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Género, identidad y locura

Introducción

Durante los años 70 y 80 del siglo 20, algunas historiadoras feministas centraron su interés en la investigación sobre la historia de la locura, y pusieron de manifiesto cómo el sufrimiento de las mujeres había sido medicalizado y psiquiatrizado a lo largo de la historia. En este sentido, Elaine Showalter, mostró en su trabajo The female maladie1 cómo la locura había sido descrita con atributos femeninos, no solo en el discurso psiquiátrico, sino también en representaciones artísticas (literatura, escultura, pintura) conformando todo un imaginario encaminado a mostrar a las mujeres más cercanas a la locura que los hombres, por «constitución natural». Anteriormente, Phyllis Chesler2 mostró que hombres y mujeres estaban descritos mediante estereotipos que aunaban lo biológico y lo social, en un intento de mostrar que hombres y mujeres tenían que ocupar lugares diferenciados en la sociedad3. Así, los hombres eran descritos como racionales, fríos, calculadores, orientados hacia la esfera de lo público; mientras que las mujeres eran sensibles, dulces, cálidas y hogareñas, por lo que debían ocupar el ámbito privado. Phyllis Chesler4 planteó el concepto de «doble estándar» que consistía en que una mujer podía ser diagnosticada como enajenada tanto si se ajustaba en exceso al ideal femenino hegemónico como si lo transgredía y comenzaba a realizar acciones asociadas al estereotipo masculino.

Numerosos argumentos esencialistas llenaron las páginas de los tratados psiquiátricos y publicaciones científicas durante el siglo 19 y principios del 20 en España5 cuando, además, el afán legitimador de la psiquiatría se unió con el desarrollo de la especialidad médica ginecológica, y el control del cuerpo de las mujeres. De alguna manera se emplearon estrategias para la dominación no solo del cuerpo, sino también de las mentes, coincidiendo con el despertar del psicoanálisis que trataba de llegar a los espacios más recónditos de las vidas privadas de mujeres6.

La historiografía sobre las mujeres ha problematizado la necesidad de analizar el ámbito de lo privado, espacio que han ocupado históricamente y que presenta dificultades para su abordaje en cuanto al hallazgo de fuentes y a la metodología a usar para dicho análisis. Como Michel Foucault señaló:

entre cada cuerpo social, entre un hombre y una mujer, entre un maestro y su alumno, entre el que sabe y el que no sabe, pasan relaciones de poder que no son la proyección pura y simple del gran Poder soberano sobre los individuos; son más bien el suelo movedizo y concreto sobre el que ese poder se incardina, las condiciones de posibilidad de su funcionamiento7.

Desde esta perspectiva, el poder también estaba entre las mujeres ingresadas en instituciones psiquiátricas y los psiquiatras, el personal de las salas, y las familias, conformando una encrucijada discursiva que articuló una «forma de estar en el mundo». El manicomio se transformó en un lugar de construcción y deconstrucción de subjetividades, de delimitación de identidades, donde saberse cuerda o loca. Algunas mujeres han dejado constancia de sus experiencias de internamiento en escritos autobiográficos como fue el caso de Juana Sagrera8 y la Señorita Chevalier9 ambas ingresadas en manicomios, en España y Francia respectivamente, durante el siglo 19. Dentro de los estudios sobre escritos de mujeres en instituciones psiquiátricas en el siglo 20, hay que destacar el de Augusta Moliniari10 que analiza a través de escritos autobiográficos de mujeres internadas en un manicomio italiano las experiencias de internamiento, en el contexto de entender la producción escrita de las pacientes como una vía terapéutica.

Las fuentes en las que baso este trabajo son las cartas y escritos encontrados en las historias clínicas de la sala de mujeres (sala 20) del Manicomio Provincial de Málaga, conservadas en el Archivo de la Diputación Provincial de Málaga (ADPM en adelante). Este material nos hace resituarnos en la primera mitad del siglo 20, en una ciudad al sur del país, que presentaba graves carencias a nivel sanitario. Aunque este establecimiento vino a subsanar el problema de los dementes en la provincia y pertenecía a la Beneficencia Provincial, presentó problemas de financiación desde el momento de su construcción, a finales del siglo 19. La sala 20 o sala de mujeres del Manicomio Provincial fue construida posteriormente, en 190911. Por otro lado, la población malagueña sufría altos índices de analfabetismo12 y existía un importante flujo de mujeres de origen rural que se trasladaban a la ciudad para trabajar en la industria, o como sirvientas.

Algunos elementos útiles para una historiografía feminista de la locura

Desde la perspectiva de la subalternidad, las mujeres ingresadas en instituciones psiquiátricas pueden ser vistas como doblemente subalternas: por ser mujeres, y por estar locas13. Como se ha señalado desde los estudios poscoloniales, los subalternos tienen grandes dificultades para que sus voces puedan dejar huella en fuentes historiográficas y, por tanto, sus relatos y sus vivencias, sus formas de experienciar, nos lleguen hasta el presente14. Sin embargo, sus voces constituyen una parte del relato histórico que no ha sido tenido en cuenta en la construcción de una historiografía sesgada. Desde la historia de las mujeres, reconstruir el relato de las pacientes ingresadas en instituciones psiquiátricas se hace necesario para integrarlo en un proyecto para una historia de la locura «desde abajo».

Desde este marco teórico, ha sido muy fructífero el uso de los procesos de subjetivación como herramienta metodológica. Michel Foucault desarrolló la cuestión de la subjetivación desde una perspectiva crítica, que analizaba cómo los sujetos se van transformando en función a discursos y prácticas hegemónicas, y en relación con dos ideas básicas: la cuestión del poder y la cuestión de la verdad. En ese régimen de construcción de «lo verdadero» la psiquiatría ha tenido una gran influencia a lo largo del siglo 20, generando una abstracción sobre qué era estar loca, y por oposición, estar cuerda. Y las instituciones psiquiátricas también han sido los lugares desde donde ejercer un poder sobre la vida de las mujeres, donde eran despojadas de su propia identidad, para adoptar la identidad de locas, que mantenían tanto fuera como dentro de la institución. Sin embargo, tomando el concepto de resistencia de Gramsci, las mujeres ingresadas también asimilaban o se resistían a las prácticas (y discursos) dentro de la institución15. La capacidad de agencia de las mujeres-locas quedó plasmada en los relatos clínicos bien de forma directa mediante escritos que ellas mismas generaban, o de forma indirecta por fragmentos recogidos entre comillas en la historia clínica.

El análisis de Michel Foucault en torno a la cuestión del poder es central para el desarrollo de la epistemología feminista. El poder en la modernidad dejó de ser entendido como entidad unitaria, para transformarse en un poder «capilar», que se introdujo en el ámbito de lo privado mediante estrategias, transformándose en redes de poder. Esta idea del poder pudo desarrollarse gracias a elementos como la ciencia, posicionada desde un saber no cuestionable, que generó un régimen de verdad, constituyéndose lo que el pensador francés denominó «biopoder». La cuestión de la historia de la psiquiatría se conforma como metáfora de la cuestión del cuerpo en Michel Foucault. Él postulaba que este nuevo poder y su microfísica llegaban hasta los cuerpos individuales, como metáforas del cuerpo social, donde, en una dialógica de contrarios, si el biopoder con sus tentáculos y el apoyo de una ciencia hegemónica creaban la idea de cuerpo sano, todo aquello que fuera diferente, sería considerado enfermo. En los establecimientos psiquiátricos, el poder de la doctrina psiquiátrica llegaba hasta los cuerpos de las pacientes, sujetándolas, medicándolas y sometiéndolas a tratamientos para «recuperar» esa idea de cuerpo y mente sana. Por tanto, desde las ideas foucaultianas, los grupos sociales que no participaran de la idea hegemónica de cordura debían ser sometidos a un proceso de modificación para poder ser reincorporados al sistema.

Como apunta María Dolores Ramos Palomo:

El estudio de las formaciones sociales y de sus representaciones culturales subraya, pues, aunque no se reconozca, una historia de las fronteras entre lo público y lo privado, de lo secreto, y a contraluz, de las personas que guardan el secreto, de aquellas otras que poseen el saber o que detentan un poder no institucional. El sacerdote, el notario y el médico constituyen claros arquetipos de este último durante la España decimonónica y buena parte del siglo 2016.

En este proceso se pusieron en marcha estrategias, autoridades, elementos de persuasión del biopoder y del discurso hegemónico, pero también de las mujeres ingresadas en la institución, que establecieron alianzas y manifestaron resistencia ante determinadas prácticas, fugándose de la institución o usando para su interés las estancias dentro de la sala 20. En esta dinámica, se hace necesario una redefinición de la esfera personal de las mujeres ingresadas en los manicomios17.

Desde el modelo de Nikolas Rose18, las psicociencias no son vistas como sistemas de conocimiento, sino que son analizadas como «tecnologías de gobierno», ya que poseen diferentes características: hacen que la realidad pueda ser pensada mediante un lenguaje que produce «técnicas intelectuales»; por otro lado, han tratado de positivizar el conocimiento a través de cuantificaciones, tablas, diagramas, gráficos y cálculos, y por último, han participado en la construcción de los sujetos para modelar sus conductas, tocando aspectos de las personas que tienen que ver con su privacidad: ha influido en las familias, las escuelas, y el sistema jurídico19. Se produce, por tanto, una interacción entre el discurso de una psiquiatría hegemónica que presenta todos los elementos para conformarse en Tekné (práctica, técnica y dispositivos) que diseñan las ideas de cordura y locura de las mujeres. Como indica también Eva Illouz20, hay una traducción en la confluencia de los discursos de la psiquiatría y de las pacientes. En este sentido, se produjo durante los años 20 y 30 en nuestro país, un sistema de divulgación de las ideas psiquiátricas que no solo quedaron en la esfera de las reuniones de científicos, o en publicaciones para expertos, sino que, en la transgresión de esos límites, la prensa republicana se hizo eco de los sucesos de los locos, y se publicaron noticias en torno a esta cuestión. Además, algunos psiquiatras también visitaron centros académicos solo para mujeres, como la Residencia de Señoritas de Madrid, para hablar sobre la higiene del noviazgo y del matrimonio, como fue el caso de César Juarros y Miguel Prados Such en junio de 193221. Por último, el apoyo político de la Segunda República a las ideas reformistas de la Asociación de Neuropsiquiatría22, propició modificaciones organizativas y jurídicas en torno a la cuestión de la locura. En este proceso de legitimación de la especialidad neuropsiquiátrica se hizo necesario acercar el lenguaje sobre la locura a la gente, con el fin no solo de cambiar la idea de la locura y plantear que era una enfermedad como el resto, sino también con la idea de ir insertando un régimen de verdad determinado en las formas de vivir. En las psicociencias se genera un tipo de autoridad muy concreta, que tiene que ver con la capacidad de un supuesto experto para hablar en nombre de otro, hecho que se logra por elementos de persuasión y negociación. Cuando se configuran este conjunto de verdades desde el discurso de los expertos, cambia y se adecúa a la experiencia cotidiana de los sujetos, por lo que se modifica y retroalimenta al discurso hegemónico.

Los procesos de subjetivación de Nikolas Rose23 reconocen esa capacidad de agencia de los sujetos subalternos, estableciendo cuatro ejes sobre los que se puede trabajar la idea de asimilación y resistencia de prácticas y discursos en el sentido de establecer una dinámica de retroalimentación entre los subalternos (en este caso, las mujeres-locas) y la hegemonía (el discurso y las prácticas de una psiquiatría hegemónica). Desde esta perspectiva, el manicomio se transforma en un lugar donde se cuestiona la normalidad/anormalidad de las conductas inscritas dentro de un proyecto global, donde se patologizan ideas, formas de vestir, formas de querer, amar, donde se cuestionan y se interviene en las formas de maternidad, sentimientos, emociones y vivencias.

Uno de los objetivos de las psicociencias fue la regulación de una emocionalidad que estructurara un sistema normativo que condujera a la persona hacia la normalidad psicológica. Este movimiento permitió también que las psicociencias fueran legitimadas socialmente. Como indican Bedoya-Hernández y Castrillón-Aldana24, se puede hablar de un proyecto de gubernamentalidad emocional que ha ocupado todo el siglo 20.

Los escritos de las «mujeres locas» y sus familiares: la resistencia femenina a los envites de la hegemonía

El empleo de la escritura con fines terapéuticos en España quedó sujeto a las posiciones teóricas que cada alienista manifestara sobre la locura. En el caso del Manicomio de Santa Isabel de Leganés en Madrid, José Salas y Vaca mostró interés en que los pacientes escribieran durante su internamiento con ciertos fines terapéuticos en la década los años 2025. Sin embargo, en el Manicomio Provincial de Málaga no hay indicios de este uso de la escritura de los dementes. Las mujeres que escribían lo hacían en una proporción mínima (gráfico 1), debido a que la mayoría de la población manicomial de la sala de mujeres eran pobres y provenían del ámbito rural, en gran porcentaje analfabetas.

Gráfico 1. Material escrito en las historias clínicas de la sala de mujeres del Manicomio Provincial de Málaga (fuente: elaboración propia)

Los escritos de las mujeres de la sala 20 mostraban la necesidad de denunciar la situación que estaban atravesando, tanto fuera como dentro de la institución. Esto debió ocurrir en el caso de LMS, que ingresó en abril de 193826 cuando tenía 38 años. Al mes del primer ingreso escribió una carta a su hermano (figura 1), pidiéndole ayuda económica, pues se encontraba sola, y había tenido que dormir a la intemperie, hasta presentarse en la comisaría, y ser llevada al Manicomio Provincial. En esta carta, ella relataba encontrarse «envuelta en algo parecido a lo que a todos suele ocurrir en tiempos de guerra y que en unos como en mí será pasajero y sin consecuencias; no así en otros que hasta se compromete su porvenir y su profesión»27.

Figura 1. Carta LMS, ADPM, legajo 10150:177 (mayo, 1938)

Figura donde se muestra los porcentajes de diferentes materiales escritos localizados en las historias clínicas de la sala de mujeres del Manicomio Provincial de Málaga en la primera mitad del siglo XX. Casi el 80% de las historias clínicas no contenía ningún material de este tipo. En el 20% restante, las cartas burocráticas eran las más frecuentes, seguidas de las cartas de familiares y por último, las cartas de pacientes.

Posteriormente, ella misma escribió otra carta en servilletas de papel28 dirigidas al gobernador civil de Málaga, donde apelaba a que solicitó un pasaporte que nunca le llegó. Su relato comenzaba con la frase «Llevo 15 días de muerte encerrada aquí, perdiendo tres más de vida»29. Y continuaba:

Hay innumerables refugiados que debieran haberse contentado con su suerte allá o contentándose con pisar tierra nacional sencillamente. Yo no necesito ni de unos ni de otros, no necesito ser gravosa pues tengo disposición para desenvolverme en mi vida de manera honorable necesitando sólo que no me entorpezcan y me den el pasaporte que solicité30.

Lo que, hasta ahora, puede ser considerado una situación frecuente en la situación de conflicto en la que se encontraba el país, fue acallado por una carta del hermano de la paciente, donde contaba la historia de la misma, y lo que fue más importante aún, la historia de su madre. En la carta, fechada el 5 de junio de 1938, el hermano relataba que no podía acudir a ver a su hermana, ya que vivían en una ciudad alejada y su situación de pobreza, no se lo permitía. Además, continuaba con la historia de su madre (sic):

Los antecedentes que Ud. Pide debo dárselos, aunque me sea en extremo doloroso recordarlos, ya que el tiempo hace olvidar al parecer todo cuando nos sucede en la vida. Mi Santa Madre (q.e.p.d.) fue recluida en el Sanatorio de Sánchez Herrero en Madrid en el año 1914 por consejo de este Dr. Y el Dr. Esquerdo. Yo era casi un niño y no recuerdo del diagnóstico, pero si del contraste que en mi madre existía dentro y fuera del hogar. Los celos absurdos y su herencia, puesto que una tía mía murió demente, hicieron mártir a mi padre que desoyendo los consejos del especialista la sacó del Manicomio y la reintegró al hogar. Pocos meses después (19 de Julio de 1915) en nuestra ausencia, descargó un revólver matando a mi Padre y suicidándose de un tiro en la sien. La carta que dejó escrita ese mismo día y otra en días anteriores dirigida a un primo, esta de orden económico, son irreprochables en redacción y concepto. Fuera del hogar, el trato exquisito superior al ambiente pueblerino de su vida hacía imposible presumir tan terrible desenlace. Mi Padre era Médico y aun así, desoyó los consejos que Sánchez Herrero le dio, error que le costó la vida, llevado del entrañable cariño hacia mi Santa Madre; todos se equivocaron menos el especialista. Mi hermana L. fue reconocida en Madrid ya hace años por un especialista a instancia de mi hermana A., diagnosticó esquizofrenia. Distracción, educación de la voluntad fue el tratamiento. Prácticamente nulo31.

Como han indicado algunos autores, el discurso de la familia, y los antecedentes fijaban la sospecha sobre el estado mental de las mujeres en una estrategia de control que va más allá de los muros de la institución, lo que se ha denominado la psiquiatría ampliada. Los alienistas, herederos del degeneracionismo, buscaron en las familias causas para establecer clasificaciones y poder intervenir sobre ellas. Debido a esta estrategia, confluyeron manicomio, familia y psicopatología32. La paciente, en su carta hacía referencia a una herencia que compartía con otra hermana, A, y de la que no había recibido su parte. El hermano, dejaba claro que esta hermana tenía miedo de que L. hiciera igual que su madre, y que no estaba dispuesta a acogerla en su casa. En relación con esta herencia, el hermano respondía en la posdata (sic):

La carta que incluye es relativa a una casa que por mitad y conjuntamente con su hermana A. posee en […]. Renta 100 pesetas al año y eso es todo. Lo que la queda del Patrimonio. Las maderas en referencia salen a 20 pesetas. Esta renta ya fue cobrada por A. Anoto esto ya que por el tono de la carta y desconocedor Ud. De ello pudiera existir el equívoco de intereses que no existen33.

En este triángulo de subjetividades (paciente, hermano y psiquiatra) no todas tienen la misma importancia, ni la misma capacidad para hablar desde su perspectiva. En ningún momento llegó a producirse el deseado encuentro entre la paciente y su hermano durante el ingreso, e incluso el psiquiatra llegó a plantearse la existencia de intereses económicos en la dinámica familiar. Las cartas escritas en servilletas nunca fueron enviadas, puesto que permanecen dentro de la historia clínica de la paciente. A pesar de esta estrategia de aislamiento, LMS quiso hacerse escuchar, defendiendo su lugar en la familiar y la sociedad como persona34.

Como indica Augusta Moliniari35, los escritos pasan a convertirse, en ocasiones, en documentos de denuncia explícita de situaciones durante el ingreso, y se transforman en la única vía de expresión para mostrar que se encuentran sanas mentalmente, también reclamando al médico como intermediario, hablando de emociones y de sentimientos. Las mujeres que venían a Málaga procedentes de los pueblos de la provincia para trabajar en las tareas domésticas de familias burguesas eran vulnerables y podían ser objeto de vejaciones y abusos por parte de los «señoritos» de la casa. Además, las sirvientas no solo debían conocer todo lo que tenía que ver con las actividades domésticas, sino tratar de «no dañar la imagen de un buen servicio»36, lo que podía tener que ver con cuestiones religiosas y políticas. A menudo se establecían relaciones amorosas con los dueños de la casa, portadores de una doble moral, cuya base era el poder ejercido desde el señorito hacia la sirvienta, y que confluían en un espacio difícil de delimitar, entre el trabajo y lo amoroso. MGA era una mujer joven cuando ingresó en la institución (42 años) en mayo de 1934. Natural de un pueblo de la provincia de Málaga, fue a trabajar a Córdoba como sirvienta. El psiquiatra recogió su relato:

Dice que estaba sirviendo con un hombre que le llamaban [...]. Un abogado de este hombre la puso por loca y la llevaron al manicomio de Córdoba, donde ha estado 10 meses…Ha vivido 6 años con este hombre en calidad de criada «y algo más». Se negó a pagarle un sueldo a base de 6 duros mensuales y además la abandonó reuniéndose él con la mujer. Ella lo defendió y lo cuidaba y hasta labraba la finca con gran ardor. Ahora se encuentra en un manicomio por haber querido defender lo que es suyo y muy legítimo37.

Finalmente, esta mujer quedó recluida de por vida en la institución y falleció en 1961.

Uno de los mecanismos puestos en marcha por las mujeres ingresadas en la sala 20 era la fuga de la institución. La historia de MAC es un ejemplo de resistencia, no solo en el sentido de protagonizar varias fugas del manicomio, sino también de resistirse a seguir un modelo preestablecido para ella por su familia. Ingresó por primera vez a los 27 años, a petición de un conocido médico de la ciudad, mediante una carta de recomendación donde pedía el internamiento de la joven. Según refiere la historia clínica, sus padres fallecieron cuando ella tenía cinco años, y quedó a cargo de sus tíos. Logró aprender la carrera de maestra, y estuvo dando clases en Melilla, de donde fue expulsada por «dejación en sus obligaciones»38. A los 23 años exigió a su tía una gran cantidad de dinero (herencia de sus padres) que gastó «en hoteles y buena vida»39 entre Cádiz y Alicante. Se anotó:

Procede del manicomio de Granada donde ingresó porque una de sus últimas «aventuras» consistió en querer hacerse practicante y en la fonda donde paraba sufrió un ataque de locura ingresando en dicho centro. Fue dada de alta y se marchó a Alicante, tenía el pelo cortado y con muy mala facha, […], donde pasó la época roja, escribió y pidió a su tía 2000 pesetas diciendo que iba a hacerse monja. Un señor amigo de la casa la envió embarcada desde Alicante40.

Por otro lado, ella relataba:

No quiero ser maestra…porque no se llevar bien el gremio, son ridículos, no me agrada su compañía y dan mucho quehacer los niños, gritan mucho. Tengo que castigar. Mis pensamientos profesionales son medicinas, pero he fracasado porque me gasté todo el dinero en ser practicante y no he podido41.

Permaneció ingresada desde diciembre de 1947 hasta junio de 1948. Posteriormente ingresó en seis ocasiones más, entre la década de los años 50 y 60. En 1954 se apunta en la historia que el médico que la ingresó «no quiere que se le dé el alta porque hace tonterías en casa»42. El último ingreso fue en septiembre de 1964, sin fecha de alta, con la última anotación en mayo de 1965. En los tres últimos ingresos se fugó de la institución.

En este caso, el hecho de que una mujer quisiera estudiar para llegar a ser practicante ya era tomado como «aventura». Como se puede observar, los criterios para mantener ingresada a la paciente no se ceñían a elementos clínicos, sino más bien a criterios conductuales que tenían que ver con el papel de la mujer en la sociedad de ese momento.

En el caso de AFA también la fuga fue un elemento a destacar en su historial clínico. Se trataba de una mujer de 40 años, que ingresó en noviembre de 1950 y terminó fugándose de la institución el 25 de diciembre del mismo año. En una primera entrevista del psiquiatra con el marido, este explicaba cómo la conoció:

En 1945 su marido la conoció en […], que vivía con sus padres y tenía una farmacia. Él estaba regentando un casino de una hermana viuda; un médico de Madrid que llegó al pueblo para ejercer se hospedó en el casino que tenía también fonda; una de las veces que pasó la farmacéutica (o sea su esposa) dio una broma, ella sonrió y le pareció que no le había sentado mal. El médico le aconsejó al actual marido que se acercara y le hablara; «otro día yo la piropeé, me hacía simpatía, la pretendí; ella me dijo que tenía novio en […], donde tenía la farmacia […]. De ver que llevaba tanto tiempo en la farmacia, yo no sabía que había estado en el manicomio. Ahí se oía decir a los vecinos que no se llevaba bien con la familia, pero luego advertí que dejó al otro novio para hablarme a mí»43.

En el resto de la carta, el marido relataba todo el proceso de separación, cómo fue detenido en el pueblo por regentar la farmacia de la mujer sin título para ello; cómo la paciente expresaba sus deseos de separarse, y comenzaba una nueva relación, entre otros detalles. Los discursos de las mujeres raramente eran tenidos en cuenta dentro de la institución, durante los ingresos. Según Augusta Moliniari44, en las cartas de las mujeres que fueron objeto de su investigación, se plasmó su necesidad de tomar contacto con la parte de su vida que la reclusión en el manicomio había interrumpido de forma abrupta. En febrero de 1951, ya fuera del manicomio, AFA remitió una carta al psiquiatra que la atendió (sic):

Distinguido señor:
Soy AF hace poco más de un mes salí del hospital de Málaga y que vine a casa de mi madre donde estoy […]. Tengo dos hijos y el que venga, que pronto dará a luz que comen con mi farmacia, mi marido no tiene absolutamente ningún capital ni dinero, y aunque la farmacia es mía me ha dado bastante dinero siempre, que cuando me casé todo el gasto que hubo que hacerse lo pagué yo: muebles, farmacia… hasta el traje que llevaba puesto. Actualmente no hay ahorrado ni un céntimo, se deben en los centros farmacéuticos unas doce mil pesetas debido a que él es aficionado al juego en los casinos y su familia sumamente humilde, pues sus padres solo tienen 4 fanegas de mala tierra y una casucha humilde donde apenas caben los que les quedan solteros. Todo esto para repartírselo entre 13 hijos que se juntan. Y entre el juego y socorrer a su familia, yo debo en los centros farmacéuticos doce mil pesetas. Tuve un acierto al casarme ¿verdad? Sobran los comentarios45.

AFA denunciaba en su carta que el médico del pueblo, quien había ordenado su ingreso, podía haber recibido una cantidad de dinero de su marido con este fin:

[…] le ruego por mis hijos que, si me vuelven a llevar al hospital, yo estoy absolutamente bien, y por mis hijos usted no consienta que yo vuelva a donde estuve antes. El médico de […] es un jovenzuelo de una familia humilde de Madrid, que por 500 o 1.000 pesetas es capaz de lo que sea preciso para hacerse de ellas46.

Unos párrafos más abajo, AFA trataba de clarificar el tipo de relación que mantenían su marido y ella en aquel momento, tras su salida del manicomio:

Él y yo no vivimos juntos, él vive en la farmacia que está en el centro del pueblo, allí duerme, come y está todo el día. Y yo con mis niños vivo en las afueras del pueblo, que no puede decir que yo lo molesto lo más mínimo47.

Para terminar, hacía un alegato a la veracidad de que lo estaba relatando en su escrito, elemento que viene a reforzar la idea de la poca credibilidad que la palabra de las mujeres adquiría en este tipo de situaciones, frente a la palabra de su marido o la familia.

Todo lo que le digo es absolutamente cierto, yo no tengo costumbre de mentir, bien lo sabe Dios, cariñosos recuerdos a las dos monjas de la sala donde yo estuve.
PD: Si me llevaran a Málaga otra vez, de mi conducta trate de informarse por cualquier otra persona de […] que no le mienta […]. Y de otras cosas que de mí se han dicho, me casé con 35 años, iba como va una mujer decente, y aunque sea grosero decirlo estuvo tres días que no pudo hacer nada conmigo48.

A modo de conclusión

El trabajo con los escritos de las mujeres internadas en manicomios, así como la recuperación de sus vivencias y sus experiencias a través de los fragmentos anotados en la historia clínica son fundamentales para reconstruir una historia de la psiquiatría desde la perspectiva de género y la subalternidad de las «mujeres locas», señalando su capacidad de agencia incluso en situaciones tan restrictivas. Los relatos de estas mujeres señalaban el incómodo lugar de sus vivencias dentro de los manicomios, y la escasa o nula resonancia que tenían en contraposición con el discurso de sus familiares.Los relatos de las familias sobre lo acontecido a las pacientes iban tejiendo un matriz explicativa que se ajustaba a los criterios que el psiquiatra esperaba encontrar, para comenzar un proceso de «domesticación», mediante el etiquetado y el tratamiento de las «mujeres locas» con la finalidad de devolver al medio sociofamiliar mujeres ajustadas al ideal hegemónico femenino.

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Legajo 10153:150;

Legajo 10439;

Legajo 10571.

  • 1Showalter, 1985.
  • 2Chesler, 1972.
  • 3Sobre la cuestión de la dicotomía público-privado se ha investigado en el contexto de la sociedad victoriana, donde quedaba establecido un código moral muy determinado para cada sexo, basado en argumentos esencializadores. Sin embargo, la permeabilidad real de las mujeres hacia el espacio de lo público a finales del siglo 19 era una realidad. Como apunta Fefa Vila (2018, p.30), esa distinción dejó de tener sentido ya entrado el siglo 20: sistema neoliberal y aspectos privados de las familias formaron una amalgama, donde los límites estaban desdibujados.
  • 4Chesler, 1972.
  • 5Jiménez Lucena y Ruiz Somavilla, 1999a, p. 267-280; 1999b, p. 185-206; Jiménez Lucena, 2014.
  • 6González Duro, 1999, p. 429.
  • 7Foucault, 1979, p. 157.
  • 8Cuñat Romero, 2007, p. 89-107.
  • 9Rouy, 2015.
  • 10Moliniari, 2005, p. 379-399.
  • 11García-Díaz, 2018.
  • 12Desde 1910 a 1930 hubo un aumento en la tasa de alfabetización en Málaga, si bien la tasa de alfabetización masculina siempre estuvo por delante de la femenina. Málaga llegó a ser la provincia española con mayor población analfabeta del país en 1920 (Campos Luque, 1999, p. 99).
  • 13García-Díaz y Jiménez Lucena, 2010, p. 123-144.
  • 14Beverley, 2004.
  • 15García-Díaz y Jiménez Lucena, 2010, p. 125.
  • 16Ramos Palomo, 2003, p. 21.
  • 17García-Díaz y Jiménez Lucena, 2010.
  • 18Rose, 1996.
  • 19Bedoya-Hernández y Castrillón-Aldana, 2018, p. 18-28.
  • 20Illouz, 2007, p. 93-160.
  • 21Vázquez Ramil, 2015, p. 331.
  • 22Asociación fundada en 1926 por un grupo de jóvenes médicos españoles interesados en organizar la asistencia a los alienados.
  • 23Rose, 1996.
  • 24Bedoya-Hernández y Castrillón-Aldana, 2018, p. 24.
  • 25Villasante et al., 2018, p. 122-123.
  • 26Aunque la Guerra Civil Española aún no había terminado, Málaga ya estaba bajo el régimen franquista desde febrero de 1937.
  • 27ADPM, legajo 10150:177.
  • 28La cuestión de los diferentes soportes donde escribían los pacientes ha sido citada en otros trabajos, señalando las dificultades de los dementes para acceder a papel. Citemos a Raquel Vázquez Ramil (2015).
  • 29ADPM, legajo 10150:177.
  • 30Ibid.
  • 31Ibid.
  • 32Bedoya-Hernández y Castrillón-Aldana, 2018, p. 20.
  • 33ADPM, legajo 10150:177.
  • 34García-Díaz y Jiménez Lucena, 2010, p. 142.
  • 35Moliniari, 2005, p. 382.
  • 36Ospina Martínez, 2006, p. 307.
  • 37ADPM, legajo 10153:150.
  • 38ADPM, legajo 10571.
  • 39Ibid.
  • 40Ibid.La paciente era sobrina de una eminente figura de la política malagueña. La profesionalización de las mujeres en el ejercicio de la medicina atravesaba un proceso complejo, donde el papel de la mujer solía quedar relegado a los cuidados de enfermería. El hecho de que una mujer quisiera ser practicante, aunque podían acceder al título desde 1904, ya era algo extraño para la época porque no se las consideraba capacitadas para rajar, amputar y manipular cuerpos. Sin embargo, la profesión de maestra durante la década de los años 20 y 30 fue típicamente ocupada por mujeres (González Canalejo, 2007, p. 211-235).
  • 41ADPM, legajo 10571.
  • 42Ibid.
  • 43ADPM, legajo 10439.
  • 44Moliniari, 2005, p. 381.
  • 45ADPM, legajo 10439.
  • 46Ibid.
  • 47Ibid.
  • 48Ibid.
  • Referencias

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    Archivos
    Archivo de la Diputación Provincial de Málaga:
    Legajo 10150:177;
    Legajo 10153:150;
    Legajo 10439;
    Legajo 10571.