  • 35Estampa, 24 de en. de 1928.
  • 36Estampa, 14 de my. de 1932.
  • 37 «El primer encuentro de Basket-Ball entre equipos femeninos» (Estampa, 01 de dic. de 1928). «Los campeonatos femeninos de atletismo»(Estampa, 03 de jun. de 1933).
  • 38«Las muchachas que salen de la Universidad central. Tres señoritas médicos» (Estampa, 01 de jul. de 1930).
  • 39Mujeres Españolas, 09 de jun. de 1929.
  • 40La revista Ellas. Semanario de las mujeres españolas, había nacido en 1932, bajo la dirección de José María Pemán. Destinaba la mayor parte de sus páginas a cuestiones políticas o religiosas, y supuso un ataque directo contra el gobierno republicano (Bussy Genevois, 2005, p. 196).
  • 41Ellas, 23 de dic. de 1934.
  • 42Ídem.
  • 43Ben-Ami, 1979, p. 365-390.
  • 44Real Decreto del Ministerio de Instrucción Pública, de 21 de mayo de 1919, que obligaba a constituir asociaciones de estudiantes en cada facultad (González Calleja, 2005, p. 21-49; Ruiz Carnicer, 2005, p. 251-278).
  • 45AHPV. Fondo Gobierno Civil. Asociación Profesional de Estudiantes de la Facultad de Medicina. Caja 3.
  • 46Mujeres Españolas, 03 de nov. de 1929.
  • 47Mundo Gráfico, 07 de dic. de 1921.
  • 48Kirkpatrick, 1996, p. 129-139. La revista feminista Mujer anunció la obra como la primera escrita para mujeres estudiantes (Mujer, 03 de oct. de 1931).
  • 49Branciforte, 2015, p. 235-254.
  • 50Entre las premiadas en 1931 se encuentran Matilde Huici, Pilar Velasco Aranaz o Hildegarda Rodríguez. La Libertad, 06 de febr. de 1931. La entrega de premios tuvo lugar en el Lyceum Club (Mujeres Españolas, 01 de mzo. de 1931).
  • 51Con motivo de la celebración del XII Consejo de la International Federation of University Women, celebrado en España en 1928, Estampa (11 de set. de 1928) ofrecía la cifra de 48.568 afiliadas a la Federación.
  • 52Mundo Gráfico, 02 de oct. de 1929.
  • 53Su recorrido académico y vital es sumamente amplio, cultivando la militancia feminista y socialista, y una incansable labor a favor de los menores en riesgo de exclusión social y delincuencia. Colaboró en la Comisión que redactó el anteproyecto de la Constitución de 1931. Dos biografías recogen su extraordinaria vida: García-Sanz (2010) y San Martín (2009).
  • 54Mundo Gráfico, 02 de oct. de 1929. Continúan en la dirección de la nueva Asociación algunas de las figuras presentes en la etapa anterior. Así, en 1928 la composición de la Junta Directiva era la siguiente: Presidenta, Elisa Soriano; Vicepresidentas, primera: Jimena Quirós; segunda Matilde Huici; Tesorera: María Bardán; Contadora: Conrada Calvo; Bibliotecaria: Josefina Soriano; Vocales: Loreto Tapia, Encarnación Sánchez Herrero, Rosa Martín de Antonio, Amalia Pla, Antonia Martínez Casado, Concha Peña. Simón Juárez, 2014, p. 285.
  • 55Primera mujer, en 1929, que obtuvo el título de ingeniera industrial en España. Dentro de la Asociación Universitaria Femenina desempeñó el cargo de secretaria del Comité de Ciencias.
  • 56La voz de la mujer, 09 de mzo. de 1929.
  • 57Ídem.
  • 58La voz de la mujer, 23 de febr. de 1929.
  • 59Estampa, 26 de febr. de 1929.
  • 60Scanlon,1986, p. 261.
  • 61Sanfeliu, 2017, p. 547-573.
  • 62El Heraldo de Madrid, 17 de jul. de 1929.
  • 63Sanfeliu, 2015, p. 149-166.
  • 64Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes de la República Española, 1 de oct. de 1931, p. 1376; Fagoaga y Saavedra, 2006, p. 199-201.
  • 65El Imparcial, 08 de oct. de 1931.
  • 66Ellas, 29 de my. de 1932.
  • 67El Siglo Futuro, 09 de febr. de 1932.
  • 68Además, era una de las fundadoras del Lyceum Club (Aguilera Sastre, 2011, p. 65-90).
  • 69Ellas, 10 de jul. de 1932.
  • 70En el curso 1935-36 solo el 8 % de los estudiantes universitarios eran mujeres (Montero, 2016).
  • 71Mujeres españolas, 27 de oct. de 1929.
  • 72Estampa, 24 de en. de 1928.
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